[0413] • PÍO XII, 1939-1958 • LA MUTUA CONFIANZA, FUENTE DE FELICIDAD MATRIMONIAL
De la Alocución Gran cosa, a unos recién casados, 12 noviembre 1941
1941 11 12 0001
[1.–] Gran cosa, queridos recién casados, es el corazón del hombre y de la mujer, cuando se unen en la comunidad de la vida para fundar una familia. Del corazón nacen los primeros anhelos, las primeras miradas, las primeras palabras que atraviesan los labios para encontrarse y cambiarse con otras que salen de otro corazón, mientras ambas se abren mutuamente en el sueño de una felicidad doméstica. Pero ¿qué es el corazón? El corazón es fuente de la vida, porque en él se inicia, avanza, se vigoriza, madura, se extiende, envejece y termina el movimiento de la vida; y todas las vicisitudes, todas las alternativas y variaciones de la vida repercuten en él. [...]
1941 11 12 0002
[2.–] El corazón abierto es fuente de felicidad en la vida común de dos esposos, mientras un corazón cerrado disminuye su gozo y su paz. No os engañéis al hablar del corazón: es el símbolo e imagen de la voluntad. Así como el corazón físico es el principio de todos los movimientos corporales, la voluntad es el principio de todos los movimientos espirituales, porque ella mueve el entendimiento, mueve las facultades inferiores y las pasiones, mueve las fuerzas exteriores para la ejecución de la obra intentada por el entendimiento y por los sentidos internos y externos (1).
1. Cfr. S. Th. 1a 2ae q. 17, a. 9 ad 2.
1941 11 12 0003
[3.–] Más de una vez, renombrados escritores han representado en sus relatos, en sus novelas, en sus dramas, el estado moral, paradójico, a veces hasta trágico, de dos excelentes esposos, nacidos para entenderse perfectamente; pero que, por no saber abrirse el uno a la otra, viven la vida común como extraños entre sí, dejan nacer y crecer en sí mismos incomprensiones y malentendidos que poco a poco turban y merman su unión y no rara vez la encaminan por una vía de tristes catástrofes, Tal condición espiritual de dos cónyuges no existe sólo en las invenciones novelescas: se verifica y se encuentra, en grados diversos, en la vida real, aun entre buenos cristianos. ¿Cuál será su causa? Acaso será aquella forma de timidez natural que hace que ciertos hombres y mujeres sientan una repugnancia instintiva a manifestar sus íntimos sentimientos, a comunicarlos a cualquiera; acaso será una falta de sencillez que nace de una vanidad, de un orgullo escondido acaso inconsciente; en otros casos, una educación defectuosa, excesivamente dura y demasiado exterior, habrá acostumbrado al alma a replegarse sobre sí misma, a no abrirse y a no confiarse por temor de ser herida en lo que tiene de más profundo y delicado.
1941 11 12 0004
[4.–] Ahora bien, queridos hijos e hijas: esta confianza mutua, esta apertura recíproca de corazón, esta simplicidad mutua para comunicaros vuestros pensamientos, vuestras aspiraciones, vuestras preocupaciones, vuestras alegrías y tristezas, es una condición necesaria, un elemento, incluso un alimento esencial de vuestra felicidad.
1941 11 12 0005
[5.–] Ante vuestros nuevos deberes, vuestras nuevas responsabilidades, una unión puramente exterior de vuestras vidas no puede bastar para poner a vuestro corazón en una viva disposición que responda a la misión que Dios os ha confiado al inspiraros que fundéis una familia y para que permanezcáis en la bendición del Señor, persistáis en su voluntad y viváis en su amor. Para vosotros, vivir en el amor de Dios es sublimar en su amor el recíproco afecto vuestro, que no debe ser sólo benevolencia, sino aquella soberana amistad conyugal de dos corazones que se abren mutuamente queriendo y desechando las mismas cosas, y se estrechan y unen cada vez más en el afecto que los anima y mueve. Si debéis sosteneros mutuamente y daros la mano y apoyaros para hacer frente a las necesidades materiales de la vida, el uno dirigiendo la familia y asegurándole con el trabajo los medios necesarios para su sustento, la otra cuidando y vigilando todas las cosas en la marcha interna familiar; mucho más conviene que os completéis entre vosotros, os socorráis y prestéis mutua ayuda para superar las necesidades morales y espirituales de vuestras dos almas y de aquéllos que Dios confiará a vuestra solicitud, las almas de vuestros queridos angelitos. Pero tal mutuo sostén y ayuda, ¿de qué modo llegaríais a dároslo, si vuestras almas permanecieran extrañas la una a la otra, conservando cada una celosamente sus propios secretos de negocios, de educación o de contribución a la vida común?
