[0542] • PÍO XII, 1939-1958 • INSEMINACIÓN ARTIFICIAL Y ESTERILIZACIÓN DIRECTA E INDIRECTA. EL RECURSO A LOS DÍAS AGENÉSICOS
De la Alocución Le VIIe Congrès, al VII Congreso Internacional de Hematología, 12 septiembre 1958
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[6.–] El primer caso mencionado considera como solución al problema de la esterilidad del marido la inseminación artificial, que supone, evidentemente, un donante extraño a la pareja. Ya tuvimos ocasión de tomar posición contra esta práctica, en la alocución dirigida al IV Congreso Internacional de Médicos Católicos, el 29 de septiembre de 1949. Reprobamos entonces absolutamente la inseminación entre personas no casadas y aun entre esposos (1). Volvimos sobre esta cuestión en Nuestra alocución al Congreso Mundial de la Fecundidad el 19 de mayo de 19562, para reprobar de nuevo toda especie de inseminación artificial, puesto que esta práctica no se halla comprendida entre los derechos de los esposos, y es contraria a la ley natural y a la moral católica. En cuanto a la inseminación artificial entre solteros, ya en 1949 declaramos que viola el principio del derecho natural de que toda vida debe ser procreada en un matrimonio válido.
1. A.A.S., vol. XLI, pag. 557 seg. Discorsi e Radiomessaggi, vol. XI, pag. 223-225 [1949 09 29/7-20].
2. A.A.S., vol. XLVIII, pag. 467 seg. Discorsi e Radiomessaggi, vol. XVIII, pag. 217 [1956 05 19/1-20].
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[7.–] La solución del adulterio voluntario se condena a sí misma, cualesquiera sean los motivos biológicos, eugenésicos y jurídicos por los cuales se intente justificar. Ningún esposo puede poner sus derechos conyugales a disposición de una tercera persona, quedando sin efecto toda tentativa de renunciar a ellos. No podrá en esta ocasión apoyarse sobre el axioma jurídico “volenti non fit iniuria”.
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[8.–] Se considera también como solución la esterilización sea de la persona, sea de solo el acto. Por motivos biológicos y eugenésicos, estos métodos adquieren actualmente un creciente favor y se difunden progresivamente al amparo de drogas nuevas, cada vez más eficaces y de empleo más cómodo. La reacción de ciertos grupos de teólogos frente a este estado de cosas es sintomática y bastante alarmante. Ella revela una desviación del juicio moral que lleva aparejada una prontitud exagerada para revisar, en favor de las nuevas técnicas, las posiciones comúnmente recibidas. Esta actitud procede de una intención loable que, para ayudar a quienes están en dificultad, niega demasiado pronto nueva posibilidad de solución.
Pero este esfuerzo de adaptación es aplicado aquí de manera desgraciada, puesto que se comprenden mal ciertos principios, dándoles un sentido o una trascendencia que ellos no pueden tener. La Santa Sede se encuentra entonces en situación semejante a la del Papa Inocencio XI, que se vio más de una vez obligado a condenar tesis de moral defendidas por teólogos animados de celo indiscreto y poco inteligente audacia (3).
3. Cfr. Denzinger n. 1151-1216, 1221-1288 [Cf. 1679 03 02/9-50; 1687 08 28/41-42].
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[9.–] Muchas veces ya hemos tomado posición en relación con la esterilización. En substancia, hemos manifestado que la esterilización directa no estaba autorizada por el derecho del hombre a disponer de su propio cuerpo. No puede, en consecuencia, ser considerada como una solución válida para impedir la transmisión de una herencia enferma.
La esterilización directa, dijimos el 29 de octubre de 1951, es decir, la esterilización que intenta, como medio o como fin, hacer imposible la procreación, es una violación grave de la ley moral y, en consecuencia, es ilícita. Aun la misma autoridad pública no tiene derecho, bajo pretexto de una indicación, cualquiera que sea, a permitirla, y mucho menos aún a prescribirla o a hacerla ejecutar contra inocentes. Este principio está ya enunciado en la Encíclica Casti connubii, de Pío XI, sobre el matrimonio. También, cuando, hace una decena de años, la esterilización comenzó a ser más ampliamente aplicada, la Santa Sede se vio en la necesidad de declarar expresa y públicamente que la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer, es ilícita en virtud de la ley natural; ley de la cual ni la Iglesia misma –como sabéis perfectamente– puede dispensar (4).
4. A.A.S., vol. XLIII, pag. 843 segg. Discorsi e Radiomessaggi, vol. XIII, pag. 342 [1951 10 29/27 ss].
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[10.–] Por esterilización directa queremos designar la acción de quien se propone, como fin o como medio, hacer imposible la procreación; pero no aplicamos este término a toda acción que convierta de hecho en imposible la procreación. El hombre, en efecto, no tiene siempre la intención de hacer aquello que resulta de sus actos, aunque lo haya previsto. Así, por ejemplo, la extirpación de ovarios enfermos tendrá como consecuencia necesaria hacer imposible la procreación; pero esta imposibilidad acaso no haya sido querida, ni como fin ni como medio. Repetimos con detalle las mismas explicaciones en Nuestra alocución del 8 de octubre de 1953 al Congreso de Urólogos (5). Los mismos principios se aplican al caso presente y prohíben considerar como lícita la extirpación de glándulas u órganos sexuales que tuviera por fin impedir la transmisión de caracteres hereditarios defectuosos.
