[0420] • PÍO XII, 1939-1958 • MISIÓN DEL PADRE EN LA FAMILIA
De la Alocución Gran fonte, a unos recién casados, 15 abril 1942
1942 04 15 0002
[2.–] [...] En la unión conyugal el hombre es cabeza de la mujer (1) y, de ordinario, la supera en fuerza y en vigor. Pero esta distinción no la humilla a ella, porque, si frecuentemente se dedica a obras en apariencias ligeras, realmente efectúa cosas grandes y fuertes por la responsabilidad que tiene de procurar el feliz estado de la familia y de merecerse la gratitud del marido.
1. I Cor. XI, 3.
1942 04 15 0003
[3.–] Sin embargo, por muy cordial que sea este reconocimiento, vosotros, hombres, podéis y debéis hacer más. Vuestra perfección de jefes de familia no consiste solamente en la realización de los trabajos pertinentes a vuestra profesión, a vuestro oficio, a vuestro arte particular, dentro o fuera de la casa; en la casa misma, que es el dominio de vuestra mujer, tenéis también una parte activa que realizar. Vosotros, más fuertes; vosotros, frecuentemente más hábiles en el uso de los instrumentos y de las herramientas; vosotros, en el arreglo de vuestra casa, encontraréis lo primero de todo y, en muchos pequeños trabajos, tiempo y lugar para cosas que son más propias del hombre que de la mujer. No serán faenas y quehaceres como los de vuestro oficio, oficina o taller donde soléis ir, ni serán tampoco indignos de vuestra dignidad: serán, sin embargo, una participación cuidadosa en las atenciones de vuestra mujer, sobrecargada, con frecuencia, de cuidados y de trabajos; un echar una mano amigablemente para levantar un peso, que será para ella una ayuda y para vosotros casi una distracción y un cambiar de ocupación.
Para cultivar un huerto o un jardín, si es que la Providencia os hace el regalo de tenerlo; para cualquier adorno, para cualquier reparación, para tantas cosas, más o menos ligeras, que hay que mover, que colocar, que ordenar, como continuamente sucede, ¿no serán acaso más propias y prontas vuestras manos que las de vuestra esposa? Y en general, cuando un trabajo exija más fuerza, ¿no os hará vuestro corazón amable y prudente reservároslo para vosotros? ¿Y qué podría hallarse en una casa cristiana más triste y contrario al sentido católico que aquello que de cualquiera manera recuerde el cuadro y la escena, en un tiempo demasiado frecuente entre los pueblos todavía no iluminados y suavizados por el divino misterio de Nazareth: la mujer que camina doblada bajo el pesado fardo, como una bestia de carga, ante su señor, que la sigue y la vigila fumando tranquilamente?
1942 04 15 0004
[4.–] Uno de los grandes beneficios sociales de los tiempos pasados fue aquel trabajo a domicilio, entonces tan común aún entre los hombres, que unía al marido y a la mujer en un mismo trabajo, uno junto a otro, en una misma casa, junto al hogar de los hijos. Pero el progreso de la técnica, el gigantesco engrandecerse de las fábricas y de las oficinas, el dominador multiplicarse de toda clase de máquinas han hecho hoy tal trabajo doméstico muy raro fuera del campo y, muchas veces, han obligado y separado a los padres el uno del otro y les han arrastrado lejos de los hijos durante muchas horas del día... [...] Pero, por muy imperiosa que pueda ser, ¡oh hombres!, la ocupación de aquel trabajo que os entretiene gran parte del día lejos de las personas amadas, Nos no dudamos de que al fervor de vuestro afecto le quedarán todavía fuerzas, habilidad y cuidado para los pequeños servicios domésticos que os procurarán más cordial y benévola gratitud cuanto más se note que los hacéis superando todo el cansancio y el deseo de reposo, gracias a aquella condescendencia para ayudar también en las pequeñas necesidades de la familia, que une a todos en el procurárselos y gozar sus bienes.
1942 04 15 0005
[5.–] Y no es que en la vida familiar jamás haya ocasiones más difíciles, horas y tiempos que mezclan alegrías y tristezas, penas y sudores, incomodidades y lágrimas: horas de nacimientos, de enfermedades, de lutos. Entonces sí que habrá más que hacer. Entonces la mujer no podrá de ningún modo, o solamente con dificultad y con tremenda fatiga, satisfacer los múltiples deberes, convertidos en más graves y urgentes. Entonces todos los de la casa tendrán que hacer todo lo que puedan, aun los pequeños con sus pequeñas ayudas; pero el primero que se ha de poner al trabajo, ¿no es acaso el padre, el jefe de familia, el que en los momentos difíciles tendrá que dar ejemplo de prestarse, prevenir y proveer, empleando, sin ahorro e inmediatamente, su propia persona?
