[0535] • PÍO XII, 1939-1958 • LAS FAMILIAS NUMEROSAS, TESTIMONIO DE LA SALUD FÍSICA Y MORAL DEL PUEBLO CRISTIANO
De la Alocución Tra le visite, a la Federación Nacional Italiana de Asociaciones de Familias Numerosas, 20 enero 1958
1958 01 20 0001
[1.–] Entre las visitas más gratas a Nuestro corazón contamos ésta vuestra, queridos hijos e hijas, dirigentes y representantes de las Asociaciones de Familias Numerosas de Roma e Italia.
Os es conocida en efecto, la viva solicitud que sentimos hacia la familia, por lo que no dejamos pasar ocasión para ilustrar la dignidad de aquélla en sus múltiples aspectos, para afirmar y defender sus derechos, inculcar sus deberes, haciendo de dicho tema un punto orientador de enseñanza pastoral. Por esta misma preocupación hacia la familia accedemos de buen ánimo, cuando las ocupaciones de Nuestro oficio no se interponen, a conversar, aunque sea por breves instantes, con los grupos familiares que se reúnen en Nuestra morada, y también, cuando el caso se presenta, de dejarnos fotografiar en medio de ellos, para perpetuar de algún modo el recuerdo de Nuestra alegría y de la suya. ¡El Papa en medio de una familia! ¿Acaso no es éste un puesto que le va bien? ¿No es él mismo, con significado altamente espiritual, padre de la familia humana regenerada en Cristo y en la Iglesia? ¿No se realiza a través de él, Vicario de Cristo sobre la tierra, el admirable designio de la sabiduría creadora, que ha ordenado toda paternidad humana para preparar la escogida familia de los cielos, donde el amor de Dios, uno y trino, la abrazará en un único y eterno abrazo, dándosele, Él mismo, en beatificante herencia?
1958 01 20 0002
[2.–] Pero vosotros no representáis solamente a la familia, sois, más bien, y representáis a las familias numerosas, es decir, a las más bendecidas por Dios, predilectas y estimadas por la Iglesia como preciosísimos tesoros. Pues de ellas recibe más abiertamente un triple testimonio que, a la vez que confirma ante los ojos del mundo la verdad de su doctrina y la rectitud de su práctica, redunda, por fuerza del ejemplo en gran provecho de todas las demás familias y de la misma sociedad civil. Porque donde se encuentran con frecuencia, las familias numerosas atestiguan la salud física y moral del pueblo cristiano –la fe viva en Dios y la confianza en su providencia–, la santidad fecunda y alegre del matrimonio católico.
1958 01 20 0003
[3.–] 1. Entre las aberraciones más peligrosas y dañinas de la paganizante sociedad moderna debe contarse la opinión de algunos que se atreven a definir la fecundidad de los matrimonios como una “enfermedad social”, de la que las naciones, que por ella se ven afectadas, deberían esforzarse por sanar con todos los medios. De ahí la propaganda del llamado “control racional de los nacimientos”, promovido por personas y por entidades a veces dignas por otros títulos, pero en esto reprobables por desgracia. Mas si es doloroso poner de relieve la difusión de tales doctrinas y prácticas incluso en las clases tradicionalmente sanas, es, sin embargo, confortante notar en vuestra patria los síntomas y los hechos de una sana reacción tanto en el campo jurídico como médico. Como es sabido, la vigente Constitución de la República Italiana, para no citar más que esta sola fuente, concede en su artículo 31 una “particular atención a las familias numerosas”, mientras que la doctrina más corriente de los médicos italianos se pronuncia cada vez más en contra de las prácticas que limitan los nacimientos. No por ello ha de estimarse desaparecido el peligro y destruidos los prejuicios que tienden a someter el matrimonio y sus sabias normas a los culpables egoísmos individuales y sociales Ha de deplorarse particularmente esa prensa que de vez en cuando vuelve sobre el tema con manifiesto propósito de sembrar confusión en las ideas del buen pueblo y de inducirlo a error con falaces documentos con discutibles “encuestas” e incluso con falseadas declaraciones de tal o cual eclesiático. Por la parte católica es preciso insistir para difundir la persuasión, fundada en la verdad, de que la salud física y moral de la familia y de la sociedad se tutela tan sólo con la obediencia generosa a las leyes de la Naturaleza, o sea del Creador, y, ante todo, albergando hacia ellas un sagrado e íntimo respeto. Todo depende en esta materia de la intención. Se podrán multiplicar las leyes y agravar las penas, demostrar con pruebas irrefutables la estulticia de las teorías limitativas y de los daños que de su práctica se derivan; pero si falta el sincero propósito de dejar al Creador cumplir libremente su obra, el egoísmo humano sabrá siempre encontrar nuevos sofismas y pretextos para hacer callar, si fuese posible, a la conciencia y perpetuar los abusos. Ahora