5. Cfr. A.A.S., vol. XLV, pag. 673 segg. Discorsi e Radiomessaggi, vol. XV, pags. 373-379 [1953 10 08/3 ss].
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[11.–] Estos mismos principios permiten resolver una cuestión muy discutida hoy entre los médicos y los moralistas. ¿Es lícito impedir la ovulación por medio de píldoras utilizadas como remedios contra las reacciones exageradas del útero y del organismo, aunque estos medicamentos, al impedir la ovulación, hagan también imposible la fecundación? ¿Está permitido su uso a la mujer casada que, a pesar de esta esterilidad temporal, desee tener relaciones con su marido?
La respuesta depende de la intención de la persona. Si la mujer toma este medicamento, no con vistas a impedir la concepción, sino únicamente por indicación médica, como un remedio necesario a causa de una enfermedad del útero o del organismo, ella provoca una esterilización indirecta que puede ser lícita según el principio general de las acciones de doble efecto. Pero se provoca una esterilización directa, y en consecuencia ilícita, cuando se impide la ovulación a fin de preservar el útero y el organismo de las consecuencias de un embarazo que no se es capaz de soportar. Ciertos moralistas pretenden que está permitido tomar medicamentos con este fin, pero es una opinión equivocada. Es necesario igualmente rechazar la opinión de muchos médicos y moralistas que permiten su uso, cuando una indicación médica hace indeseable una concepción muy próxima o en otros casos semejantes que no es posible mencionar aquí. En estos casos, el empleo de medicamentos tiene como fin impedir la concepción o la ovulación, tratándose, en consecuencia, de esterilización directa.
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[12.–] Para justificarlo se cita en ocasiones un principio de moral, justo en sí mismo, pero que se interpreta mal: “licet corrigere defectus naturae”, se dice. Y puesto que, en la práctica es suficiente, para usar de este principio, tener una probabilidad razonable, pretenden algunos que se trata aquí de corregir un defecto natural. Si este principio tuviera valor absoluto, la eugenesia podría sin titubeos utilizar el método de las drogas para impedir la transmisión de una herencia defectuosa. Pero es necesario aún ver de qué manera se corrige el defecto natural y ponerse en guardia para no violar en modo alguno estos principios de la moralidad.
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[13.–] Se propone también como medio capaz de impedir la transmisión de una herencia defectuosa la utilización de preservativos y el método Ogino-Knaus. Los especialistas de eugenesia, que condenan absolutamente su uso cuando se trata simplemente de dar curso a la pasión, aprueban estos dos sistemas cuando existen indicaciones higiénicas serias; los consideran como un mal menor que la procreación de niños tarados. Aunque algunos aprueban esta posición, el cristianismo ha seguido siempre y continuará siguiendo una tradición diferente. Nuestro Predecesor Pío XI lo expuso de manera solemne en su Encíclica Casti connubii, de 31 de diciembre de 1930.
S.S. Pío XI califica el uso de preservativos como violación de la ley natural; un acto al que la naturaleza ha dado el poder de suscitar una vida nueva, es privado de él por la voluntad humana: “Cualquier uso del matrimonio –escribía–, en el que maliciosamente quede el acto destituido de su propia y natural virtud procreativa, va contra la ley de Dios y contra la ley natural, y los que tal cometen, se hacen culpables de un grave delito” (6).
6. Acta Ap. Sedis, vol. XXII, a. 1930, pp. 559-560 [1930 12 31/57].
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[14.–] Por el contrario, el uso de la esterilidad temporal natural, según el método Ogino-Knaus, no viola el orden natural, como la práctica más arriba descrita, puesto que las relaciones conyugales se desarrollan conforme a la voluntad del Creador. Cuando este método es utilizado por motivos seriamente proporcionados (y las indicaciones de tipo eugenésico pueden tener carácter grave), se justifica moralmente. Nos ya hablamos en Nuestra alocución del 29 de octubre de 1951, no para exponer el punto de vista biológico o médico, sino para poner fin a las inquietudes de conciencia de muchos cristianos que lo utilizaban en su vida conyugal. Por otra parte, en su Encíclica de 31 de diciembre de 1930, Pío XI había ya formulado la posición de principio: “Ni se puede decir que obren contra el orden de la naturaleza los esposos que hacen uso de su derecho siguiendo la recta razón natural, aunque por ciertas causas naturales, ya de tiempo, ya de otros defectos, no se siga de ello el nacimiento de un nuevo viviente” (7).
