[0378] • PÍO XII, 1939-1958 • SAN JOSÉ, MODELO Y PATRONO DE LOS ESPOSOS Y PADRES CRISTIANOS
De la Alocución Accogliendovi intorno, a unos recién casados, 10 abril 1940
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[1.–] Al acogeros junto a Nos, queridos recién casados, ¿có mo podría nuestro pensamiento no dirigirse hacia San José, castísimo esposo de la Virgen María, patrono de la Iglesia universal, cuya solemnidad celebra hoy la sagrada liturgia? Si todos los cristianos tienen motivo para confiar en la protección de este glorioso patriarca, vosotros tenéis ciertamente un título especial para tal gracia.
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[2.–] Todos los cristianos son hijos de la Iglesia. Esta santa y dulcísima Madre, da a las almas, con el Bautismo, aquella misteriosa participación en la naturaleza divina, que se llama la gracia, y después de haberlos de este modo engendrado a la vida sobrenatural, no les abandona, sino que les procura, mediante los sacramentos, el alimento que mantendrá y desarrollará su vida. Así se le puede comparar con María, Nuestra Señora, de la cual tomó el Verbo la naturaleza humana, y que luego sostuvo y alimentó la vida de éste con sus cuidados maternos. Ahora bien, en cada uno de los hijos de la Iglesia debe estar formado Cristo (1), y todos deben tender a crecer “in virum perfectum, in mensuram aetatis plenitudinis Christi”(2), hasta ser hombres perfectos, a la medida de la edad plena de Cristo.
1. Gal. IV, 19.
2. Eph. IV, 13.
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[3.–] Mas ¿quién velará sobre esta Madre y sobre este Jesús? Ya lo habéis comprendido; aquél que hace veinte siglos fue llamado a ser el esposo de María, el padre legal de Jesús, el jefe de la Sagrada Familia. ¡Y qué solicitud puso en cumplir una misión tan sublime! Bien quisiéramos saber sus más menudas circunstancias; pero este predilecto de la confianza divina, que debía servir como de velo al doble misterio de la encarnación del Verbo y de la maternidad virginal de María, parece quedar en su vida terrena como envuelto en una sombra. Sin embargo, los raros y breves pasajes en los que el Evangelio habla de él bastan para mostrar qué cabeza de familia fue San José, qué modelo y qué patrón especial es, por lo tanto, para vosotros, jóvenes esposos.
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[4.–] Custodio fidelísimo del precioso depósito confiado a él por Dios, María y su Divino Hijo, él velaba, ante todo, sobre su vida material. Cuando, para obedecer al edicto de Augusto, partió para hacerse inscribir sobre el registro del censo en la ciudad de David llamada Belén, no quiso dejar sola en Nazaret a su esposa Virgen, a punto de ser madre de Dios. A falta de más particularidades en los textos evangélicos, las almas piadosas gustan de imaginarse más íntimamente los cuidados que entonces le prodigó a ella y después al Niño recién nacido. Le ven levantar la pesada puerta del albergue ya lleno, semejante al khan de los modernos villorrios orientales; dirigirse después en vano a parientes y amigos; y en fin, rechazado de todos, esforzarse por poner al menos un poco de orden y de limpieza en la cueva. Ya lo tenemos, sosteniendo entre sus manos viriles las manecitas, temblorosas de frío, del pequeño Jesús, para calentarlo. Un poco más tarde, habiendo oído del ángel que su tesoro estaba amenazado, “tomó de noche al Niño y a su Madre” (1[3]), y por arenosos caminos, apartando del sendero zarzas y peñascos, los condujo a Egipto. Allí trabajó duramente para alimentarlos. Siguiendo una nueva orden del cielo, probablemente dos años después, los volvió a conducir, a costa de las mismas fatigas, a Galilea, a la ciudad de Nazaret (2[4]). Aquí enseñaba a Jesús, divino aprendiz, el manejo de la sierra y el cepillo, salía al trabajo fuera del techo familiar y volvía a él por la tarde para ver de nuevo a los dos seres queridos que le esperaban en el umbral con una sonrisa, y con los cuales se sentaba en torno a la pequeña mesa para la frugal comida.
1[3]. Matth. II, 14.
2[4]. Matth. II, 22-23.
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[5.–] Asegurar a la esposa y a los hijos el pan cotidiano es el cuidado más urgente del padre de familia. ¡Oh, qué tristeza ver perecer a aquéllos a quienes se ama, porque no hay nada en la alacena, nada en el bolsillo!
