[0739] • PAULO VI, 1963-1978 • LA SEXUALIDAD HUMANA
Declaración Persona humana –acerca de ciertas cuestiones de ética sexual–, de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, 29 diciembre 1975
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1. La persona humana, según los datos de la ciencia contemporánea, está de tal manera marcada por la sexualidad, que ésta es parte principal entre los factores que caracterizan la vida de los hombres. A la verdad en el sexo radican las notas características que constituyen a las personas como hombres y mujeres en el plano biológico, psicológico y espiritual, teniendo así mucha parte en su evolución individual y en su inserción en la sociedad. Por esto, como se puede comprobar fácilmente, la sexualidad es en nuestros días tema abordado con frecuencia en libros, semanarios, revistas, y otros medios de comunicación social. Al mismo tiempo ha ido en aumento la corrupción de costumbres, una de cuyas mayores manifestaciones consiste en la exaltación inmoderada del sexo; en tanto que con la difusión de los medios de comunicación social y de los espectáculos, tal corrupción ha llegado a invadir el campo de la educación y a infectar la mentalidad de las masas.
Si en este contexto han podido contribuir educadores, pedagogos o moralistas a hacer que se comprendan e integren mejor en la vida los valores propios de uno y otro sexo, ha habido otros que, por el contrario, han propuesto condiciones y modos de comportamiento contrarios a las verdaderas exigencias morales del ser humano, llegando hasta a dar favor a un hedonismo licencioso.
De ahí ha resultado que doctrinas, criterios morales y maneras de vivir conservadas hasta ahora fielmente, han sufrido en algunos años una fuerte sacudida aun entre los cristianos; y que son hoy numerosos los que, ante tantas opiniones que contrastan con la doctrina que han recibido de la Iglesia, llegan a preguntarse qué es lo que deben considerar todavía como verdadero.
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2. La Iglesia no puede permanecer indiferente ante semejante confusión de los espíritus y relajación de las costumbres. Se trata en efecto de una cuestión de máxima importancia para la vida personal de los cristianos y para la vida social de nuestro tiempo (1).
Los Obispos tienen que constatar cada día las dificultades crecientes que, particularmente en materia sexual, experimentan los fieles para adquirir conciencia de la sana doctrina moral, y los pastores para exponerla con eficacia. Son conscientes de que, por su cargo pastoral, están llamados a responder a las necesidades de sus fieles sobre este punto tan grave. Ya algunos de entre ellos, e incluso enteras Conferencias episcopales, han publicado importantes documentos sobre este tema. Sin embargo, como las opiniones erróneas y las desviaciones que de ellas se siguen continúan difundiéndose en todas partes, la Sagrada Congregación para la doctrina de la fe, en virtud de su función respecto de la Iglesia universal (2) y por mandato del Soberano Pontífice, ha juzgado necesario publicar la presente Declaración.
1. Cf. Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, n 47: A.A.S. 58 (1966), p. 1067 [1965 12 07c/47].
2. Cf. Const. Apost. Regimini Ecclesiae Universae, 15 aug. 1967, n. 29: A.A.S. 59 (1967), p. 897.
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3. Los hombres de nuestro tiempo están cada vez más persuadidos de que la dignidad y la vocación humanas piden que, a la luz de su inteligencia, ellos descubran los valores inscritos en la propia naturaleza, que los desarrollen sin cesar y que los realicen en su vida para un progreso cada vez mayor.
Pero en sus juicios acerca de valores morales el hombre no puede proceder según su personal arbitrio. “En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley, que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer... Tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente” (3).
Además, a nosotros los cristianos Dios nos ha hecho conocer, por su revelación, su designio de salvación; y a Jesucristo, Salvador y Santificador, nos lo ha propuesto, en su doctrina y en su ejemplo, como la Ley suprema e inmutable de la vida, al decirnos Él: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida” (4).
No puede haber, por consiguiente, verdadera promoción de la dignidad del hombre, sino en el respeto del orden esencial de su naturaleza. Es cierto que en la historia de la civilización han cambiado y todavía cambiarán muchas condiciones concretas y muchas necesidades de la vida humana; pero toda evolución de las costumbres y todo género de vida deben ser mantenidos en los límites que imponen los principios inmutables fundados sobre los elementos constitutivos y sobre las relaciones esenciales de toda persona humana; elementos y relaciones que trascienden las contingencias históricas.
Estos principios fundamentales comprensibles por la razón, están contenidos en “la ley divina, eterna, objetiva y universal, por la que Dios ordena, dirige y gobierna el mundo y los caminos de la comunidad humana según el designio de su sabiduría y de su amor. Dios hace partícipe al hombre de esta su ley, de manera que el hombre, por suave disposición de la divina providencia, puede conocer más y más la verdad inmutable” (5). Esta ley divina es accesible a nuestro conocimiento.
