[0395] • PÍO XII, 1939-1958 • SACERDOCIO Y MATRIMONIO
De la Alocución Fra le innumerevoli, a unos recién casados, 15 enero 1941
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[3.–] ¿No habéis considerado nunca, queridos esposos, cómo entre los diversos estados, entre las diversas formas de la vida de los cristianos, sólo hay dos para las que haya instituido Nuestro Señor un sacramento? Son el sacerdocio y el matrimonio. Vosotros admiráis sin duda las grandes cohortes de las órdenes y de las congregaciones religiosas de hombres y mujeres, que refulgen con tanto bien y con tanta gloria en la Iglesia; pero la profesión religiosa –ceremonia tan conmovedora y rica de profundos simbolismos, también sublimemente nupcial, aunque goza de todas las amplísimas alabanzas con que nuestro Señor y la Iglesia han exaltado la virginidad y la castidad perfecta; y por muy eminente que sea el puesto ocupado por los religiosos y las religiosas que se consagran a Dios en la vida y en el apostolado católico–, la misma profesión religiosa, decimos, no es un sacramento.
1941 01 15 0005
[5.–] Pero ¿por qué ha dado Dios en su Iglesia un puesto tan especial al sacerdocio y al matrimonio? Sería en realidad temeridad por parte nuestra pedir al Creador las razones de su obra y de sus preferencias, y decirle: “Quare hoc fecisti?”. Sin embargo, siguiendo las huellas de los grandes Doctores, y en particular de Santo Tomás, nos es permitido buscar y gustar las congruencias y las armonías recónditas en el pensamiento y en las decisiones divinas, para cobrar una confianza más amorosa y elevarnos a una idea más alta de la gracia recibida.
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[6.–] Cuando el Hijo de Dios se dignó hacerse hombre, la palabra del Salvador del género humano volvió al primer esplendor el vínculo conyugal del hombre y de la mujer, que las pasiones humanas habían hecho degenerar de su noble institución, y lo elevó a sacramento: grande como símbolo de la unión de sí mismo con su esposa la Iglesia, madre nuestra, fecunda por su sangre divina, que nos regenera con la palabra de la fe y con el agua de la salud, y da poder para llegar a ser hijos de Dios a los que creen en su nombre; “porque no por el camino de la sangre ni por voluntad de la carne, ni por voluntad del hombre, sino de Dios es de donde han nacido” (1).
1. Io. I, 12-13.
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[7.–] En estas solemnes palabras del evangelio de San Juan reconocemos una doble paternidad: la paternidad de la carne, por voluntad del hombre, y la paternidad de Dios, por el poder del espíritu y de la gracia divina; dos paternidades que entre el pueblo cristiano crean y sellan con el sacerdocio y con el matrimonio los padres del espíritu y de la vida sobrenatural, y los padres de la carne y de la vida natural, con dos sacramentos instituidos por Cristo para su Iglesia, con el fin de asegurar y perpetuar en los siglos la generación y la regeneración de los hijos de Dios.
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[8.–] Dos sacramentos, dos paternidades, dos padres que se hermanan y se completan mutuamente en la educación de la prole, hija de Dios, esperanza de la familia y de la Iglesia, de la tierra y del Cielo. He aquí la altísima idea que del sacerdocio y del matrimonio nos inspira la Iglesia, la Iglesia vista por San Juan como la Ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del Cielo, adornada como una esposa ataviada por su esposo (1[2]). Álzase ésta construida a lo largo de los siglos con piedras vivas que son las almas bautizadas y santificadas, como canta la sagrada liturgia, hasta el día en que al cerrarse de los tiempos subirá a unirse a Cristo en el gozo de las bodas eternas del Cielo.
1[2]. Apoc. XXI, 2.
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[9.–] ¿Y cuáles son los obreros que concurren a su lenta construcción? Ante todo, los sucesores de los Apóstoles, el Papa y los Obispos con sus sacerdotes, que disponen, pulen y ensamblan las piedras según el diseño del arquitecto, puestos como están por el Espíritu Santo para regir la Iglesia de Dios (2[3]). Pero ¿qué podrían ellos hacer si no tuviesen a su lado a otros obreros que trajesen las piedras, las tallasen y esculpiesen como requiere el edificio? ¿Y quiénes son estos obreros? Son los esposos, que dan a la Iglesia sus piedras vivas y las modelan con arte: sois vosotros, queridos hijos e hijas. Por eso, notad bien que en la paternidad y maternidad que os llega no debéis contentaros con extraer y unir con vuestras fatigas los bloques de piedra bruta; debéis también desbastarlos, prepararlos, darles la forma que mejor permita hacerlos entrar en la construcción: para tan noble oficio ha sido instituido por Dios el grande sacramento del matrimonio.
