[0399] • PÍO XII, 1939-1958 • LA PATERNIDAD HUMANA, REFLEJO E IMAGEN DE LA PATERNIDAD DE DIOS
De la Alocución La fede, a unos recién casados, 19 marzo 1941
1941 03 19 0002
[2.–] [...] Es el sublime misterio de la paternidad que del cielo, desde el fondo de la eternidad, brilla en la inaccesible luz divina, donde, en el secreto impenetrable e incomprensible de la Trinidad feliz, eternamente, todo el ser, toda la vida, todas las infinitas perfecciones del Padre se comunican al Hijo para volverse a su común infinito Amor que es el Espíritu Santo. Paternidad eterna que engendra la eterna Sabiduría y, con ella, se derrama en el eterno Amor. Paternidad perfecta, infinita, inefable, cuyo término, el Hijo, es no sólo semejante, sino igual al Padre y uno con Él en la identidad de la naturaleza indivisa, no distinguiéndose sino como persona que le conoce y ama infinitamente.
1941 03 19 0004
[4.–] ¿Qué es la paternidad, sino comunicar el ser; todavía más, poner en este ser el misterioso rayo de la vida? Dios es Padre del universo: “Nobis unus est Deus, Pater, ex quo omnia”3[1]. Dios es el Padre que crea el cielo, el sol, las estrellas que brillan a su mirada y narran su gloria; Dios es el Padre que ha construido y modelado este mundo donde sembró flores y selvas, fecundó y multiplicó los nidos colgantes de los pajarillos [...]; toda esta varia e inmensa vida es hija del amor de, Dios, dirigida, sostenida, desenvuelta en su crecimiento y desarrollo por la paterna Providencia.
3[1]. I Cor. 8, 6.
1941 03 19 0005
[5.–] Pero la paternidad se eleva mucho más: es comunicar juntamente con el ser, con la vida vegetal o animal, la vida superior de la inteligencia y del amor. También los ángeles son hijos de Dios. Espíritus puros, libres del peso de la carne, sublimes imágenes de la Trinidad, a la que contemplan y aman, participan de un modo que les es propio en la paternidad divina, puesto que, como enseña Santo Tomás (1[2]), el uno, iluminando y perfeccionando al otro con la luz del entendimiento, se hace padre suyo, a semejanza del maestro que es padre del discípulo y le comunica cada vez nuevos impulsos para la vida de la mente.
1[2]. Cfr. Exposit. super Epist. ad Ephes., c. 3, lect. 4.
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[6.–] Hijo de Dios es también el hombre, imagen que conoce y ama a la Trinidad. Espíritu unido a la materia, si bien es verdad que ha sido hecho un poco menor que los ángeles, es como padre, en cierto sentido, más que el ángel, el cual no comunica sino la luminosa actividad de la propia inteligencia, mientras el hombre consigue de Dios su concurso en la creación e infusión misma de esta inteligencia en sus hijos, engendrando el cuerpo que la recibirá.
1941 03 19 0007
[7.–] Recordad, queridos esposos, el gran día de la creación del hombre y de su compañera. Ante la grandiosa obra de unir el espíritu con la materia, la Trinidad divina parece recogerse en sí misma, y dice: “Hagamos el hombre a nuestra imagen y semejanza”. Pero si Dios tomó un poco de barro para plasmar el primer hombre, la primera vida humana, veis en cambio que, cuando quiso e intentó que aquella primera vida se propagara y multiplicara, sacó la segunda vida no del fango inerte, sino del costado vivo del hombre, y así será la mujer su compañera, nuevo rayo de inteligencia y de amor, cooperadora de Adán en la transmisión de la vida, formada de él y semejante a él en toda su descendencia y posteridad. Y cuando, al conducir y entregar Eva a Adán, Dios pronuncia el altísimo mandamiento, fuente de vida: “Creced y multiplicaos”, ¿no os parece que el Creador transfiere al hombre su mismo augusto privilegio de la paternidad, remitiéndose en adelante a él y a su compañera para hacer correr a caudal pleno en el género humano el río de vida que mana de su propio amor?
