[0438] • PÍO XII, 1939-1958 • VIRTUDES PROPIAS DEL HOGAR
De la Alocución Siate i benvenuti, a unos recién casados, 7 abril 1943
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[1.–] Bienvenidos seáis, amados recién casados, a quienes la fe y la esperanza hacen correr hasta Nos para recibir, con nuestra bendición, la bendición de Cristo sobre el hogar que habéis fundado en el amor. Vosotros os imagináis hermoso este hogar; no que os lo imaginéis sin pruebas y sin lágrimas, porque sabéis que esto sería acá abajo una esperanza vana. Pero os lo imagináis hermoso porque, a pesar de las pruebas y de las lágrimas, queréis que sea casto, santo, amable, atrayente, radiante; en una palabra, como hemos procurado describíroslo en nuestro último discurso a los recién casados que os han precedido.
¿Pero cómo llevar a la práctica lo mejor que se pueda un ideal tan elevado? Desde vuestro noviazgo habéis hecho sabios propósitos y fervorosos preparativos para construir, ordenar, establecer y montar viva y risueña vuestra casa; os lo exigían la prudencia y la previsión; pero más que nada triunfaba el deseo común de ayudaros mutuamente para perfeccionaros y crecer en todas las virtudes, a emularos mutuamente en el bien y en el mutuo acuerdo, que son los elementos necesarios para la constitución del hogar que vosotros deseáis.
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[2.–] Pero ¿qué son estas virtudes? Y más en especial, ¿qué son las virtudes del hogar doméstico?
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[3.–] Es realmente una desgracia que una palabra tan noble como es la de “virtud” haya sido profanada, no tanto, es verdad, por desprecio o por burla, cuanto por el abuso y extensión que de ella se ha hecho, diluyéndola hasta hacerla equívoca, mezquina y hasta desagradable al oído de la gente verdaderamente virtuosa. En sentido propio la palabra “virtud”, “virtus”, derivada de “vir”, significa fortaleza (1), y sirve para designar una fuerza capaz de producir un fin bueno (2). [...] Comúnmente el nombre de virtud se aplica al orden moral, en el que las virtudes del corazón, de la voluntad y de la inteligencia dan la dignidad, la nobleza y el verdadero valor de la vida.
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[4.–] De estas virtudes del orden moral nos proponemos hablaros, y lo haremos en cuanto que son virtudes del hogar y adquieren importancia por la intimidad y la irradiación de la familia. ¿De dónde efectivamente nace y resulta la verdadera vida de un buen hogar doméstico, sino precisamente del concurso de estas virtudes, tan variadas, tan sólidas y encantadoras, que los dos novios desean encontrar el uno en el otro y con las que querrían adornarse como con las joyas más preciosas?
1. Cfr. Cic. Tusc. 2, 18, 43.
2. Cfr. S. Th. 1.a 2.ae p. q. 55.
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[5.–] Imaginaos uno de estos hogares verdaderamente modelo. Veis allí a cada uno diligente y solícito en cumplir a conciencia y eficazmente el propio deber, en agradar a todos, practicar la justicia, la sinceridad, la dulzura, la abnegación de sí mismo con la sonrisa en los labios y en el corazón, la paciencia en el soportar y en el perdonar, la fuerza en la hora de la prueba y bajo el peso del trabajo. Veis allí a los padres que educan a los hijos en el amor y en la práctica de todas las virtudes. En este hogar Dios es honrado y servido con fidelidad, el prójimo es tratado con bondad. ¿Hay o puede haber nada más hermoso y edificante?
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[6.–] En realidad no habría ni podría haber nada más hermoso que un hogar semejante si Dios, que ha creado al hombre dotado de facultades que sirven para adquirir, perfeccionar y practicar estas virtudes y hacer fructificar estos dones, no hubiera sido todavía más soberanamente bienhechor y generoso, acudiendo de nuevo para comunicarle una vida divina, la gracia, que le hace hijo adoptivo de Dios, e infundirle con ella ciertas potencias, fuerzas nuevas de carácter divino, ayudas infinitamente más allá de la capacidad de toda naturaleza creada. Por eso estas virtudes son llamadas “sobrenaturales” y esencialmente lo son. En cuanto a las otras, las virtudes naturales y humanas de orden moral, la naturaleza da la inclinación y la disposición para ellas, no la perfección, y el hombre puede adquirirlas y aumentarlas con su esfuerzo personal (1[3]); pero la adopción divina con la forma de la caridad sobrenaturaliza sus actos y los hace resplandecer con un fulgor y una eficacia que vale para la vida eterna (2[4]).
