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[0404] • PÍO XII, 1939-1958 • LA EFICACIA DE LA ORACIÓN EN LA FAMILIA

De la Alocución È sempre, a unos recién casados, 9 julio 1941

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[1.–] [...] ¡Cuántas esperanzas tiene la Iglesia, la Patria, el Cielo, en vosotros! Al cielo levantamos la mirada, y nos parece que sobre vosotros, queridos esposos de viva fe y piedad, desciende aquella bendición alta y eficaz que el Señor concede a quien le teme. ¿No es acaso el temor de Dios el principio de la sabiduría, de aquella sabiduría que se edifica para sí una casa, sostenida no por los frágiles puntales del mundo, sino por las siete columnas de las virtudes teologales y cardinales? Aquella casa resulta así como un Santuario, donde reina el sacrificio del afecto y de la paciencia recíproca, de la concordia y de la fidelidad; donde los padres se hacen maestros que enseñan a los hijos que hay un Padre y una Madre en los Cielos; donde la oración, que consuela las penas y afirma las esperanzas de la vida, inicia y cierra la jornada.

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[2.–] La oración fue precisamente el tema de nuestras palabras en la audiencia del miércoles pasado, en la que hablamos de su eficacia y de su necesidad, y mostramos cómo no todas las oraciones que se dirigen a Dios están hechas en el nombre de Jesucristo, y por eso no todas son oídas. Cuanto entonces dijimos, deseamos repetirlo y completarlo en el breve discurso de hoy, para que este pensamiento y recuerdo os acompañe por toda la vida, sea la guía de vuestro camino, sea la luz de vuestro hogar, sea la bendición de vuestras alegrías y el aliento en vuestros afanes, sea el indestructible sostén de vuestra confianza en Dios.

1941 07 09 0007

[7.–] Piadosa, perseverante, sobrenatural, la oración que hagáis por vosotros mismos, será siempre oída, asegura el Doctor Angélico (2[1]); pero ¿y en relación con los demás, para aquellas almas cuya salvación tanto queréis, cuya compañía esperáis y anheláis en la felicidad celeste, almas del esposo, de la esposa, del hijo, de la hija, del padre, de la madre, de los amigos y de los conocidos? ¿Cuánto vale para ellos vuestra oración? ¿Cuánto hace ante el trono de Dios?

Aquí, sin duda, interviene aquella terrible posibilidad, inherente al libre arbitrio del hombre, de resistir a las gracias potentes y multiformes que vuestras oraciones hayan obtenido para aquellas almas; pero los misterios infinitos de la omnipotente misericordia de Dios vencen todos nuestros pensamientos y permiten a todas las madres aplicarse a sí mismas las palabras de un piadoso Obispo a Santa Mónica, que imploraba su ayuda y derramaba gran abundancia de lágrimas ante él, por la conversión de su hijo Agustín: “No puede ser que un hijo de tantas lágrimas se pierda...”; “Fieri non potest ut filius istarum lacrymarum pereat”3[2]. Y aun cuando no se os concediera ver en esta vida con vuestros ojos el triunfo de la gracia en las almas por las cuales habéis orado y llorado tan largamente, vuestro corazón no deberá renunciar a la firme esperanza de que, en aquellos misteriosos instantes en los que, en el silencio de la agonía de un moribundo, el Creador se prepara a llamar a sí el alma, obra de sus manos, su inmenso amor no haya obtenido al fin, lejos de vuestras miradas, aquella victoria por la que vuestro agradecimiento lo bendecirá allí arriba eternamente.

2[1]. Loc. cit. [S. Th., 2a 2ae, q. 83, a. 15, ad 2].

3[2]. San Agustín, Confesiones, 1. 3, c. 12 [PL 32, 693].

1941 07 09 0008

[8.–] En esta vida común, que vosotros, queridos recién casados, comenzáis, no faltarán, como no faltan en ninguna vida humana, las horas duras y difíciles, los momentos desolados y amargos; entonces, elevad los ojos al Cielo. Vuestro primero y más alto aliento y sostén será la oración confiada, porque estaréis siempre seguros del amor de Dios hacia vosotros, sabiendo bien que ninguna de vuestras oraciones será vana, que Dios las oirá todas, si no en la hora y en el modo que hayáis soñado en vuestro deseo e imaginación, al menos en el tiempo más oportuno para vosotros, de aquel modo infinitamente mejor que la providente sabiduría y el poder de su ternura saben disponer en favor vuestro.

[FC, 187-188, 191]