bien, el valor del testimonio de los padres de familias numerosas no sólo consiste en rechazar sin ambages y con la fuerza de los hechos todo compromiso intencional entre la ley de Dios y el egoísmo humano, sino en la prontitud para aceptar con alegría y reconocimiento los inestimables dones de Dios que son los hijos, y en el número que Le agrade. Tal disposición de ánimo, a la vez que libera a los esposos de intolerables pesadillas y remordimientos, pone, a juicio de autorizados médicos, las premisas psíquicas más favorables para un sano desarrollo de los frutos propios del matrimonio, evitando, en el origen mismo de las nuevas vidas, aquellas turbaciones y angustias que se convierten en taras físicas y psíquicas, así en la madre como en la prole. Prescindiendo, en efecto, de casos excepcionales, sobre los que tuvimos otras veces ocasión de hablar, la ley de la naturaleza es esencialmente armonía, y, por lo tanto, no crea disturbios ni contradicciones, si no es en la medida en que su curso viene perturbado por circunstancias generalmente anormales o por la resistencia de la voluntad humana. No hay eugenesia que sepa actuar mejor que la naturaleza, y es buena sólo aquélla que respeta sus leyes tras de haberlas profundamente conocido, si bien en algunos casos de sujetos tarados sea aconsejable disuadirles de contraer matrimonio (1). Por lo demás, siempre y en todas partes el buen sentido popular ha visto en las familias numerosas la señal, la prueba y la fuente de salud física, mientras que la historia no yerra cuando pone en la inobservancia de las leyes del matrimonio y de la procreación la causa primera de la decadencia de los pueblos.
1. Cfr. Enc. Casti connubii, 31 dec. 1930, Acta Ap. Sedis a. 22, 1930, pag. 565 [1930 12 31/69].
1958 01 20 0004
[4.–] Las familias numerosas, lejos de ser la “enfermedad social”, son la garantía de la salud de un pueblo, física y moral. En los hogares, donde hay siempre una cuna que llora, florecen espontáneamente las virtudes, a la par que se destierra el vicio, casi barrido por la niñez que allí se renueva como aura nueva y salutífera de primavera.
1958 01 20 0005
[5.–] Tomen, pues, ejemplo de vosotros los pusilánimes y los egoístas. La patria os debe gratitud y predilección por tantos sacrificios como abrazáis al sostener y educar a sus ciudadanos; como merecéis la gratitud de la Iglesia, que puede, por medio de vosotros y con vosotros, presentar a la acción santificante del Divino Espíritu grupos de almas cada vez más sanos y numerosos.
1958 01 20 0006
[6.–] 2. En el mundo civil moderno, la familia numerosa es, generalmente, claro testimonio de la fe cristiana vivida, puesto que el egoísmo, del que hablábamos ahora mismo como máximo obstáculo a la expansión del núcleo familiar, no puede válidamente vencerse si no es recurriendo a los principios ético-religiosos. Recientemente también se ha visto cómo la llamada “política demográfica” no obtiene notables resultados, ya porque sobre el egoísmo colectivo, del que ella es a menudo expresión, prevalece casi siempre el individual, ya porque las intenciones y los métodos de aquella política envilecen la dignidad de la familia y de las personas, parangonándolas casi con especies inferiores. Sólo la luz divina y eterna del cristianismo ilumina y vivifica la familia, de tal modo que ya en el origen, ya en el desarrollo, la familia numerosa es a menudo tomada como sinónimo de familia cristiana. El respeto de las leyes divinas le ha dado la exuberancia de la vida; la fe en Dios procura a los padres el vigor necesario para afrontar los sacrificios y las renuncias que exige el mantenimiento de la prole; los principios cristianos guían y facilitan el arduo trabajo de la educación; el espíritu cristiano del amor vela sobre el orden y sobre la tranquilidad, a la vez que comunica, casi desarrollándolos de la naturaleza, los íntimos gozos familiares, comunes a los padres, a los hijos, a los hermanos.
1958 01 20 0007
[7.–] Aun exteriormente, una familia numerosa bien ordenada es casi un santuario visible; el sacramento del bautismo no es para ella un suceso excepcional, sino que renueva diversas veces la alegría y la gracia del Señor. No ha terminado todavía la serie de viajes festivos a la fuente bautismal, cuando ya se inicia la otra serie, luminosa y de igual candor, de la confirmación y de las primeras comuniones. Apenas el más pequeño de los hermanos ha dejado el vestidito blanco entre los más queridos recuerdos de su vida, y he aquí que florece el primer velo nupcial, que reúne a los pies del altar a padres, hijos y nuevos parientes. Seguirán, como renovadas primaveras, otros matrimonios, otros bautismos, otras primeras comuniones, perpetuando, por así decirlo, en la casa las visitas de Dios y de su gracia.