7. Acta Ap. Sedis, vol. XXII, a. 1930, p. 561 [1930 12 31/60].
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[15.–] Nos precisamos en Nuestra alocución de 1951 que los esposos que hacen uso de sus derechos matrimoniales tienen la obligación positiva, en virtud de la ley natural propia de su estado, de no excluir la procreación. El Creador, en efecto, ha querido que el género humano se propague precisamente, mediante el ejercicio natural de la función sexual. Pero, a esta ley positiva, le aplicamos el principio que vale para todas las leyes: no obligan en la medida en que su cumplimiento traiga consigo inconvenientes notables, que no son inseparables de la ley misma ni inherentes a su cumplimiento, sino que proceden de otra parte, y que el legislador no ha tenido la intención de imponer a los hombres cuando ha promulgado la ley.
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[16.–] El último medio mencionado más arriba, y sobre el que Nos queremos expresarnos, era el de la adopción. Cuando es necesario desaconsejar la procreación natural, a causa del peligro de una herencia tarada, los esposos que querrían a lo menos tener un niño, se les puede sugerir el sistema de la adopción. Puede comprobarse, por otra parte, que este consejo es, en general, seguido de resultados felices, y da a los padres la felicidad, la paz, la serenidad. Desde el punto de vista religioso y moral, la adopción no entraña objeción alguna. Es una institución reconocida en casi todos los Estados civilizados. Si ciertas leyes contienen disposiciones inaceptables en moral, la institución misma de la adopción no es afectada por la moral. Desde el punto de vista religioso, es necesario pedir que los hijos de católicos sean tomados en adopción por padres adoptivos católicos; en la mayor parte de los casos, en efecto, los padres impusieron a su hijo adoptivo su propia religión.
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[17.–] Después de haber discutido las soluciones propuestas corrientemente al problema de la herencia defectuosa, aún Nos queda dar respuesta a algunas preguntas que Nos habéis planteado. Todas ellas se inspiran en el deseo de precisar la obligación moral derivada de las conquistas de la ciencia eugenésica, que se pueden considerar como sólidamente establecidas.
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[18.–] Se trata, en los diferentes casos presentados, de la obligación general de evitar todo daño o peligro, más o menos grave, tanto para el interesado como para su cónyuge y descendientes. Esta obligación es proporcional a la gravedad del posible daño, a su probabilidad más o menos grande, a la intensidad y a la proximidad de la influencia perniciosa ejercida, a la gravedad de los motivos que obligan a realizar los actos dañosos y a permitir las consecuencias nefastas. Por lo tanto, estas cuestiones son, en su mayor parte, cuestiones de hecho, a las cuales sólo el interesado, el médico y los especialistas consultados pueden dar respuesta. Desde el punto de vista moral se puede decir, en general, que uno carece del derecho de no tener en cuenta los riesgos reales que se conocen.
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[19.–] Según este principio básico se puede responder afirmativamente a la primera cuestión que proponéis. ¿Es necesario aconsejar, en general, la visita prenupcial, y, en particular, el examen de sangre en Italia y en las riberas del Mediterráneo? Esta consulta médica debe aconsejarse. Más aún: si el peligro fuera verdaderamente grave, podría imponerse en ciertas provincias y localidades. En Italia, en todo el litoral mediterráneo y en los países que acogen a grupos de emigrados de estos países, es necesario tener en cuenta especialmente el desorden hematológico mediterráneo. El moralista evitará pronunciarse, en los casos particulares, mediante un sí o no apodíctico; sólo la observación de todos los datos de hecho permite determinar si uno se encuentra frente a una obligación grave.
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[20.–] Preguntáis a continuación si es lícito desaconsejar el matrimonio a dos novios en los cuales el examen de sangre ha revelado la presencia del mal “mediterráneo”. Cuando un sujeto es portador del mal hematológico mediterráneo se le puede desaconsejar el matrimonio, pero no prohibírselo. El matrimonio es uno de los derechos fundamentales de la persona humana, contra el cual no se puede atentar. Merece la pena comprender el punto de vista generoso de la Iglesia, punto de vista que se olvida fácilmente, y que fue expresado por su Santidad Pío XI en la Encíclica Casti connubii sobre el matrimonio: Los hombres son engendrados, no primeramente y sobre todo para esta tierra y para la vida temporal, sino para el cielo y la eternidad. Este principio esencial es ajeno a las preocupaciones de la eugenesia. Y, sin embargo, es un principio justo, y el único plenamente válido. Pío XI afirmaba además, en la misma Encíclica, que no se tiene derecho de impedir a nadie el matrimonio o de usar de un matrimonio legítimamente contraído, ni siquiera cuando, a pesar de todos los esfuerzos, la pareja es incapaz de tener hijos sanos. En efecto, será frecuentemente difícil hacer coincidir los dos puntos de vista: el de la eugenesia y el de la moral. Pero, para garantizar la objetividad de la discusión, es necesario que cada una de estas ciencias conozcan el punto de vista de la otra y esté familiarizada con sus razones (8).
