[0428] • PÍO XII, 1939-1958 • DEBERES RECÍPROCOS DE LAS FAMILIAS Y LOS AUXILIARES DEL HOGAR
De la Alocución Nell’ultimo, a unos recién casados, 5 agosto 1942
1942 08 05 0001
[1.–] [...] Estos hombres, amo y criado, son los unos y los otros igualmente siervos de Dios; y porque son hijos de Dios, son hermanos; y porque son cristianos, son miembros y órganos, diferentes, sí, pero de un mismo cuerpo, del cuerpo místico de Jesucristo. Esta triple comunidad de dignidad engendra comunidad de relaciones y de deberes recíprocos.
1942 08 05 0002
[2.–] I.–El primero de estos caracteres comunes, que los hace iguales e igualmente servidores de Dios –porque el universal género humano, lo quiera o no lo quiera, no puede sustraerse al servicio y al cumplimiento de los recónditos designios divinos– si iguala a los amos y a los criados ante Dios, no borra en ellos aquellas diferencias sociales de condición, de fortuna y de necesidades, que Él dispone y regula o el libre querer humano elige y actúa.
De donde, con el ser servidores de Dios, ha de componerse y acordarse el vínculo de las relaciones entre amos y criados en la justicia y en la humanidad. [...]
Por la sabiduría de Dios, que es fuente de la justicia, reinan los reyes (1); por la misma sabiduría Él somete los pueblos a los reyes (2). Así también en la familia ha de reproducir el gobierno divino de justicia y de humanidad, con el que Dios reduce a su servicio a todo el género humano. Bastante se habla de justicia, y con razón, porque el dar a cada uno lo suyo interesa a todos y a cada uno; pero con demasiada frecuencia tal justicia queda reducida al rigor de una fórmula, al hecho de que uno dé, estrictamente, el trabajo a que se ha comprometido y el otro pague, puntualmente, el salario que ha prometido.
En cambio, es más alto el concepto de justicia y de equidad para quien considere o medite cómo bajo la diferencia de los nombres de amo y criado está la idéntica realidad del hombre, los dos criaturas de Dios, los dos elevados sobre la materia y la naturaleza; de modo que estos dos hombres son, el uno y el otro, por el mismo título, siervos del mismo único y eterno Amo y Señor, que es Dios. Hombres el uno y el otro, poseen el uno y el otro –además de los bienes, de los derechos y los intereses materiales– los bienes, los derechos y los intereses más sagrados de su cuerpo y de su mente, de su corazón y de su alma.
Por lo tanto, no se trata de puras relaciones mutuas de simple justicia, restringida, en el frío sentido de la palabra, al sólo dar y tener, y ni siquiera de simple equidad, sino que conviene juntar con la justicia la “humanidad”, aquella humanidad que se parece a la misericordia y a la bondad divina y que sublima la justicia humana por encima de la materia en un aura espiritual.
1. Cfr. Prov. VIII, 15.
2. Cfr. Ps. CXLIII, 2.
1942 08 05 0003
[3.–] Imaginaos, si os es posible, el aislamiento de una pobre criada, que por la tarde, al acabar una jornada de fatigoso trabajo, se retira a su cuartito, acaso oscuro, triste y carente de toda comodidad. Ha trabajado todo el día y sufrido para servir; no le ha faltado, como puede suceder, alguna riña, acaso con tono duro, áspero, altanero; se le han dado órdenes, acaso con aquel ademán que parece traicionar el placer amargo de no mostrarse jamás contentos. Sin llegar a tanto, se la ha mirado como a una de la cual los demás se acuerdan solamente cuando falta o cuando se retrasa, aunque sea breves momentos, algo que se espera; parece tan natural a algunos el quererlo todo perfecto y siempre hasta el último detalle. A nadie se le pasa por la cabeza cuánta fatiga, cuánta dedicación, cuánta sagacidad y cuánta aflicción le ha costado la diligencia que realmente ha puesto en su trabajo; y jamás viene a animarla una palabra dulce, una sonrisa de ánimo a sostenerla y a guiarla, una mirada amable a confortarla. En la soledad de su cuartito, ¿qué recompensa más preciosa que el dinero no sería ahora, no habría sido durante todo el día una palabra, una mirada, una sonrisa verdaderamente humana, que la hiciese sentir aquel vínculo que establece la naturaleza también entre amos y criados? De noche, esperando que los señores vuelvan a casa, la pequeña criada velará junto a los niños que duermen, mientras su pensamiento y su corazón volarán a su pueblo estimando y llamando más afortunados que ella a los criados que trabajan en la casa de su padre (1[3]). ¡Y si el tiempo y el servicio le han aumentado los años, pensará acaso con nostálgica añoranza en el hogar, que también ella habría podido fundar, hogar modesto, pero en el que, junto a sus cunas, habría alegrado con sus cantos y con sus caricias a sus propios hijos!
