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[1092] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA MUJER, CENTRO DE LA COMUNIÓN EN EL AMOR MATRIMONIAL Y FAMILIAR

Del Discurso Desidero esprimervi, a los participantes en el Congreso Nacional del CIF (Centro Italiano Femenino), 6 diciembre 1982

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1. [...] Los grandes momentos de la historia de la salvación están marcados por la presencia de la mujer. El hombre –“al principio”– alcanza la plenitud de su ser personal saliendo de su soledad originaria, cuando es puesto por Dios frente a la mujer. En aquel momento él descubre el sentido y la vocación originaria de su ser persona: la vocación al don de sí que constituye una verdadera comunión personal (cf. Gén 2).

“Al principio” de la nueva creación, es a través del consentimiento de una Mujer como el Verbo entra en nuestra historia y se hace hombre (cf. Lc 1, 38). “Hágase en mí según tu palabra”, dice María, y el Verbo se hace carne dentro del espacio espiritual y corpóreo perteneciente a la disponibilidad creyente y amante de una Mujer.

“Al final”, en el cumplimiento de la historia de la salvación en el acto de donación que Cristo hace de sí en la Cruz, la humanidad representada en el discípulo que Jesús amaba es confiada a la Mujer (cf. Jn 19, 27). Por tanto, cuando nace el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, el don del Espíritu es acogido por una comunidad en la cual está presente María (cf. Act 1, 14). Y también, las últimas palabras de la historia serán una invocación femenina, aquella de la Esposa que llama a su Esposo para que no retrase ulteriormente su presencia definitiva (cf. Apoc 22, 17), para que la humanidad sea por siempre y enteramente salvada.

Carísimas hermanas, debéis profundizar en el significado de esta permanente presencia femenina en la historia de la salvación para que la verdad entera de vuestro ser “mujer” se desvele a vuestro corazón y a vuestra mente. La innegable, y también suficientemente afirmada igualdad de la dignidad del hombre y de la mujer sería mal comprendida, si ella comportase un oscurecimiento de la originalidad propia del misterio de la feminidad, de la presencia de la mujer en la Iglesia y en el mundo. La gloria de Dios, su irradiación en la creación de la persona humana quedaría oscurecida en el momento en que el hombre –varón y mujer– es creado a su imagen (cf. Gén 1, 26 s). La creación llega a ser espiritualmente más pobre cuando la mujer renuncia al misterio, a la riqueza que son propias de la feminidad. Toda propuesta de promoción de la mujer debe ser críticamente valorada a la luz de aquel sobrenatural sentido de la fe donada por el Espíritu que habita en nosotros.

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2. La presencia femenina de la que he hablado muestra una característica constante: ella es manantial de vida, es creadora de comunión porque es inspiradora de donación.

La mujer está llamada a vivir esta misión suya por todas partes. Existen, sin embargo, hoy, algunos ambientes en los cuales es más urgente esta peculiar presencia suya.

Cuando la mujer es llamada al matrimonio y a la familia, en esto tiene la responsabilidad de llegar a ser el centro de la comunión en el amor: de ser ella la que custodie la originaria verdad del amor. Más en particular, el bien y la verdad del amor conyugal pueden ser custodiados y promovidos solamente por la exigencia ética en ella inscrita.

En la familia nace y se forma la persona humana. Es por esto por lo que la legalización del aborto constituye la destrucción de los fundamentos mismos de la Comunidad familiar. Vuestra Asociación debe calificarse por trabajo coherente y riguroso de defensa de la vida humana concebida. La razón primera es que se trata de defender a un inocente, pero también de defender la dignidad misma de la mujer, no reconocida en una esencial dimensión de su persona. Vuestro esfuerzo debe, pues, llegar a ser esfuerzo al servicio de la vida de toda persona humana, especialmente de los más débiles, de los más pobres, de los más indefensos. El corazón de la mujer debe saberse abrir a un espacio de caridad sin límites.

Pero la mujer está hoy llamada a una presencia más amplia y más incisiva en la sociedad civil. Es importante que ella permanezca como mujer aportando los valores propios de su feminidad y sin llevar a menos los deberes propios de su vocación conyugal y familiar, en una armonía que debe ser encontrada por cada una de vosotras, a la luz y en el respeto de la objetiva jerarquía de los valores en cuestión.

La Iglesia, que –como enseña el Vaticano II– encuentra en una mujer, en María, su “arquetipo” (Cf. Lumen Gentium, 53, 63-65), ha necesitado de vosotras, de la fidelidad de vuestra vocación de mujeres, de los valores ocultos en el misterio de la feminidad. Que vuestra Asociación ayude a toda mujer a realizar la entera verdad de la propia feminidad, para el bien de la Iglesia y de la sociedad civil.

[DP (1982), 366]