1942 04 15 0006
[6.–] En estas ocasiones y dificultades se mostrará la sabia dignidad paterna en el vigor de su acción eficaz en el gobierno de la familia. A tan importantes e inevitables pruebas os habéis de preparar, ¡oh esposos amados!, confirmando vuestro ánimo y vuestra mente, porque el porvenir que os aguarda difícilmente será diverso del común de todos los hogares. Por lo que pasa a los otros, aprended a iluminaros y a guiaros a vosotros mismos. Y que os Ilumine y guíe también el curso diario de la vida cotidiana. Dentro del recinto de vuestra casa no os detengáis en calcular, medir o comparar para ver quién se cansa o afana más, quién da más su tiempo y sus fuerzas. El verdadero amor no sabe de estos cálculos, de estas comparaciones: se da estimando siempre poco lo que se hace por quien se ama. Lo que dice la “Imitación de Cristo” del amor divino (1[2]) se puede aplicar también a un amor tan profundo y tan santo como el conyugal: “El amor no siente peso, no conoce fatiga, desea más de lo que puede, no se excusa con la imposibilidad... Lo puede todo y cumple y acaba muchas cosas, en las cuales el que no ama falta y sucumbe”. Por eso no os admiréis si el Apóstol de las Gentes, tan lleno también en su mente y en su corazón de la caridad de Cristo hasta levantarla sobre las profecías, sobre los misterios y la fe de los milagros, sobre las lenguas y la ciencia, sobre la liberalidad para con los pobres y la entrega al martirio (1[3]), no temió comparar el amor de los maridos hacia sus mujeres con el amor de Cristo para con la Iglesia (2[4]).
¡Oh, sí!; amad a vuestras mujeres. Les sois responsables de este deber del amor como del más alto y necesario don, porque en este don está la tutela de la castidad conyugal y de la paz familiar; porque en este amor se confirma la fidelidad, se glorifica la prole, se perpetúa inviolable el sacramento que ha unido al hombre y a la mujer en la presencia de Dios. Santificad a vuestras mujeres con el ejemplo de vuestra virtud; concededles el honor de que os imiten en el bien y en la vida religiosa, en la asidua laboriosidad y en la intrepidez en los momentos duros y en los no leves sufrimientos que no faltan en la vida humana. ¿Podría, acaso, el esposo olvidar qué pesos y dolores y, a veces, qué peligros y sublimes sacrificios representan para su esposa aquella maternidad que le dará a él el gozo de ser y de llamarse padre? Y allí donde el amor maternal le ha hecho a ella aceptarlo todo sin poner nada en la cuenta, ¿el amor conyugal y paterno le permitirá a él escatimar su propia entrega?
1[2]. Libro III, cap. V.
1[3]. Cfr. I Cor. XIII, 1 y ss.
2[4]. Cfr. Eph. V, 25-29.
1942 04 15 0007
[7.–] Echad una mirada a la historia de la Iglesia, esposa de Cristo. ¡Cuántos héroes y cuántas heroínas en el secreto del santuario de la familia! ¡Cuántas virtudes conocidas solamente por Dios y por los ángeles!
1942 04 15 0008
[8.–] ¡Oh, hombres!, volved la mirada a Nazareth, entrad en aquella pequeña y modesta morada. Mirad a aquel carpintero, custodio santísimo de los secretos divinos, que con sus sudores sustenta a la familia humilde y elevada más que la de los Césares de Roma; observad con qué veneración y respeto ayuda y venera a aquella Madre, su esposa inmaculada y pura; mirad al que se cree “Hijo del carpintero”, Virtud y Sabiduría omnipotente que hizo el cielo y la tierra y sin el cual nada se ha hecho, como ningún hombre puede sin Él hacer nada, y que, sin embargo, no se desdeña de los pequeños servicios de la casa y del taller, y de estar sometido a María y a José; contemplad un tan grande modelo de santa vida familiar, espectáculo que maravilla a las jerarquías angélicas, que lo adoran. ¡Ojalá que esta contemplación conserve en vuestros corazones aquellos sentimientos de grata y tierna entrega de vosotros mismos, que en sus diarias manifestaciones constituirán vuestro generoso concurso al bien y a la tranquilidad de la casa! Si en la vida profesional creéis que es honor vuestro no huir de ninguna responsabilidad que os toque, sea también en vuestra vida cristiana noble franqueza y orgullo de vuestra conciencia el tomar con amplitud y amor aquella porción de colaboración y de cuidado que es vuestra, para formar la felicidad doméstica.
