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Magisterio sobre amor, matrimonio y familia <br /> <b>Warning</b>: Undefined variable $titulo in <b>/var/www/vhosts/enchiridionfamiliae.com/httpdocs/cabecera.php</b> on line <b>29</b><br />
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[0381] • PÍO XII, 1939-1958 • LA DEVOCIÓN AL CORAZÓN DE JESÚS EN EL HOGAR

De la Alocución Come potremmo, a unos recién casados, 5 junio 1940

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[1.–] ¿Cómo podríamos, queridos recién casados, dejar de hablaros del Sagrado Corazón de Jesús en este mes dedicado a Él, durante la octava de su fiesta? [...]

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[2.–] La paz, por lo menos la del alma, compatible con las agitaciones del mundo exterior, nos invita Jesucristo a buscarla en la devoción a su Corazón. “Aprended de Mí –dice Él–, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis reposo a vuestras almas” (1). [...]

1. Matth. XI, 29.

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[3.–] En las revelaciones llenas de amor que han dado en los tiempos modernos tanto impulso a la gran devoción hacia el Sagrado Corazón de Jesús, nuestro Señor prometió entre otras cosas que “dondequiera que la imagen de este Corazón sea expuesta para ser singularmente honrada, atraerá toda suerte de bendiciones”. Confiados en la palabra divina, podréis, pues, y querréis ciertamente aseguraros los beneficios de tal promesa, conservando en vuestra casa la imagen del Sagrado Corazón con los honores que le son debidos. [...]

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[4.–] Queridos recién casados, hermanos de Jesús: que la imagen de su Corazón “que tanto ha amado a los hombres”, sea expuesta y honrada en vuestra casa, como la del pariente más cercano y más amado, y que derrame los tesoros de sus bendiciones sobre vuestras personas, sobre vuestros hijos, sobre vuestras empresas. “Expuesta y honrada”: esto quiere decir que esta imagen no debe solamente velar sobre vuestro reposo en una habitación privada, sino ser lealmente expuesta con honor: sobre la puerta de entrada o en el comedor, o en la sala de recibir, o en otro lugar de paso frecuente. Porque Jesús dice en el santo Evangelio: “A aquél que me confesare públicamente delante de los hombres, también Yo le confesaré ante mi Padre que está en los cielos” (1[2]).

1[2]. Matth. X, 32.

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[5.–] “Honrada”: Quiere decir que, ante la preciosa estatua o la modesta imagen del Sagrado Corazón, una mano delicada pondrá, por lo menos de cuando en cuando, algunas flores, encenderá una vela o mantendrá también, como signo constante de fe y de amor, la llama de una lámpara, y que en torno a ella se reunirá cada noche la familia, para un acto colectivo de homenaje, una humilde expresión de arrepentimiento, una petición de nuevas bendiciones.

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[6.–] En una palabra, el Sagrado Corazón es debidamente honrado en una casa, cuando allí es reconocido, por todos y por cada uno, como Rey de amor; lo que se expresa diciendo que la familia le ha sido consagrada. Porque el don total de sí hecho a una causa o a una persona santa, se llama consagración. Ahora bien, el Corazón de Jesús se ha comprometido a colmar de gracias especiales a aquéllos que de ese modo se entreguen a Él. “Nuestro Señor me ha prometido –escribía Santa Margarita de Alacoque– que ninguno de cuantos se hayan consagrado a este corazón divino, perecerá jamás”.

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[7.–] Pero quien se consagra debe cumplir las obligaciones que se derivan de un acto semejante. Cuando el Sagrado Corazón reina verdaderamente en una familia –y verdaderamente tiene derecho a reinar siempre– una atmósfera de fe y de piedad suele envolver en aquella casa bendita a personas y a cosas. ¡Lejos, pues, de ella todo lo que entristecería al Sagrado Corazón: placeres peligrosos, infidelidades, intemperancias, libros, revistas, figuras hostiles a la religión y a sus enseñanzas! ¡Lejos, en las relaciones sociales, aquellas condescendencias hoy demasiado comunes, que querrían conciliar la verdad con el error, la licencia con la moral, la injusticia egoísta y avara con la obligación de la caridad cristiana! ¡Lejos ciertas maneras de caminar por un camino medio entre la virtud y el vicio, entre el cielo y el infierno! En la familia consagrada, padres e hijos se sienten bajo la mirada y en la familiaridad de Dios mismo; son por lo tanto dóciles a sus mandamientos y a los preceptos de su Iglesia. Ante la imagen del Rey celestial que ha venido a ser su amigo terrestre y su huésped perenne, ellos afrontan sin temor, pero no sin mérito, todas las fatigas que exigen sus deberes cotidianos, todos los sacrificios que imponen las dificultades extraordinarias, todas las pruebas que aportan las disposiciones de la providencia, todos los lutos y todas las tristezas que no sólo la muerte, sino la vida misma, siembra inevitablemente como dolorosas espinas sobre los senderos de aquí abajo.

[FC, 81-84]