[0523] • PÍO XII, 1939-1958 • MISIÓN DE LA MUJER EN LA IGLESIA Y EN LA SOCIEDAD
Del Radiomensaje Con vivo gradimento, al Centro Italiano Femenino, reunido en Loreto (Italia), 14 octubre 1956
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[2.–] ¡Ah, cómo quisiéramos que juntamente con vosotras, y animadas por el mismo espíritu y ardor, se estrechasen en torno al trono de la Virgen todas las mujeres de Italia y del mundo para aprender de sus excelsos ejemplos el secreto de toda grandeza y el modo de actualizar en sí mismas los designios divinos, respondiendo admirablemente a la más profunda y pura aspiración de los corazones!
Si la constante tradición de la Iglesia suele proponer a las mujeres cristianas como sublime modelo de Virgen y de Madre a María, ello demuestra la alta estima que el cristianismo tiene por la mujer, la inmensa confianza que la misma Iglesia pone en su benéfico poder y en su misión en provecho de la familia y de la sociedad.
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[3.–] [...] “Sed las restauradoras del hogar, de la familia, de la sociedad”, fue nuestro grito en aquel octubre ansioso de 1945, en un discurso en que ampliamente hablamos de los “deberes de la mujer en la vida social y política” (“Discursos y radiomensajes”, vol. VII, pág. 240).
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[4.–] ¿Se entibiará acaso el antiguo ardor sólo porque una luz un tanto más serena ha vuelto a esplender sobre vuestra patria? ¿Ha cesado tal vez la necesidad de extender, reforzar y perfeccionar la obra emprendida para revigorizar en vuestras hermanas la conciencia de su dignidad y de su alta misión? Las falsas teorías, los frívolos usos y también las perversas asociaciones, ¿han desistido tal vez de poner asechanzas contra la mujer, o sea de deprimir lo que Dios ha sublimado, de destruir lo que la Iglesia edifica, de disgregar cuanto vosotras mismas os esforzáis santamente por unir? Por desgracia, no. La mujer, corona de la creación, de la que en cierto sentido es obra maestra; la mujer, esa dulce criatura, a cuyas delicadas manos parece que Dios haya confiado en tan gran parte, como auxiliar del hombre, el futuro del mundo; la mujer, expresión de cuanto hay de bueno, amable y gentil aquí abajo, es, sin embargo, a menudo y a pesar de una aparente exaltación engañosa, objeto de desestima y a veces de positivo cuanto sutil desprecio por parte del mundo paganizante.
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[6.–] Ante todo, ni siquiera al presente faltan voces que tienden a disminuir, a ignorar totalmente el mérito indiscutible que corresponde a la Iglesia por haber restituido a la mujer su primitiva dignidad; voces que, por el contrario, repiten ser precisamente la Iglesia contraria a la llamada “emancipación de la mujer del régimen feudal”. Aduciendo a veces falsos o alterados testimonios, o también interpretando superficialmente costumbres y leyes inspiradas por necesarias conveniencias prácticas, quieren algunos atribuir a la Iglesia lo que ésta precisa y resueltamente ha abrogado desde su nacimiento, o sea, aquel complejo de injusta inferioridad personal a que el paganismo condenaba no raramente a la mujer. ¿Acaso es preciso recordar la conocida sentencia de San Pablo en la que se reflejan la sustancia y la faz de toda la civilización cristiana: “No hay ya judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, sino que todos vosotros sois una sola cosa en Cristo Jesús”? (Gal 3, 28). Esto no impide que la ley cristiana establezca algunas limitaciones o sujeciones, queridas por la naturaleza, por la conveniencia humana y cristiana o por las mismas exigencias de la vida en sociedad, que no podrían subsistir sin una autoridad, ni siquiera en su más reducido núcleo cual es la familia.