1[3]. S. Th. 1.a 2.ae p. q. 63 a. 1 et 2.
2[4]. S. Th. 2.a 2.ae p. q. 23 a. 8.
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[9.–] Las virtudes infusas sobrenaturales no son sino el regalo que el día del bautismo hace a sus hijos el Padre celestial.
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[10.–] ¿Cómo? Aquel pequeñín que, escondido antes en el santuario del seno materno, veréis derramar después de algunos meses sus primeras lágrimas, esperando sus primeras sonrisas, que nunca brillan sino después del llanto; el día en que, orgullosos de vuestra paternidad, al volver de la iglesia, le lleváis, regenerado ya con las aguas del bautismo, a su madre, para que le dé un beso, más tierno todavía del que le dio al salir de casa; este niño, pues, ¿tendrá ya virtudes tan altas y tan sublimes como aquéllas que vencen a la naturaleza? No lo dudéis.
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[11.–] ¿No ha recibido acaso de vosotros desde que nació, desde el primer instante de su existencia, un sello, en el que bien pronto será fácil reconocer la semejanza de su doble ascendencia paterna y materna? En realidad, aquellos primeros días un niño se diferencia bien poco de los otros recién nacidos. Pero después, sin esperar a que hable o a que se explique, descubriréis en sus gracias, en sus caprichos, algún detalle de vuestro carácter; luego su inteligencia y su voluntad se despertarán, o mejor aún se manifestarán, porque sabido es que, dormidas en cierto modo hasta entonces, inactivas, sin embargo recogían del exterior tantas ideas y deseos de cosas con sus inquietas y ávidas miradas y deseos y llantos; y que no solamente en el día de sus primeras manifestaciones habéis transmitido a vuestro hijo aquellos rasgos de fisonomía física, intelectual y moral.
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[12.–] De la misma manera, en el orden de la gracia aquellas facultades divinas, que son las virtudes de fe, esperanza y caridad, han sido infundidas por Dios en él con el sacramento del bautismo, que le regenera a la vida espiritual; y del mismo modo los gérmenes racionales e individuales que les llevan a las virtudes naturales, comunicados por vosotros con la generación, son protegidos y custodiados, en virtud de esta regeneración, hasta el uso de la razón.
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[13.–] Ahora podéis entender bien en qué sentido Nos pretendemos hablar de las virtudes del hogar; en el sentido de que la gracia desea unirse en la familia a las buenas disposiciones de la naturaleza, que llevan a la virtud, y vencer a las malas, en cuanto que “los pensamientos del corazón humano están inclinados al mal desde la adolescencia” (1[5]). Pero sobre la naturaleza triunfa la gracia y la exalta, dando el poder de hacer hijos de Dios a los que creen en el nombre de Cristo, “los cuales no por vía de sangre ni por voluntad de la carne ni por voluntad de hombre, sino de Dios, han nacido” (2[6]). No olvidéis que todos nacemos con el pecado original y que si la nueva familia une en sí las virtudes naturales y cristianas, cultivadas antes en los recién casados por la educación sana y religiosa que tuvieron en su casa, educación basada en tradiciones y mantenida y transmitida de generación en generación, ellos, los recién casados, vienen con ello a formar un hogar, que emula y continúa la santa y virtuosa belleza de sus antepasados y de sus familias en donde ellos nacieron. Porque si el bautismo hace a los niños hijos de Dios y basta para hacerles ángeles del cielo antes del uso de la razón y del recto conocimiento del bien y del mal, su educación, sin embargo, ha de iniciarse ya desde la niñez, porque las buenas inclinaciones naturales pueden extraviarse cuando no van bien dirigidas y desarrolladas con actos buenos, que con su repetición las transforman propiamente en virtudes, bajo la dirección del entendimiento y de la voluntad, hasta más allá de la edad infantil o pueril.
¿Acaso la disciplina y la vigilancia de los padres no son las que forman e informan el carácter de los hijos? ¿No es su ejemplar actitud virtuosa la que enseña a los hijos mismos el camino del bien y de la virtud y custodia en ellos el tesoro de la gracia y de todas las virtudes que le están unidas recibidas en el bautismo?
