[0373] • PÍO XII, 1939-1958 • LA ORACIÓN, EL AMOR VERDADERO Y LA FELICIDAD DEL HOGAR
De la Alocución La settimana, a unos recién casados, 24 enero 1940
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[3.–] Las grandes lecciones de San Pablo, que conciernen especialmente al matrimonio, no pueden ser expuestas en un breve discurso. Nos limitaremos, por lo tanto, a algún punto referente a su conversión. [...]
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[4.–] I.–La primera enseñanza que podemos deducir de este milagro es que no se debe desesperar nunca de la conversión de un pecador, aunque se trate de un enemigo declarado de Dios y de la Iglesia. Tal había sido Saulo, como aparece por sus propios testimonios: “Primero fui blasfemo, y perseguidor, y opresor” (1). “Habéis oído decir cuál fue antes mi conducta...: cómo perseguí a la Iglesia de Dios y la devasté más allá de toda medida” (2). Pues de este hombre precisamente dirá Dios: “Es un instrumento elegido por Mí para llevar mi nombre a las gentes, y a los reyes, y a los hijos de Israel” (3).
1. I Tim. I, 13.
2. Gal. I, 13.
3. Act. IX, 15.
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[5.–] La oración por los pecadores ha continuado obrando siempre en la Iglesia sus benéficas maravillas. ¡Cuántas piadosas esposas y madres han experimentado sus efectos! ¡Cuántas mujeres cristianas han pedido a Dios por un marido acaso claramente hostil o, con más frecuencia, indiferente o despreocupado de las prácticas religiosas! ¡Cuántas madres, como Santa Mónica, han obtenido con sus lágrimas y con sus súplicas, el retorno a Dios de un Agustín! Pues ved cómo el Señor pide que se preparen los caminos a sus gracias de conversión.
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[6.–] II.–Pero la historia de Saulo perseguidor ofrece una segunda enseñanza útil a los esposos cristianos. ¿Por qué este joven de inteligencia viva, de juicio recto, de voluntad tenaz, de alma ardorosa, no fue uno de los primeros en seguir a Jesús? ¿Por qué fue al principio despiadado enemigo de lo que más tarde iba a amar, predicar y defender hasta la muerte? También en este punto nos responderá él mismo. Siendo fariseo, hijo de fariseo (1[4]), celador en extremo ferviente de sus tradiciones paternas (2[5]), vivió por ignorancia en la incredulidad (3[6]). El odio de Saulo era, pues, el fruto de la ignorancia y del error, y esta ignorancia y este error eran, a su vez, el fruto de una falsa educación. Él había recibido, primero de sus padres y luego de su maestro Gamaliel (1[7]), el espíritu rígidamente formalista y sectario que los fariseos de sienes amarillentas habían infiltrado, como un veneno desecante, en la ley divina y en las sublimes profecías del Antiguo Testamento. Así había heredado un odio preconcebido e implacable contra todo lo que parecía poder amenazar el armazón minuciosamente artificioso de sus sofismas.
1[4]. Act. XXIII, 6.
2[5]. Gal. I, 14.
3[6]. I Tim. I, 13.
1[7]. Act. XXII, 3.
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[7.–] Tales son los resultados de una educación viciada y aun simplemente defectuosa desde sus principios. Esposos cristianos, pensad a tiempo en vuestros deberes de educadores. Mirad en derredor de vosotros la multitud de niños que una deplorable negligencia expone a los peligros de las malas lecturas, de los espectáculos deshonestos, de las compañías malsanas o de aquéllos a quienes una ciega ternura educa en el amor desordenado de las comodidades o de la frivolidad, en la falta práctica, si no en el desprecio, de las grandes leyes morales: el deber de la oración, la necesidad del sacrificio y de la victoria sobre las pasiones, las obligaciones esenciales de la justicia y de la caridad hacia el prójimo.
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[8.–] III.–La tercera enseñanza que nos da San Pablo convertido, está contenida en estas palabras suyas: “Gratia eius in me vacua non fuit”2[8]: la gracia del Señor que hay en mí no ha sido infructuosa; he colaborado con la gracia divina.
2[8]. I Cor. XV, 10.
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[9.–] Al volverse a levantar de la caída prodigiosa recibida ante las puertas de Damasco, Pablo pudiera haber creído que este golpe fulminante bastaba para transformarlo definitivamente de perseguidor en Apóstol.
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[10.–] Pero no. La gracia de Dios exige, para obtener su efecto pleno, una libre y asidua colaboración de nuestra voluntad personal. Saulo, aunque plenamente convertido y llamado al apostolado, quedó tres días inmóvil en Damasco, en la oración y en el ayuno (1[9]). Y antes de volver a Jerusalén, pasó tres años, primero en el retiro de Arabia y luego en Damasco. Sólo entonces marchó a la ciudad santa pan ver a Pedro, y quedó con él quince días (2[10]). Ahora estaba dispuesto para la acción apostólica, es decir, para una labor que sería siempre una cooperación de su voluntad para la gracia. “Gratia Dei mecum”3[11].