1941 11 12 0006
[6.–] No diremos que esta mutua apertura de corazón haya de ser sin límites; que sin restricción de ninguna clase tenga que exponer y abrir el uno ante la otra, en alta voz, cuanto os ha pasado u os pasa por la mente, o tiene despierto vuestro pen samiento o vuestra vigilancia. Hay secretos inviolables, que la naturaleza, una promesa, una confianza, cierran y hacen enmudecer sobre los labios. Ante todo, vosotros podéis, el uno y la otra, llegar a ser depositarios de secretos que no os pertenecen: un marido médico, abogado, oficial, funcionario del Estado, empleado en una administración, sabrá o podrá saber muchas cosas que el secreto profesional no le permite comunicar a nadie, ni siquiera a su mujer, la cual, si es sabia y prudente, le demostrará la confianza propia respetando escrupulosamente y admirando su silencio, sin hacer o intentar nada por penetrarlo. Recordad que en el matrimonio no se ha suprimido vuestra responsabilidad e imputabilidad. Pero aun en lo que personalmente se refiere a vosotros, y a vosotros mira, puede darse el caso de confidencias que se harían sin utilidad y no sin peligro, que podrían hacer nociva y turbar la unión en lugar de hacerla más estrecha, más concorde, más alegre. Un marido y una mujer no son confesores: los confesores los encontraréis en las iglesias, en los tribunales de la penitencia, donde por su carácter sacerdotal, están elevados a una esfera superior a la vida misma de la familia, a la esfera de la realidad sobrenatural, y dotados del poder de curar las llagas del espíritu; allí pueden recibir cualquier confidencia, inclinarse sobre cualquier miseria. Ellos son los padres, los maestros y los médicos de vuestras almas.
1941 11 12 0007
[7.–] Pero fuera de estos secretos personales y sagrados, de la vida interior y exterior, vosotros debéis poner en común vuestras almas, como para formar de las dos un alma sola. ¿Acaso no es de suma importancia para dos novios el asegurarse que sus vidas son tales que pueden concordarse y ponerse plenamente en armonía? Si uno de los dos es sinceramente, profundamente cristiano, y el otro –como por desgracia puede ocurrir– poco o nada creyente, poco o nada cuidadoso de los deberes y de las prácticas religiosas, comprenderéis bien que entre estas dos almas quedará, pese a todo su mutuo amor, una penosa disonancia, que no se armonizará enteramente, sino en el día en que se verifique, en su más pleno sentido, la palabra de San Pablo: “Sanctificatus est vir infidelis per mulierem fidelem, et sanctificata est mulier infidelis per virum fidelem”1[2].
1[2]. I Cor. VII, 14.