1[3]. Cfr. Luc. XV, 17.
1942 08 05 0004
[4.–] Entrad en el alma de esta criada, en donde, con el cansancio del cuerpo, es compañera de sus recuerdos la angustia del corazón. Los señores de casa, si son gente mundana, raramente caerán en la cuenta; ¿acaso pensarán más en su espíritu? No se atreverán, es de creer, a prohibirle el cumplimiento de sus deberes de cristiana; pero sucede que con frecuencia no se dejan para este fin ni la posibilidad ni el tiempo, y menos todavía se le concede atender y proveer a los impulsos de su íntima devoción y a los intereses de su vida moral y espiritual.
1942 08 05 0005
[5.–] La dueña de casa, sin duda, no es siempre de índole dura y mala; antes bien, muchas veces es piadosa, es visitadora de los pobres de la ciudad; es favorecedora de los necesitados y de las obras buenas; pero –y no pretendemos ciertamente generalizar– mira la pobreza más fuera que dentro de la casa, ignora que una pobreza más triste, la pobreza del corazón, se alberga bajo su propio techo. Ni siquiera cae en la cuenta; jamás se ha acercado maternalmente a su criada, con corazón de mujer, en las horas de su trabajo o de su retiro. Aquellos quehaceres domésticos ¿cómo sabría o podría comprenderlos, si en su vida no los ha aprendido? ¿Dónde está aquí aquella laudable y cortés dignidad de ama, que no teme perder el propio decoro tratando bien a una joven criada? ¿Por qué no se acerca a aquel pobre corazón, constante en la humildad de su obra, en el trabajo de la vida y en la obediencia más que reverente para con quien no es su madre? Dueña y criada son dos nombres diferentes, pero la naturaleza humana es la misma en las dos, aun cuando una sea en esta tierra, por lo menos aparentemente, más feliz y más afortunada que la otra. Las dos son siervas delante de Dios Criador. ¿Por qué, pues, se olvida el que la menor es sierva de Dios en su espíritu, antes que sierva de los hombres con su trabajo? Gracias a Dios, vuestros sentimientos, amados hijos e hijas, son bien diversos; y el cuadro por Nos esbozado no reproduce, creedme, el que habéis tenido bajo vuestros ojos en vuestras propias familias.
1942 08 05 0006
[6.–] Sin embargo, si la rectitud y la benevolencia deben ser en los amos respeto para con los criados, ¿no tienen acaso éstos, por su parte, deberes propios y especiales para con los amos? ¿No son virtudes también para ellos la justicia y la humanidad? ¿Se portarían acaso justa y humanamente aquellos servidores o aquellas criadas que faltasen a las leyes de la honestidad y defraudasen a sus amos, que manifestasen los secretos de la familia con quien viven, que de la misma familia hablasen mal con peligro de causar daño, que no tuviesen cuidado de las cosas que les confían, de manera que sufriesen perjuicio? ¿O aquellos servidores o criadas que no atendiesen a su trabajo o lo cumpliesen descuidadamente, o que cumpliéndolo, ni más ni menos de lo que el servicio exigía, se apartasen tanto de la convivencia familiar que no sintiesen ni mostrasen un corazón humanamente delicado y propenso a la entrega de sí mismo en las circunstancias y en las horas de enfermedad, de cansancio, de desgracia, de luto de los amos o de sus hijos? Si además de esto fueran irreverentes (no querríamos decir insolentes), fríos en su actitud a todo lo que concierne a la casa; si con palabras, con las murmuraciones, con los modos de tratar viniesen a ser entre los demás criados, o acaso aun entre los hijos, sembradores de descontento, de mal espíritu o (¡lo que Dios no permita!) de escepticismo, de impiedad, de impureza, de malas costumbres, ¿con qué nombre se deberían llamar tales servidores o domésticas, deshonor de su clase, tan benemérita? Dejamos que vosotros mismos lo penséis y lo juzguéis.