8. Cfr. Acta Ap. Sedis, vol. XXII, a. 1930, pag. 564-565 [1930 12 31/68ss].
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[21.–] Nos inspiraremos en las mismas ideas, para responder a la tercera cuestión: Si después del matrimonio se comprueba la presencia del mal hematológico mediterráneo en los dos esposos, ¿está permitido desaconsejarles tener hijos? Se les puede desaconsejar tener hijos, pero no se les puede prohibir. Por otra parte, hay que tener cuidado con el método que el consejero (sea médico, hematólogo o moralista) les sugiera para este fin. Las obras especializadas evitan aquí la respuesta y dejan a los esposos interesados toda su responsabilidad. Pero la Iglesia no puede contentarse con esta actitud negativa; debe tomar una actitud positiva. Como hemos explicado, nada se opone a la continencia perfecta, al método Ogino-Knaus, a la adopción de un niño.
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[22.–] La cuestión siguiente concierne a la validez del matrimonio contraído por dos esposos portadores del mal hematológico mediterráneo. Si los esposos ignoran su estado en el momento del matrimonio, ¿puede este hecho constituir una razón de nulidad? Hecha abstracción del caso en el que se pusiera como condición la ausencia de toda herencia tarada [9] ni la simple ignorancia ni la disimulación fraudulenta de una tal herencia ni aun el error positivo que habría impedido el matrimonio, si este error hubiera sido descubierto, son suficientes para poner en duda su validez. El objeto del contrato del matrimonio es demasiado simple y claro, para que se pueda alegar la ignorancia. El vínculo contraído por una persona determinada debe ser considerado como querido, a causa de la santidad del matrimonio, de la dignidad de los esposos y de la seguridad de los hijos engendrados. Y lo contrario debe ser probado clara y seguramente. El error grave, cuando es causa del contrato [10], no puede negarse; pero ello no prueba la ausencia de la voluntad real de contraer matrimonio con una persona determinada. Lo que es decisivo en el contrato no es lo que uno hubiera hecho si se hubiera dado tal o cual circunstancia, sino lo que se ha querido y hecho en realidad, puesto que, de hecho, no se sabía.
[9]. [1917 05 27/1092].
[10]. [1917 05 27/1084].
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[23.–] En la séptima cuestión preguntáis si se puede considerar la “situación Rh” como un motivo de nulidad del matrimonio, cuando entraña la muerte de los hijos desde el primer embarazo. Suponéis que los esposos no han querido comprometerse a tener hijos que fueran víctimas de una muerte precoz, a causa de una tara hereditaria. Pero el simple hecho de que taras hereditarias entrañen la muerte de los hijos no prueba la ausencia de voluntad de concluir matrimonio. Esta situación evidentemente es trágica, pero el razonamiento se apoya en una consideración que no tiene trascendencia. El objeto del contrato matrimonial no es el hijo, sino el cumplimiento del acto matrimonial natural o, más precisamente, el derecho de realizar este acto; este derecho permanece siempre independiente del patrimonio hereditario del hijo engendrado y aun de su capacidad de vivir.
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[24.–] En el caso de una pareja en “situación Rh”, preguntáis también si está permitido desaconsejar siempre la procreación o es necesario aguardar al primer incidente.
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[25.–] Los especialistas de la genética y de la eugenesia son más competentes que Nos en este dominio. Se trata, en efecto, de una cuestión de hecho, que depende de factores numerosos en los que vosotros sois jueces competentes. Desde el punto de vista moral es suficiente aplicar los principios que Nos ya expusimos más arriba, con las necesarias distinciones.
1958 09 12 0026
[26.–] Preguntáis, en fin, si está permitido realizar una propaganda en el plano técnico para señalar los peligros inherentes al matrimonio entre consanguíneos. Sin duda alguna, es útil informar al público de los riesgos serios que entrañan los matrimonios de este género. Aquí también habrá que estudiar la gravedad del daño para juzgar acerca de la obligación moral.
1958 09 12 0027
[27.–] Con sagacidad y perseverancia intentáis explorar todas las soluciones posibles a tantas situaciones difíciles, empleándoos sin descanso en prevenir y curar una infinidad de sufrimientos y miserias humanas. Aunque parece que, en muchos puntos, serían de desear ciertas aclaraciones o modificaciones, sin embargo, nada empaña el mérito innegable de vuestros trabajos. Nos los encarecemos de buen grado. Apreciamos altamente la colaboración activa y seria que permite expresarse libremente a las diversas opiniones, pero que jamás se detiene en las críticas negativas. Es el solo camino abierto al progreso real, tanto para la adquisición de nuevos conocimientos teóricos como para el progreso de las aplicaciones clínicas.