1941 11 12 0008
[8.–] Cuando, en cambio, en una casa, un ideal común de vida une ya a los dos cónyuges, y ambos son por la gracia santificante hijos de Dios y moradas del Espíritu Santo, entonces es posible y dulce confiarse recíprocamente alegrías y tristezas, temores y esperanzas, planes y designios sobre el orden interno de la casa, sobre el porvenir de la familia, sobre la educación de los hijos: todo esto lo pensarán entre los dos y lo preverán, procurarán y llevarán a cabo con confiada concordia. Entonces, cuando sea necesario, el mutuo amor y el común espíritu cristiano harán esfumarse toda discordancia y se cambiarán en ayuda y fuerza para vencer las dudas y las vacilaciones de una timidez natural, incierta sobre sus pasos; para dominar aquellas inclinaciones y hábitos de aislamiento o de repliegue en el propio ánimo, que fácilmente crean y alimentan un silencioso descontento: no se torcerá ante el vigor necesario para tal violencia y victoria, porque se comprenderá su importancia. De este mismo amor, de donde nace el deseo de íntima fusión de vuestras vidas, tomaréis el ardor y el arrojo para las oportunas modificaciones y convenientes adaptaciones de vuestros gustos, de vuestras costumbres, de vuestras preferencias o predilecciones naturales, no cediendo a las insinuaciones del egoísmo y de la indolencia. ¿No es esto lo que la providencia de Dios, que os ha unido, pide a la generosidad de vuestro corazón, a aquel espíritu de verdadera comunidad de vida que hace suyo lo que agrada a la persona con quien se vive? ¿No es acaso conforme al intento divino de vuestra unión el tomaros interés por cuanto interesa a vuestro marido o a vuestra mujer?
1941 11 12 0009
[9.–] La indiferencia y el descuido son las peores entre las innumerables formas del egoísmo humano. Nada hará tan posible entre vosotros las confianzas mutuas, como el interés verdadero, sencillo, sincero, cordial, sentido y manifestado para todo lo que quiere aquél con quien compartís la vida. Aquella carrera, aquellos estudios, aquel trabajo, aquel oficio, aquel empleo, no serán los vuestros, oh esposas, y no os dirán nada a vosotras; pero son la carrera, los estudios, el trabajo, el oficio, el empleo de vuestro marido, por los cuales él se apasiona y suda, a los cuales liga los sueños de su porvenir, las esperanzas de un mejoramiento familiar y personal; ¿y podría esto no tener para vosotras importancia? Y a vosotros, esposos, es cierto que no os faltan graves preocupaciones profesionales; pero ante los mil cuidados de vuestra mujer para hacer más confortable el interior de vuestra morada común, para hacerlo más tranquilo, ante sus industrias para gustaros ella misma cada vez más en todo, ante sus atentas inquietudes por la educación de los hijos, por las obras de bien y de utilidad religiosa y social, ¿quedaréis fríos, olvidadizos, incluso groseros y gruñones?
1941 11 12 0010
[10.–] Pero la buena familia que acabáis de iniciar es hija de vuestras dos familias que os han hecho crecer, os han educado e instruido: en cierto modo, cada uno de vosotros ha entrado en la familia del otro; familia que de ahora en adelante ya no es extraña, y hasta podéis llamarla vuestra, porque junto a aquel hogar habéis encontrado vosotros vuestra compañera o vuestro compañero. No olvidéis, pues, a aquellos vuestros afines, a aquel padre, o aquella madre que os han dado su querida hija o su hijo; tomad parte en cuanto les interesa, en sus alegrías como en sus lutos; haced por comprender sus ideas, sus gustos, maneras, demostradles con el afecto concorde el vínculo que a ellos os liga. También en aquella familia vuestro corazón debe saber abrirse y entrar en una generosa y confiada entrega de ánimo y de pensamientos. ¡Qué pena sería para vuestro marido, para vuestra mujer, si os mantuvierais esquivos y despreocupados de aquellas personas y de aquella casa que son los suyos!
1941 11 12 0011
[11.–] El corazón abierto, si por todos los escritores, que a través de los siglos han descrito y cantado los elogios de la amistad, ha sido llamado y exaltado como el fundamento del vínculo que ata en el afecto a dos amigos, ha de exigirse más en la vida conyugal, como vértice del santuario de la paz y de la alegría doméstica, donde un corazón que se abre a vosotros y al que se os ha concedido en todo momento poder abrir el vuestro, así sea la mañana, el mediodía o la tarde de vuestra jornada, es siempre fuente y alimento de aquella felicidad que, más que en la simple amistad, se goza en el matrimonio cristianamente vivido.
