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Magisterio sobre amor, matrimonio y familia <br /> <b>Warning</b>: Undefined variable $titulo in <b>/var/www/vhosts/enchiridionfamiliae.com/httpdocs/cabecera.php</b> on line <b>29</b><br />
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[0563] • JUAN XXIII, 1958-1963 • EL PUESTO DE LA MUJER EN LA FAMILIA

De la Alocución Ci è gradito, al X Congreso del Centro Femenino Italiano, 7 diciembre 1960

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[10.–] Hemos querido repetir esta invitación porque no sólo no han desaparecido las lamentables ocasiones de peligro, sino que se han multiplicado los ataques, cada vez más frecuentes, a la santidad de la familia. No hay que omitir ningún esfuerzo por parte de quienes tienen responsabilidad y juicio recto humano y cristiano, para que se logren eficazmente condiciones más sanas en el desarrollo y perfección de la familia.

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[11.–] La familia es un don de Dios; ella implica una vocación que viene de lo alto, que no puede improvisarse. Ella es el principio de la verdadera y buena educación; la familia es todo o casi todo para el hombre; por ejemplo, para el niño que despierta a la vida en sus primeras experiencias imborrables; para el adolescente y el joven, que encuentran en ella un ejemplo que imitar y un baluarte contra el nefasto espíritu del mal; para los mismos cónyuges, protegidos contra las crisis y las desorientaciones a que a veces están expuestos; para los ancianos, finalmente, que pueden disfrutar en ella del fruto merecido de una larga fidelidad y constancia.

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[12.–] En la perspectiva de la familia, a la mujer le compete un puesto insustituible. Ella es la voz que todos escuchan en el hogar, cuando sabe hacerse oír y sabe siempre hacerse respetar: es la voz vigilante y prudente de la mujer, esposa y madre. Ella puede invocar el testamento de Moisés moribundo y decir a sus hijos y por ellos a las futuras generaciones: “Pongo por testigos hoy al cielo y a la tierra de que os he puesto ante los ojos la vida y la muerte... Escoge, pues, la vida para que puedas vivir tú y tu familia y ame al Señor tu Dios y obedezca su voz y permanezca unido a Él” (Deut 30, 19-20).

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[13.–] La voz de la madre, cuando anima, invita, exhorta, queda profundamente grabada en el corazón de los suyos y jamás se olvida. ¡Ah, sólo Dios sabe cuánto bien ha causado esta voz y la utilidad que procura a la Iglesia y a toda la sociedad humana!

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[14.–] Queridas hijas: iluminad, por tanto, a las mujeres sobre esta gran misión suya; seguid trabajando en profundidad y en extensión para que de las falanges generosas y ardientes de mujeres cristianas nazca el impulso hacia una renovación duradera de las costumbres públicas y privadas, hacia un eficaz refuerzo de la vida familiar y civil a la luz de las enseñanzas del Evangelio.

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[19.–] Pero si la independencia económica de la mujer proporciona ventajas, ¡cuántos problemas surgen ante su misión fundamental, que es plasmar nuevas criaturas! He aquí, pues, situaciones nuevas que se presentan con máxima urgencia y exigen preparación y espíritu en la vida de familia; en el cuidado y educación de los pequeños; en el hogar, que queda desposeído de una tan necesaria presencia; en el mismo descanso, que los frecuentes deberes reducen y perturban, y, sobre todo, en la santificación de los días festivos y, en general, en el cumplimiento de aquellos deberes religiosos que por sí solos hacen fecunda la obra educadora de la madre.

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[20.–] Ya se sabe que el trabajo, como es natural, fatiga y puede incluso ofuscar la personalidad: a veces humilla y mortifica. Al volver a casa después de largas horas de ausencia y a veces de disipaciones inconcebibles, ¿encontrará el hombre su refugio, la renovación de las energías, la compensación contra la aridez y mecanismo que le rodean?

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[21.–] También en esto es grande la misión que espera a la mujer, que la obliga a no permitir se agoten, al contacto con las abrumadoras realidades del trabajo, los tesoros de su vida interior, los recursos de la sensibilidad de su corazón abierto y delicado, a no olvidar esos valores del espíritu que constituyen la única defensa de su nobleza; a no dejar, por último, de sacar de las fuentes de la oración y de la vida sacramental la energía para mantenerse a la altura de su incomparable misión.

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[22.–] Ella está llamada a un esfuerzo quizá mayor que el hombre, si consideramos la fragilidad natural de la mujer en algunos aspectos y también porque a ella se le pide más. Ella es, efectivamente, la que en todo tiempo y circunstancia tiene que saber hallar los recursos para afrontar con conciencia serena sus deberes de madre y de esposa; para hacer acogedor y tranquilo su hogar después de las fatigas del trabajo diario; para no abatirse frente a las responsabilidades que lleva consigo la educación de los hijos.

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[23.–] Grande y noble es el trabajo que os espera, queridas hijas, para que vuestra presencia sea luz, sostén y guía. No os dejéis abatir por las numerosas dificultades de semejante deber, y confiad en la generosidad y prontitud de las mujeres cristianas, en los sanos recursos espirituales de ese maravilloso ejército de almas bellas, alimentadas de fe y de amor, contentas de sacrificarse por sus familias sin pedir ni lamentarse de que falten las compensaciones.

[E 20 (1960/II), 1681-1682]