2[3]. Act. XX, 28.
1941 01 15 0010
[10.–] Es doctrina clara del angélico Doctor Santo Tomás que este sacramento que ha consagrado vuestra unión hace de vosotros “los propagadores y los conservadores de la vida espiritual, según un ministerio a la vez corporal y espiritual”, que consiste en “engendrar la prole y educarla para el culto divino” (1[4]). Vosotros sois así, siempre bajo la guía del sacerdote, los primeros y más próximos educadores y maestros. En la edificación del Templo de la Iglesia, hecho no de piedras muertas, sino de almas que viven vida nueva y celestial, vosotros sois como los precursores espirituales, sacerdotes vosotros mismos de la cuna, de la infancia y de la adolescencia, a quienes debéis dirigir al Cielo.
1[4]. Contra Gent., IV, 58.
1941 01 15 0011
[11.–] Vuestro puesto en la Iglesia como esposos cristianos no es, pues, simplemente engendrar los hijos y ofrecer las piedras vivas para la obra de los sacerdotes, más altos ministros de Dios. Las gracias tan abundantes que se os han concedido en el sacramento del matrimonio no se os han dado únicamente para permanecer plena y constantemente fieles a la ley de Dios en el momento augusto de llamar a vuestros hijos a la vida, y para afrontar y soportar con ánimo cristiano las penas, los sufrimientos, las preocupaciones que no rara vez lo acompañan y lo siguen. Tales gracias os han sido dadas además como santificación, luz y ayuda en vuestro ministerio corporal y espiritual; porque, con la vida natural, es deber vuestro, como instrumentos de Dios, propagar también, conservar y contribuir a hacer crecer en los hijos, regalo suyo, la vida espiritual infundida en ellos con el agua del santo Bautismo.
1941 01 15 0012
[12.–] Alimentad a los niños recién nacidos a la vida corporal, también con la leche espiritual sincera (1[5]); haced de ellos piedras vivas del Templo de Dios, vosotros que con la gracia del matrimonio habéis sido edificados como casa espiritual, sacerdocio santo, según la palabra de San Pedro (1[6]) por aquella participación sacerdotal a que el anillo nupcial os ha elevado ante el altar. En la formación cristiana de las almas pequeñas, que Nuestro Señor os confiará, al crearlas para vivificar los cuerpos plasmados por vosotros, os es reservada una parte, un magisterio, del cual no os es lícito desinteresaros, en el cual nadie podrá plenamente sustituiros.
1[5]. I Petr. II, 2.
1[6]. I Petr. II, 5.
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[13.–] En esa formación santa, vosotros buscaréis sin duda ayuda en celosos sacerdotes y catequistas, en esos óptimos educadores que son los religiosos y las religiosas; pero por muy grandes, preciosos y amplios que puedan ser estos auxilios, no os dispensan de vuestros deberes y de vuestras responsabilidades. ¡Cuántas veces los maestros cristianos se duelen y lamentan de la dificultad, a veces hasta de la imposibilidad, que encuentran para remediar y suplir con sus cuidados en la educación de los niños confiados a ellos, lo que era en realidad un deber que hiciese la familia, y que ésta no hizo, o hizo mal!
1941 01 15 0014
[14.–] Guardad para el Señor, para su celestial Jerusalén y para la Madre Iglesia, los angelitos que el cielo os concederá; y no olvidéis jamás que al lado de una cuna tienen que estar dos padres y maestros, el uno natural y el otro espiritual; y que así como las almas no pueden, según la ordinaria providencia de Dios, vivir cristianamente y salvarse fuera de la Iglesia y sin el ministerio de los sacerdotes destinados para eso por el sacramento del orden, así tampoco pueden, de ordinario, crecer cristianamente fuera de un hogar doméstico y sin el ministerio de los padres bendecidos y unidos con el sacramento del matrimonio.