[EM, 777-800]
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[6.–] Le premier cas mentionné envisage, comme solution au problème de la stérilité du mari, l’insémination artificielle, laquelle suppose évidemment un donneur étranger au couple. Nous avons déjà eu l’occasion de prendre position contre cette pratique dans l’allocution adressée au IVe Congrès international des médecins catholiques, le 29 septembre 1949. Nous y avons réprouvé absolument l’insémination entre personnes non mariées et même entre époux (1). Nous sommes revenus sur cette question dans Notre allocution au Congrès mondial de la fertilité et de la stérilité, le 19 mai 19562, pour réprouver à nouveau toute espèce d’insémination artificielle, parce que cette pratique n’est pas comprise dans les droits des époux et qu’elle est contraire à la loi naturelle et à la morale catholique. Quant à l’insemination artificielle entre célibataires, déjà en 1949 Nous avions déclaré qu’elle violait le principe de droit naturel, que toute vie nouvelle ne peut être procréée que dans un mariage valide.
1. A.A.S., vol. XLI, pag. 557 seg. Discorsi e Radiomessaggi, vol. XI, pag. 223-225 [1949 09 29/7-20].
2. A.A.S., vol. XLVIII, pag. 467 seg. Discorsi e Radiomessaggi, vol. XVIII, pag. 217 [1956 05 19/1-20].
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[7.–] La solution par l’adultère volontaire se condamne elle-même, quels que soient les motifs biologiques, eugéniques ou juridiques, par lesquels on tenterait de la justifier. Aucun époux ne peut mettre ses droits conjugaux à la disposition d’une tierce personne, et toute tentative d’y renoncer reste sans effets; elle ne pourrait pas non plus s’appuyer sur l’axiome juridique: “volenti non fit iniuria”.
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[8.–] On envisage aussi comme solution, la stérilisation, soit de la personne, soit de l’acte seul. Pour des motifs biologiques et eugéniques ces deux méthodes acquièrent maintenant une faveur croissante et se répandent progressivement à la faveur de drogues nouvelles, toujours plus efficaces et d’emploi plus commode. La réaction de certains groupes de théologiens à cet état de choses est symptomatique et assez alarmante. Elle révèle une déviation du jugement moral, allant de pair avec une promptitude exagérée à reviser en faveur de nouvelles techniques les positions communément reçues. Cette attitude procède d’une intention louable, qui, pour aider ceux qui sont en difficulté, refuse d’exclure trop vite de nouvelles possibilités de solution. Mais cet effort d’adaptation est appliqué ici d’une façon malheureuse, parce qu’on comprend mal certains principes, ou qu’on leur donne un sens ou une portée qu’ils ne peuvent avoir. Le Saint-Siège se trouve alors dans une situation semblable à celle du Bienheureux Innocent XI, qui se vit, plus d’une fois, obligé à condamner des thèses de morale avancées par des théologiens animés d’un zèle indiscret et d’une hardiesse peu clairvoyante (3).
3. Cfr. Denzinger n. 1151-1216, 1221-1288 [Cf. 1679 03 02/9-50; 1687 08 28/41-42].
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[9.–] Plusieurs fois déjà Nous avons pris position au sujet de la stérilisation. Nous avons exposé en substance que la stérilisation directe n’était pas autorisée par le droit de l’homme à disposer de son propre corps, et ne peut donc être considérée comme une solution valable pour empêcher la transmission d’une hérédité maladive. “La stérilisation directe, disions-Nous le 29 octobre 1951, c’est-à-dire celle qui vise, comme moyen ou comme but, à rendre impossible la procréation, est une violation grave de la loi morale, et donc elle est illicite. Même l’autorité publique n’a pas le droit, sous prétexte d’une indication quelconque, de la permettre, et beaucoup moins encore de la prescrire ou de la faire exécuter contre des innocents. Ce principe est déjá énoncé dans l’Encyclique Casti connubii de Pie XI sur le mariage. Aussi lorsque, il y a une dizaine d’années, la stérilisation commença à être toujours plus largement appliquée, le Saint-Siège se vit dans la nécessité de déclarer expressément et publiquement que la stérilisation directe, perpétuelle ou temporaire, de l’homme comme de la femme, est illicite en vertu de la loi naturelle, dont l’Église elle-même. comme vous le savez, n’a pas le pouvoir de dispenser” (4).
4. A.A.S., vol. XLIII, pag. 843 segg. Discorsi e Radiomessaggi, vol. XIII, pag. 342 [1951 10 29/27 ss].
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[10.–] Par stérilisation directe, nous entendions désigner l’action de qui se propose, comme but ou comme moyen, de rendre impossible la procréation; mais Nous n’appliquons pas ce terme à toute action, qui rend impossible en fait la procréation. L’homme, en effet, n’a pas toujours l’intention de faire ce qui résulte de son action, même s’il l’a prévu. Ainsi, par exemple, l’extirpation d’ovaires malades aura comme conséquence nécessaire de rendre impossible la procréation; mais cette impossibilité peut n’être pas voulue ni comme fin, ni comme moyen. Nous avons repris en détail les mêmes explications dans Notre allocution du 8 octobre 1953 au Congrès des Urologistes (5). Les mêmes principes s’appliquent au cas présent et interdisent de considérer comme licite l’extirpation des glandes ou des organes sexuels, dans le but d’entraver la transmission de caractères héréditaires défectueux.
