[0534] • PÍO XII, 1939-1958 • DIGNIDAD DEL TRABAJO EN EL HOGAR
De la Alocución Il paterno benvenuto, a las empleadas del hogar, 19 enero 1958
1958 01 19 0003
[3.–] El nombre de “Trabajadoras de la casa” que habéis preferido en estos últimos años, para designar vuestra clase, en sustitución de otros, denota que algo ha cambiado en torno a vosotras y en medio de vosotras. [...] En otras palabras: el servicio doméstico se realiza no ya como una actividad estable de la vida de un joven o de una muchacha, sino como un determinado período de esta vida, casi como un recurso y una espera; e incluso en los casos de personas que pretenden dedicarse establemente a esta clase de trabajo, éste se halla muy lejos de ser entendido como una relación de semiadopción con la familia que le acoge, y más bien permanece casi confundido con cualquier otra prestación de trabajo, bien definida en la especie y en el tiempo. [...]
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[4.–] El primero es –según lo que expusimos– que el servicio doméstico no cede en dignidad a cualquier otro trabajo, ya sea agrícola, ya “de oficio” o en las fábricas, servicios todos prestados a la sociedad. Más aún: si bien se mira los supera en dignidad, puesto que mientras el término de estos últimos reside ordinariamente en las “cosas”, el del servicio doméstico está más cercano a la persona humana; en otras palabras, vosotras ayudáis más inmediatamente a vuestros prójimos en sus necesidades. Mas para que tal intrínseca dignidad reciba reconocimiento y honor, es necesario que las personas por vosotras ayudadas compartan el mismo sentir en torno a la común fraternidad de los hijos de Dios. La ausencia de esta persuasión y fe, así como creó en el paganismo el oprobio de la esclavitud, está abocada a crear una nueva, siempre que un hombre se ve obligado por las circunstancias a depender de otro, aunque sea por pocas horas al día y en una limitada actividad. Pero prescindiendo de estos casos extremos, cada uno puede ganar honor y estima en cualquier clase de trabajo, si primeramente él se honrare a sí mismo con la dignidad del cristiano. Una sirvienta que profesa abiertamente su fe, que conforma a ella su vida en los actos y en las palabras, en el respeto a los principios morales, en el ejercicio de la caridad y de la honradez, en el odio a la impureza y a la frivolidad, no puede menos de ganar la estima y el respeto de la familia en que vive, aunque sea superficialmente religiosa, porque la luz cristiana supera en esplendor a cualquier privilegio y ornato humanos. Sed, pues, fieles y diligentes en el servicio de Dios antes que en el de los hombres, dedicando el tiempo necesario a la oración y mostrándoos resueltas en la observancia de su santa ley.
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[5.–] El “trabajo de la casa”, además, se distingue de los otros, aventajándolos, porque, como indicábamos, tiene por objeto al prójimo; por lo tanto, es un trabajo eminentemente “humano”, semejante, en la debida proporción, al de la enfermera y de la maestra. Muchas veces en una casa donde hay niños, ancianos, enfermos, se os pide que los vigiléis, que los asistáis y consoléis, cosa que no podríais hacer sin poner en ello mucho de vuestra alma. De ahí el segundo principio: las relaciones entre quien presta el trabajo y quien se beneficia de él deben estar reguladas no sólo por las normas comunes de la justicia conmutativa, sino también por un alto sentido de humanidad, que se traduce en un equitativo intercambio de valores humanos. Vosotras no podréis dejar de amar a la familia a la que servís, si deseáis que vuestro trabajo sea más leve para vosotras y más grato para aquélla. Ahora bien, la vinculación del alma, los afectos del corazón no se pueden pagar sólo con el dinero, sino por la correspondencia de afecto y de gratitud, por la estima, por la comprensión y por la comunidad en la alegría. En una casa donde alienta este espíritu de cristiana caridad no habrá altaneras órdenes, ásperas reprensiones, frases ofensivas de una parte; ni, de otra, malignas murmuraciones, gritos rebeldes y secretos rencores. El servicio no será como hecho a voleo, sin garbo y casi con ánimo de quien se siente esclavo de un destino hostil, sino prestado alegremente, como ayuda amorosa que Dios pide para Sí, merecedora, por lo tanto, de su premio; de la otra parte, el mandato sabrá ser tan dulce que se confunda con amistoso ruego. Aquel ideal de “relaciones humanas” que desde cierto tiempo a esta parte ha sido promovido por el avanzado sentido social en todo campo de trabajo, es justo que encuentre inmediata aplicación en el vuestro, más necesitado que los otros y más adecuado a su desarrollo.
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[6.–] El tercer principio, derivado de los precedentes, es que las responsabilidades de vuestro trabajo, tanto en vosotras que lo prestáis como en quienes de él se benefician, son, por sí mismas, importantes y graves. Esas responsabilidades, por otra parte, no corresponden propiamente al trabajo intermitente de cuidar de una casa durante algunas horas al día, sino más bien al servicio estable bajo un mismo techo y con convivencia permanente.