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[7.–] Otras veces se aventuran insostenibles parangones entre la desconocida doctrina católica sobre el fundamento de aquella dignidad y algunas erradas teorías en las que se pretende ver una más “amplia base”, suscitando así, incluso entre las mujeres bien pensantes, alguna sospecha contra las asociaciones femeninas promovidas o alentadas por la Iglesia. ¿Acaso es preciso repetir también aquí en qué consiste el fundamento de la dignidad de la mujer? Es exactamente el mismo en que descansa la dignidad del hombre: el uno y la otra, hijos de Dios, redimidos por Cristo, con idéntico destino sobrenatural. ¿Cómo se puede, pues, hablar de personalidad incompleta de la mujer, de minimización de su valor, de inferioridad moral, y derivarlo todo de la doctrina católica?
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[8.–] Hay, además, un segundo e idéntico fundamento de dignidad para uno y para otro sexo; en efecto, tanto al hombre como a la mujer la Providencia divina ha señalado un común destino terreno, el destino a que tiende toda la historia humana y al que alcanza el precepto del Creador, dado, por así decirlo, solidariamente a los dos progenitores: “proliferad y multiplicaos, y poblad la tierra, y sometedla, y tener poder sobre ella...” (Gén 1, 28). En virtud de este destino común y temporal, ninguna actividad humana queda por sí cerrada a la mujer, cuyos horizontes, por tanto, se extienden sobre las regiones de la ciencia, de la política, del trabajo, de las artes, del deporte; pero con subordinación a las funciones primarias que a ella le fueron fijadas por la misma naturaleza. De hecho, el Creador, admirable en su obra de traducir en armonía la multiplicidad, aun estableciendo un destino común para todos los hombres ha querido repartir entre los dos sexos diferentes y complementarios oficios, como vías diversas que conducen a una única meta.
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[9.–] De ahí la diferente estructura física y psíquica del hombre y de la mujer; de ahí las diversas actividades, cualidades, inclinaciones que, equilibradas por la ley admirable de la compensación, integran armónicamente la obra del uno y de la otra. Igualdad, pues, absoluta en los valores personales y fundamentales; pero funciones diversas, complementarias y admirablemente equivalentes, de las cuales derivan los diferentes derechos y deberes de uno y de otra.
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[10.–] No hay duda de que la función primaria, la misión sublime de la mujer, es la maternidad, que, por altísimo fin propuesto por el Creador en el orden por Él escogido, predomina intensa y extensamente en la vida de la mujer. Su misma estructura física, sus cualidades espirituales, la riqueza de sus sentimientos, convergen para hacer de la mujer una madre, de tal modo que la maternidad representa la vía ordinaria por la que la mujer alcanza su propia perfección, incluso moral, y al mismo tiempo su doble destino: terreno y celeste. La maternidad, aunque no constituya el fundamento absoluto de la dignidad de la mujer, le da tanto esplendor y le asigna una parte tan amplia en la realización del destino humano, que basta ella sola para inducir a todo hombre sobre la tierra, por grande o pequeño que sea, a inclinar con reverencia y amor la frente ante su propia madre.
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[11.–] En otra ocasión expusimos cómo la perfección de la mujer, que por naturaleza está ordenada a la maternidad física, puede ser también conseguida, cuando ésta falte, con las múltiples obras de bien, pero, sobre todo, con la entrega voluntaria a una vocación superior, cuya dignidad está mensurada por las grandezas divinas de la virginidad, de la caridad y del apostolado cristiano.
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[12.–] De estas consideraciones deriva la verdad luminosa de que la mujer, ya como persona, ya como madre, obtiene toda su dignidad de Dios y de sus sabias disposiciones. Dignidad, por tanto, según la ley natural, inalienable e inviolable, que las mujeres vienen obligadas a conservar, defender, incrementar.
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[13.–] Sea, pues, ésta la idea base que habéis de difundir y a la que habéis de atraer a vuestras hermanas; éste, el ideal en el que debe inspirarse vuestro Centro, y que es el más recto criterio de valoración de vuestros derechos y deberes. Al aproximaros a la sociedad y a sus instituciones para conocer cuál sea vuestro puesto, para determinar en concreto vuestro campo de acción, reivindicar vuestras prerrogativas, haced valer antes que cualquier otro título vuestra dignidad cristiana. Las otras cuestiones, en especial la llamada “paridad de los sexos”, fuente de espiritual malestar e incluso de amarguras para las mujeres que no tengan clara visión de su particular valor, son secundarias y no pueden ser resueltas más que bajo el fundamento de los principios que acabamos de exponer.