1958 01 20 0008
[8.–] Pero Dios visita también a las familias numerosas con su Providencia, de la que los padres, especialmente pobres, dan abierto testimonio poniendo en ella toda su confianza cuando no basta la humana industria. ¡Confianza bien fundada y no vana! La Providencia –para expresarnos con conceptos y palabras humanos– no es propiamente el conjunto de actos excepcionales de la divina clemencia, sino el resultado ordinario de la acción armoniosa de la infinita sabiduría, bondad y omnipotencia del Creador. Dios no niega los medios para vivir a quien llama a la vida. El Divino Maestro ha enseñado explícitamente que la vida vale más que el alimento, y el cuerpo, más que el vestido2. Si algún episodio, pequeño o grande, parece a veces probar lo contrario, es señal de que algún impedimento ha sido opuesto por el hombre a la ejecución del orden divino, o bien, en casos excepcionales, prevalecen superiores razones de bondad; la Providencia es una realidad, una necesidad de Dios Creador. Sin duda, no de la desarmonía o inercia de la Providencia, sino del desorden del hombre –en particular del egoísmo y de la avaricia–, ha nacido y se mantiene todavía insoluble, el llamado problema de la superpoblación de la tierra, en parte realmente existente, en parte irracionalmente temido como inminente catástrofe por la sociedad moderna. Con el progreso de la técnica, con la facilidad de los transportes, con las nuevas fuentes de energía, cuyos frutos apenas se han comenzado a recoger, la tierra puede prometer prosperidad a todos aquéllos a quienes acogerá, todavía por mucho tiempo.
2. Cfr. Matth. 6, 25.
1958 01 20 0009
[9.–] En cuanto al futuro, ¿quién puede prever qué otros nuevos e impensados recursos encierra nuestro planeta y qué sorpresas, fuera de él, contienen quizá los admirables descubrimientos de la ciencia, apenas iniciados ahora? ¿Y quién puede asegurar en lo futuro un ritmo procreativo natural, igual al presente? ¿Es acaso imposible la intervención de una intrínseca ley moderadora de la expansión? La Providencia se ha reservado el futuro destino del mundo. Entre tanto, es de notar el hecho de que, mientras la ciencia convierte en útiles realidades lo que en tiempos pasados se consideraba fruto de exuberantes fantasías, el temor de algunos transforma las fundadas esperanzas de prosperidad en espectros de catástrofe. La superpoblación no es, pues, una razón válida para difundir las prácticas ilícitas del “control” de los nacimientos, sino el pretexto para legitimar la avaricia y el egoísmo, tanto de las naciones que en la expansión de las otras ven un peligro para la propia hegemonía política y el descenso del tenor de vida, como de los individuos, especialmente de los más dotados de medios de fortuna, que prefieren el más amplio gozo de los bienes terrenos al orgullo y al mérito de suscitar nuevas vidas. Se llega así a quebrantar las leyes ciertas del Creador con pretexto de corregir los errores imaginarios de su Providencia. Sería, por lo contrario, más razonable y útil que la sociedad moderna se aplicase más resuelta y universalmente a corregir la conducta propia, removiendo las causas del hambre en las “zonas deprimidas” o superpobladas mediante un más activo uso, con fines de paz, de los modernos descubrimientos, con una más abierta política de colaboración y de intercambio, con una economía de más largo alcance y menos nacionalismo; sobre todo, reaccionando contra las sugestiones del egoísmo mediante la caridad, contra la avaricia mediante la aplicación más concreta de la justicia. Dios no pedirá cuenta a los hombres del destino general de la humanidad, que es de su competencia; pero sí de cada uno de los actos por aquellos queridos en conformidad o con desprecio de los dictados de la conciencia.
1958 01 20 0010
[10.–] En cuanto a vosotros, padres e hijos de familias numerosas, continuad prestando con serena firmeza vuestro testimonio de confianza en la divina Providencia, seguros de que no os faltará, en compensación, la prueba de su diaria asistencia, y, si fuese necesario, con extraordinarias intervenciones, de las que muchos de vosotros tienen una feliz experiencia.
