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[1333] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA EDUCACIÓN DE LOS JÓVENES SOBRE LA DIGNIDAD Y EL VALOR DEL AMOR CONYUGAL

Del Discurso Al llegar, durante la celebración de la Palabra, en el aeropuerto de Tarija (Bolivia), 13 mayo 1988

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5. “La educación de los jóvenes, sea cual sea su origen social, debe ser orientada de modo que forme hombres o mujeres, que no sólo sean personas cultas, sino de fuerte personalidad, tal como nuestro tiempo los reclama cada vez más” (Gaudium et spes, 31). Se trata, pues, de llevar a cabo una auténtica labor de formación que desarrolle armónicamente sus condiciones físicas, morales e intelectuales.

En concreto, “se ha de instruir de una manera oportuna y a tiempo a los jóvenes, y preferentemente en el seno de la misma familia, sobre la dignidad, valor y cometido del amor conyugal, para que, formados en la guarda de la castidad, cuando lleguen a edad conveniente, puedan pasar de un honrado noviazgo al matrimonio” (Gaudium et spes, 49). Esta formación, que ha de ser personal, corresponderá primariamente a los padres (cfr. Congregación para la Educación Católica, Orientaciones educativas sobre el amor humano, 1 de noviembre, 1983, nn. 48 y 84).

Por eso es necesaria la formación integral, no sólo para poder desenvolverse dignamente en la sociedad, sino también para servir a Dios con mayor facilidad. “Dejad que los niños vengan a Mí” (Mc 10, 14), nos dice el Señor. Ayudadles a acercarse. Poned los medios para que lo conozcan. Proporcionadles, desde su más tierna infancia, un conocimiento oportuno de ese Jesús que ha querido hacerse niño como ellos. Dios quiere encomendaros a los niños para que, a través de vuestro cariño, descubran el amor de Dios. No lo defraudéis.

“Dejad que los niños vengan a Mí, no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el reino de Dios” (ib.). Son ellos, los más pequeños, quienes han recibido la revelación de secretos escondidos a los sabios y prudentes (cfr. Mt 11, 25).

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6. Educaréis a los niños a través de vuestra palabra, por los cauces más diversos –ante todo, en el hogar familiar, y también en la escuela, en la catequesis–, pero especialmente lo haréis con vuestro ejemplo.

Los niños aprenden a obrar imitando lo que ven hacer a sus semejantes. Por eso, aprenderán de vosotros a ser fuertes, trabajadores, sobrios, alegres y piadosos; ciudadanos rectos y cristianos ejemplares. Imitaréis también de esa forma al Señor que “obró y enseñó” (Act 1, 1), es decir, que no se limitó a transmitimos un mensaje, sino que vivió entre nosotros dándonos el ejemplo máximo de todas las virtudes.

No olvidéis, la grave advertencia del Maestro: “Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino (...), y le hundan en lo profundo del mar” (Mt 18, 6). El ejemplo de padres y educadores debe ir acompañado por el esfuerzo de los gobernantes y de toda la colectividad en defensa de la moralidad pública, especialmente en los medios de comunicación. Lo contrario es conculcar derechos de quienes están más indefensos, y exponerles al peligro de una lamentable manipulación.

[OR (ed. esp.) 29-V-1988, 10-11]

 

© Javier Escrivá-Ivars y Augusto Sarmiento. Universidad de Navarra