1942 08 05 0009
[9.–] Se dirá que es menester mantener el propio grado, aun delante de los criados. Sí; mantened vuestro grado, pero también vuestro grado de hermanos, como lo mantiene el Hijo de Dios hecho hombre que nos dio ejemplo de humildad y de mansedumbre y vino a la tierra, no para ser servido, sino para servir (2[4]). No os maravilléis de ello; en esto no se trata de faltar ni a la dignidad ni a la autoridad de jefe de familia o de amo de casa.
2[4]. Matth. XX, 28.
1942 08 05 0011
[11.–] [...] Quien se precia de la dignidad y del nombre de amo verdaderamente cristiano, no puede, si su corazón está movido por el espíritu de Cristo, dejar de sentir los sufrimientos y las necesidades de sus trabajos; no sólo temporales y materiales, sino también los del alma, frecuentemente ignorados o incomprendidos por ellos. Elevándose sobre el bajo mundo del interés, procurará promover y favorecer en sus dependientes y servidores su vida cristiana; procurará que en las instituciones creadas para provecho de los criados y criadas encuentren un refugio en las horas peligrosas del tiempo libre y una sólida educación e introducción sobrenatural de sus mentes y de su es píritu. Por su parte, el buen servidor, la fiel criada, sentirá redundar sobre sí lo que es honor de la familia en que vive, habiendo cooperado con su humilde trabajo, con su amor, con su virtud, al decoro, al esplendor, a la santidad de la casa.
[FC, 310-317]
1942 08 05 0001
[1.–] [...] Questi uomini, padroni e domestici, sono gli uni e gli altri egualmente servitori di Dio; che, figli di Dio, sono fratelli; che, cristiani, sono membri e organi, differenti sì, ma di un medesimo corpo, del corpo mistico di Gesù Cristo. Tale triplice comunanza di dignità genera comunanza di relazioni e di doveri reciproci.
1942 08 05 0002
[2.–] 1. Il primo di questi caratteri comuni, che li fa simili e similmente servitori di Dio, perchè l’universale genere umano, voglia o no, non può sottarsi al servigio e al compimento dei reconditi disegni divini, se pareggia padroni e domestici dinanzi a Dio, non cancella in essi quelle differenze sociali di condizione, di fortuna e di bisogni, che Egli dispone e regola, o il libero volere umano elegge e attua. Onde con l’essere servitori di Dio ha da comporsi e accordarsi il vincolo dei rapporti fra padroni e domestici nella giustizia e nella umanità. [...] Per la sapienza di Dio, che è fonte della sua giustizia, regnano i re (cfr. Prov 8, 15); per la medesima sapienza Egli sottomette i popoli ai re (cfr. Ps 143, 2). Così anche la famiglia ha de ritrarre il governo divino di giustizia e di umanità, onde Dio regge a suo servigio tutto il genere umano. Assai si parla di giustizia, e con ragione, perchè il rendere a ognuno il suo interessa tutti e ciascuno; ma troppo spesso tale giustizia viene ridotta al rigore di una formula, al fatto che l’uno fornisca, strettamente, il lavoro a cui si è impegnato, e l’altro paghi, puntualmente, il salario che ha promesso. Più alto invece è il concetto di giustizia. e di equità per chi consideri e mediti come sotto la differenza dei nomi di padrone e di servitore sta l’identica realtà del nome di uomini, ambedue creature di Dio, ambedue elevati sopra la materia e la natura; sicchè questi due uomini sono, l’uno e l’altro, per il medisimo titolo, servitori dello stesso e unico eterno Padrone e Signore che è Dio. Uomini, l’uno e l’altro, essi, l’uno e l’altro posseggono, –oltre i beni, i diritti e gl’interessi materiali–, i beni, i diritti e gl’interessi più sacri del loro corpo e della loro mente, del loro cuore e della loro anima. Non si tratta pertanto di pure relazioni mutue di semplice giustizia, ristretta, nel freddo senso del vocabolo, al solo dare e avere, e neanche di semplice equità, ma conviene congiungere con la giustizia la “umanità”, quell’umanità che assomiglia alla misericordia e alla bontà divina e sublima la giustizia umana sopra la materia in un’aura spirituale.
