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[0050] • SAN GREGORIO I MAGNO, 590-604 • DISOLUCIÓN DEL MATRIMONIO POR PROFESIÓN RELIGIOSA

De la Carta Magnas Omnipotenti, a Theotiste, hermana del emperador, febrero 601

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27 (X)[1].–[...] Se hablaba también en contra de ellos porque se atrevían a disolver los matrimonios a causa de la entrada en religión; y además porque decían que el bautismo no borraba del todo los pecados, y que si alguno hacía penitencia, durante tres años, de sus pecados, podría después vivir desordenadamente; y porque decían que si, coaccionados a ello, anatematizaban alguna de las dos cosas de que se les reprendía, estaban enteramente libres del anatema.

Ahora bien, no hay duda de que si hay alguno que piensa o sostiene esas cosas, ése no es cristiano. Y a los que así (piensan), tanto yo como todos los obispos, y la Iglesia universal, anatematizamos, porque sienten y hablan en contra de la verdad. Ya que, cuando sostienen que los matrimonios han de disolverse con la entrada en religión, debe saberse que, aun en el caso de que así lo permitiera alguna ley humana, está prohibido por la ley divina. Dice, en efecto, la misma Verdad: Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre[2]. Añade además: No es lícito repudiar a la esposa excepto en caso de fornicación[3]. ¿Quién, por tanto, se atreverá a contradecir al legislador divino? Conocemos la escritura: Serán dos en una sola carne[4]. Si, por consiguiente, el marido y la mujer son una sola carne, y el marido repudia a la mujer para entrar en religión, o la mujer al marido que continúa en el mundo o que termina, quizás, en la mala vida, ¿qué clase de conversión es ésta, en la que una y la misma carne se dedica en parte a vivir la continencia y en parte a continuar en el pecado? Pero si ambos deciden llevar una vida en continencia, ¿quién intentará contradecirles, siendo así que hay la seguridad de que Dios todopoderoso que les ha concedido vivir lo menor (el matrimonio) no les ha prohibido vivir lo mejor (la continencia)? Y ciertamente hemos conocido a muchos santos que primero llevaban una vida casta con sus cónyuges, y después abrazaron la disciplina de la santa Iglesia. Por dos caminos, en efecto, los santos suelen renunciar aun a lo que es lícito: unas veces para aumentar sus méritos ante Dios, y otras, para reparar los pecados de la vida anterior.

[1]. [Epist. lib. XI, Epist. XXVII].

[2]. Matth. 19, 6.

[3]. Ibid. v. 9.

[4]. Génes. 2, 24.