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[6.–] Pero la providencia que condujo de la mano al antiguo José cuando, entregado y vendido por sus hermanos, fue primero esclavo para venir a ser luego el superintendente y señor de toda la tierra de Egipto (1[5]) y alimentador de su familia (2[6]); la providencia que guió al segundo José en aquel mismo país a donde llegó privado de todo, sin conocer ni los habitantes, ni las costumbres, ni la lengua, y de donde, no obstante todo esto, retornó sano y salvo con María, siempre activa, y Jesús que crecía en sabiduría, en edad y en gracia (3[7]); la providencia, ¿no tendrá hoy la misma compasiva bondad, el mismo ilimitado poder? Ah, tememos muchas veces que los hombres olviden las palabras de Nuestro Señor en el Evangelio: “buscad en primer lugar el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” (1[8]), dad a Dios animosa y lealmente lo que Él tiene derecho a esperar de vosotros: todo el esfuerzo personal posible, la obediencia que se le debe como a Señor supremo, la confianza hacia Él como hacia el mejor de los padres. Entonces podréis contar con lo que esperáis de Él, y que Él prometió cuando dijo: “mirad los pájaros del aire; mirad los lirios del campo; y no tengáis cuidado por el día de mañana” (2[9]).
1[5]. Gen. XLI, 43; XLV, 9.
2[6]. Ib. XLV, 18.
3[7]. Luc. II, 52.
1[8]. Matth. VI, 33.
2[9]. Matth. VI, 26-34.
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[7.–] Saber pedir a Dios lo que se necesita, es el secreto de la oración y de su poder, y es también una enseñanza que os da San José. El Evangelio, es verdad, no nos dice expresamente cuáles eran las plegarias que se hacían en la casa de Nazareth. Pero la fidelidad de la Sagrada Familia a la observancia de las prácticas religiosas nos ha sido explícitamente atestiguada, aunque no había ninguna necesidad de ello, cuando por ejemplo San Lucas nos cuenta (3[10]) que Jesús iba con María y José al templo de Jerusalén por la Pascua, según la costumbre de aquella fiesta. Es, pues, fácil y dulce representarnos esta Sagrada Familia en Nazaret, a la hora de la acostumbrada oración. En el alba dorada o el violáceo crepúsculo de Palestina, sobre la pequeña terraza de su casita blanca, vueltos hacia Jerusalén, Jesús, María y José, están de rodillas; José, como cabeza de familia, recita la oración; pero es Jesús quien la inspira, y María une su dulce voz a la grave del santo patriarca.
3[10]. II, 41 ss.
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[8.–] ¡Futuros cabezas de familia! meditad e imitad este ejemplo, que muchos hombres de hoy olvidan. En el recurso confiado a Dios encontraréis no solamente las bendiciones sobrenaturales, sino la mejor seguridad de aquel “pan cotidiano” tan ansiosamente, tan laboriosamente, y a veces tan vanamente buscado.
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[9.–] Como delegados y representantes del Padre que está en los Cielos y “de quien toda familia en el cielo y en la tierra toma nombre” (1[11]), pedidle que, como os ha dado algo de su ternura, os dé también algo de su poder, para llevar el grato, pero muchas veces grave peso de los cuidados familiares.
[FC, 68-71]
1[11]. Eph. III, 15.
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[1.–] Accogliendovi intorno a Noi, o diletti sposi novelli, come potrebbe il Nostro pensiero non rivolgersi verso San Giuseppe, castissimo Sposo di Maria Vergine, Patrono della Chiesa universale, di cui la sacra liturgia celebra oggi la solennità? Se tutti i cristiani hanno motivo di confidare nella protezione di questo glorioso Patriarca, voi avete certamente per tale grazia un titolo speciale.
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[2.–] Tutti i cristiani sono figli della Chiesa. Questa santa e dolcissima Madre dà alle anime col battesimo quella misteriosa partecipazione alla natura divina che si chiama la grazia, e dopo averle in tal guisa generate alla vita soprannaturale, non le abbandona, ma procura loro mediante i Sacramenti l’alimento che manterrà e svilupperà la loro vita. Così essa può paragonarsi a Maria, Nostra Signora, dalla quale il Verbo assunse la natura umana, e che poi ne sostenne e nutrì la vita colle sue cure materne. Ora in ciascuno dei figli della Chiesa deve essere formato Cristo (Gal IV, 19), ed ognuno deve tendere a crescere “in virum perfectum, in mensuram aetatis plenitudinis Christi” (Eph IV, 13), in uomo perfetto, alla misura della età piena di Cristo.
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[3.–] Ma chi veglirà su questa e su questo Gesù? Voi lo avete ben compreso: colui che, or sono quasi venti secoli, fu chiamato ad essere lo Sposo di Maria, il Padre putativo di Gesù, il capo della santa Famiglia. E quale sollecitudine egli mise nell’adempire una cosi sublime missione! Noi vorremmo ben saperne le più minute circostanze. Ma questo prediletto della fiducia divina, che doveva servire come di velo al duplice mistero della Incarnazione del Verbo e della Maternità verginale di Maria, sembra rimanere nella sua vita terrena quasi nascosto in un’ombra. Tuttavia i rari e brevi passi, in cui il Vangelo parla di lui, bastano a mostrare quale capo di famiglia fu S. Giuseppe, –quale modello e quale patrono speciale egli è quindi per voi, o giovani sposi.