1942 08 05 0003
[3.–] Immaginatevi, se vi è possibile, l’isolamento di una povera domestica, la quale, la sera, al chiudersi di una giornata di faticoso lavoro, si ritira nella sua piccola stanza, forse oscura, triste, priva di ogni agio. Tutto il dì ha faticato e penato per il suo servizio; qualche riprensione, come può accadere, non le è mancata, forse con tono duro, aspro, altero; ordini le sono stati impartiti, forse con quel piglio che sembra tradire l’amaro piacere di non mostrarsi giammai contenti. Senza arrivare a tanto, è stata riguardata come una, della quale gli altri si rammentano soltanto al mancare o al tardare, anche solo per brevi momenti, di qualche cosa attesa: così naturale pare ad alcuni di voler tutto perfetto e giunto sempre a puntino. Nessuno menomamente pensa a quanto di fatica, di dedizione, di accorgimento e di accoramento le è costata la diligenza che ha pur messa nel suo lavoro; nè mai una dolce parola viene ad incoraggiarla, un sorriso confortante a sostenerla e a guidarla, uno sguardo amabile a rincorarla. Nella solitudine della sua cameretta, quale ricompensa, più preziosa del danaro, non sarebbe ora, non sarebbe stata durante il giorno una parola, uno sguardo, un sorriso veramente umano, che all’animo di lei avrebbero fatto risentire quel vincolo che fa la natura anche fra servitori e padroni? Di notte, aspettando che i signori rientrino in casa, la piccola domestica veglierà sui bambini che dormono, mentre il suo pensiero e il suo cuore voleranno al suo villaggio, stimando e chiamando più di sè fortunati i servi che lavorano nell’abituro di suo padre (cfr. Luc 15, 17). Che se il tempo e il servizio le avranno accresciuto gli anni, penserà forse con nostalgico rimpianto al focolare che anch’ella avrebbe potuto fondare, focolare modesto, ma presso il quale nelle culle avrebbe coi suoi canti e con le sue carezze rallegrato i suoi propri figli!
1942 08 05 0004
[4.–] Entrate nell’anima di quella domestica, dove con la stanchezza del corpo viene compagna delle sue rimembranze l’angoscia del cuore. I padroni di casa, se mondani, avverrà ben di rado che vi badino: penseranno forse di più al suo spirito? Non si ardirà –è da credere– di proibirle l’adempimento dei suoi doveri di cristiana; ma ecco che spesso non le si lasciano a tal fine nè la possibilità nè il tempo, e ancor meno le si concede di attendere e provvedere agl’impulsi della intima sua devozione e agldella sua vita morale e spirituale.
