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[0212] • PÍO VIII, 1829-1830 • DIGNIDAD Y SANTIDAD DEL MATRIMONIO

De la Carta Encíclica Traditi humilitati, 24 mayo 1829

1829 05 24 0010

[10.–] Pero, en razón de los tiempos en que vivimos, pensamos que, además, debemos recomendar muy encarecidamente a vuestro celo por la salvación de las almas el que, llenos de solicitud por la santidad del matrimonio, inspiréis a vuestra grey un respeto sagrado hacia el mismo, de suerte que nadie haga jamás ninguna cosa que rebaje la dignidad de este gran sacramento, ninguna cosa que deshonre un lecho inmaculado, ninguna cosa –finalmente– que vaya contra la perpetuidad del vínculo conyugal. Y esto únicamente se podrá conseguir, si el pueblo cristiano es instruido cuidadosamente de que la regla del matrimonio no depende de la sola ley humana, sino de la ley divina; y de que el matrimonio ha de contarse entre las cosas sagradas, y, por tanto, se halla sometido enteramente a la Iglesia.

Porque esta unión conyugal, que antaño no tenía más finalidad que la de hacer que de sí naciera una posteridad, y de asegurar la duración perpetua de la misma, ahora, elevada ya a la dignidad de sacramento, y enriquecida por dones celestiales (porque la gracia acude a perfeccionar a la naturaleza), se goza no tanto de procrear hijos cuanto de educarlos para Dios y para la religión divina, y procura ampliar de esta manera el número de adoradores del verdadero Dios. En efecto: es cierto que esta unión conyugal (cuyo autor es Dios) representa la unión perpetua y altísima entre Cristo nuestro Señor y la Iglesia; y que esta sociedad –tan íntima– entre el hombre y su esposa es el sacramento, e. d. la señal sagrada, del amor inmortal de Cristo hacia su Esposa. Hay, pues, que instruir a los pueblos de lo que está prescrito por las leyes de la Iglesia y los decretos de los Concilios y exponerles lo que está prohibido, a fin de que cumplan todo lo relativo a la esencia del sacramento y no se permitan hacer cosas que la Iglesia aborrece. Nos suplicamos a vuestra religión, con el mayor encarecimiento, que cumpláis este deber con toda la piedad, doctrina y celo que poseéis.

[EM, 64-65]