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[16.–] Vaya vuestra enseñanza dirigida ante todo a la formación interior de la persona según el estado de cada uno y después a la preparación para la acción exterior y social; en todo caso, conforme a la doctrina y a las exhortaciones de la Iglesia. No es que se deba negar en principio la confianza a aquello que la moderna cultura ha adquirido y enseña en las cuestiones que os afectan y sobre las orientaciones ya aceptadas; sin embargo, si anheláis la seguridad de la verdad y de la rectitud y la certeza del buen resultado, hay un solo medio: aseguraros de que aquellas enseñanzas no están en desacuerdo con la doctrina y la práctica de la Iglesia. En el inmenso tesoro de la cultura católica tienen los problemas de la mujer, por larga tradición y por obra de insignes maestros, un puesto de merecida importancia; mientras que no es fácil encontrar en otra parte un ideal para la mujer más elevado y perfecto que el que el cristianismo ha hecho realidad en grandes masas de jóvenes, de esposas, de madres, de viudas, orgullo y verdadera esperanza de un pueblo.
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[17.–] Insertándoos en esta sólida tradición, la enseñanza de vuestro Centro consistirá, sobre todo, en impartir, mediante la persuasión y el ejemplo, lecciones de vida. Vosotras estáis ciertamente mejor que otras en grado de conocer cuán grande sea tal necesidad en muchas hermanas vuestras, cuáles sean las causas y los remedios para esa especie de cansancio demostrado por la mujer de hoy en la vida conyugal, cómo infundirles coraje y perseverancia en las luchas cotidianas, vigor para afrontar serenamente los múltiples y radicales cambios propios de las diversas edades de la vida femenina.
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[18.–] A esta fundamental enseñanza del “saber vivir” en el sentido más cristiano de la palabra seguirán con provecho las otras, de naturaleza diríamos técnica; es decir, de los buenos métodos para gobernar la casa, educar a los hijos, escogerse un trabajo oportuno, proveer para el futuro, actuar en la sociedad que os rodea. Una mujer iluminada, firme en sus ideales, interiormente serena, segura del consentimiento y de la cooperación de una larga estela de otras semejantes a ella misma, podrá esperar con fundamento prestar una valiosa contribución al mejoramiento de la sociedad.
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[22.–] Respecto a su extensión y a su eficacia, la fuerza del grupo femenino se manifestará en una acción resuelta, realizada sin exclusión de campos; por tanto, también en el terreno político y jurídico, a fin de que las instituciones, las leyes, las costumbres, reconozcan y respeten las particulares exigencias de la mujer. Es bien cierto que los estados modernos han realizado notables progresos en correspondencia con las aspiraciones sustanciales de la mujer; sin embargo, subsiste aún un cierto descuido o despreocupación por las exigencias diríamos psíquicas y de sentimiento, como si no merecieran seria consideración. Y, sin embargo, también estas exigencias, aunque indefinibles y casi inaprensibles por el cálculo y por la estadística, son valores reales que no pueden permanecer olvidados ya que están fundadas en la naturaleza y enderezadas a suavizar en la sociedad humana la aspereza de las leyes, a moderar las tendencias extremas en las grandes resoluciones, a establecer una más equitativa distribución de los beneficios y de los sacrificios entre todos los ciudadanos. Como quiera que el sentimiento de la mujer tiene una gran parte en la familia y a menudo determina el curso de ésta, deberá operar, y en más vasta proporción, en la vida de la nación y de la humanidad misma. No sería razonable que en la gran familia humana se encontrase a sus anchas, incluso en lo que concierne a la vida psicológica, solamente una parte de dicha familia humana: los hombres. En concreto, allí donde se respeten mejor las ansias del sentimiento femenino, la obra de consolidación de la paz será más eficaz, más hospitalarios y generosos los pueblos mejor dotados de bienes en relación con los que de ellos están privados, más cautos muchas veces los mismos administradores de la riqueza pública, más eficaces y próvidos los órganos constituidos para ayudar a las comunidades necesitadas de casas, de escuelas, de hospitales, de trabajo, puesto que detrás de tales deficiencias se ocultan a menudo los indecibles dolores de madres y de esposas que ven languidecer en la miseria a sus seres queridos, si es que las forzosas ausencias y la misma muerte prematura no los han arrancado ya a su afecto.
