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Magisterio sobre amor, matrimonio y familia <br /> <b>Warning</b>: Undefined variable $titulo in <b>/var/www/vhosts/enchiridionfamiliae.com/httpdocs/cabecera.php</b> on line <b>29</b><br />
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[0715] • PAULO VI, 1963-1978 • PRINCIPIOS DOCTRINALES SOBRE LOS PROBLEMAS DEMOGRÁFICOS

De la Alocución Desideriamo anzitutto, al Secretario General de la Conferencia Mundial de la Población –texto preparado por Pablo VI y leído por el Cardenal Villot–, 28 marzo 1974

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[4.–] Somos conscientes de que el creciente número de hombres en el mundo en general, y en algunos países en particular, plantea a las comunidades de los pueblos y a los Gobiernos un desafío. Los problemas del hambre, de la sanidad, de la educación, de la vivienda y del empleo se hacen cada vez más difíciles de resolver, ya que la población crece con ritmo más intenso que la disponibilidad de los recursos.

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[5.–] Algunos se dejan llevar por la tentación de creer que no existe otra solución al respecto que la de frenar el aumento de la población empleando medidas radicales, no pocas veces en oposición con las leyes escritas por Dios en la naturaleza del hombre y poco respetuosas con la dignidad de la vida humana y con la justa libertad de los hombres. Tales medidas se fundan, en algunos casos, en un concepto materialista del destino del hombre.

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[6.–] Las verdaderas soluciones de estos problemas –y aun diríamos las únicas– serán las que tengan debidamente en cuenta los factores concretos en su totalidad; los deseos de justicia social y, al mismo tiempo, el respeto de las leyes divinas que rigen la vida; la dignidad de la persona humana y la libertad de los pueblos; el papel primordial de la familia y la responsabilidad propia de los esposos (Cfr. Populorum progressio, 37; Humanae vitae, 23, 31).

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[7.–] No deseamos repetir aquí en sus detalles los principios que regulan la posición de la Iglesia en el campo de la población, expresados claramente en la Constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano II y en nuestras Encíclicas Populorum progressio y Humanae vitae. Estos documentos, cuyo contenido os es muy conocido, demuestran que la enseñanza de la Iglesia respecto a la población es al mismo tiempo firme y cuidadosamente enunciada, respetuosa con los principios y, al mismo tiempo, profundamente humana en su ministerio pastoral.

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[8.–] Ninguna presión debe conseguir orientar la Iglesia hacia compromisos doctrinales o soluciones miopes. Ciertamente no concierne a la Iglesia proponer soluciones de orden puramente técnico. Su misión es la de testimoniar la dignidad y el destino del hombre, y permitirle elevarse moral y espiritualmente. La doctrina de la Iglesia, que no cesamos de reafirmar, ayuda a los fieles a comprender mejor la propia responsabilidad y la colaboración que están llamados a prestar a la solución de estos problemas. En dicha búsqueda no deben dejarse influir por las afirmaciones de personas particulares o de grupos que pretenden representar la postura de la Iglesia, omitiendo ciertos aspectos esenciales de la enseñanza del Magisterio auténtico.

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[12.–] Toda política sobre la población debe garantizar igualmente la dignidad y la estabilidad de la institución familiar, asegurando los medios que le permitan desarrollar su función verdadera. El núcleo familiar está al servicio de una vida plenamente humana, y es el punto de partida hacia una equilibrada vida social, en la cual el respeto de sí mismo es inseparable del respeto a los demás. Los esposos deben, por ello, ejercer su responsabilidad con plena conciencia de sus deberes para con Dios, para consigo mismo, para con la familia y para con la sociedad, dentro de una justa jerarquía de valores. La decisión sobre el número de hijos que quieren tener depende de su recto juicio, y no puede ser dejado a la discreción de las autoridades públicas. Pero, teniendo en cuenta que este juicio presupone una conciencia bien formada, es importante que se den todas las condiciones que permitan a los padres alcanzar un nivel de responsabilidad conforme a la moral, una responsabilidad que sea verdaderamente humana y que, sin olvidar la totalidad de las circunstancias, tenga en cuenta la ley divina (Cfr. Humanae vitae, 10; Gaudium et spes, 50, 87).

[E 34 (1974), 495, 497]