1941 03 19 0008
[8.–] Pero el infinito amor de un Dios que es caridad, tiene más altos y altísimos caminos para infundir su luz y sus llamas al comunicar, como padre, una vida semejante a la propia. El ángel y el hombre son hijos de Dios y lo manifiestan en la imagen y semejanza que en el orden natural de simples criaturas han recibido de Él; pero Dios posee una paternidad más sublime, engendra hijos de adopción y de gracia en un orden que supera a la naturaleza humana y angélica, y les hace partícipes y consortes de la misma naturaleza divina, llamándoles a repartir su propia felicidad en la visión de su Esencia, en aquella luz inaccesible con la que se revela a sí mismo a los hijos de la gracia y les revela el íntimo secreto de su incomparable paternidad juntamente con el Hijo y con el Espíritu Santo. En esta alta luz impera Dios, Creador, Santificador y Glorificador, que en la predilección por la última de sus criaturas inteligentes, el hombre (aquí abajo hijo de ira (1[3]) por nacer del progenitor culpable Adán) le regenera y hace renacer con el agua y con el Espíritu Santo en hijo de gracia, hermano de Cristo, nuevo Adán sin mancha, y le hace coheredero de su gloria en el Cielo; de modo que quiso que, para una tal gloria y vida sobrenatural, como para la vida natural, el hombre mismo, cooperando con Dios, fuese padre de su transmisión y de su conservación y perfección.
1[3]. Cfr. Ephes. 2, 3.
1941 03 19 0009
[9.–] Tal es, queridos hijos e hijas, el incomparable misterio en cuyo seno os introduce vuestro matrimonio. Entrad como en un santuario de la Santísima Trinidad, penetrados de respeto, de temor filial y de confiado amor, del sentimiento de vuestras responsabilidades y de la grandeza del oficio que habéis de cumplir. También vosotros tendréis que pronunciar las palabras: “Hagamos el hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza”. Palabras divinas y palabras humanas que se confunden en vuestro labio y en vuestro pecho. Pesad estas palabras de paternidad, por parte de Dios y por vuestra parte: vuestros hijos a vuestra imagen y a vuestra semejanza. Sí; vuestros hijos serán semejantes a vosotros, tales cuales vosotros sois, por la naturaleza humana que al engendrarlos les comunicaréis; pero en la vida sobrenatural, ¿serán también semejantes a vosotros? No dudamos de que les procuraréis solícitamente aquel Bautismo que también a vosotros os regeneró ante Dios, haciéndoos hijos de gracia y herederos del Cielo, aun en el caso de que, al abrirle las puertas del paraíso, un angelito vuestro exigiera a vuestra fe y a vuestro amor un dolor o un sacrificio. Hacedlos crecer en la fe, en el temor y en el amor de Dios; transfundid en ellos aquella sabiduría del vivir que hace al cristiano, y lo encamina y guía por el sendero de la virtud entre los peligros de tantos enemigos que ponen asechanzas a la juventud. Sed sus modelos en el camino del bien; y permaneced siempre tales que vuestros hijos no tengan que hacer sino asemejarse a vosotros y merecer alabanzas por ser imágenes vuestras, de modo que respondan plenamente a los designios que tuvo Dios al concederles por vuestro medio una vida semejante a la vuestra. Sea luz de su camino el miraros e imitaros, el recordar, cuando algún día ya no estéis a su lado, vuestras advertencias reforzadas y confirmadas por un cumplimiento íntegro de todas las obligaciones de la vida cristiana, por un delicado e íntimo sentimiento del deber sin claudicaciones, por una fe y confianza en Dios indestructibles, aun en las pruebas más duras, por un afecto mutuo que ha ido creciendo cada vez más con los años, por una bondad caritativa y benéfica que se prodiga hacia todas las miserias.
1941 03 19 0010
[10.–] Mucho esperarán vuestros hijos de los vigilantes cuidados de que rodearéis sus primeros pasos, y el primer soltarse y abrirse de su inteligencia y de su corazón. Confiándoles más tarde a las manos de maestros dignos de vuestra confianza de padres cristianos, no cesaréis de ayudarlos cuando sean mayores con vuestros consejos y alientos. Pero más que cualquier otra palabra, valdrá la voz de vuestros ejemplos, aquéllos ejemplos en cuyo espejo continuamente, por muchos años, se reflejará a sus ojos vuestra vida práctica, tanto en la intimidad como en el alejamiento del hogar doméstico; aquellos ejemplos que ellos penetrarán y juzgarán con la terrible clarividencia y con la inexorable agudeza de sus miradas jóvenes.