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[23.–] También en relación con el trabajo, la conformación física y moral de la mujer exige una sabia discriminación, tanto en la cantidad como en la calidad. El concepto de la mujer de los canteros, mineros, de los trabajadores de industrias pesadas, tal y como se ha exaltado y practicado en algunos países que quisieran inspirarse en el progreso, es cosa muy distinta de una moderna conquista; es, por el contrario, un triste retorno hacia épocas que la civilización cristiana había sepultado hace tiempo. La mujer es también una fuerza considerable en la economía de la nación, pero condicionadamente al ejercicio de las elevadas funciones que le son propias; ciertamente no es una fuerza, como suele decirse, industrial, al igual que el hombre, del que se puede exigir un mayor empleo de energía fí sica. Esa cuidadosa atención que todo hombre bien nacido demuestra para con la mujer en toda ocasión debería ser practicada también por las leyes y por las constituciones de una nación civilizada.
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[27.–] También para vosotras, queridas hijas, a quienes el programa que acabamos de delinear podría parecer superior a vuestras fuerzas o no totalmente grato a la presente sociedad o contrarrestado por corrientes adversas, repetiremos: dejad que el Dios Omnipotente, así como se ha dignado inspirar a vuestras mentes altos ideales y generosos impulsos a vuestros corazones, igualmente os conceda aliento y perseverancia, implo rados por la intercesión de su Santísima Madre, para hacer realidad esos ideales. Comenzad sin dilación a actuar sobre vosotras mismas y sobre vuestras familias, para después extender, casi insensible, pero profundamente, vuestra acción en círculos cada vez más vastos. Tened confianza en vuestra obra, con la que Nos mismo ampliamente contamos, y con Nos, la sociedad y la patria.
[E 16 (1956/II), 463-466]
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[2.–] Oh, come vorremmo che, insieme con voi e animate dal medesimo spirito ed ardore, si stringessero intorno al trono della Vergine tutte le donne d’Italia e del mondo, per apprendere dai suoi eccelsi esempi il segreto di ogni grandezza e il modo di attuare in se stesse i divini disegni, rispondenti mirabilmente alle più profonde e pure aspirazioni dei cuori! Se la costante tradizione della Chiesa suole proporre alle donne cristiane Maria, quale sublime modello di Vergine e di Madre, ciò dimostra l’alta stima che il Cristianesimo nutre verso la donna, l’immensa fiducia che la stessa Chiesa pone nel suo benefico potere e nella sua missione a vantaggio della familia e della società.
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[3.–] [...] “Siate le restauratrici del focolare, della famiglia, della società”: fu il Nostro grido in quell’ottobre di ansie del 1945, in un discorso, ove ampiamente parlammo dei “doveri della donna nella vita sociale e politica” (2).
2. Acta Apost. Sedis, vol. XXXVII (1945), pag. 284 ss [1945 10 21/2 ss].
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[4.–] S’intepidirà forse l’antico ardore, solo perchè una luce alquanto più serena è tornata a splendere sulla vostra patria? È cessato forse il bisogno di estendere, rafforzare e perfezionare l’opera intrapresa per rinvigorire nelle vostre sorelle la coscienza della loro dignità e della loro alta missione? Le false teorie, le frivole usanze e anche le perverse associazioni hanno forse desistito dall’insidiare la donna, ossia dal deprimere ciò che Dio ha sublimato, demolire quel che la Chiesa edifica, disgregare quanto voi stesse vi sforzate santamente di unire? Purtroppo no. La donna, coronamento della creazione, di cui in un qualche senso rappresenta il capolavoro; la donna, questa dolce creatura, nelle cui delicate mani Dio sembra aver affidato in tanta parte, come ausiliatrice dell’uomo, l’avvenire del mondo; la donna, espressione di quanto vi è di più buono, amorevole e gentile quaggiù, è tuttora, nonostante un’apparenza ingannatrice di esaltazione, spesso oggetto di disistima e talora di positivo quanto sottile dispregio da parte del mondo paganeggiante.