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[4.–] Custode fedelissimo del prezioso deposito affidatogli da Dio: Maria e il Divino Figliuolo di lei, egli vegliava innanzi tutto sulla loro vita materiale. Quando, per obbedire all’editto di Augusto, partì per farsi iscrivere sul registro del censo nella città di David, chiamata Bethlehem, non volle lasciare sola a Nazareth la sua Vergine sposa, sul punto di divenir Madre di Dio. In mancanza di più particolareggiati testi evangelici, le anime pie amano di raffigurarsi più intimamente le cure che egli prodigó allora a lei e poi al neonato Bambino. Lo vendono sollevare la pesante porta dell’albergo già pieno, simile al khan dei moderni villaggi orientali; quindi rivolgersi invano a parenti ed amici; infine, da per tutto respinto, sforzarsi di mettere almeno un po’di ordine e di nettezza nella grotta. Eccolo che tiene tra le mani virili le manine tremanti di freddo del piccolo Gesù, per riscaldarle. Un poco più tardi, avendo appreso dall’angelo che il suo tesoro era minacciato, “prese di notte tempo il bambino e la madre” (Matth II, 14) e per piste sabbiose, rimovendo dal sentiero rovi e sassi, li condusse in Egitto. Colà duramente lavorò per nutrirli. In seguito a un nuovo ordine del cielo, probabilmente parecchi anni dopo, li ricondusse, a costo delle stesse fatiche, in Galilea nella città di Nazareth (Matth II, 22-23). Quivi insegnava a Gesù, divino apprendista, come maneggiare la sega e la pialla, e andava al lavoro anche fuori del tetto familiare, ove la sera tornava per rivedere i due esseri tanto amati, che lo attendevano sulla soglia con un sorriso e coi quali prendeva posto intorno alla piccola tavola per il pasto frugale.
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[5.–] Assicurare alla sposa e ai figliuoli il pane quotidiano è la più urgente cura del padre di famiglia Oh, la tristezza di veder deperire coloro che si amano, perchè non vi è più nulla nell’armadio, nulla nella borsa!
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[6.–] Ma la Provvidenza, che condusse per la mano l’antico Giuseppe, quando, tradito e venduto dai suoi fratelli, fu prima schiavo, per divenir poi il soprintendente e signore di tutta la terra d’Egitto (Gen XLI, 43; XLV, 9) e il nutritore della sua famiglia (ib., XLV, 18); la Provvidenza, che guidò il secondo Giuseppe in quello stesso Paese, ove giunse privo di tutto, senza conoscere nè gli abitanti, nè i costumi, nè la lingua, e donde, ciò nonostante, ritornò sano e salvo con Maria sempre attiva e Gesù che cresceva in sapienza, in età e in grazia (Luc II, 52); la Provvidenza non avrebbe più oggi la stessa bontà compassionevole, lo stesso illimitato potere? Ah, temiamo piuttosto che gli uomini dimentichino le parole di Nostro Signore nel Vangelo: “Cercate in primo luogo il regno di Dio e la sua giustizia, e tutto il resto vi sarà dato di soprappiù” (Matth VI, 33). Date a Dio coraggiosamente e lealmente ciò che Egli ha diritto di attendere da voi: tutto lo sforzo personale possibile, l’obbedienza dovutagli come a Signore supremo, la fiducia verso di Lui come il migliore dei padri. Allora voi potrete contare su ciò che attendete da Lui e che vi ha promesso quando disse: “Guardate gli uccelli dell’aria; guardate i gigli del campo; e non mettetevi inpena per il domani” (Matth VI, 26-34).
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[7.–] Saper domandare a Dio ciò di cui si ha bisogno, è il segreto della preghiera e della sua potenza, ed è ancora un insegnamento che vi dà San Giuseppe. Il Vangelo, è vero, non ci dice espressamente quali erano le preghiere che si facevano nella casa di Nazareth. Ma la fedeltà della santa Famiglia all’osservanza delle pratiche religiose ci è, se pur ve ne fosse bisogno, esplicitamente attestata, ad esempio quando S. Luca el narra (II, 41 sqq) che Gesù andava con Maria e Giuseppe al tempio di Gesuralemme per la Pasqua, secondo il costume di quella solennità. È facile dunque, è dolce di rappresentarci questa santa Famiglia in Nazareth all’ora della consueta preghiera. Nell’alba dorata o nel violaceo crepuscolo della Palestina, sulla piccola terrazza della loro bianca casetta, rivolti verso Gerusalemme, Gesù, Maria e Giuseppe sono in ginocchio; Giuseppe, come capo della famiglia, recita la preghiera ma è Gesù che la ispira, e Maria unisce la sua dolce voce a quella grave del santo Patriarca!
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[8.–] Futuri capi di famiglia! meditate e imitate questo esempio, che troppi uomini oggi dimenticano. Nel fiducioso ricorso a Dio, voi troverete non solamente le benedizioni soprannaturali, ma anche la migliore sicurezza di quel “pane quotidiano”, così ansiosamente, così laboriosamente, e talora invano cercato.
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[9.–] Quasi delegati e rappresentanti del Padre che è nei cieli e “da cui tutta la famiglia in cielo e in terra prende nome” (Eph III, 15), domandategli che, come vi ha dato qualche cosa della sua tenerezza, cosi vi dia pure alcunchè della sua potenza, per portare il caro, ma talvolta grave peso delle cure familiari.
[DR 2, 65-68]