[1167] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL “GRAN MISTERIO” DEL AMOR ESPONSAL
Alocución Riportiamoci oggi, en la Audiencia General, 4 julio 1984
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1. Hoy vamos a referimos al texto clásico del capítulo 5 de la Carta a los Efesios, la cual revela las fuentes eternas de la Alianza en el amor del Padre y, a la vez, su nueva y definitiva institución en Jesucristo.
Este texto nos lleva a una dimensión tal del “lenguaje del cuerpo” que podríamos llamar “mística”. En efecto, habla del matrimonio como de un “gran misterio”. “Gran misterio es éste” (Ef 5, 32), y si bien este misterio se cumple en la unión esponsal de Cristo Redentor con la Iglesia y de la Iglesia-Esposa con Cristo (“lo digo con referencia a Cristo y la Iglesia”, ibid.), si bien se verifica de manera definitiva en las dimensiones escatológicas, sin embargo, el autor de la Carta a los Efesios no duda en extender la analogía de la unión de Cristo con la Iglesia en el amor esponsal, delineada de un modo tan “absoluto” y “escatológico”, al signo sacramental del pacto esponsal del hombre y de la mujer, los cuales están “sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo” (Ef 5, 21). No vacila en extender aquella analogía mística al “lenguaje del cuerpo”, interpretado en la verdad del amor esponsal y de la unión conyugal de los dos.
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2. Es necesario reconocer la lógica de este magnífico texto, que libera radicalmente nuestro modo de pensar de elementos maniqueístas o de una consideración no personalística del cuerpo, y, al mismo tiempo, aproxima el “lenguaje del cuerpo”, encerrado en el signo sacramental del matrimonio, a la dimensión de la santidad real.
Los sacramentos insertan la santidad en el terreno de la humanidad del hombre; penetran el alma y el cuerpo, la feminidad y la masculinidad del sujeto personal, con la fuerza de la santidad. Todo ello viene expresado en el lenguaje de la liturgia: en él se expresa y se hace realidad.
La liturgia, el lenguaje litúrgico, eleva el pacto conyugal del hombre y de la mujer, fundamentado en “lenguaje del cuerpo” interpretado en la verdad, a las dimensiones del “misterio” y, al mismo tiempo, permite que tal pacto se realice en las susodichas dimensiones mediante el “lenguaje del cuerpo”.
De esto habla precisamente el signo del sacramento del matrimonio, el cual, en el lenguaje litúrgico, expresa un suceso interpersonal, cargado de intenso contenido personalista, en comendado a los dos “hasta la muerte”. El signo sacramental significa no sólo el “fieri” –el nacer del matrimonio–, sino que edifica todo su “esse”, su duración: el uno y el otro en cuanto realidad sagrada y sacramental, radicada en la dimensión de la Alianza y de la Gracia, en la dimensión de la creación y de la redención. De este modo, el lenguaje litúrgico confía a entrambos, al hombre y a la mujer, el amor, la fidelidad y la honestidad conyugal mediante el “lenguaje del cuerpo”. Les confía la unidad y la indisolubilidad del matrimonio con el “lenguaje del cuerpo”. Les asigna como tarea todo el “sacrum” de la persona y de la comunión de las personas, igualmente las respectivas feminidad y masculinidad precisamente con este lenguaje.
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3. En este sentido, afirmamos que la expresión litúrgica llega a ser “lenguaje del cuerpo”. Esto pone de manifiesto toda una serie de hechos y cometidos que forman la “espiritualidad” del matrimonio, su “ethos”. En la vida diaria de los esposos estos hechos se convierten en obligaciones, y las obligaciones en hechos. Estos hechos –como también los compromisos– son de naturaleza espiritual, sin embargo se expresan al mismo tiempo con el “lenguaje del cuerpo”.
El autor de la Carta a los Efesios escribe a este propósito: “...los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo...” (Ef 5, 28) (=“como a sí mismos” Ef 5, 33), “y la mujer reverencie a su marido” (Ef 5, 33). Ambos, finalmente, estén “sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo” (Ef 5, 21).
El “lenguaje del cuerpo”, en cuanto ininterrumpida continuidad del lenguaje litúrgico se expresa no sólo como el atractivo y la complacencia recíproca del Cantar de los Cantares, sino también como una profunda experiencia del “sacrum” que parece estar inmerso en la misma masculinidad y feminidad mediante la dimensión del “mysterium”: “mysterium magnum” de la Carta a los Efesios, que ahonda sus raíces precisamente en el “principio”, es decir, en el misterio de la creación del hombre: varón y hembra a imagen de Dios, llamados ya “desde el principio”, a ser signo visible del amor creativo de Dios.