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[6.–] Anzitutto, neppure al presente mancano voci, che tendono a sminuire o ad ignorare totalmente l’indiscutibile merito spettante alla Chiesa per aver restituito alla donna la primitiva dignità, che anzi ripetono essere proprio la Chiesa intimamente avversa alla cosiddetta “emancipazione della donna dal regime feudale”. Adducendo talvolta false o alterate testimonianze, oppure interpretando con superficialità consuetudini e leggi ispirate da necessarie convenienze pratiche, si vuole da taluni attribuire alla Chiesa ciò che essa ha invece risolutamente abrogato fin dal suo nascere, ossia quel complesso d’ingiusta inferiorità personale, a cui il paganesimo non di rado condannava la donna. Occorre forse ricordare la nota sentenza di S. Paolo, nella quale si rispecchiano la sostanza e il volto di tutta la civiltà cristiana? “Non vi è più Giudeo nè Greco, non vi è schiavo nè libero, non uomo nè donna, ma tutti voi siete un solo in Cristo Gesù” (4[3]). Ciò non toglie che la legge cristiana stabilisca talune limitazioni o soggezioni volute dalla natura, dalla convenienza umana e cristiana o dalle esigenze stesse della vita associata, che non potrebbe sussistere senza un’autorità, neppure nel nucleo più ridotto, qual è la famiglia.
4[3]. Gal. 3, 28.
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[7.–] Altre volte si avanzano paragoni insostenibili tra la ignorata dottrina cattolica circa il fondamento di quella dignità, e alcune errate teorie, nelle quali si pretende di vedere una più “larga base” suscitando in tal modo, anche tra le donne ben pensanti, qualche sospetto verso le associazioni femminili promosse o incoraggiate dalla Chiesa. Occorre forse anche qui ripetere in che consista il fondamento della dignità, della donna? È esattamente il medesimo che sorregge la dignità, dell’uomo: l’uno e l’altra figli di Dio, redenti da Cristo, con l’identico destino soprannaturale. Come si può dunque parlare di personalità incompleta della donna, di menomazione del suo valore, d’inferiorità morale, e derivare tutto ciò dalla dottrina cattolica?
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[8.–] Vi è inoltre un secondo identico fondamento di dignità, per l’uno e l’altro sesso: infatti sia all’uomo che alla donna la Provvidenza divina ha assegnato anche un comune destino terreno, il destino cui tende l’intera storia umana, e al quale accenna il precetto del Creatore, dato, per così dire, in solido, ai due progenitori: “Prolificate e moltiplicatevi e popolate la terra e sottomettetela e abbiate potere...” (5[4]). In virtù di questo destino temporale comune nessuna attività umana resta per sè preclusa alla donna, i cui orizzonti pertanto si estendono sulle regioni della scienza, della politica, del lavoro, delle arti, dello sport; subordinatamente però alle primarie funzioni a lei fissate dalla natura stessa. Infatti il Creatore, mirabile nel trarre l’armonia dalla moltiplicità, pur stabilendo un comune destino a tutti gli uomini, ha voluto ripartire tra i due sessi uffici differenti e complementari, quasi vie diverse che conducono ad un’unica meta.
5[4]. Gen. 1, 28.
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[9.–] Ed ecco la differente struttura fisica e psichica dell’uomo e della donna; ecco le diverse attitudini, qualità, inclinazioni, le quali, equi librate dalla mirabile legge del compenso, integrano armonicamente l’opera dell’uno e dell’altra. Eguaglianza dunque assoluta nei valori personali e fondamentali; ma funzioni diverse, complementari e mirabilmente equivalenti, dalle quali scaturiscono i differenti diritti e doveri dell’uno e dell’altra.