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[7.–] En los citados Discursos a los esposos (3) explicamos extensamente cuáles son las responsabilidades de los amos de casa hacia las personas sujetas a ellos, especialmente hacia las muchachas y jóvenes, desconocedoras del mundo. Responsabilidad en la elección, en la vigilancia de sus amistades y de sus diversiones, en el trato correcto hacia ellas, en el buen ejemplo que se les debe. En cambio, vuestras responsabilidades hacia la familia que os alberga miran al honor y al buen nombre de ésta, a la concordia entre sus miembros, a la inocencia y las buenas costumbres de los niños, a las relaciones con los otros criados. Sólo el hecho de haber aludido a estos puntos os dice cuán obligada está vuestra conciencia moral y cuán grave puede ser el daño producido por una conducta reprensible, por una locuacidad desatada dentro y fuera de casa, por faltar al sagrado deber del sumo respeto hacia la infancia, reconocido incluso por el antiguo paganismo en la sentencia maxima debetur puero reverentia4. Esta última responsabilidad exige que no se turbe el normal desarrollo de la conciencia religiosa y moral de los niños con conversaciones y narraciones atrevidas, con un trato inconveniente o demasiado libre, en la errónea suposición de que todavía no se dan cuenta de lo malo. Los errores y las negligencias en todo esto son de muy otra naturaleza y gravedad que los de una empleada, de una dependienta de comercio o de cualquier otra trabajadora de la industria. Y no es que faltar al deber en cualquier oficio carezca de responsabilidad moral; pero las negligencias y los errores de las últimas pueden casi siempre repararse con el resarcimiento material del daño. Pero ¿quién podría reparar adecuadamente el daño provocado por la calumnia, la desavenencia producida entre familiares, por habladurías hechas correr sin justo motivo? ¿Cómo, sobre todo, se podrá ya remediar la perversa inclinación suscitada en los niños? Semejantes débitos gravarán la conciencia de quien los haya contraído para toda la vida y hasta ante el tribunal de Dios, que, sin embargo, está siempre dispuesto a acoger al pecador arrepentido.
[EyD, 806-808]
3. Ib. [DR 4] pp. 177-184 [1942 08 19/1-16].
4. Juven. Sat. 14, 47.
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[3.–] Il nome di “Lavoratrici della casa”, che avete prescelto in questi ultimi anni per designare la vostra categoria, sostituendolo ad altri, denota che qualche cosa è mutato intorno a voi ed in mezzo a voi. [...] Il servizio domestico, cioè, è spesso abbracciato non più come un’attività stabile della vita di un giovanne o di una fanciulla, ma di un determinato periodo di essa, quasi come un ripiego e un’attesa: ed anche nel casi di persone, che intendano dedicarsi stabilmente a questo genere di lavoro, esso è ben lontano dall’essere inteso come un rapporto di quasi-adozione con la famiglia ospite, bensì rimane confuso con qualsiasi altra prestazione di opera, ben definita nella specie e nel tempo. [...]
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[4.–] Il primo è –secondo quanto esponemmo– che il servizio domestico non cede, quanto a dignità, a qualsiasi altro lavoro, sia agricolo che “di ufficio” o nelle industrie, tutti servizi resi alla società. Anzi, se ben si riflette, li supera in dignità, poichè, mentre il termine di questi ultimi risiede ordinariamente nelle “cose”, quello del servizio domestico è più vicino alla persona umana: vale a dire, voi aiutate più immediatamente i vostri prossimi nei loro bisogni. Affinchè, però, tale intrinseca dignità, riceva riconoscimento ed onore, è necessario che le persone, da voi aiutate, condividano il medesimo sentire intorno alla comune fraternità dei figli di Dio. L’assenza di questa persuasione e fede, come creò nel paganesimo l’obbrobrio della schiavitù, così è pronta a crearne una nuova, in qualsiasi caso in cui un uomo è costretto dalle circostanze a dipendere da un altro, sia pure per poche ore al giorno ed in una limitata attività. Se non che, prescindendo da questi casi estremi, ognuno può riscuotere onore e stima in qualsiasi veste di lavoro, se egli per il primo onorerà se stesso con la dignità, del cristiano. Una lavoratrice della casa, che professa apertamente la sua fede, che conforma ad essa la sua vita negli atti e nelle parole, nel rispetto ai principî morali, nell’esercizio della carità e della onestà, nell’aborrire la impurità e la frivolezza, non può non riscuotere la stima ed il rispetto nella famiglia in cui vive, anche se superficialmente religiosa, poichè la luce cristiana supera in splendore qualsiasi umano privilegio ed ornamento. Siate, dunque, fedeli ed alacri nel servizio di Dio, prima che in quello degli uomini, dedicando il necessario tempo alla preghiera e mostrandovi risolute nella osservanza della sua santa legge.