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4. De esta manera, pues, aquel “temor de Cristo” y “respeto” de los cuales habla el autor de la Carta a los Efesios, no es otra cosa que una forma espiritualmente madura de ese atractivo recíproco; es decir, del hombre por la feminidad y de la mujer por la masculinidad, atractivo que se manifiesta por primera vez en el Libro del Génesis (Gén 2, 23-25). Inmediatamente, el mismo atractivo parece deslizarse como largo torrente a través de los versículos del Cantar de los Cantares para encontrar, en circunstancias totalmente distintas, su expresión más concisa y concentrada en el Libro de Tobías.
La madurez espiritual de este atractivo no es otra cosa que el fructificar del don del temor, uno de los siete dones del Espíritu Santo, de los cuales nos ha hablado San Pablo en la primera Carta a los Tesalonicenses (1 Tes 4, 4-7).
Por otra parte, a la doctrina de San Pablo sobre la castidad como “vida según el Espíritu” (cfr. Rom 8, 5), nos permite (particularmente en base a la primera Carta a los Corintios, cap. 6) interpretar aquel “respeto” en un sentido carismático, o sea, como don del Espíritu Santo.
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5. La Carta a los Efesios, al exhortar a los esposos a fin de que estén sujetos los unos a los otros “en el temor de Cristo” (Ef 5, 21) y al inducirles, luego, al “respeto” en la relación conyugal parece poner de relieve, conforme a la tradición paulina, la castidad como virtud y como don.
De esta manera, a través de la virtud y más aún a través del don (“vida según el Espíritu”) madura espiritualmente el mutuo atractivo de la masculinidad y de la feminidad. Ambos, el hombre y la mujer, alejándose de la concupiscencia encuentran la justa dimensión de la libertad de la entrega, unida a la feminidad y masculinidad en el verdadero significado del cuerpo.
Así, el lenguaje litúrgico, o sea, el lenguaje del sacramento y del “mysterium”, se hacen en su vida y la convivencia “lenguaje del cuerpo” en toda su profundidad, sencillez y belleza hasta aquel momento desconocidas.
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6. Tal parece ser el significado integral del signo sacramental del matrimonio. En ese signo –mediante el “lenguaje del cuerpo”–, el hombre y la mujer salen al encuentro del gran “mysterium”, para transferir la luz de ese misterio –luz de verdad y de belleza, expresado en el lenguaje litúrgico– en “lenguaje del cuerpo”, es decir, lenguaje de la práctica del amor, de la fidelidad y de la honestidad conyugal, o sea, en el ethos que tiene su raíz en la “redención del cuerpo” (cfr. Rom 8, 23). En esta línea, la vida conyugal viene a ser, en algún sentido, liturgia.
[DP (1984), 218]
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1. Riportiamoci oggi al classico testo del capitolo V della Lettera agli Efesini, la quale rivela le sorgenti eterne dell’Alleanza nell’amore del Padre ed insieme la sua nuova e definitiva istituzione in Gesù Cristo.
Questo testo ci conduce ad una dimensione tale del “linguaggio del corpo” che potrebbe essere chiamata “mistica”. Parla infatti del matrimonio come di un “grande mistero”. “Questo mistero è grande” (1). E sebbene questo mistero si compia nell’unione sponsale di Cristo Redentore con la Chiesa e della Chiesa-Sposa con Cristo (“Lo dico in riferimento a Cristo e alla Chiesa” (2)), sebbene si effettui definitivamente nelle dimensioni escatologiche, tuttavia l’Autore della Lettera agli Efesini non esita ad estendere l’analogia dell’unione di Cristo con la Chiesa nell’amore sponsale, delineata in modo così “assoluto” ed “escatologico”, al segno sacramentale del patto sponsale dell’uomo e della donna, i quali sono “sottomessi gli uni agli altri nel timore di Cristo” (3). Non esita ad estendere quella mistica analogica al “linguaggio del corpo”, riletto nella verità dell’amore sponsale e dell’unione coniugale dei due.
1. Eph. 5, 32.
2. Ibid.
3. Ibid. 5, 21.
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2. Bisogna riconoscere la logica di questo stupendo testo, che libera radicalmente il nostro modo di pensare dagli elementi di manicheismo o da una considerazione non personalista del corpo e al tempo stesso avvicina il “linguaggio del corpo”, racchiuso nel segno sacramentale del matrimonio, alla dimensione della reale santità.
I sacramenti innestano la santità sul terreno dell’umanità dell’uomo: penetrano l’anima e il corpo, la femminilità e la mascolinità del soggetto personale, con la forza della santità. Tutto ciò viene espresso nella lingua della liturgia: vi si esprime e vi si attua.
La liturgia, la lingua liturgica, eleva il patto coniugale dell’uomo e della donna, basato sul “linguaggio del corpo” riletto nella verità, alle dimensioni del “mistero” e, nel medesimo tempo, consente che quel patto si realizzi nelle suddette dimensioni attraverso il “linguaggio del corpo”.