1958 01 20 0011
[11.–] 3. Y ahora, algunas consideraciones sobre el tercer testimonio, apropiadas para alentar a los temerosos y acrecentar en vosotros el ánimo. Las familias numerosas son las “parcelas” más espléndidas del jardín de la Iglesia, en las cuales, como en su terreno favorable, florece la alegría y madura la santidad. Todo núcleo familiar, incluso el más reducido, es en las intenciones de Dios un oasis de serenidad espiritual. Pero hay una profunda diferencia: donde el número de los hijos no pasa apenas de uno, aquella íntima serenidad, que tiene valor de vida, encierra en sí algo de melancolía y de palidez; es de más breve duración, acaso más incierta, a menudo ofuscada por temores y por secretos remordimientos. Diversa, es en cambio, la serenidad de espíritu en los padres rodeados por una vigorosa floración de vidas jóvenes. El gozo, fruto de la sobreabundante bendición de Dios, irrumpe con mil expresiones, con estable y segura duración. Sobre la frente de estos padres y madres, aunque cargada de preocupaciones, no hay rastro de aquella sombra interior reveladora de angustias de conciencia o del temor de una irreparable vuelta a la soledad. Su juventud no parece marchitarse, mientras dura en la casa el aroma de las cunas, mientras las paredes domésticas reflejan las voces argentinas de los hijos y de los nietos. Las multiplicadas fatigas, los redoblados sacrificios, las renuncias a costosas diversiones son ampliamente compensadas, incluso aquí abajo, por la abundancia inagotable de afectos y de dulces esperanzas que asedian sus corazones, sin por ello oprimirlos ni cansarlos. Y las esperanzas se hacen pronto realidad. Desde el momento en que la mayorcita de las hijas comienza a prestar a la madre su ayuda en atender al benjamín; desde el día en que el primogénito entra por primera vez en la casa gozoso con su primer jornal. Aquel día será bendecido de modo particular por los padres, que ya ven alejado del espectro de una posible vejez escuálida y asegurado el premio a sus sacrificios. Los numerosos hermanos, a su vez, ignoran el tedio de la soledad y el disgusto de verse obligados a vivir entre los mayores. Es verdad que su numerosa compañía puede a veces transformarse en fastidiosa vivacidad y sus disensiones en pasajeras tempestades; sin embargo, cuando éstas son superficiales y de breve duración, concurren eficazmente a la formación del carácter. Los niños de familias numerosas se educan como por sí solos en la vigilancia y en la responsabilidad de sus actos, en mutuo respeto y ayuda, en ánimo abierto a la generosidad. La familia les es el pequeño mundo de prueba antes de enfrentarse con el mundo exterior, más arduo y preocupante.
1958 01 20 0012
[12.–] Todos estos bienes y ventajas asumen mayor consistencia, intensidad y fecundidad, cuando la familia numerosa pone como fundamento propio y norma suyos el espíritu sobrenatural del Evangelio, que todo lo trashumana y eterniza. En estos casos, a los ordinarios dones de providencia, de alegría, de paz, añade a menudo Dios, como la experiencia demuestra, las llamadas de predilección, es decir, las vocaciones al sacerdocio, a la perfección religiosa y a la misma santidad. Muchas veces, y no sin razón, se ha querido destacar la prerrogativa de las familias numerosas en ser cuna de santos; se citan, entre otras muchas, la de San Luis, rey de Francia, compuesta de diez hijos; la de Santa Catalina de Siena, de veinticinco; la de San Roberto Belarmino, de doce; la de San Pío X, de diez. Toda vocación es un secreto de la Providencia: pero, por lo que concierne a los padres, de estos hechos se puede concluir que el número de los hijos no impide su egregia y perfecta educación; que el número, en esta materia, no va en demérito de la calidad ni en los valores físicos ni en los espirituales.
1958 01 20 0013
[13.–] Por último, una palabra para vosotros dirigentes representantes de las Asociaciones de Familias Numerosas en Roma y en Italia. Procurad imprimir un dinamismo cada vez más vigilante y activo a la acción que os proponéis desplegar en provecho de la dignidad de las familias numerosas y de su protección económica. Para el primer objetivo, conformaos a los dictámenes de la Iglesia; para el segundo, es preciso sacudir de su letargo a aquella parte de la sociedad todavía no abierta a los deberes sociales. La Providencia es una verdad y una realidad divina que, sin embargo, se complace en servirse de la colaboración humana. De ordinario, aquélla se mueve y acude si es llamada y como conducida por la mano del hombre; le gusta esconderse entre la humana laboriosidad. Si es justo reconocer a la legislación italiana un puesto entre las más avanzadas en el terreno de la protección a las familias, particularmente a las numerosas, no es preciso ocultar que todavía existen no pocas que se debaten, sin su culpa, entre necesidades y miserias. Pues bien, vuestra acción debe proponer hacer llegar también a éstas la tutela de las leyes y, en los casos urgentes, la de la caridad. Todo resultado positivo obtenido en este campo es como una sólida piedra puesta en el edificio de la patria y de la Iglesia; es lo mejor que se puede hacer como católicos y como ciudadanos.