5. Cfr. A.A.S., vol. XLV, pag. 673 segg. Discorsi e Radiomessaggi, vol. XV, pags. 373-379 [1953 10 08/3 ss].
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[11.–] Ils permettent aussi de résoudre une question très discutée aujourd’hui chez les médecins et les moralistes: Est-il licite d’empêcher l’ovulation au moyen de pilules utilisées comme remèdes aux réactions exagérées de l’utérus et de l’organisme, quoique ce médicament, en empêchant l’ovulation, rende aussi impossible la fécondation? Est-ce permis à la femme mariée qui, malgré cette stérilité temporaire, désire avoir des relations avec son mari? La réponse dépend de l’intention de la personne. Si la femme prend ce médicament, non pas en vue d’em pêcher la conception, mais uniquement sur avis du médecin, comme un remède nécessaire à cause d’une maladie de l’utérus ou de l’organisme, elle provoque une stérilisation indirecte, qui reste permise selon le principe général des actions à double effet. Mais on provoque une stérilisation directe, et donc illicite, lorsqu’on arrête l’ovulation, afin de préserver l’utérus et l’organisme des conséquences d’une grossesse, qu’ils ne sont pas capables de supporter. Certains moralistes prétendent qu’il est permis de prendre des médicaments dans ce but, mais c’est à tort. Il faut rejeter également l’opinion de plusieurs médecins et moralistes, qui en permettent l’usage, lorsqu’une indication médicale rend indésirable une conception trop prochaine, ou en d’autres cas semblables, qu’il ne serait pas possible de mentionner ici; dans ces cas l’emploi des médicaments a comme but d’empêcher la conception en empêchant l’ovulation; il s’agit donc de stérilisation directe.
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[12.–] Pour la justifier, on cite parfois un principe de morale, juste en soi, mais qu’on interprète mal: “licet corrigere defectus naturae” dit-on, et puisqu’en pratique il suffit, pour user de ce principe, d’avoir une probabilité raisonnable, on prétend qu’il s’agit ici de corriger un défaut naturel. Si ce pnincipe avait une valeur absolue, l’eugénique pourrait sans hésiter utiliser la méthode des drogues pour arrêter la transmission d’une hérédité défectueuse. Mais il faut encore voir de quelle manière on corrige le défaut naturel et prendre garde à ne point violer d’autres principes de la moralité.
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[13.–] On propose ensuite comme moyen capable d’arrêter la transmission d’une hérédité défectueuse, l’utilisation des préservatifs et la méthode Ogino-Knaus. –Des spécialistes de l’eugénique, qui en condamnent l’usage absolument, lorsqu’il s’agit simplement de donner cours à la passion, aprouvent ces deux systèmes, lorsqu’il existe des indications hygiéniques sérieuses; ils les considèrent comme un mal moindre que la procréation d’enfants tarés. Même si d’aucuns approuvent cette position, le christianisme a suivi et continue à suivre une tradition différente. Notre prédécesseur Pie XI l’a exposée d’une manière solennelle dans son Encyclique Casti connubii du 31 décembre 1930. Il caractérise l’usage des préservatifs comme une violation de la loi naturelle; un acte, auquel la nature a donné la puissance de susciter une vie nouvelle, en est privé par la volonté humaine: “quemlibet matrimonii usum –écrivait-il–, in quo exercendo, actus, de industria hominum, naturali sua vitae procreandae vi destituatur, Dei et naturae legem infringere, et eos qui tale quid commisennt gravis noxae labe commaculari” (6).
6. Acta Ap. Sedis, vol. XXII, a. 1930, pp. 559-560 [1930 12 31/57].
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[14.–] Par contre la mise à profit de la stérilité temporaire naturelle, dans la méthode Ogino-Knaus, ne viole pas l’ordre naturel, comme la pratique décrite plus haut, puisque les relations conjugales répondent à la volonté du Créateur. Quand cette méthode est utilisée pour des motif sérieux proportionnés (et les indications de l’eugénique peuvent avoir un caractère grave), elle se justifie moralement. Déjà Nous en avons parlé dans Notre Allocution du 20 octobre 1951, non pour exposer le point de vue biologique ou médical mais pour metre fin aux inquiétudes de conscience de beaucoup de chrétiens, qui l’utilisaient dans leur vie conjugale. D’ailleurs dans son Encyclique du 31 décembre 1930, Pie XI avait déjà formulé la position de principe: “Neque contra naturae ordinem agere ii dicendi sunt coniuges, qui iure suo recte et naturali ratione utuntur, etsi ob naturales sive temporis sive quorundam defectuum causas nova inde vita oriri non possit” (7).