[FC, 351-357]
1[5]. Gen. VIII, 21.
2[6]. Io. I, 12, 13.
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[1.–] Siate i benvenuti, diletti sposi novelli, voi cui la fede e la speranza fanno accorrere intorno a Noi per ricevere, con la Nostra benedizione, la benedizione di Cristo sul focolare che avete fondato nell’amore. Voi lo sognate bello, cotesto focolare: non già che lo immaginiate del tutto scevro di prove e di lacrime, non ignari come siete che ciò sarebbe una vana aspettazione quaggiù. Ma lo sognate bello, perchè nonostante prove e lacrime, lo volete casto, santo, amabile, attraente, irradiante, in una parola, quale Noi abbiamo cercato di descriverlo nell’ultimo Nostro discorso agli sposi, che vi hanno qui preceduti. Ma come attuare, quanto meglio è possibile, un così alto ideale? Voi avete fatto, dal tempo del vostro fidanzamento, saggi propositi e fervidi preparativi per costruire, ordinare, stabilire, rendere viva e ridente la vostra casa; la prudenza e la previdenza ve l’imponevano; però sopra ogni cosa trionfava il comune intento di aiutarvi scambievolmente a perfezionarvi, a crescere in tutte le virtù a gareggiare nel bene e nel mutuo accordo, che sono gli elementi necessari per la costituzione del focolare, quale voi lo bramate.
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[2.–] Ma queste virtù che cosa sono? e più particolarmente che sono le virtù del focolare domestico?
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[3.–] È veramente una disavventura che una parola così nobile, qual è quella di virtù, sia stata profanata, non tanto, in verità, per disprezzo o per beffa, quanto per l’abuso e l’estensione che se ne è fatta, attenuandola fino a renderla equivoca, meschina e sgradita anche ad orecchi di gente veramente virtuosa. In senso proprio la parola virtù, “virtus”, derivata da vir, significa fortezza (cfr. Cicer. Tusculan. 2, 18, 43), e vuol designare una forza atta a produrre un effetto buono (cfr. S. Th. 1.ª 2.ae p. q. 55). [...] Comunemente il nome di virtù si applica nell’ordine morale, nel quale le virtù del cuore, della volontà e della mente fanno la dignità la nobiltà e il vero valore della vita.
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[4.–] Di queste virtù dell’ordine morale Ci proponiamo di parlarvi, e ne discorreremo in quanto sono virtù del focolare e acquistano importanza per la intimità e la irradiazione della famiglia. Da che infatti nasce e risulta la vera vita di un buon focolare domestico, se non precisamente dal concorso di queste virtù assai varie, ma solide e incantevoli, che i due fidanzati amano di trovare l’uno nell’altro e di cui vorrebbero adornarsi come dei più preziosi gioielli?
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[5.–] Immaginatevi uno di questi focolari di perfetto modello. Voi vi vedete ciascuno premuroso e sollecito di adempire coscienziosamente ed efficacemente il proprio dovere, di far piacere a tutti, di praticare la giustizia, la franchezza, la dolcezza, l’abnegazione di se stesso col sorriso sulle labbra e nel cuore, la pazienza nel sopportare e nel perdonare, la forza nell’ora della prova o sotto il peso del lavoro. Vi vedete i genitori educare i figli nell’amore e nella pratica di tutte le virtù. In un tal focolare Dio è onorato, servito con fedeltà; il prossimo è trattato con bontà. Vi è o vi può essere nulla di più bello e di più edificante?
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[6.–] Non vi sarebbe, a dire il vero, nè potrebbe esservi nulla di meglio di un così bel focolare, se Dio, che ha creato l’uomo ricco di facoltà valevoli per acquistare, perfezionare, praticare tutte queste virtù e far fruttificare tutti questi doni, non fosse stato ancor più sovranamente benefico e generoso, sopravvenendo per comunicargli una vita divina, la grazia, che lo fa figlio adottivo di Dio, e con essa infondergli facoltà, forze nuove di carattere divino, aiuti infinitamente al di sopra della natura umana, al di sopra della capacità di ogni natura creata. Perciò queste virtù vengono chiamate soprannaturali, e tali sono essenzialmente. Quanto alle altre, le virtù naturali e umane di ordine morale, la natura ne presta l’inclinazione e la disposizione, non la perfezione, e l’uomo può acquistarle e accrescerle per sforzo personale (S. Th. 1.ª 2.ae p. q. 63 a. 1 et 2); ma quella adozione divina ne soprannaturalizza con la forma della carità gli atti e le fa risplendere di un fulgore e di una efficienza, che vale per la vita eterna (S. Th. 2.ª 2.ae p. q. 23 a. 8).