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[5.–] Il “lavoro della casa”, inoltre, si distingue dagli altri, sopra di essi innalzandosi, perchè, come accennavamo, ha per oggetto i prossimi; pertanto è un lavoro eminentemente “umano”, simile, in debita proporzione, a quello della infermiera e della insegnante. Quante volte in una casa, ove siano bambini, vecchi, malati, si chiede a voi l’ufficio di sorveglianza, di assistenza e di conforto, che non potreste disimpegnare senza mettervi molto della vostra anima. Di qui il secondo principio: i rapporti tra chi presta l’opera e chi se ne avvantaggia debbono essere regolati non solo dalle comuni norme della giustizia commutativa, ma anche da un alto senso di umanità, che si esplica in un equo scambio di valori umani. Voi non potreste fare a meno di amare la famiglia che servite, se desiderate che il vostro lavoro sia più lieve a voi e più gradito a quella. Ora l’impegno dell’anima, gli affetti del cuore, non possono essere compensati dal solo danaro, ma dal ricambio di affetto e di riconoscenza, dalla stima, dalla comprensione e dalla comunanza nella gioia. In una casa, dove aleggi questo spirito di cristiana carità non riecheggeranno alteri comandi, aspri rimproveri, motti offensivi, da una parte; nè, dall’altra, mormorazioni maligne, grida ribelli e segreti rancori. Il servizio non sarà come gettato là senza garbo, e quasi con l’animo di chi si sente schiavo di un destino nemico, ma prestato lietamente come un aiuto amorevole, che Dio chiede per Sè, meritevole, pertanto, del Suo premio; dall’altra parte, il comando saprà essere tanto dolce da confondersi con un’amichevole preghiera. Quell’ideale di “relazioni umane”, che da qualche tempo viene promosso dal progredito senso sociale in ogni campo di lavoro, è giusto che trovi immediata attuazione nel vostro, più degli altri bisognoso e più adatto al loro sviluppo.
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[6.–] Il terzo principio, derivato dai precedenti, è che le responsabilità del vostro lavoro, sia in voi che lo prestate, sia in coloro che se ne giovano, sono, per se stesse, importanti e gravi. Esse peraltro non riguardano propriamente il lavoro saltuario del rigovernare la casa per qualche ora al giorno; bensì l’opera stabile con coabitazione e permanente convivenza.
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[7.–] Quali siano le responsabilità dei padroni di casa verso le persone ad essi soggette, particolarmente verso le fanciulle e giovani donne, inesperte del mondo, spiegammo estesamente nei citati Discorsi agli Sposi (3). Responsabilità nella scelta, nella sorveglianza delle loro amicizie e dei loro svaghi, nel tratto usato verso di esse, nel buon esempio loro dovuto. Le vostre responsabilità, invece, verso la famiglia che vi ospita riguardano l’onore e il buon nome di questa, la concordia tra i suoi membri, l’innocenza e le buone costumanze dei bambini, i rapporti con gli altri domestici. Il solo avere accennato a questi punti vi dice quanto sia impegnata la vostra coscienza morale, e quanto possa essere grave il danno arrecato da una condotta men che irreprensibile, dal parlare sventato dentro e fuori di casa, dal venir meno al sacro dovere del sommo rispetto verso l’infanzia, riconosciuto persino dall’antico paganesimo nella sentenza “maxima debetur puero reverentia” (4). Quest’ultima responsabilità esige che non si turbi il normale sviluppo della coscienza religiosa e morale dei bambini con discorsi e racconti arditi, con tratto sconvenevole o troppo libero, nella errata supposizione che essi non comprendano ancora il male. Gli errori e le negligenze in tutto ciò sono di ben altra natura e gravità che non siano quelli di un’impiegata, di una commessa di negozio e di qualsiasi altra lavoratrice dell’industria. Non che le mancanze al proprio dovere in qualsiasi ufficio siano prive di responsabilità morale; tuttavia le negligenze e gli errori di queste ultime possono quasi sempre ripararsi col risarcimento materiale del danno. Ma chi potrebbe riparare adeguatamente le devastazioni provocate dalla calunnia, lo scompiglio gettato tra i familiari da dicerie riferite senza giusto motivo? Come, soprattutto, si potrà mai rimediare al perverso indirizzo dato ai fanciulli? Simili debiti graveranno sulla coscienza di chi li ha contratti per tutta la vita e fin dinanzi al tribunale di Dio, che però è sempre pronto ad accogliere il peccatore pentito.
[AAS 50 (1958), 86-89]
3. Ib. [DR 4] pp. 177-184 [1942 08 19/1-16].
4. Juven. Sat. 14, 47.