1[9]. Act. IX, 9.
2[10]. Gal. I, 17-18.
3[11]. I Cor. XV, 10.
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[11.–] De la misma manera, tampoco vosotros debéis creer que para asegurar la perseverancia en vuestra educación, es decir, en los deberes del matrimonio, o para garantizar la felicidad de vuestro hogar doméstico, basta, como suele decirse, un “coup de foudre”, un fogonazo inicial. Hasta en el orden del sentimiento natural enseña la experiencia que una conformidad probada de creencias, de tradiciones y de aspiraciones vale más y es mejor que una emoción repentina del corazón y de los sentidos. Como los fuegos artificiales que encantan la vista en las noches de verano, el amor nacido de una explosión puede fácilmente extinguirse con ella, reducido bien pronto a vano y acre humo. Al contrario, el amor verdadero y durable, como el fuego del hogar doméstico, se sostiene sobre minuciosas atenciones y constante vigilancia, y se nutre no solamente con los gruesos leños que se consumen silenciosa y lentamente bajo la caliente ceniza, sino también con las ramitas menudas que centellean y crepitan alegremente con su chisporroteo.
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[12.–] ¿Cómo podría vivir y obrar en vosotros la gracia del sacramento del matrimonio, si no tuvierais mutuo y asiduo cuidado de alimentarla y cultivarla en vosotros mismos? ¿Qué serían vuestros días y qué resultarían vuestras noches, si los unos y las otras no estuvieran consagradas a Dios por la oración? ¿Por qué, con tanta frecuencia, tantas infidelidades entre los mismos esposos cristianos; por qué tantas desventuras, tantos naufragios en la fidelidad conyugal? ¿Por qué, después de la sinceridad de las promesas cambiadas ante el altar, tantos vínculos violentamente, dolorosamente rotos? Y si no se llega hasta eso, ¡cuántas parejas jóvenes que se habían jurado un cariño para toda la vida se ven pronto arrastradas por aquí y por allá, en sentidos diversos, por su egoísmo siempre renaciente, por la sensibilidad ofendida, por los celos y sospechas prematuras! ¡Cuántos esposos y esposas, jóvenes todavía y hace poco enloquecidos de alegría efímera, pero después precozmente desilusionados, a quienes, como a Pablo, “caen las escamas de los ojos”, las escamas de sus sueños quiméricos, viven oprimidos bajo el peso de cadenas atadas inconsideradamente y sin el socorro de la oración!
[FC, 52-56]
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[3.–] Le grandi lezioni di S. Paolo, concernenti specialmente il matrimonio, non possono essere esposte in un breve discorso. Ci limiteremo perciò a qualche punto tratto dalla conversione di lui. [...]
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[4.–] 1) Il primo insegnamento, che possiamo dedurre da questo prodigio, è che non si deve mai disperare della conversione di un peccatore, anche se si tratti di un nemico dichiarato di Dio e della Chiesa. Tale era stato Saulo, come apparisce dalle sue stesse testimonianze: “fui prima bestemmiatore e persecutore e oppressore” (I Tim I, 13). “Voi avete sentito dire quale fosse una volta la mia condotta...: come oltre misura io perseguitavo la Chiesa di Dio e la devastavo” (Gal I, 13). Eppure di quest’uomo lddio dopo dirá: “Egli è uno strumento da me eletto a portare il mio nome dinanzi alle genti e ai re e ai figlioli d’lsraele” (Act IX, 15).
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[5.–] La preghiera per i peccatori ha continuato sempre ad operare nella Chiesa le sue benefiche meraviglie. Quante pie spose e madri ne hanno provato gli effetti! Quante donne cristiane hanno richiamato a Dio un marito talvolta nettamente ostile, più spesso indifferente o noncurante delle pratiche religiose! Quante madri, come S. Monica, hanno ottenuto colle loro lagrime e colle loro suppliche il ritorno a Dio di un Agostino! Ecco come il Signore domanda che si preparino le vie alle sue grazie di conversione.
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[6.–] 2) Ma la storia di Saulo persecutore offre un secondo insegnamento utile agli sposi cristiani. Perchè questo giovane dall’intelligenza viva, dal giudizio retto, dalla volontà tenace, dall’anima ardente, non fu uno dei primi a seguire Gesù? Perchè fu in principio spietato nemico di ciò che egli doveva più tardi amare, predicare, difendere sino alla morte? Anche qui egli stesso ci risponderà. Essendo Fariseo, figlio di Farisei (Act XXIII, 6), oltremodo fervente zelatore delle sue paterne tradizioni (Gal I, 14), agì per ignoranza nella incredulità (I Tim I, I, 13). L’odio di Saulo era dunque il frutto della ignoranza e dell’errore, e questa ignoranza e questo errore erano alla loro volta il frutto di una falsa educazione. Egli aveva attinto prima dai suoi genitori, poi dal suo maestro Gamaliele (Act XXII, 3), lo spirito rigidamente formalista e settario, che i Farisei dalle tempia ingiallite avevano infiltrato, come un veleno disseccante, nella legge divina e nelle sublimi profezie dello Antico Testamento. Egli aveva così da essi creditato un odio preconcetto e implacabile contro tutto ciò che sembrava poter minacciare l’impalcatura minuziosamente artificiosa dei loro sofismi.