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[10.–] Non vi è dubbio che la primaria funzione, la sublime missione della donna, sia la maternità, la quale, per l’altissimo fine proposto dal Creatore nell’ordine da Lui prescelto, predomina intensamente ed estesamente nella vita della donna. La sua stessa struttura fisica, le sue qualità spirituali, la ricchezza dei suoi sentimenti, convergono a fare della donna una madre, in tal modo che la maternità rappresenta la via ordinaria, per la quale la donna raggiunge la propria perfezione anche morale, e nello stesso tempo il suo duplice destino terreno e celeste. La maternità benchè non costituisca il fondamento assoluto della dignità della donna, le dona tanto splendore e le assegna una parte così ampia nell’attuazione del destino umano, che basta essa sola a indurre ogni uomo sulla terra, grande o piccolo che sia, a chinare con riverenza ed amore la fronte davanti alla propria madre.
1956 10 14 0011
[11.–] Altre volte tuttavia esponemino come la perfezione della donna, che dalla natura è ordinata alla maternità fisica, può essere altresì conseguita, ove questa venga a mancare, con le multiformi opere di bene, ma soprattutto col volontario ossequio ad una superiore vocazione, la cui dignità è commisurata dalle altezze divine della verginità, della carità e dell’apostolato cristiano.
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[12.–] Da queste considerazioni scaturisce la luminosa verità che la donna, sia come persona che come madre, deriva ogni sua dignità da Dio e dalle sue sapienti disposizioni. Dignità pertanto, secondo la legge di natura, inalienabile ed inviolabile, che le donne sono tenute a conservare, difendere, incrementare.
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[13.–] Sia dunque questa l’idea-base da diffondere e a cui attrarre le vostre sorelle; questo l’ideale, cui deve ispirarsi il vostro Centro e che è il più retto criterio di valutazione dei vostri diritti e doveri. Nell’accostarvi alla società e alle sue istituzioni per accertare quale sia il vostro posto, per determinare in concreto il vostro raggio di azione, rivendicare le vostre prerogative, fate valere prima di ogni altro titolo la vostra dignità cristiana. Le altre questioni, particolarmente quella della cosiddetta “parità dei sessi”, fonte di spirituale disagio, e perfino di amarezze per le donne che non abbiano la chiara visione del loro particolare valore, restano secondarie, nè possono essere risolte che sul fondamento dei principî ora esposti.
1956 10 14 0016
[16.–] Sia il vostro insegnamento diretto innazi tutto alla formazione interiore della persona secondo lo stato di ciascuna, e poi all’avviamento verso l’azione esteriore e sociale; in ogni caso, conforme alla dottrina e alle esortazioni della Chiesa. Non che si debba negare in principio la fiducia a ciò che la moderna coltura ha acquisito ed insegna nelle questioni che vi riguardano e sugli indirizzi ormai accettati; tuttavia, se bramate la sicurezza della verità e della rettitudine e la certezza del buon risultato, vi è un solo mezzo: assicurarvi che quegl’insegnamenti non siano in disaccordo con la dottrina e la prassi della Chiesa. Nell’immenso tesoro della coltura cattolica i problemi della donna hanno, per lunga tradizione e per l’opera di insigni maestri, un posto di meritata importanza; mentre non è facile incontrare altrove un ideale di donna più elevato e perfetto, di quello che il Cristianesimo ha frequentemente attuato in tante schiere di giovani, di spose, di madri, di vedove, vanto e vera speranza di un popolo.
1956 10 14 0017
[17.–] Inserendovi in questa solida tradizione, l’insegnamento del vostro Centro consisterà soprattutto nell’impartire, mediante la persuasione e l’esempio, lezioni di vita. Voi siete certamente meglio di altri in grado di conoscere quanto sia grande tale bisogno in molte vostre sorelle, quali siano le cause ed i rimedi a quella certa stanchezza dimostrata dalla donna di oggi nella vita coniugale, come infondere loro coraggio e perseveranza nelle lotte quotidiane, vigore per affrontare serenamente i molteplici e radicali mutamenti propri delle diverse età della vita femminile.
1956 10 14 0018
[18.–] A questo fondamentale insegnamento del “saper vivere” nel senso più cristiano della parola, seguiranno con profitto gli altri, di natura, diremmo, tecnica, e cioè, dei buoni metodi per governare la casa, educare i figli, scegliersi un lavoro opportuno, provvedere all’avvenire, operare nella società circostante. Una donna illuminata, salda nelle sue persuasioni, interiormente serena, certa del consenso e della cooperazione di un largo stuolo di altre simili a sè, potrà sperare con fondamento di arrecare un valido contributo al miglioramento della società.