[FC, 171-175]
1941 03 19 0002
[2.–] [...] È il sublime mistero della paternità, che dal ciclo, dal fondo della eternità, sfolgora nella inaccessibile luce divina, dove, nel segreto impenetrabile e incomprensibile della Trinità beata, eternamente, tutto l’essere, tutta la vita, tutte le infinite perfezioni del Padre si comunicano al Figlio, per riversarsi nel loro comune infinito Amore che è lo Spirito Santo. Paternità eterna, che genera l’eterna Sapienza e con essa si effonde nell’eterno Amore. Paternità perfetta, infinita, ineffabile, di cui il termine, il Figlio, è non solamente simile, ma uguale al Padre e uno con lui nella identità della natura indivisa, non distinguendosene che come Persona che lo conosce e ama infinitamente.
1941 03 19 0004
[4.–] Che dunque è mai la paternità se non comunicare l’essere; ancor più, mettere in questo essere il misterioso raggio della vita? Dio è Padre dell’universo: Nobis unus est Deus, Pater, ex quo omnia (I Cor 8, 6). Dio è Padre, il quale crea il cielo, il sole, le stelle, che splendono al suo cospetto e narrano la sua gloria; Dio è Padre, il quale ha costruito e modellato questa terra, vi ha seminato fiori e selve, vi ha fecondati e moltiplicati nidi aerei d[...]; tutta questa varia e immensa vita è figlia dell’amore di Dio, diretta, sostenuta, avviluppata nel suo crescere e svolgersi dalla sua paterna Provvidenza.
1941 03 19 0005
[5.–] Ma la paternità si innalza ben più: essa è con l’essere, con la vita vegetale o animale, comunicare la vita superiore dell’intelligenza e dell’amore. Figli di Dio sono anche gli Angeli. Puri spiriti, scevri del peso della carne, sublimi immagini della Trinità che contemplano e amano, gli Angeli partecipano in modo loro proprio alla paternità divina, allorchè come insegna S. Tommaso (cfr. Exposit. super Epist. ad Ephes. c. 3, lect. 4), l’uno, illuminando e perfezionando l’altro, con la luce dell’intelletto, si fa padre di lui, a somiglianza del maestro che è padre del discepolo e gli comunica sempre nuovi impulsi per la vita della mente.
1941 03 19 0006
[6.–] Figlio di Dio è anche l’uomo, immagine conoscente e amante della Trinità. Spirito unito alla materia, se Dio l’ha fatto un poco minore degli angeli, è come padre, in un certo senso, più che l’angelo, il quale non comunica che la luminosa attività della propria intelligenza, mentre l’uomo reca a Dio il suo concorso nella creazione e infusione stessa di questa intelligenza nei suoi figli, generandone il corpo che la riceverà.
1941 03 19 0007
[7.–] Rammentate, diletti sposi, il gran giorno della creazione dell’uomo e della sua compagna. Davanti all’alta opera di unire lo spirito alla materia, la Trinità divina sembra in se medesima raccogliersi e dice: “Facciamo l’uomo a nostra immagine e somiglianza”. Ma, se Dio prende un poco di fango per plasmare il primo uomo, la prima vita umana, voi lo vedete invece, dacchè egli vuole e intende che quella prima vita si propaghi e moltiplichi, trarre non più dal fango inerte, bensì dal vivo fianco dellla seconda vita, che sarà la donna sua compagna, nuovo raggio d’intelligenza e d’amore, cooperatrice di Adamo nella trasmissione della vita, formata di lui e simile a lui in tutta la sua discendenza e posterità. E quando nel condurre e donare Eva ad Adamo, Iddio pronunzia l’altissimo comando, sorgente di vita: “Crescete e moltiplicatevi”, non pare a voi che il Creatore trasferisca nell’uomo stesso il suo augusto privilegio della paternità, rimettendosi quind’innanzi a lui e alla sua compagna per far scorrere a pieni flutti nel genere umano il fiume di vita sgorgato dal suo proprio amore?
