1957 09 29b 0007

[7.–] [...] Y si Nos preguntáis en qué debería consistir fundamentalmente este propósito, Nos, por el afecto paternal que os profesamos y por el deseo que tenemos de vuestro verdadero bien, os diremos que ha de consistir en una generosa resolución de tener siempre presente la grandeza del matrimonio cristiano, sacramento de incalculable trascendencia aun en el aspecto social, y de cuyo olvido se siguen ordinariamente tan tremendas consecuencias en todos los órdenes; en una determinación firmísima de velar por la santidad de la familia, que debéis conceptuar como uno de vuestros más preciados tesoros, y de la que se han de seguir luego tantos otros bienes, porque, en un hogar realmente santo, se ora y se trabaja ordenadamente, cada uno de sus miembros observa con diligencia sus propios deberes con respecto a los hombres, a la Iglesia y a Dios. Al mundo moderno, con su inestabilidad e inquietud (que son fuentes tan vivas de preocupaciones), no se le puede dar base más sólida ni más estable, ni más segura que la santidad de la familia. Finalmente, de un hogar santo brotará –como consecuencia natural– la juventud que ha de renovar a la sociedad, y saldrán las almas puras y piadosas que son la base indispensable para que el Señor pueda sembrar la semilla de las vocaciones sacerdotales y religiosas, cuya necesidad tanto sentís.

[EM, 762]