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[7.–] Tali sono i risultati di una educazione viziata o anche semplicemente difettosa dai suoi inizî. Sposi cristiani, pensate di buon’ora ai vostri doveri di educatori. Guardate intorno a voi le schiere di fanciulli che una deplorevole negligenza espone ai pericoli delle cattive letture, degli spettacoli disonesti, delle compagnie malsane, o di quelli che una tenerezza cieca alleva nell’amore smodato degli agi o delle frivolezze, nella dimenticanza pratica, se non nel disprezzo, delle grandi leggi morali: il dovere della preghiera, la necessità del sacrificio e della vittoria sulle passioni, gli obblighi essenziali della giustizia e della carità verso il prossimo.
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[8.–] 3) Il terzo insegnamento, che S. Paolo convertito vi impartisce, è contenuto in queste sue parole: “Gratia eius in me vacua non fuit” (I Cor XV, 10): la grazia del Signore, che è in me, non è stata infruttifera, io ho collaborato alla grazia divina.
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[9.–] Rialzandosi dopo l’urto prodigioso ricevuto davanti alla porta di Damasco, Paolo avrebbe potuto credere che questo colpo fulmineo bastasse per trasformarlo definitivamente da persecutore in apostolo.
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[10.–] Ma no. La grazia di Dio esige, per raggiungere il suo pieno effetto, una libera e assidua collaborazione della nostra volontà personale. Saulo, benchè pienamente convertito e chiamato all’apostolato, restó tre giorni immobile a Damasco nella preghiera e nel digiuno (Act IX, 9). E avanti di tornare a Gerusalemme, passò tre anni nel ritiro prima in Arabia e poi a Damasco. Allora soltanto andò nella città santa per vedere Pietro, e rimase quindici giorni con lui (Gal I, 17-18). Egli era ormai pronto per l’azione apostolica, vale a dire per un lavoro che sarebbe stato sempre una cooperazione della sua volontà alla grazia. Gratia Dei mecum (I Cor XV, 10).
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[11.–] Così anche voi non dovete credere che, per assicurare la perseveranza nella vostra vocazione, vale a dire nei doveri del matrimonio, o per garantire la felicità del vostro domestico focolare, basti, come suol dirsi, un “coup de foudre”, un colpo di folgore iniziale. Anche nell’ordine del sentimento naturale, l’esperienza insegna che una provata conformità di credenze, di tradizioni e di aspirazioni vale più e meglio di una subitanea emozione del cuore e dei sensi. Come i fuochi di artificio, che incantano la vista nelle notti di estate, l’amore nato da una esplosione può facilmente con essa estinguersi, ridotto ben presto in vano ed acre fumo. Invece, l’arnore vero e durevole, come il fuoco delle mura domestiche, si fonda su premurose attenzioni e sopra una costante vigilanza, e si mantiene non solo colle grosse legna che si consumano silenziose e lente sotto la cenere calda, ma anche coi minuti ramoscelli, che gli aportano lo sfavillio e il lieto crepitare delle loro scintille.
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[12.–] Come potrebbe la grazia del sacramento del matrimonio vivere e operare in voi, se non avrete mutua ed assidua cura di alimentarla e coltivarla in voi stessi? Che saranno le vostre giornate, che diverranno le vostre notti, se le une e le altre non saranno consacrate a Dio colla preghiera? Perchè, pur troppo, tante infedeltà tra sposi anche cristiani, perchè tante sventure, tanti naufragi nella fede coniugale? Perchè, dopo la sincerità delle promesse scambiate dinanzi all’altare, tanti vincoli violentemente, dolorosamente spezzati? E se anche non si giunge fin là, quante giovani coppie, che si erano giurate una tenerezza per la vita, si vedono ben presto tirate di qua e di là in sensi diversi, per il loro egoismo sempre rinascente, per le sensibilità offese, per le gelosie prematuramente sospettose! Quanti sposi e spose, giovani ancora e poco prima traboccanti di gioia effimera, ma poi precocemente disillusi a cui, come a Paolo, “cadono le scaglie dagli occhi”, le scaglie dei loro sogni chimerici, vivono oppressi sotto il peso di catene strette inconsideratamente e senza il soccorso della preghiera!
[DR 1, 495-499]