[FC, 226-232]
1941 11 12 0001
[1.–] Gran cosa, diletti sposi novelli, è il cuore dell’uomo e della donna, quando si uniscono nella comunanza della vita per fondare una famiglia. Dal cuore nascono le prime brame, i primi sguardi, le prime parole che trapassano sul labbro a incontrarsi e a scambiarsi con altre che salgono da un altro cuore, mentre ambedue si aprono a vicenda nel sogno di una felicità domestica. Ma che è mai il cuore? Il cuore è fonte della vita, perchè in lui s’inizia, procede, vigoreggia, matura, si espande, invecchia e termina il moto della vita; ma della vita esso risente anche tutte le vicissitudini, tutte le altemative e le variazioni. [...]
1941 11 12 0002
[2.–] Il cuore aperto è sorgente di felicità nella vita comune di due sposi, mentre un cuore chiuso ne scema la gioia e la pace. Non vi ingannate nel parlare del cuore: esso è simbolo ed immagine della volontà. Come il cuore fisico è il principio di tutti i movimenti corporei, così la volontà è il principio di tutti i moti spirituali, siccome quella che muove l’intelletto, muove le facoltà inferiori e le passioni, muove le forze esteriori all’opera intesa dall’intelletto e dai sensi interni ed esterni (cfr. S. Th. 1a 2 ae p. q. 17, a. 9 ad 2).
1941 11 12 0003
[3.–] Più di una volta rinomati scrittori hanno rappresentato nei loro racconti, nelle loro novelle, nei loro drammi, lo stato morale, paradossale, talora anche tragico, di due eccellenti sposi, nati fatti per intendersi perfettamente, ma che, per non sapersi aprire l’uno all’altra, restano nella vita comune quasi estranei fra loro, lasciano sorgere e crescere in se stessi incomprensioni e malintesi, che a poco a poco turbano e menomano la loro unione e li incamminano non di rado sulla via di tristi catastrofi. Tale condizione spirituale di due coniugi pur troppo non esiste solo nelle invenzioni dei romanzi: essa si avvera e in gradi diversi s’incontra nella vita reale, anche tra buoni cristiani. Quale ne sarà la cagione? Talora sarà quella forma di naturale timidità, la quale fa sì che alcuni uomini e alcune donne sentano una ripugnanza istintiva a manifestare i loro intimi sentimenti, a comunicarli a chicchessia; tal altra sarà una mancanza di semplicità nascente da una vanità, da un orgoglio nascosto, forse incosciente; in altri casi, una educazione difettosa, soverchiamente dura e troppo esteriore, avrà abituato l’anima a ripiegarsi su se stessa, a non aprirsi e a non concedersi per timore di essere ferita in ciò che ha di più profondo e delicato.
1941 11 12 0004
[4.–] Eppure, diletti figli e figlie, questa mutua fiducia, questa apertura di cuore reciproca, questa semplicità scambievole a mettere in comune i vostri pensieri, le vostre aspirazioni, te vostre preoccupazioni, le gioie e le tristezze vostre, è una condizione necessaria, un elemento, anzi un alimento essenziale della vostra felicità.
1941 11 12 0005
[5.–] Davanti ai vostri nuovi doveri, alle nuove vostre responsabilità, una unione puramente esteriore delle vostre vite non è mai che basti per mettere il vostro cuore in quella viva disposizione che risponda alla missione, che Dio vi ha confidata, ispirandovi di fondare una famiglia, sicchè rimaniate nella benedizione del Signore, persistiate nella sua volontà e viviate nell’amore di Lui. Per voi vivere nell’amore di Dio è sublimare nell’amore di Lui lo scambievole amore vostro, il quale non vuol essere solo benevolenza, ma quella sovrana amicizia coniugale di due cuori, che a vicenda si aprono nel volere e non volere le medesime cose, e sempre più vanno stringendosi e unendosi nell’affetto, da cui sono animati e mossi. Se voi dovete mutuamente sostenervi e darvi la mano e fiancheggiarvi per far fronte ai bisogni materiali della vita, l’uno dirigendo la famiglia, assicurandole col lavoro i mezzi necessari al suo sostentamento, l’altra curando e vigilando ogni cosa nell’andamento interno familiare; ben più ancora conviene che vi compensiate tra voi, vi sorreggiate e stiate in vicendevole aiuto per superare le necessità morali e spirituali delle vostre due anime e di quelle che Iddio è per confidare alle vostre sollecitudini, le anime dei vostri cari angioletti. Ora un tale mutuo sostegno e soccorso in qual modo arrivereste voi a darvelo, se le vostre anime restassero straniere l’una all’altra, conservando ognuna gelosamente i suoi propri segreti, di affari, di educazione e di contributi alla vita comune?