[EyD, 1737-1741]
1958 01 20 0001
[1.–] Tra le visite più gradite al Nostro cuore annoveriamo questa vostra, diletti figli e figlie, Dirigenti e Rapprensentanti le Associazioni tra le Famiglie Numerose di Roma e d’Italia. Vi è infatti nota la viva sollecitudine che Noi nutriamo verso la famiglia, di cui non transcuriamo occasione per illustrare la dignità nei suoi molteplici aspetti, per affermare e difendere i diritti, inculcare i doveri, in una parola, farne un caposaldo del Nostro pastorale insegnamento. Per questa stessa premura verso la famigila, accosentiamo di buon animo, ove le occupazioni del Nostro Ufficio non si frappongano, ad intrattenerCi, sia pure per brevi istanti, coi gruppi familiari che convengono nella Nostra dimora, ed anche, ove sia il caso, di lasciarCi fotografare in mezzo a loro, per perennare in qualche modo il ricordo della Nostra e della loro letizia. Il Papa in mezzo ad una famiglia! Non è forse questo un posto che ben gli si addice? Non è egli stesso, con significato altamente spirituale, Padre della umana famiglia, rigenerata in Cristo e nella Chiesa? Non si attua forse per tramite di lui, Vicario di Cristo sulla terra, il mirabile disegno della Sapienza creatrice, che ha ordinato ogni umana paternità a preparare l’eletta famiglia dei cieli, dove l’amore di Dio, Uno e Trino, l’abbraccerà con unico ed eterno amplesso, dandole Sè medesimo in beatificante eredità?
1958 01 20 0002
[2.–] Ma voi non rappresentate solamente la famiglia, bensì siete e rappresentate le famiglie numerose, vale a dire, le più benedette da Dio, dalla Chiesa predilette e stimate quali preziosissimi tesori. Da queste infatti ella riceve più manifestamente una triplice testimonianza, che, mentre conferma dinanzi agli occhi del mondo la verità della sua dottrina e la rettitudine della sua pratica, ridonda, in virtù dell’esempio, a grande vantaggio di tutte le altre famiglie e della stessa civile società. Ove, infatti, si incontrino con frequenza, le famiglie numerose attestano: la sanità fisica e morale del popolo cristiano –la fede viva in Dio e la fiducia nella sua Provvidenza– la santità feconda e lieta del matrimonio cattolico.
1958 01 20 0003
[3.–] 1. Tra le aberrazioni, più dannose della moderna società paganeggiante deve contarsi l’opinione di taluni che ardiscono definire la fecondità dei matrimoni una “malattia sociale”, da cui le nazioni che ne sono colpite dovrebbero sforzarsi di guarire con ogni mezzo. Di qui la propaganda del cosiddetto “controllo razionale delle nascite”, promossa da persone e da enti, talvolta autorevoli per altri titoli, ma, in questo, pur troppo riprovevoli. Se però, è doloroso di rilevare la diffusione di tali dottrine e pratiche, anche nelle classi tradizionalmente sane, è tuttavia confortante di notare nella vostra patria i sintomi ed i fatti di una sana reazione, in campo sia giuridico che medico. Come è noto, la vigente Costituzione della Repubblica Italiana, per non citare che questa sola fonte, accorda, nell’articolo 31, un “particolare riguardo alle famiglie numerose”, mentre la dottrina più corrente dei medici italiani si schiera sempre più in disfavore delle pratiche limitative delle nascite. Non pertanto deve stimarsi cessato il pericolo e distrutti i pregiudizi, che tendono ad asservire il matrimonio e le sue sapienti norme ai colpevoli egoismi individuali e sociali. È da deplorarsi in particolare quella stampa, che di tanto in tanto ritorna sull’argomento col manifesto intento di confondere le idee del buon popolo e trarlo in errore con fallaci documentazioni, con discutibili inchieste e perfino con dichiarazioni falsate di questo o quell’ecclesiastico. Da parte cattolica occorre insistere per diffondere la persuasione, fondata sulla verità, che la sanità fisica e morale della famiglia e della società si tutela soltanto con obbedire generosamente alle leggi della natura, ossia del Creatore, ed innazi tutto nutrendo verso di esse un sacro ed interiore rispetto. Tutto in questa materia dipende dalla intenzione. Si potranno moltiplicare le leggi ed aggravare le pene, dimostrare con prove irrefutabili la stoltezza delle teorie limitative e i danni che dalla loro pratica derivano; ma se manca il sincero proposito di lasciare al Creatore compiere liberamente la sua opera, l’egoismo umano saprà sempre trovare nuovi sofismi ed espedienti per far tacere, se possibile, la coscienza e perpetuare gli abusi. Ora il valore della testimonianza dei genitori di famiglie numerose