7. Acta Ap. Sedis, vol. XXII, a. 1930, p. 561 [1930 12 31/60].
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[15.–] Nous avons précisé dans Notre Allocution de 1951 que les époux, qui font usage de leurs droits conjugaux, ont l’obligation positive, en vertu de la loi naturelle propre à leur état, de ne pas exclure la procréation. Le Créateur en effet a voulu que le genre humain se propageât précisément par l’exercice naturel de la fonction sexuelle. Mais à cette loi positive Nous appliquions le principe qui vaut pour toutes les autres: elles n’obligent pas dans la mesure où leur accomplissement comporte des inconvénients notables, qui ne sont pas inséparables de la loi elle-même, ni inhérents à son accomplissement, mais viennent d’ailleurs, et que le législateur n’a donc pas eu l’intention d’imposer aux hommes, lorsqu’il a promulgué la loi.
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[16.–] Le dernier moyen mentionné plus haut, et sur lequel Nous voulions exprimer Notre avis, était celui de l’adoption. Lorsqu’il faut déconseiller la procréation naturelle, à cause du danger d’une hérédité tarée, à des époux qui voudraient quand-même avoir un enfant, on leur suggère le système de l’adoption. On constate par ailleurs que ce conseil est en général suivi d’heureux résultats et rend aux parents le bonheur, la paix, la sérénité. Du point de vue religieux et moral, l’adoption ne soulève aucune objection; c’est une institution reconnue presque dans tous les États civilisés. Si certaines lois contiennent des dispositions inacceptables en morale, cela ne touche pas l’institution elle-même. Du point de vue religieux, il faut demander que les enfants de catholiques soient pris en charge par des parents adoptifs catholiques; la plupart du temps en effet les parents imposeront à leur enfant adoptif leur propre religion.
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[17.–] Après avoir discuté les solutions proposées couramment au problème de l’hérédité défectueuse, il Nous reste encore à donner réponse aux questions que vous Nous avez posées. Elles s’inspirent toutes du désir de préciser l’obligation morale découlant de résultats de l’eugénique, que l’on peut considérer comme acquis.
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[18.–] Il s’agit, dans les différents cas présentés, de l’obligation générale d’éviter tout danger ou dommage plus ou moins grave, tant pour l’intéressé, que pour son conjoint et ses descendants. Cette obligation est proportionnée à la gravité du dommage possible, à sa probabilité plus ou moins grande, à l’intensité et à la proximité de l’influence pernicieuse exercée, à la gravité des motifs que l’on a de poser des actions dangereuses et d’en permettre les conséquences néfastes. Or ces questions sont en majeure partie des questions de fait, auxquelles seuls l’intéressé, le médecin et les spécialistes consultés peuvent donner réponse. Au point de vue moral, on peut dire en général que l’on n’a pas le droit de ne pas tenir compte des risques réels que l’on connaît.
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[19.–] D’après ce principe de base, on peut répondre affirmativement à la première question que vous posiez: faut-il conseiller, en général, la visite prénuptiale et, en particulier, l’examen du sang, en Italie et dans le bassin méditerranéen? Cette visite est à conseiller, et même, si le danger est vraiment grave, on pourrait l’imposer en certaines provinces ou localités. En Italie, dans tout le bassin méditerranéen et les pays qui accueillent des groupes d’émigrés de ces pays, il faut tenir compte spécialement du désordre hématologique méditerranéen. Le moraliste évitera de se prononcer, dans le cas particuliers, par un “oui” ou un “non” apodictique; seule l’observation de toutes les données de fait permet de déterminer si l’on se trouve devant une obligation grave.
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[20.–] Vous demandez ensuite s’il est permis de déconseiller le mariage à deux fiancés, chez lesquels l’examen du sang a révélé la présence du mal méditerranéen? Lorsqu’un sujet est porteur du mal hématologique méditerranéen, on peut lui déconseiller le mariage, mais non le lui interdire. Le mariage est un des droits fondamentaux de la personne humaine, auquel on ne saurait porter atteinte. Si l’on a peine parfois à comprendre le point de vue généreux de l’Église, c’est que l’on perd trop facilement de vue le présuppposé que Pie XI exposait dans l’Encyclique Casti connubii sur le mariage: les hommes sont engendrés non pas d’abord et surtout pour cette terre et pour la vie temporelle, mais pour le ciel et l’éternité. Ce principe essentiel semble étranger aux préoccupations de l’eugénique. Et cependant il est juste; il est même le seul pleinement valable. Pie XI affirmait encore, dans la même Encyclique, qu’on n’a pas le droit d’empêcher quelqu’un de se marier ou d’user d’un mariage légitiment contracté, même lorsque, en dépit de tous les efforts, le couple est incapable ddes enfants sains. En fait, il sera souvent difficile de faire coïncider les deux points de vue, celui de l’eugénique et celui de la morale. Mais pour garantir l’objectivité de la discussion, il est nécessaire que chacun connaisse le point de vue de l’autre et soit familiarisé avec ses raisons (8).