[FC, 269-274]
1942 04 15 0002
[2.–] [...] Nell’unione coniugale l’uomo è capo della donna (1 Cor 11, 3), e d’ordinario la supera per forza e vigore. Questa distinzione però non umilia l’animo di lei, che, se spesso pone mano ad opere in apparenza tenui, in realtà effettua cose grandi e forti per la sua responsabilità di procurare il felice stato della famiglia e meritarsi la riconoscenza del marito.
1942 04 15 0003
[3.–] Tuttavia per cordiale che sia tale riconoscenza, voi, uomini, potete e dovete fare di più. La vostra perfezione di capi di famiglia non consiste soltanto nell’adempire le azioni attinenti alla vostra professione, al vostro mestiere o alla vostra arte particolare, fuori o dentro della casa; nella casa stessa che è dominio proprio di vostra moglie, anche voi avete una parte attiva da compiere. Voi, più validi di forze, voi sovente più destri nell’uso di strumenti o arnesi, voi nell’assetto della vostra dimora troverete innanzi tutto in molti piccoli lavori momento e luogo per operazioni le quali sono piuttosto dell’uomo che della donna. Non saranno fatiche e imprese pari a quelle dell’ufficio, del l’opificio o del laboratorio che voi frequentate, nè indecorose alla dignità vostra; saranno però una partecipazione di sollecitudine a quella della vostra compagna spesso sopraccarica di cure e di lavoro, una prestazione di mano amichevole a sollevare un peso, che per lei sarà un aiuto, per voi quasi uno svago o un mutamento di occupazione. Per coltivare un orto o un giardino, se la Provvidenza vi farà la grazia di averlo, per abbellimenti diversi, per varie riparazioni, per tante cose più o meno lievi da muovere o collocare e ordinare, come continuamente suole accadere, non opereranno forse più adatte e franche le vostre mani che quelle della vostra sposa? E, in generale, dove e quando una faccenda esigerà più forza, non avrete voi cuore così gentile e prudente da riservarla per voi? Che cosa potrebbe mai incontrarsi in una dimora cristiana di più triste e ripugnante al senso cattolico, quanto tutto ciò che in qualsiasi forma ritraesse il quadro e la scena, un tempo troppo frequenti fra alcuni popoli non ancora illuminati e addolciti dal divino mistero di Nazareth: la donna che cammina curva sotto il suo pesante fardello, come una bestia da soma, avanti al suo signore che la segue e la sorveglia tranquillamente fumando?
1942 04 15 0004
[4.–] Fu in passato uno dei grandi benefici sociali quel lavoro a domicilio, allora tanto comune anche per l’uomo, che univa marito e moglie in una medesima fatica, l’uno presso dell’altra, in una stessa casa, vicini al focolare dei figli. Ma il progresso della tecnica, il gigantesco ingrandirsi delle fabbriche e degli uffici, il moltiplicarsi dominante di ogni sorta di macchine hanno reso oggidì tale comune lavoro domestico assai raro fuori delle campagne, e spesso hanno costretto e separato l’uno dall’altro i genitori e li han tratti lungi dai figli per molte ore della giornata. [...] Ma, per quanto imperiosa possa, o uomini, essere l’occupazione di quel lavoro che vi trattiene per gran parte del dì lontani dai vostri cari, Noi non dubitiamo che al fervore della vostra affezione rimarrà ancora forza, arte e attenzione per i piccoli servigi domestici, così da conciliarvi tanto più cordiale e benevola gratitudine, quanto meglio verrà conosciuto che li prestate superando ogni stanchezza e brama di riposo, per quella condiscendenza ad aiutare anche nelle tenui occorrenze la famiglia, che tutti accomuna nel procacciarne e goderne il bene.
1942 04 15 0005
[5.–] Non è però mai che nella vita familiare non giungano occasioni più difficoltose, ore e tempi che mescolano gioie e dolori, pene e travagli, disagi e lacrime; ore di nascite, di malattie, di lutti. Allora, si, vi è più da fare. Allora la donna non potrà affatto, o solo a stento e con insolita fatica, accudire ai suoi molteplici doveri, divenuti più gravi e urgenti. Tutti allora quei di casa dovranno mettervi del loro meglio, anche i figli giovanetti coi loro piccoli aiuti; ma il primo a operare non dovrà essere forse il padre, il capo di famiglia, il quale, in ogni momento scabroso, avrà da dare esempio del prestarsi e del prevedere e provvedere, subito pagando della sua propria persona senza risparmio?