1941 11 12 0006
[6.–] Noi non diremo che cotesta scambievole apertura di cuore ha da essere senza limiti; che, senza restrizione di sorta, l’uno davanti all’altra, avete da esporre e palesare, ad alta voce, quanto vi è passato o vi passa per la mente o tiene desto il vostro pensiero o la vostra vi gilanza. Vi sono segreti inviolabili, che la natura, una promessa, una confidenza rendono chiusi e muti di voce sul labbro. Innanzi tutto voi potete, l’uno e l’altra, divenire depositari di segreti che non vi appartengono: un marito medico, avvocato, officiale, funzionario dello Stato, impiegato in un’amministrazione, saprà o verrà a sapere molte cose che il segreto professionale non gli permette di comunicare ad alcuno, nemmeno a sua moglie, la quale, se è saggia e prudente, gli demostrerà la propria fiducia rispettando scrupolosamente e ammirando il suo silenzio, senza nulla fare o tentare per penetrarlo. Ricordatevi che nel matrimonio non resta soppressa la vostra personalità e imputabilità. Ma anche in ciò che personalmente spetta a voi o vi riguarda, può darsi il caso di confidenze, che si farebbero senza utilità e non senza pericolo, che potrebbero tornare nocive e turbare l’unione in cambio di renderla più stretta, più concorde, più lieta. Un marito e una moglie non sono dei confessori: i confessori voi li trovate nelle chiese, ai tribunali di penitenza, dove, per il loro carattere sacerdotale, sono elevati in una sfera superiore alta vita stessa delta famiglia, nella sfera delle realtà soprannaturali, e insigniti delta potestà di guarire le piaghe dello spirito; là possono ricevere qualunque confidenza, piegarsi su qualsiasi miseria. Sono essi i padri, i maestri e i medici delle vostre anime.
1941 11 12 0007
[7.–] Fuori, però, di questi segreti personali e sacri, di vita interna ed esterna, voi dovete mettere in comune le anime vostre, come a formare di due anime un’anima sola. Non è forse di somma importanza per due fidanzati l’assicurarsi che le loro vite siano tali da accordarsi e porsi plenamente in armonia? Se uno dei due è sinceramente, profondamente cristiano, e l’altro –come ahimè può accadere– poco o nulla credente, poco o nulla curante dei doveri e delle pratiche religiose, voi ben comprendete che rimarrà fra queste due anime, nonostante tutto il loro mutuo amore, una penosa dissonanza, che non sarà interamente armonizzata, se non il giorno in cui si verificherà nel senso più pieno la parola di S. Paolo: Sanctificatus est vir infidelis per mulierem fidelem, et sanctificata est mulier infidelis per virum fidelem (I Cor 7, 14).