non solo consiste nel rigettare senza ambagi e con la forza dei fatti ogni compromesso intenzionale tra la legge di Dio e l’egoismo dell’uomo, ma nella prontezza ad accettare con gioia e riconoscenza gli inestimabili doni di Dio, che sono i figli, e nel numero che a lui piace. Tale disposizione di animo, mentre libera gli sposi da intollerabili incubi e rimorsi, pone, a giudizio di autorevoli medici, le premesse psichiche più favorevoli per un sano sviluppo dei frutti propri del matrimonio, evitando nell’origine stessa delle nuove vite quei turbamenti ed angosce, che si tramutano in tare fisiche e psichiche sia nella madre che nella prole. A prescindere infatti dai casi eccezionali, sui quali avemmo altre volte occasione di parlare, la legge della natura è essenzialmente armonia, e quindi non crea dissidi e contraddizioni, se non nella misura in cui il suo corso viene turbato da circostanze per lo più anormali o dalla contrastante volontà umana. Non vi è eugenetica che sappia far meglio della natura, ed è buona solo quella che ne rispetta le leggi, dopo averle profondamente conosciute, sebbene in alcuni casi di soggetti tarati sia consigliabile di dissuaderli dal contrarre matrimonio (1). Del resto sempre e dappertutto il buon senso popolare ha ravvisato nelle famiglie numerose il segno, la prova e la fonte di sanità fisica, mentre la storia non erra quando addita nella manomissione delle leggi del matrimonio e della procreazione la causa prima della decadenza dei popoli.
1. Cfr. Enc. Casti connubii, 31 dec. 1930, Acta Ap. Sedis a. 22, 1930, pag. 565 [1930 12 31/69].
1958 01 20 0004
[4.–] Le famiglie numerose, lungi dall’essere la “malattia sociale”, sono la garanzia della sanità di un popolo, fisica e morale. Nei focolari, dove è sempre una culla che vagisce, fioriscono spontaneamente le virtù mentre esula il vizio, quasi scacciato dalla fanciullezza, che ivi si rinnova come soffio fresco e risanatore di primavera.
1958 01 20 0005
[5.–] Prendano dunque esempio da voi i pusillanimi e gl’ingenerosi; a voi conservi la patria gratitudine e predilezione per tanti sacrifici, che abbracciate nell’allevare ed educare i suoi cittadini; come vi è grata la Chiesa, che può per mezzo vostro ed insieme con voi presentare all’azionie santificatrice del divino Spirito schiere sempre più sane e folte di anime.
1958 01 20 0006
[6.–] 2. Nel mondo civile moderno la famiglia numerosa vale in generale non a torto come la testimonianza della fede cristiana vissuta, poichè l’egoismo, di cui parlavamo testè come massimo ostacolo alla espansione del nucleo familiare, non può validamente vincersi se non ricorrendo ai principî etico-religiosi. Anche di recente si è visto como la cosiddetta “politica demografica” non ottiene notevoli risultati, sia perchè, sull’egoismo colletivo, di cui essa è spesso la espressione, prevale quasi sempre l’individuale, sia perchè, le intezioni ed i metodi di quella politica avviliscono la dignità, della famiglia e delle persone, pareggiandole quasi a specie inferiori. Soltanto la luce divina ed eterna del cristianesimo illumina e vivifica la famiglia, in tal modo che, sia nell’origine sia nello sviluppo, la famiglia numerosa è spesso presa come sinonimo di famiglia cristiana. Il rispetto delle leggi divine le ha dato l’esuberanza della vita; la fede in Dio fornisce ai genitori il vigore necessario per affrontare i sacrifici e le rinunzie che esige l’allevamento della prole; i principî cristiani guidano e agevolano l’ardua opera di educazione; lo spirito cristiano dell’amore veglia sull’ordine e sulla tranquilità, mentre dispensa, quasi enuncleandole dalla natura, le intime gioie familiari, comuni ai genitori, ai figli, ai fratelli.
1958 01 20 0007
[7.–] Anche esteriormente una famiglia numerosa ben ordinata è quasi un visibile santuario: il sacramento del Battesimo non è per essa un avvenimento eccezionale, ma rinnova più volte la letizia e la grazia del Signore. Non è ancora terminata la serie dei festosi pellegrinaggi al fonte battesimale, che comincia quella, sfavillante di pari candore, delle Cresime e delle prime Comunioni. Il più piccino dei fratelli ha appena deposto il vestitino bianco tra i più cari ricordi della vita, ed ecco fiorire il primo velo nuziale, che raccoglie ai piedi dell’altare genitori, figli e nuovi parenti. Seguiranno, come rinnovate primavere, altri matrimoni, altri battesimi, altre prime Comunioni, perpetuando, per così dire, nella casa le visite di Dio e della sua grazia.
