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Magisterio sobre amor, matrimonio y familia <br /> <b>Warning</b>: Undefined variable $titulo in <b>/var/www/vhosts/enchiridionfamiliae.com/httpdocs/cabecera.php</b> on line <b>29</b><br />
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[0183] • CLEMENTE XIII, 1758-1769 • MATRIMONIOS MIXTOS

De la Carta Quantopere, al Cardenal de Rohan, Obispo de Estrasburgo (Francia), 16 noviembre 1763

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§ 1.–No ignoráis, ciertamente, cuánto desaprueba la Iglesia Católica los matrimonios contraídos entre católicos y herejes. La Iglesia tiene siempre como objeto de su ardiente solicitud la salvación eterna de sus hijos, y por eso les ha apartado siempre de contraer semejantes vínculos. Nos hemos enterado, sin embargo, de que en Alsacia se procede de manera que se dan por lícitos esos matrimonios y que se tienen como conformes a la Religión Católica, con tal de que se los permita con la sola condición de que los hijos que se tengan de esos matrimonios sean educados en la fe Apostólica Romana: por esta razón, dicen, no pasará mucho tiempo –de lo que nos alegraremos con el Señor– sin que este pueblo se haya convertido a la verdadera religión.

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§ 2.–Estamos convencidos de que semejantes uniones causarán grave daño en el seno de la Iglesia Católica. En efecto: si aquélla a quien está confiada la primera educación de los hijos, si la madre de familia es ajena a nuestra santa fe, ¿qué no habrá que temer sobre la formación religiosa de los hijos? Su instinto maternal hará de la salvación eterna de sus hijos el objeto de todas sus solicitudes; y no perderá ninguna ocasión de impregnarlos de la doctrina de su secta, que ella juzga ser la única verdadera. Y si ve que su esposo, en los días de vigilia, practica el ayuno, se abstiene de carne, o recibe el sacramento de la penitencia para purificar las manchas de su alma, o se acerca a la Sagrada Mesa de la Eucaristía, la esposa no dejará de aprovechar la ocasión (la cual se le presentará con mucha frecuencia) de burlarse de estas sagradas observancias, calificándolas de vanas prácticas. De ahí se seguirá necesariamente que, poco a poco, se irá insinuando en el alma de los hijos el desprecio hacia las cosas más sagradas. Y es dificilísimo extirpar luego esos principios en que se han ido imbuyendo sus almas, durante la edad más tierna.

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§ 3.–Si, por el contrario, la madre profesa la religión católica, y el padre –que pertenece a una secta herética– se burla, en presencia de sus hijos, de las palabras y hechos de su esposa, en lo tocante a la religión, ¿qué eco despertarán estas burlas en el alma, todavía tierna, de los hijos? El prestigio que sobre ellos ejerce la autoridad del padre, ¿no les inducirá a dudar de la religión que su madre profesa?

¿Qué ocurriría, además, el día en que se suscitase entre el marido y la mujer una verdadera discusión en materia de religión? El alma de los niños, conmovida alternamente por los argumentos con que se atacan entre sí sus padres, se extraviará. Y los hijos irán cayendo poco a poco en la indiferencia religiosa. No hay nada tan opuesto a la fe, no hay nada tan funesto como esta actitud, ya que arruina completamente toda fe religiosa, sea verdadera o falsa.

Está bien claro que la herejía luterana, por tales matrimonios, ve ante sí las más halagüeñas perspectivas de difusión. En efecto: las jóvenes esposas, imbuidas de herejía luterana, y a quienes se concede licencia –salvo en ciertos lugares– para constituir domicilio con sus esposos, cuando éstos profesan la religión católica: estas jóvenes esposas –digo– seguirán necesariamente a su marido a dondequiera que él se traslade. Además, la joven esposa recibirá en el hogar de su marido la visita de numerosos adeptos de su secta. No se podrá impedir tampoco la entrada de los ministros de esa misma secta, que vengan a saludar a la esposa. Y éstos se aprovecharán de su ministerio para confirmar a sus ovejas en el error, e indicarán a la madre los procedimientos destinados a destruir en el alma de sus hijos los gérmenes producidos por la doctrina verdadera, en el momento mismo en que éstos comiencen a desarrollarse.

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§ 4.–Habría sido vano el celo desplegado hasta ahora por los católicos para desarraigar, de las regiones dominadas por la herejía, los errores condenados por la Iglesia, si luego se pudiera profesar impunemente, en medio de los católicos, esa misma doctrina emponzoñada.

A esta consideración se añade otra más: si muere el cónyuge católico, dejando a los hijos en temprana edad, entonces el cónyuge herético tendrá plena libertad para contaminar sus almas con las doctrinas emponzoñadas de su secta.

Veis, pues, queridísimos hijos, lo que la religión católica puede prometerse de los hijos nacidos de tales uniones. Podemos preguntamos, además si no habrá que temer vivamente que tales matrimonios, en los que se ha de pretender la propagación de la fe católica, sirvan más bien para la sola herejía y para la extensión de sus estragos. Y lo que es peor todavía: ¿no nacerá de esos matrimonios mixtos una mayor indiferencia con respecto a toda religión; disposición que, la mayoría de las veces, prepara el camino a la impiedad?

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§ 5.–Es verdad que nos hemos detenido en este tema un poco extensa y prolijamente; ha sido con el fin de que, por ello, participes de la solicitud Nuestra, porque con dificultad sabemos poner fin a un escrito sobre materia tan grave e importante. Pensamos, en cambio, que a tu sabiduría y prudencia no han quedado oscuras las razones que acabamos de exponer; y por tanto no se van a permitir esta clase de matrimonios. Por ello, sumamente confiados en tu piedad y en el celo por la casa de Dios que inflama tu corazón, pedimos a tu solicitud –y te lo suplicamos en el nombre del Señor– que, en lo que esté de tu mano, consigas que no se celebre ningún matrimonio de este tipo en Alsacia; en esta provincia, en efecto, volvieron a tener vigencia las leyes de la Iglesia, gracias al edicto publicado –con tanta alabanza para él– el año 1683 por Luis XIV, de gloriosísima memoria. Y si con tus obras y palabras consigues que la fe de la Iglesia Católica salga incólume de tan grave peligro, no será ésta la última alabanza que recibas por lo que has hecho tan bien en pro de la Religión. Por lo demás a ti, amado hijo Nuestro, a quien singularmente amamos con especial predilección, impartimos de corazón la bendición Apostólica.

[EM, 31-36]