[FC, 145-149]
1941 01 15 0003
[3.–] Non avete, infatti, diletti sposi, mai considerato come fra i diversi stati, fra le diverse forme di vita dei cristiani, ve ne sono solamente due, per le quali Nostro Signore ha istituito un Sacramento? Il Sacerdozio e il Matrimonio. Voi ammirate, senza dubbio, le grandi coorti degli Ordini e delle Congregazioni religiose, maschili e femminili, che rifulgono di tanto bene e di tanta gloria nella Chiesa; eppure la professione religiosa –cerimonia così commovente e ricca di profondo simbolismo, anche sublimemente nuziale, pur con tutte le amplissime lodi, onde Nostro Signore e la Chiesa hanno esaltato la verginità e la castità perfetta, e per quanto eminente sia il posto occupato dai religiosi e dalle religiose che si consacrano a Dio nella vita e nell’Apostolato cattolico–, la stessa professione religiosa, diciamo, non è un Sacramento.
1941 01 15 0005
[5.–] Ma perchè Iddio ha dato nella sua Chiesa un posto così speciale al Sacerdozio e al Matrimonio? Sarebbe certo temerità da parte nostra il domandare al Creatore le ragioni dell’opera sua e delle sue preferenze, e dirgli: “Quare hoc fecisti?”. Tuttavia, sulle orme dei grandi Dottori, e in particolare di San Tomaso, ci è consentito di ricercare e gustare le convenienze e le armonie recondite in seno al pensiero e alle elezioni divine, per attingervi una più amorosa fiducia ed elevarci a una idea più alta della grazia ricevuta.
1941 01 15 0006
[6.–] Quando il Figlio di Dio si degnò di farsi uomo, la parola del Salvatore del genere umano ricondusse al primo splendore il vincolo coniugale dell’uomo e della donna, che le passioni umane avevano fatto degenerare dalla sua nobile istituzione, e lo elevò a Sacramento: grande nell’unione di se stesso colla sua Sposa la Chiesa, Madre nostra, feconda del suo sangue divino, la quale ci rigenera col verbo della Fede e col lavacro di salute, e dà potere di diventare figliuoli di Dio a quelli che credono nel suo nome; “perchè non per via di sangue nè per volontà della carne, nè per volontà di uomo, ma da Dio sono nati” (Io I, 12-13).
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[7.–] In queste solenni parole del Vangelo di San Giovanni noi riconosciamo una duplice paternità: la paternità della carne per volontà dell’uomo e la paternità di Dio per il potere dello spirito e della grazia divina; due paternità che tra il popolo cristiano creano e sigillano col sacerdozio e col matrimonio i padri dello spirito e della vita soprannaturale e i padri della carne e della vita naturale, con due Sacramenti istituiti da Cristo per la sua Chiesa ad assicurare e perpetuare nei secoli la generazione e la rigenerazione dei figli di Dio.
1941 01 15 0008
[8.–] Due sacramenti, due paternità, due padri che si affratellano e si completano a vicenda nell’educazione della prole, figlia di Dio, speranza della famiglia e della Chiesa della Terra e del Cielo. Ecco l’altissima idea, che del Sacerdozio e del Matrimonio ci ispira la Chiesa, la Chiesa veduta da San Giovanni come la città santa, la nuova Gerusalemme che scendeva dal cielo, omata al pari di una sposa abbigliata per il suo sposo (Apoc XXI, 2). Essa si innalza, costruita lungo i secoli con pietre viventi, le anime battezzate e santificate, come canta la sacra liturgia, fino al giorno in cui nel chiudersi dei tempi salirà a unirsi a Cristo nelle gioie delle nozze eterne del Cielo.
1941 01 15 0009
[9.–] Quali mai sonno gli operai che concorrono alla sua lenta costruzione? Innanzitutto i successori degli Apostoli, il Papa e i Vescovi coi loro sacerdoti, che dispongono, ripuliscono e cementano le pietre secondo il disegno dell’architetto, posti, come sono, dallo Spirito Santo a reggere la Chiesa di Dio (Act XX, 28). Ma che potrebbero essi fare, se non avessero al loro fianco altri operai che estraessero le pietre, le tagliassero e levigassero come richiede l’edificio? E chi sono questi operai? Sono gli sposi, che danno alla Chiesa le sue pietre vive e le curano con arte, siete voi, diletti figli e figlie. Perciò notate bene che, colla paternità e maternità che incontrate, non dovete contentarvi di estrarre e adunare con le vostre fatiche i blocchi di pietra greggia; voi dovete altresì digrossarle, prepararle, dar loro la forma che meglio permetterà di farle entrare nella fabbrica: per tale duplice officio è stato da Dio istituito il grande sacramento del matrimonio.