1958 01 20 0008
[8.–] Ma Dio visita altresì le famiglie numerose con la sua Provvidenza, alla quale i genitori, specialmente poveri, danno aperta testimonianza, riponendo in lei ogni loro fiducia, quando non bastasse la umana industria. Fiducia ben fondata e non vana! La Provvidenza –per esprimerCi con concetti e parole umane– non è propriamente l’insieme di atti eccezionali della divina clemenza; ma il risultato ordinario dell’azione armoniosa della infinita sapienza, bontà e onnipotenza del Creatore. Dio non nega i mezzi di vivere a chi chiama alla vita. Il divino Maestro ha esplicitamente insegnato che “la vita vale più del nutrimento, e il corpo più del vestito” (2). Se singoli episodi, piccoli e grandi, talora sembrano provare il contrario, è segno che qualche impedimento è stato opposto dall’uomo alla esecuzione dell’ordine divino, oppure, in casi eccezionali, prevalgono superiori disegni di bontà ma la Provvidenza è una realtà, una necessità di Dio Creatore. Senza dubbio, non dalla disarmonia od inerza della Provvidenza, bensì dal disordine dell’uomo –in particolare dall’egoismo e dall’avarizia– è sorto e si mantiene ancora insoluto il cosiddetto problema della sovrappopolazione della terra, in parte realmente esistente, in parte irragionevolmente temuto come imminente catastrofe dalla moderna società. Con il progresso della tecnica, con la facilità dei trasporti, con le nuove fonti di energia, di cui si è appena cominciato a raccogliere i frutti, la terra può promettere prosperità a tutti coloro che ospiterà, ancora per molto tempo.
2. Cfr. Matth. 6, 25.
1958 01 20 0009
[9.–] Quanto al futuro, chi può prevedere quali altre nuove ed impensate risorse racchiude il nostro pianeta, e quali sorprese, al di fuori di esso, contengono forse le mirabili attuazioni della scienza, appena ora iniziate? E chi può assicurare nel futuro un ritmo procreativo naturale, eguale al presente? È forse impossibile l’intervento di una legge moderatrice intriseca del ritmo di espansione? La Provvidenza ha riserbato a sè il futuro destino del mondo. È intanto singolare il fatto che, mentre la scienza converte in utili realtà ciò che tempo addietro si stimava frutto di accesse fantasie, il timore di alcuni trasforma le fondate speranze di prosperità in spettri di catastrofi. La sovrappopolazione non è dunque una valida ragione per diffondere le illecite pratiche del controllo delle nascite, bensì il pretesto per legittimare l’avarizia e l’egoismo, sia di quelle nazioni che temono dalla espansione delle altre un pericolo alla propria egemonia politica e l’abbassamento del tenore di vIta, sia degli individui, specialmente dei più forniti di mezzi di fortuna, che preferiscono il più largo godimento dei beni terreni al vanto ed al merito di suscitare nuove vite. Si giunge in tal modo ad infrangere le leggi certe del Creatore col pretesto di correggere gli immaginari errori della di lui Provvidenza. Sarebbe invece più ragionevole ed utile che la società moderna si applicasse più risolutamente e universalmente a correggere la propria condotta, rimuovendo le cause della fame nelle “zone deprese” o sovrappopolate, mediante un più attivo uso a scopi di pace delle moderne scoperte, una più aperta politica di collaborazione e di scambio, una più lungimirante e meno nazionalistica economia: soprattutto reagendo alle suggestione dell’egosimo con la carità, dell’avarizia con applicazione più concreta della giustizia. Dio non chiederà conto agli uomini del generale destino della umanitá, che è di sua spettanza; ma dei singoli atti da loro voluti in conformità o in dispregio dei dettami della coscienza.
1958 01 20 0010
[10.–] Quanto a voi, genitori e figli di famiglie numerose, continuate a prestare con serena fermezza la vostra testimonianza di fiducia nella divina Provvidenza, certi che ella non mancherà di ricambiarla con la testimonianza della sua quotidiana assistenza, e, se fosse necessario, con straordinari interventi, dei quali molti di voi hanno felice sperienza.
