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[1213] • JUAN PABLO II (1978-2005) • UNIDAD, ESTABILIDAD Y FIDELIDAD DE LA FAMILIA

De la Homilía ante la Basílica del Sagrado Corazón, en Koekelberg (Bruselas), 19 mayo 1985

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5. “Que sean uno, como nosotros”.

La unidad heredada de Cristo alcanza su primera realización en el matrimonio y la familia, en esa Iglesia que es el hogar.

Tal es el plan del Creador desde el origen: “El hombre se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne” (Gén 2, 24). Tal es asimismo el destino de los hombres y mujeres rescatados por Jesucristo: la unión sacramental de los esposos se hace signo del amor pleno de Cristo a su Iglesia, de su unión indisoluble con ella. “Es grande este misterio” (cfr. Ef 5, 32). Este don recíproco de los cónyuges estará inspirado por un amor humano total, fiel, exclusivo y abierto a nuevas vidas (cfr. Humanae vitae, 9). Los esposos cristianos tendrán gran interés siempre en meditar sobre el designio de Dios acerca del matrimonio y la familia, y en responder a lo que Dios espera de ellos respecto de sus relaciones interpersonales, transmisión de la vida, castidad conyugal, educación de los hijos y participación en el desarrollo de la sociedad, de acuerdo con la doctrina de la Iglesia que les recordé en la Exhortación Apostólica Familiaris consortio, haciéndome eco de lo que habían dicho los obispos del mundo entero en el Sínodo de 1980.

Me da alegría, por tanto, dirigirme especialmente a vosotros, amados esposos y padres que habéis venido en familia a esta Eucaristía. Por la enseñanza de la Iglesia y por experiencia propia sabéis lo que exige la reiteración diaria del amor conyugal y paterno. Cada día asume una faz concreta en sentimientos y actos en los que la carne es apoyo y expresión de la unidad en el espíritu; supone sobre todo atención delicada hacia el otro, actitud de reconocimiento por lo que es y lo que os aporta, voluntad de desarrollar en él lo mejor que tiene, compartir gozos y pruebas desterrando de continuo egoísmos y orgullos, tiempo dedicado a dialogar con franqueza sobre todo lo que os interesa, compartir el “pan” de cada día y, en caso de necesidad, perdonar como lo pedimos en el “Padre nuestro”. Con estas condiciones vuestro amor os colma de alegría y se irradia en el hogar y fuera de éste.

Sobre todo no olvidéis jamás que vuestra unidad, fidelidad e irradiación de vuestro amor son gracias que vienen de Dios, del seno de la Trinidad. El sacramento del matrimonio os permite alcanzar esto constantemente. Pero es preciso que pidáis con frecuencia a Dios, que es Amor, ayuda para manteneros en el amor (cfr. 1 Jn 4, 16). ¡Qué fuerza, qué testimonio cuando tenéis la sencillez de orar en familia padres e hijos! Juntos ante el Padre, ante el Salvador, toda vuestra vida puede redescubrir claridad y gozo. Entonces, la familia merece de verdad el nombre de Iglesia doméstica.

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6. “Padre: guárdalos en tu nombre”.

Esta oración de Jesús por los discípulos, ¿no es la de los padres por sus hijos?

Vuestro profundo amor de cónyuges “en la Verdad” y el amor de los dos a vuestros hijos es para éstos el primer libro en el que leen el amor de Dios. Esta lectura les queda grabada para siempre en la memoria del corazón y les dispone a aceptar libremente la Revelación de la ternura de Dios.

Claro está que en nuestros días no resulta tarea fácil la solidaridad familiar. Los hijos que habéis llamado a la vida y a los que habéis dado lo mejor de vosotros mismos, a veces eligen, influenciados por una sociedad que tiene sus valores y contravalores, otros caminos, y ojalá sea por poco tiempo; esperémoslo. Para vosotros son momentos de sufrimiento y también de fidelidad profunda. Con vosotros pido como Jesús: “Padre: no ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal” (Jn 17, 15).

Las familias cristianas siguen siendo espacio privilegiado para la transmisión del Evangelio no sólo a los hijos, sino también a los vecinos y a la comunidad eclesial entera. Pueden ofrecer una casa de acogida a cuantos tienen penas, a niños que no reciben bastante amor en su hogar, a jóvenes que desean profundizar en la fe para prepararse a la confirmación o al matrimonio. En las familias cristianas los jóvenes aprenden también del ejemplo de sus padres a dedicarse a los demás, tanto en la parroquia como en los otros ambientes donde se hallan presentes.

Queridos padres: Quizá os ha impresionado el modo en que propone Pedro, en la primera lectura de esta celebración, elegir a un nuevo “testigo de la resurrección de Jesús”, a un nuevo Apóstol (Act 1, 22). Esta elección la preparan con la oración.

“Señor, Tú penetras el corazón de todos; muéstranos a cuál has elegido” (Act 1, 24).

El Señor conoce el corazón de los jóvenes de hoy. Conoce asimismo su generosidad, frenada a veces por los adultos. Conoce igualmente el corazón de vuestros hijos. Orad para que lleguen a descubrir su vocación y dad gracias si escogen el camino del Evangelio.

Y vosotros, queridos niños, lo más bello que podéis pedir a vuestros padres es lo que rogaban los Apóstoles a Jesús: “Enséñanos a orar”.

Por otra parte, alegraos si vuestros padres hacen mucho por otras personas, incluso si su dedicación os priva algunas tardes de su presencia en casa. Y vosotros, tratad de ser cada día más fraternos entre vosotros, en la familia. E intentad desde ahora conseguir que vuestra vida esté al servicio de los demás. También son para vosotros estas palabras de Jesús “Como Tú me enviaste al mundo, así los envío Yo también”.

[DP (1985), 154]