1941 01 15 0010
[10.–] È dottrina aperta dell’angelico Dottore San Tomaso: questo sacramento, che ha consacrato la vostra unione, fa di voi “i propagatori e i conservatori della vita spirituale secondo un ministero a un tempo corporale e spirituale”, che consiste nel “generare la prole e educarla al culto divino” (Contra Gent., IV, 58). Voi siete anzi, sempre sotto la guida del sacerdote, i primi e più vicini educatori e maestri dei figli di Dio affidati e donati a voi. Nella edificazione del Tempio della Chiesa, composta non di pietre morte, ma di anime viventi vita nuova e celeste, voi siete quasi i precursori spirituali, sacerdoti voi stessi della culla, dell’infanzia e della puerizia, a cui dovete additare il Cielo.
1941 01 15 0011
[11.–] Il vostro posto nella Chiesa come sposi cristiani non è dunque semplicemente di generare i figli e offrire le pietre vive per l’opera dei sacerdoti, più alti ministri di Dio. Le grazie così abbondanti, a voi largite dal Sacramento del matrimonio, non vi sono state concesse soltanto per rimanere pienamente e costantemente fedeli alla legge di Dio nel momento augusto di chiamare i vostri figli alla vita, e per affrontare e sopportare con coraggio cristianno le pene, le sofferenze, le preoccupazioni che non di rado lo accompagnano e lo seguono. Tali grazie vi sono state date altresì come santificazione, lume e aiuto nel vostro ministero corporale e spirituale; perchè colla vita naturale è vostro sacro dovere, quali strumenti di Dio, anche di propagare, conservare e contribuire a far crescere nei figli, donativi da Lui, la vita spirituale in essi infusa col lavacro del Santo Battesimo.
1941 01 15 0012
[12.–] Crescete i bambini di fresco nati a salute anche col latte spirituale sincero (I Petr II, 2); fatene pietre vive del Tempio di Dio, voi che colla grazia del matrimonio siete edificati come casa spirituale, sacerdozio santo, secondo la parola di San Pietro (I Petr II, 5), per quella partecipazione sacerdotale a cui l’anello nuziale vi ha elevati innanzi all’altare. Nella formazione cristiana delle piccole anime, che Nostro Signore vi affiderá nel creare per vivificare i corpi da voi plasmati, vi è riservata una parte, un magistero, di cui non vi è lecito disinteressarvi, nel quale nessuno potrà pienamente sostituirvi.
1941 01 15 0013
[13.–] In questa formazione santa voi, senza dubbío, cercherete aiuto in zelanti sacerdoti e catechisti, in quegli ottimi educatori che sono i religiosi e le religiose; ma, per quanto grandi, preziosi e larghi possano essere questi ausilii, non vi sciolgono dai vostri doveri e dalle vostre responsabilità. Quante volte i maestri cristiani si dolgono e lamentano della difficoltà, talora anzi dell’impossibilità che incontrano, per rimediare e supplire colle loro cure, nell’educazione dei fanciulli loro affidati, a ciò che era pure dovere che facesse la famiglia, e o non fece o fece male!
1941 01 15 0014
[14.–] Custodite per il Signore, per la sua celeste Gerusalemme e per la Madre Chiesa gli angioletti che il Cielo vi concederà; e non dimenticate mai che al fianco di una culla hanno da stare due padri e maestri, l’uno naturale, e l’altro spirituale; e che, come le anime non possono, secondo l’ordinaria provvidenza di Dio, vivere cristianamente e salvarsi fuori della Chiesa e senza il ministero dei sacerdoti a ciò destinati col Sacramento dell’Ordine, cosi non possono di ordinario cristianamente crescere fuori di un focolare domestico e senza il ministero dei genitori benedetti e uniti col Sacramento del Matrimonio.
[DR 2, 375-379]