1942 04 15 0006
[6.–] In tali occasioni e cimenti apparirà la saggia dignità paterna nel vigore della sua efficace azione di governo familiare. A così importanti e inevitabili prove, preparate, diletti sposi, e raffermate il vostro animo e la vostra mente, perchè l’avvenire che vi attende difficilmente potrà essere diverso dal comune di tutte le domestiche pareti. Dalle vicende altrui apprendete a illuminare e a guidare voi stessi. E vi illumini e guidi altresì il corso ordinario della vita quotidiana. Entro il recinto della vostra casa non fermatevi a calcolare, a misurare, a paragonare chi si stanca e si affatica di più, chi dà più del suo tempo e delle sue forze. L’amore vero ignora questi calcoli, questi paragoni: si dona, stimando sempre troppo poco quanto fa per quelli che ama. Ciò che dice la Imitazione di Cristo dell’amore divino (l. III, c. V), si può applicare anche all’amore così profondo e così santo, qual è l’amore coniugale: “L’amore non sente gravame, non conosce fatica, brama più che non può non si scusa con la impossibilità... Esso può tutto, e adempie e perfeziona molte cose, in cui chi non ama manca e soccombe”. Non vi stupite pertanto se l’Apostolo delle Genti, pur pieno la mente e il cuore della carità di Cristo da esaltarla sopra la profezia, sopra i misteri e la fede dei miracoli, sopra le lingue e la scienza, sopra la liberalitá verso i poveri e il darsi al martirio (cfr. 1 Cor 13, 1 e segg.), non temette di assomigliare l’amore dei mariti per le loro donne all’amore di Cristo verso la Chiesa (cfr. Ephes 5, 25-29). Oh sì; amate le vostre mogli: voi siete ad esse responsabili del dovere dell’amore, come del più alto e necessario dono, perchè in tal dono è la tutela della castità coniugale e della pace familiare; perchè in tale amore si rafferma la fedeltà, si glorifica la prole, si perpetua inviolabile il sacramento che ha uniti l’uomo e la donna al cospetto di Dio. Santificate le vostre mogli col vostro esempio di virtù; date loro il vanto di imitarvi nel bene e nella vita religiosa, nell’assidua operosità e nell’intrepidezza sotto i duri casi e le non lievi sofferenze che mai non mancano al vivere umano. Potrebbe forse lo sposo dimenticare quali pesi e dolori, talvolta anche quali pericoli e sacrifici sublimi, rappresenta per la sua sposa quella maternità che darà a lui la gioia di essere e dirsi padre? E là ove l’istinto e l’amore materno ha fatto a lei tutto accettare senza porre in conto, l’amore coniugale e paterno permetterà a lui di lesinare la propria dedizione?
1942 04 15 0007
[7.–] Date uno sguardo alla storia della Chiesa, sposa di Cristo. Quanti eroi e quante eroine nel segreto del santuario della famiglia! Quante virtù solo a Dio note e agli angeli!
1942 04 15 0008
[8.–] O uomini, volgete l’occhio a Nazareth; entrate in quella piccola e modesta dimora. Guardate quel falegname, santissimo custode dei segreti divini, che coi suoi sudori sostenta la famiglia, umile ed alta più che quella dei Cesari in Roma; osservate con quale devozione e rispetto aiuta e venera quella Madre, sua sposa immacolata e intemerata; mirate quel creduto “Figlio del falegname”, Virtù e Sapienza onnipotente, che fabbricò il cielo e la terra, e senza del quale nulla fu fatto, come nulla alcun uomo può fare senza di lui, e pur non disdegna nei servigi della casa e della bottega di essere soggetto a Maria e a Giuseppe; contemplate un tanto modello di santa vita familiare, spettacolo di meraviglia e di adorazione per tutte le gerarchie angeliche. Possa questa vostra contemplazione conservare nei vostri cuori quei sentimenti di riconoscente e tenero dono di voi stessi, che nelle loro manifestazioni quotidiane formeranno il vostro generoso concorso al bene e alla tranquilità della casa. Se nella vita professionale stimate del vostro onore il non sottrarvi ad alcuna responsabilità che a voi spetti, nella vostra vita cristiana sia nobile franchezza e vanto della vostra coscienza il prendere largamente e amorosamente la vostra parte di collaborazione e di cura all’edificio della domestica felicità.
[DR 4, 37-41]