1941 11 12 0008
[8.–] Quando invece, in una casa, un ideale comune di vita unisce già i due coniugi e ambedue per la grazia santificante sono figli di Dio e dimore dello Spirito Santo, allora diventa agevole e dolce il confidarsi a vicenda gioie e tristezze, timori e speranze, pensieri e disegni per l’ordinamento interno della casa, per l’avvenire della famiglia, per l’educazione dei figli: tutto ciò verrà da entrambi escogitato, previsto, procurato e attuato in fiduciosa concordia. Allora, quando sia necessario, il mutuo amore e il comune spirito cristiano faranno svanire ogni discordanza e si muteranno in aiuto e forza a vincere i dubbi e le esitazioni di una timidità naturale, incerta dei suoi passi, a dominare quelle inclinazioni e abitudini d’isolamento o di ripiegamento nel proprio animo che facilmente creano ed alimentano un silenzioso scontento: non si indietreggerà davanti al vigore necessario a tale bisogno e vittoria, perchè se ne comprenderà l’importanza. Da questo medesimo amore, donde nasce il desiderio d’intima fusione delle vostre vite, prenderete la fiamma e il coraggio per le acconce modificazioni e i convenienti adattamenti dei vostri gusti, delle consuetudini vostre, delle vostre preferenze e predilezioni naturali, non cedendo alle insinuazioni dell’egoismo e dell’indolenza. Non è tutto questo che la Provvidenza di Dio, la quale vi ha così uniti, domanda alla generosità del vostro cuore? a quello spirito di vera comunanza di vita, che fa suo ciò che piace alla persona con cui si vive? Non è forse conforme all’intento divino della vostra unione il prendere interesse a quanto interessa vostro marito, vostra moglie?
1941 11 12 0009
[9.–] L’indifferenza e la noncuranza sono forse le peggiori fra le innumerevoli forme dell’egoismo umano. Nulla agevolerà tanto fra voi le mutue confidenze, quanto l’interesse vero, semplice, sincero, cordiale, portato e manifestato per tutto ciò che sta a cuore a colui, a colei, di cui condividete la vita. Quella carriera, quegli studi, quel lavoro, quell’ufficio, quell’impiego, non saranno i vostri, o spose, e a voi per sè nulla diranno; ma è la carriera, ma sono gli studi, ma è il lavoro, l’ufficio, l’impiego di vostro marito, per i quali egli si appassiona e suda, ai quali lega i sogni del suo avvenire, le speranze di un suo miglioramento familiare e personale; e potrebbero rimanere per voi senza peso e importanza? E a voi, o sposi, certo non mancano gravi preoccupazioni professionali: tuttavia davanti alle mille cure di vostra moglie per rendere l’interno della comune dimora più confortevole, più tranquillo, davanti alle sue industrie per piacervi essa stessa sempre più in ogni cosa, davanti alle sue attente premure per l’educazione dei figli, per le opere di bene e di utilità religiosa e sociale, resterete voi freddi, smemorati, forse anche sgarbati e brontoloni?
1941 11 12 0010
[10.–] Ma la novella famiglia, da voi testè iniziata, è pure figlia delle vostre due famiglie, che vi hanno cresciuti, educati, istruiti: voi siete in certo modo entrati nella famiglia l’uno dell’altra; famiglia, la quale d’ora innanzi non vi è più estranea, anzi potete chiamarla vostra, perchè presso quel focolare voi avete trovato la vostra compagna o il vostro compagno. Non trascurate dunque quei vostri affini, quel padre, quella madre che vi hanno dato la loro diletta figlia o il loro figlio; prendete parte a tutto quanto li interessa, alle loro gioie come ai loro lutti; adoperatevi per comprenderne le idee, i gusti, le maniere; dimostrate loro col concorde affetto il vincolo che vi lega ad essi. Anche in quella famiglia il vostro cuore sappia aprirsi e entrare in larga e fiduciosa confidenza di animo e di pensieri. Quale pena sarebbe per vostro marito, per vostra moglie, se voi vi teneste schivi e noncuranti di quelle persone e di quella casa, dove sono i suoi!
1941 11 12 0011
[11.–] Il cuore aperto, se da tutti gli scrittori, i quali attraverso i secoli hanno descritto e cantato le lodi dell’arnicizia, è chiamato ed esaltato come il fondamento del vincolo stringente nell’affetto due amici, si eleva più alto nella casa della vita coniugale come vertice del santuario della pace e della letizia domestica, dove un cuore che a voi si apre e al quale vi è dato in ogni momento di aprire il vostro, qualunque sia il mattino, il meriggio o la sera della vostra giornata, è sempre fonte e alimento di quella felicità, la quale, ancor più che nella semplice amicizia, si gode nel matrimonio cristiano cristianamente vissuto.
[DR 3, 257-262]