Di ciò parla appunto il segno del sacramento del matrimonio, il quale nella lingua liturgica esprime un evento interpersonale, carico di intenso contenuto personale, assegnato ai due “fino alla morte”. Il segno sacramentale significa non solo il “fieri”, il nascere del matrimonio, ma costruisce tutto il suo “esse”, la sua durata: l’uno e l’altro come realtà sacra e sacramentale, radicata nella dimensione dell’Alleanza e della Grazia, nella dimensione della Creazione e della Redenzione. In tal modo la lingua liturgica assegna ad entrambi, all’uomo e alla donna, l’amore, la fedeltà e l’onestà coniugale mediante il “linguaggio del corpo”. Assegna loro l’unità e l’indissolubilità del matrimonio nel “linguaggio del corpo”. Assegna loro come compito tutto il “sacrum” della persona e della comunione delle persone, e parimenti la loro femminilità e mascolinità proprio in questo linguaggio.
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3. In tale senso affermiamo, che la lingua liturgica diventa “linguaggio del corpo”. Ciò significa una serie di fatti e di compiti, che formano la “spiritualità” del matrimonio, il suo “ethos”. Nella vita quotidiana dei coniugi questi fatti diventano compiti, e i compiti, fatti. Questi fatti –come anche gli impegni– sono di natura spirituale, tuttavia si esprimono ad un tempo col “linguaggio del corpo”.
L’Autore della Lettera agli Efesini scrive in proposito: “...i mariti hanno il dovere di amare le mogli come il proprio corpo...” (4) (= “come se stesso” (5)), “e la donna sia rispettosa verso il marito” (6). Ambedue, del resto, siano “sottomessi gli uni agli altri nel timore di Cristo” (7).
Il “linguaggio del corpo”, quale ininterrotta continuità della lingua liturgica si esprime non soltanto come il fascino e il compiacimento reciproco del Cantico dei Cantici, ma anche come una profonda esperienza del “sacrum”, che sembra essere infuso nella stessa mascolinità e femminilità attraverso la dimensione del “mysterium”: “mysterium magnum” della Lettera agli Efesini, che affonda le radici appunto nel “principio” cioè nel mistero della creazione dell’uomo: maschio e femmina ad immagine di Dio, chiamati fin “dal principio” ad essere segno visibile dell’amore creativo di Dio.
4. Eph. 5, 28.
5. Ibid. 5, 33.
6. Ibid.
7. Eph. 5, 21.
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4. Così dunque quel “timore di Cristo” e “rispetto”, di cui parla l’Autore della Lettera agli Efesini, è nient’altro che una forma spiritualmente matura di quel fascino reciproco: vale a dire dell’uomo per la femminilità e della donna per la mascolinità, che si rivela per la prima volta nel Libro della Genesi (8). In seguito, lo stesso fascino sembra scorrere come un largo torrente attraverso i versetti del Cantico dei Cantici per trovare, in circostanze del tutto diverse, la sua concisa e concentrata espressione nel Libro di Tobia.
La maturità spirituale di questo fascino altro non è che il fruttificare del dono del timore, uno dei sette doni dello Spirito Santo, di cui ha parlato San Paolo nella prima Lettera ai Tessalonicesi (9).
D’altronde la dottrina di Paolo sulla castità, come “vita secondo lo Spirito” (10), ci consente (particolarmente in base alla prima Lettera ai Corinzi, cap. 6) di interpretare quel “rispetto” in senso carismatico, cioè quale dono dello Spirito Santo.
8. Gen. 2, 23-25.
9. 1 Thess. 4, 4-7.
10. Cfr. Rom. 8, 5.
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5. La Lettera agli Efesini, nell’esortare i coniugi, perchè siano sottomessi gli uni agli altri “nel timore di Cristo” (11) e nell’invogliarli, in seguito, al “rispetto” nel rapporto coniugale, sembra rilevare –conformemente alla tradizione paolina– la castità quale virtù e quale dono.
In tal modo, attraverso la virtù e ancor più attraverso il dono (“vita secondo lo Spirito”) matura spiritualmente il reciproco fascino della mascolinità e della femminilità. Entrambi, l’uomo e la donna, allontanandosi dalla concupiscenza, trovano la giusta dimensione della libertà del dono, unita alla femminilità e mascolinità nel vero significato sponsale del corpo.
Così la lingua liturgica, cioè la lingua del sacramento e del “mysterium”, diviene nella loro vita e convivenza “linguaggio del corpo” in tutta una profondità, semplicità e bellezza fino a quel momento sconosciute.
11. Eph. 5, 21.
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6. Tale sembra essere il significato integrale del segno sacramentale del matrimonio. In quel segno –attraverso il “linguaggio del corpo”– l’uomo e la donna vanno incontro al grande “mysterium”, per trasferire la luce di quel mistero –luce di verità e di bellezza, espresso nella lingua liturgica– in “linguaggio del corpo”, nel linguaggio cioè della prassi dell’amore, della fedeltà e dell’onestà coniugale, ossia nell’ethos radicato nella “redenzione del corpo” (12). Su questa via, la vita coniugale diviene in certo senso liturgia.
[Insegnamenti GP II, 7/2, 7-10]
12. Cfr. Rom. 8, 23.