8. Cfr. Acta Ap. Sedis, vol. XXII, a. 1930, pag. 564-565 [1930 12 31/68ss].
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[21.–] On s’inspirera des mêmes idées pour répondre à la troisième question: si après la mariage l’on constate la présence du mal hématologique méditerranéen chez les deux époux, est-il permis de leur déconseiller d’avoir des enfants? On peut leur déconseiller d’avoir des enfants, mais on ne peut pas le leur défendre. Par ailleurs, il reste à voir quelle méthode le conseiller (qu’il soit médecin, hématologue ou moraliste) leur suggérera à cette fin. Les ouvrages spécialisés refusent ici de répondre et laissent aux époux intéressés toute leur responsabilité. Mais l’Église ne peut se contenter de cette attitude négative; elle doit prendre position. Comme Nous l’avons expliqué, rien ne s’oppose à la continence parfaite, à la méthode Ogino-Knaus, ni à l’adoption d’un enfant.
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[22.–] La question suivante concerne la validité du mariage contracté par des époux porteurs du mal hématologique méditerranéen. Si les époux ignorent leur état au moment du mariage, ce fait peut-il être une raison de nullité du mariage? Abstraction faite du cas où l’on pose comme condition (Can. 1092)[9] l’absence de toute hérédité maladive, ni la simple ignorance, ni la dissimulation frauduleuse d’une hérédité tarée, ni même l’erreur positive qui aurait empêché le mariage si elle avait été décelée, ne suffisent pour mettre en doute sa validité. L’objet du contrat de mariage est trop simple et trop clair, pour qu’on puisse en alléguer l’ignorance. Le lien contracté avec une personne déterminée doit être considéré comme voulu, à cause de la sainteté du mariage, de la dignité des époux, et de la sécurité des enfants engendrés, et le contraire doit être prouvé clairement et sûrement. L’erreur grave ayant été cause du contrat (Can. 1084)[10] n’est pas niable, mais elle ne prouve pas l’absence de volonté réelle de contracter mariage avec une personne déterminée. Ce qui est décisif dans le contrat, ce n’est pas ce que l’on aurait fait, si l’on avait su telle ou telle circonstance mais ce qu’on a voulu et fait en réalité, parce que, de fait, on ne savait pas.
[9]. [1917 05 27/1092].
[10]. [1917 05 27/1084].
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[23.–] Dans la septième question, vous demandez si l’on peut considérer la “situatión Rh” comme un motif de nullité de mariage, lorsqu’ elle entraîne la mort des enfants dès la première grossesse. Vous supposez que les époux n’ont pas voulu s’engager à avoir des enfants, qui seraient victimes d’une mort précoce à cause d’une tare héréditaire. Mais le simple fait que des tares héréditaires entraînent la mort des enfants ne prouve pas l’absence de la volonté de conclure le mariage. Cette situation évidemment est tragique, mais le raisonnement s’appuie sur une considération qui ne porte pas. L’objet du contrat matrimonial n’est pas l’enfant, mais l’accomplissement de l’acte matrimonial naturel, ou plus précisément, le droit d’accomplir cet acte; ce droit reste tout-à-fait indépendant du patrimoine héréditaire de l’enfant engendré, et de même de sa capacité de vivre.
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[24.–] Dans le cas d’un couple en “situation Rh” vous demandez aussi s’il est permis de déconseiller toujours la procréation ou s’il faut attendre le premier incident?
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[25.–] Les spécialistes de la génétique et l’eugénique sont plus compétents que Nous en ce domaine. Il s’agit en effet d’une question de fait, qui dépend de facteurs nombreux, dont vous êtes les juges compétents. Au point de vue moral, il suffit d’appliquer les principes, que Nous avons exposés plus haut, avec les distinctions nécessaires.
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[26.–] Vous demandez enfin s’il est permis de faire de la propagande sur le plan technique pour souligner les dangers inhérents au mariage entre consanguins. Sans aucun doute, il est utile d’informer le public des risques sérieux, qu’entraînent les mariages de ce genre. On tiendra compte ici également de la gravité du danger pour juger de l’obligation morale.
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[27.–] Avec sagacité et persévérance, vous tentez d’explorer toutes les issues possibles à tant de situations difficiles; vous vous employez sans relâche à prévenir et guérir une infinité de souffrances et de misères humaines. Même si des précisions ou des modifications apparaissent souhaitables en certains points, cela n’enlève rien au mérite incontestable de vos travaux. Nous les encourageons bien volontiers. Nous apprécions hautement la collaboration active et sérieuse, qui permet aux diverses opinions de s’exprimer librement, mais ne s’arrête jamais aux critiques négatives. C’est la seule voie ouverte au progrès réel, aussi bien dans l’acquisition de nouvelles connaissances théoriques, que dans leur application clinique.
[AAS 50 (1958), 732-740]