1958 01 20 0011
[11.–] 3. Ed ora qualche considerazione sulla terza testimonianza, atta a rinfrancare i pavidi e ad accrescere in voi il conforto. Le famiglie numerose sono le aiuole più splendide del giardino della Chiesa, nelle quali, come su terreno favorevole, fiorisce la letizia e matura la santità. Ogni nucleo familiare, anche il più ristretto, è nelle intenzioni di Dio un’oasi di spirituale serenità. Ma vi è una profonda differenza: dove il numero dei figli non supera di molto il singolare, là quell’intimo sereno, che ha valore di vita, porta in sè un qualcosa di melanconico e di smorto; è di più breve durata, forse più incerto, spesso offuscato da timori e da segreti rimorsi. Diversa è invece, la serenità di spirito nei genitori circondati da una rigogliosa fioritura di giovani vite. Il gaudio, frutto della sovrabbondante benedizione di Dio, irrompe con mille espressioni, con stabile e sicura perennità. Sulla fronte di questi padri e madri, benchè gravata da pensieri, non vi è traccia di quell’ombra interiore, rivelatrice di ansie di coscienza o del timore di un irreparabile ritorno alla solitudine. La loro giovinezza non sembra mai appassire, finchè perdura nella casa il profumo delle culle, finchè le pareti domestiche riecheggiano delle voici argentine dei figli e dei nipoti. Le fatiche moltiplicate, i sacrifici raddoppiati, le rinuzie a costosi svaghi sono largamente compensati, anche quaggiù, dalla copia inesauribile di affetti e di dolci speranze, che assediano i loro cuori, senza tuttavia opprimerli nè stancarli. E le speranze diventano presto realtà, dal momento che la più grandicella delle figliuole comincia a prestare alla madre la sua opera nell’accudire l’ultimo nato; il giorno in cui il primogenito rientra per la prima volta, raggiante, col suo primo guadagno. Quel giorno sarà benedetto in modo particolare dai genitori, che ormai vedono scongiurato lo spettro di una possibile squallida vecchiaia e assicurato il compenso ai loro sacrifici. I numerosi fratelli, alla lor volta, ignorano il tedio della solitudine ed il disagio dell’essere costretti a vivere tra i più grandi. È vero che la loro numerosa compagnia può trasformarsi talora in fastidiosa vivacità, e i loro dissensi in passeggere tempeste: tuttavia, quando queste sono superficiali e di breve durata concorrono efficacemente alla formazione del carattere. I fanciulli delle famiglie numerose si educano quasi da sè alla vigilanza ed alla responsabilità dei loro atti, al mutuo rispetto ed aiuto, all’apertura di animo e alla generosità. La famiglia è per essi il piccolo mondo di prova, prima che si affronti quello esterno, più arduo ed impegnativo.
1958 01 20 0012
[12.–] Tutti questi beni e pregi assumono maggiore consistenza, intensità e fecondità, allorchè la famiglia numerosa pone a proprio fondamento e norma lo spirito soprannaturale del Vangelo, che tutto trasumana ed eterna. In questi casi, agli ordinari doni di provvidenza, di letizia, di pace, Iddio aggiunge spesso, come l’esperienza dimostra, le chiamate di predilezione, vale a dire, le vocazioni al sacerdozio, alla perfezione religiosa e alla stessa santità. Più volte, e non a torto, si è voluto mettere in risalto la prerogativa delle famiglie numerose nell’essere culle di santi; si citano, tra tante, quella di S. Luigi Re di Francia composta da dieci figli, di S. Caterina da Siena da venticinque, di S. Roberto Bellarmino da dodici, di S. Pio X da dieci. Ogni vocazione è un segreto della Provvidenza; ma, per quanto concerne i genitori, da questi fatti si può concludere che il numero dei figli non impedisce la loro egregia e perfetta educazione; che il numero, in questa materia, non torna a discapito della qualità, sia in rapporto ai valori fisici che a quelli spirituali.
1958 01 20 0013
[13.–] Una parola finalmente a voi, Dirigenti e Rappresentanti le Associazioni tra la Famiglie Numerose in Roma e in Italia. Abbiate cura d’imprimere un dinamismo sempre più vigile e fattivo all’azione, che vi proponete di svolgere a vantaggio della dignità delle famiglie numerose e della loro protezione economica. Per il primo scopo conformatevi ai dettami della Chiesa; per il secondo occorre scuotere dal letargo quella parte della società non ancora aperta ai doveri sociali. La Provvidenza è una verità ed una realtà divina, che però, si compiace di avvalersi della umana collaborazione. D’ordinario essa si muove ed accorre, se chiamata e quasi condotta con mano dall’uomo; ama nascondersi dietro l’umana operosità. Se è giusto riconoscere alla legislazione italiana il vanto delle posizioni più progredite sul terreno della tutela della famiglia, particolarmente di quelle numerose, non bisogna nascondersi che ne esistono tuttora non poche, le quali si dibattono, senza loro colpa, tra disagi e stenti. Ebbene, la vostra azione deve proporsi di far giungere anche a queste la tutela delle leggi, e nei casi urgenti, quella della carità. Ogni risultato positivo ottenuto in questo campo è come una solida pietra posta nell’edificio della patria e della Chiesa: è quanto di meglio si possa fare come cattolici e come cittadini.
[AAS 50 (1958), 90-96]