1956 10 14 0022
[22.–] Riguardo alla sua estensione e alla sua efficacia, la forza del ceto femminile si manifesterà in una azione risolutiva, esercitata senza esclusione di terreno, quindi anche nel campo politico e giuridico, affinchè le istituzioni, le leggi, le consuetudini riconoscano e rispettino le particolari esigenze della donna. È ben vero che gli Stati moderni hanno compiuto notevoli progressi nel corrispondere alle sostanziali aspirazioni della donna; tuttavia permane ancora una certa trascuratezza per le esigenze, vorremmo dire, psichiche e di sentimento, quasi non meritino seria considerazione. Eppure anche queste esigenze, benchè indefinibili e quasi inafferrabili dal calcolo e dalla statistica, sono reali valori che non possono rimanere negletti, poichè fondati nella natura e diretti a temperare nell’umana società l’asprezza delle leggi, a moderare le tendenze estreme nelle grandi risoluzioni, a stabilire una più equa distribuzione dei vantaggi e dei sacrifici tra tutti i cittadini. Come il sentimento della donna ha una gran parte nella famiglia e spesso ne determina il corso, così dovrebbe operare, in più vasta proporzione, nella vita della nazione e della stesa umanità. Non sarebbe ragionevole che nella grande famiglia umana si trovasse a suo agio, anche in ciò che concerne la vita psicologica, soltanto una parte di essa, gli uomini. In concreto, ove si rispettassero maggiormente le ansie del sentimento muliebre, l’opera di consolidamento della pace sarebbe più alacre, più ospitali e generosi i popoli meglio forniti di beni verso quelli che ne sono privi, più cauti spesso gli stessi amministratori della pubblica ricchezza, più fattivi e provvidi gli organi preposti ad aiutare le comunità bisognose di case, di scuole, di ospedali, di lavoro, poichè dietro tali deficienze si celano sovente gl’indicibili dolori di madri e di spose, che vedono languire nella miseria i loro cari, seppure le lontananze forzate e la stessa immatura morte non li abbiano già strappati al loro affetto.
1956 10 14 0023
[23.–] Anche riguardo al lavoro la conformazione fisica e morale della donna esige una sapiente discriminazione, sia nella quantità che nella qualità. II concetto della donna dei cantieri, delle miniere, dei lavori pesanti, come è esaltato e praticato in alcuni paesi che vorrebbero ispirarsi al progresso, è tutt’altro che una moderna conquista; è al contrario, un triste ritorno verso epoche, che la civiltà cristiana aveva seppellite da lungo tempo. La donna è bensì una forza ragguardevole nella economia della nazione, però condizionatamente all’esercizio delle elevate funzioni a lei proprie; certamente non è una forza, come suol dirsi, industriale, al pari dell’uomo, dal quale si può richiedere un maggiore impiego di energia fisica. Quel premuroso riguardo, che ogni uomo bennato dimostra alla donna in ogni incontro, dovrebbe essere praticato anche dalle leggi e dalle istituzioni di una nazione civile.
1956 10 14 0027
[27.–] Anche per voi, dilette figlie, alle quali il programma ora delineato potrebbe sembrare superiore alle vostre forze, o apparire non in tutto gradito alla presente società, o contrastato da correnti avverse, ripeteremo: Lasciate che l’Onnipotente Iddio, come si è degnato d’ispirare alle vostre menti alti ideali e ai vostri cuori generosi impulsi, così, da voi implorato per la intercessione della sua Santissima Madre, vi dia coraggio e perseveranza per pienamente attuarli. Cominciate senza indugio ad operare in voi stesse e nelle vostre famiglie, per poi estendere, quasi insensibilmente ma profondamente, la vostra azione in cerchie sempre più vaste. Siate fiduciose nell’opera vostra, sulla quale Noi stessi grandemente contiamo, e con Noi, la società e la patria.
[AAS 48 (1956), 779-786]