1942 08 05 0005
[5.–] La padrona di casa senza dubbio non è sempre di indole dura e cattiva: spesso anzi è pia, è visitatrice dei poveri della città, è favorevole ai bisognosi e alle opere buone; ma –non intendiamo certamente di generalizzare– guarda la povertà più fuori che dentro casa, ma ignora che una povertà più triste, la povertà del cuore, alberga sotto il suo proprio tetto. Ella neppure se ne accorge; mai non si è accostata maternamente alla sua domestica, con cuore di donna, nelle ore e nel ritiro del lavoro di lei. Quelle faccende di casa, come saprebbe ella o potrebbe comprenderle, se in vita sua non le ha mai apprese? Dov’è qui quella cortese e lodevole dignità di padrona, non timida di perdere del proprio decoro nel buon tratto verso una giovane domestica? Perchè non avvicina quel povero cuore, costante nell’umiltà dell’opera sua, nel suo travaglio della vita e nell’ubbidienza più che riverente a chi non le è madre? Padrona e serva sono due nomi differenti; ma la natura umana è la medesima in tutte e due, anche se l’una è in questa terra, almeno apparentemente, più felice e fortunata dell’altra. Ambedue sono serve davanti a Dio Creatore; perchè dunque si dimentica che la minore è serva di Dio nel suo spirito, prima ancora che serva degli uomini nel suo lavoro? Grazie al cielo, i vostri sentimenti, diletti figli e figlie, sono ben diversi; e il quadro da Noi abbozzato non ritrae –crediamo– quel che voi avete avuto sotto gli occhi nelle vostre proprie famiglie.
1942 08 05 0006
[6.–] Tuttavia, se rettitudine e benevolenza vogliono essere nei padroni rispeto ai domestici, non hanno forse questi, dal canto loro, doveri propri e speciali verso padroni? Non sono virtù anche per essi la giustizia e la umanità? Si comporterebbero forse giustamente e umanamente quei servitori o quelle domestiche, che mancassero alle leggi dell’onestà e defraudassero i loro padroni, che manifestassero i segreti della famiglia presso cui dimorano, che della famiglia stessa sparlassero con rischio di danno, che non curassero quanto loro viene affidato, di guisa che ne nascesse detrimento? quei servitori o quelle domestiche, che non attendessero al loro lavoro o lo compissero con trascuratezza, o che, pur adempiendo, nè più nè meno, quel che è debito del loro servizio, si appartassero tanto dalla convivenza familiare da non sentire nè mostrar nulla di un cuore umanamente delicato e propenso a dedizione di sè nelle circostanze e nelle ore di malattia, di stanchezza, di sventura, di lutto dei padroni e dei loro figli? Se poi fossero irriverenti (non vorremmo dire insolenti), freddi in ogni loro contegno, indifferenti a tutto ciò che concerne la casa; se con le parole, con le mormorazioni, con le maniere di trattare, divenissero fra gli altri domestici, o forse ancora fra i figli, seminatori di malcontento, di cattivo spirito o (che Dio non permetta!) di scetticismo, di empietà, d’impurità, di malcostume; con qual nome tali servitori o domestiche, disonore della loro classe, pur tanto benemerita, sarebbero da chiamare? Noi lo lasciamo a voi stessi pensare e giudicare.
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[9.–] Si dirà che bisogna mantenere il proprio grado anche innanzi ai domestici. Sì; mantenete il vostro grado, ma anche il vostro grado di fratelli, a quel modo che lo mantenne il Figlio di Dio fatto uomo, che ci diede esempio di umiltà e di mitezza e venne sulla terra non per essere servito, bensì per servire (Matth 20, 28). Non ve ne meravigliate: in ciò non si tratta di venir meno nè alla dignità nè all’autorità di capo di famiglia o di padrone di casa.
1942 08 05 0011
[11.–] [...] Chi pregia in sè la dignità e il nome di padrone veramente cristiano, non può, se il suo cuore è mosso dallo spirito di Cristo, non risentire le sofferenze e le necessità dei suoi inferiori; non può non avvertire i bisogni e i travagli loro, non solo i temporali e materiali, bensì anche quelli delle loro anime, sovente da loro stessi ignorati o non compresi. Elevandosi sopra il basso mondo dell’interesse, egli si studierà di favorire e promuovere nei suoi dipendenti e servitori la loro vita cristiana; procurerà che nelle Opere istituite a vantaggio dei domestici e delle domestiche trovino un rifugio durante le ore pericolose del tempo libero e una solida educazione e istruzione soprannaturale della loro mente e del loro spirito. Da parte sua, il buon servitore, la fedele domestica, sentirà ridondare su di sè ciò che torna a onore della famiglia in cui vive, avendo col suo umile lavoro, col suo amore, con la sua virtù, cooperato al decoro, allo splendore e alla santità della casa.
[DR 4, 165-172]