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[9.–] Le virtù infuse soprannaturali, ecco il “regalo di battesimo” che il Padre celeste fa ai suoi figli.
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[10.–] Come? Quel piccolo essere, che, dapprima invisibile nel santuario del seno materno, fra alcuni mesi vedrete spargere le sue prime lacrime, nell’attesa dei suoi primi sorrisi, che non brillano mai se non dopo il pianto; il giorno in cui, orgogliosi della vostra paternità, di ritorno dalla chiesa, voi lo ricondurrete, rigenerato nelle acque del battesimo, alla madre per averne un bacio ancor più tenero di quelli che aveva ricevuti all’uscita di casa; questo bambino avrebbe dunque già virtù così alte e sublimi come quelle che vincono la natura? Non ne dubitate.
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[11.–] Non avrà forse dal momento della sua nascita, dal primo istante della sua esistenza, ricevuto da voi una impronta, nella quale sarà ben presto facile di riconoscere la rassomiglianza della sua duplice ascendenza paterna e materna? È vero, in quei primi giorni, un bambino non differisce molto dagli altri neonati. Ma poi, anche senza attendere che parli o ragioni, voi scoprirete, nelle sue graziosità o nei suoi capricci, qualche linea dei vostri propri caratteri; quindi la sua intelligenza e la sua volontà si sveglieranno, o meglio si manifesteranno, perchè ben si sa che, fino allora quasi addormentate, inattive, pur raccoglievano dal di fuori tante idee e desideri di cose con gli irrequieti e avidi sguardi e movimenti e pianti, e che non soltanto nel giorno della loro prima manifestazione voi avete trasmesso al vostro figlio quei tratti di fisionomia fisica, intellettuale e morale.
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[12.–] Non altrimenti, nell’ordine della grazia, quelle facoltà divine, che sono le virtù di fede, di speranza e di carità, sono da Dio infuse in lui col sacramento del battesimo, che lo rigenera nella vita spirituale; così egualmente i germi razionali e individuali inclinanti alle virtù naturali, che voi gli avete comunicati con la generazione, vengono, in virtù della rigenerazione, come protetti e custoditi fino all’uso di ragione.
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[13.–] Ora voi ben potete scorgere in qual senso Noi intendiamo parlare delle virtù del focolare; nel senso che la grazia vuole nella famiglia congiungersi alle buone disposizioni della natura che inclinano verso la virtù, e vincere le cattive, in quanto che “i pensieri del cuore umano sono inclinati al male fin dall’adolescenza” (Gen 8, 21). Ma sopra la natura trionfa la grazia e la esalta, dando il potere di diventare figliuoli di Dio a quelli che credono nel nome di Cristo, “i quali non per via di sangue, nè per volontà della carne, nè per volontà d’uomo, ma da Dio sono nati” (Io 1, 12-13). Non dimenticate che tutti nasciamo col peccato originale, e che, se la nuova famiglia unisce in sè le virtù naturali e cristiane, coltivate già nei novelli sposi dall’educazione sana e religiosa che ebbero nella loro casa, educazione passata in tradizione e mantenuta e trasmessa di generazione in generazione, essi, i novelli sposi, con ciò vengono a costituire un focolare, che emula e continua la santa bellezza virtuosa degli antenati e delle famiglie, donde trassero la loro vita. Che se il battesimo fa i bambini figliuoli di Dio e basta per farli angeli del cielo avanti l’uso della ragione e la retta cognizione del bene e del male, l’educazione loro però ha da iniziarsi fin dalla fanciullezza, perchè le buone inclinazioni naturali possono essere traviate, quando non siano ben dirette e svolte con atti buoni, che le trasformano con la loro ripetizione propriamente in virtù, sotto la direzione dell’intelleto e della volontà oltre l’età infantile e puerile. Non sono forse la disciplina e la vigilanza dei genitori che formano e informano il carattere dei figli? Non è il loro esemplare contegno virtuoso che segna ai figli stessi la via del bene e della virtù e custodisce in essi il tesoro della grazia e di tutte le virtù che le sono connesse, ricevute nel battesimo?
[DR 5, 21-25]