1941 03 19 0008
[8.–] Ma l’infinito amore di un Dio, che è carità ha più alte e altissime vie di effondere la sua luce e le sue fiamme nel comunicare quale padre una vita simile alla propria. L’angelo e l’uomo sono figli di Dio e lo manifestano nell’immagine e somiglianza, che nell’ordine naturale di semplici creature hanno ricevuto da Lui; ma Dio possiede una paternità più sublime, che genera figli di adozione e di grazia in un ordine che sta sopra la natura umana ed angelica e li fa partecipi e consorti della stessa natura divina, chiamandoli a condividere la sua propria felicità nella visione della sua Essenza, in quella luce inaccessibile, dove ai figli di grazia svela se stesso e l’intimo segreto della sua impareggiabile Paternità insieme col Figlio e con lo Spirito Santo. In questa alta luce impera Iddio, creatore, santificatore e glonificatore, che nella predilezione per l’ultima delle sue creature intelligenti, l’uomo, quaggiù da figlio d’ira (cfr. Ephes 2, 3) per nascita dal progenitore colpevole Adamo, lo rigenera e fa rinascere con l’acqua e con lo Spirito Santo in figlio di grazia, fratello di Cristo, novello Adamo senza macchia, e lo fa coerede della sua gloria nel cielo; onde volle che per una tale gloria e vita soprannaturale, come per la vita naturale, l’uomo stesso, cooperando con Dio, fosse padre della sua trasmissione e della sua conservazione e perfezione.
1941 03 19 0009
[9.–] Tale è, diletti figli e figlie, l’incomparabile mistero, nel seno del quale il vostro matrimonio vi introduce. Entratevi come in un santuario della SS.ma Trinità, penetrati di rispetto, di timore filiale e di fiducioso amore, del sentimento delle vostre responsabilità e della grandezza dell’ufficio che avete a compirvi. Anche voi avrete da pronunciare le parole: Facciamo l’uomo a nostra immagine e a nostra somiglianza. Parole divine e parole umane che si confondono nel vostro labbro e nel vostro petto: ponderate queste parole di paternità da parte di Dio e da parte vostra: i vostri figli a vostra immagine e a vostra somiglianza. Sì; i vostri figli saranno a voi simili, tali quali voi siete, per la natura umana, che voi, generandoli, comunicherete loro; ma per la vita soprannaturale saranno pure simili a voi? Noi non dubitiamo che voi sarete solleciti a procurare loro quel battesimo che ha rigenerato anche voi innanzi a Dio in figli di grazia ed eredi del cielo; anche se, ad aprirgli le porte del paradiso, un vostro angioletto chiederà alla vostra fede e al vostro amore un dolore o un sacrificio. Cresceteli nella fede, nel timore e nell’amore di Dio; trasfondete in essi quella sapienza del vivere che fa il cristiano e lo avvia e guida nel sentiero della virtù fra i pericoli di tanti nemici insidianti alla giovinezza. Siate loro modelli nel cammino del bene; e rimanete sempre tali, che i vostri figli non abbiano che a rassomigliarsi a voi e a meritare lode di essere vostre immagini, così da rispondere pienamente ai disegni che ebbe Dio nel largire loro per vostro mezzo una vita simile alla vostra. Sia luce della loro via il guardare voi, l’imitare voi, il ricordare, quando un giorno voi non sarete più al loro fianco, i vostri ammonimenti, comprovati e confermati da un intero adempimento di tutti gli obblighi della vita cristiana, da un delicato e intimo sentimento del dovere senza compromessi, da una fede e confidenza in Dio incrollabili alle prove più dure, da un’affezione mutua cresciuta sempre più con gli anni, da una bontá caritatevole e benefica che si prodiga verso tutte le miserie.
1941 03 19 0010
[10.–] Molto aspetteranno i vostri figli dalle cure vigilanti, onde circonderete i loro primi passi e il primo destarsi e aprirsi della loro intelligenza e del loro cuore. Affidandoli più tardi alle mani di maestri degni della vostra fiducia di genitori cristiani, voi non cesserete di aiutarli anche più grandi col vostri consigli e incoraggiamenti; ma sopra ogni altra parola varrà la voce dei vostri esempi, quegli esempi, nel cui specchio di continuo, per molti anni, sotto i loro occhi si rifletterà la vostra vita pratica, nell’intimità e nell’abbandono del focolare domestico; quegli esempi, che essi penetreranno e giudicheranno con la terribile chiaroveggenza e con l’inesorabile acutezza dei loro giovani sguardi.
[DR 3, 17-21]