3. Gaudium et spes, n. 16: A.A.S. 58 (1966), p. 1037.
4. Io. 8, 12.
5. Conc. Vat. II, Declar. Dignitatis humanae, n. 3: A.A.S. 58 (1966), p. 931.
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4. Se equivocan, por tanto, los que ahora sostienen en gran número que, para servir de regla a las acciones particulares, no se puede encontrar ni en la naturaleza humana, ni en la ley revelada, ninguna norma absoluta e inmutable fuera de aquélla que se expresa en la ley general de la caridad y del respeto a la dignidad humana. Como prueba de esta aserción aducen que, en las que llamamos normas de la ley natural o preceptos de la Sagrada Escritura, no se deben ver sino expresiones de una forma de cultura particular, en un momento determinado de la historia.
Sin embargo, cuando la Revelación divina y, en su orden propio, la sabiduría filosófica, ponen de relieve exigencias auténticas de la humanidad, están manifestando necesariamente, por el mismo hecho, la existencia de leyes inmutables inscritas en los elementos constitutivos de la naturaleza humana; leyes que se revelan idénticas en todos los seres dotados de razón.
Además, Cristo ha instituido su Iglesia como “columna y fundamento de la verdad” (6). Con la asistencia del Espíritu Santo ella conserva sin cesar y transmite sin error las verdades del orden moral e interpreta auténticamente no sólo la ley positiva revelada, sino también “los principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana” (7) y que atañen al pleno desarrollo y santificación del hombre.
Ahora bien, es un hecho que la Iglesia, a lo largo de toda su historia, ha atribuido constantemente a un cierto número de preceptos de la ley natural, valor absoluto e inmutable, y que en la transgresión de los mismos ha visto una contradicción con la doctrina y el espíritu del Evangelio.
6. 1 Tim. 3, 15.
7. Dignitatis humanae, n. 14: A.A.S. 58 (1966), p. 940; cf. PIUS XI, Enc. Casti connubii, 31 dec. (1930), pp. 579-580 [1930 12 31/106-112]; PIUS XII, Alloc. 2 nov. 1954: A.A.S. 46 (1954), pp. 671-672; IOANNES XXIII, Enc. Mater et magistra, 15 maii 1961: A.A.S. 53 (1961), p. 457; PAULUS VI, Enc. Humanae vitae, 25 iul. 1968, n. 4: A.A.S. 60 (1968), p. 483 [1968 07 25/4].
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5. Puesto que la ética sexual se refiere a ciertos valores fundamentales de la vida humana y de la vida cristiana, a ella se le aplica de igual modo esta doctrina general. En este campo existen principios y normas que la Iglesia ha transmitido siempre en su enseñanza sin la menor duda, por opuestas que les hayan podido ser las opiniones y las costumbres del mundo. Estos principios y estas normas no deben en modo alguno su origen a un tipo particular de cultura, sino al conocimiento de la ley divina y de la naturaleza humana. Por lo tanto, no se los puede considerar como caducados, ni cabe ponerlos en duda bajo pretexto de una situación cultural nueva.
Tales principios son los que han inspirado los consejos y las orientaciones dadas por el Concilio Vaticano II para una educación y una organización de la vida social que tengan cuenta de la dignidad igual del hombre y de la mujer, en el respeto de sus diferencias (8).
Hablando de “la índole sexual del hombre y (de) la facultad generativa humana”, el Concilio ha hecho notar que “superan admirablemente lo que de esto existe en los grados inferiores de la vida” (9). A continuación se ha aplicado a exponer en particular los principios y los criterios que conciernen a la sexualidad humana en el matrimonio, y que tienen su razón de ser en la finalidad de la función específica del mismo.
A este propósito declara que la bondad moral de los actos propios de la vida conyugal, ordenados según la verdadera dignidad humana, “no dependen solamente de la sincera intención y apreciación de los motivos, sino de criterios objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos, que guardan íntegro el sentido de la mutua entrega y de la humana procreación, entretejidos con el amor verdadero” (10).
Estas últimas palabras resumen brevemente la doctrina del Concilio, expuesta más ampliamente con anterioridad en la misma Constitución (11), sobre la finalidad del acto sexual y sobre el criterio principal de su moralidad: el respeto de su finalidad es el que asegura su honestidad a este acto.
Este mismo principio, que la Iglesia deduce de la Revelación y de su interpretación auténtica de la ley natural, funda también aquella doctrina tradicional suya, según la cual el uso de la función sexual logra su verdadero sentido y su rectitud moral tan sólo en el matrimonio legítimo (12).
8. Cf. Conc. Vat. II, Declar. Gravissimum educationis, nn. 1, 8: A.A.S. 58 (1966), pp. 729-730; 734-736 [1965 10 28b/8]. Gaudium et spes, nn. 29, 60, 67: A.A.S. 58 (1966), pp. 1048-1049; 1080-1081; 1088-1089.
9. Cf. Gaudium et spes, n. 51: A.A.S. 58 (1966), p. 1072 [1965 12 07c/51].
10. Ibid., cf. etiam n. 49: l. mem., pp. 1069-1070 [1965 12 07c/49].
11. Ibid. nn. 49, 50: l. mem., pp. 1069-1072 [1965 12 07c/49, 50].
12. Haec Declaratio non complectitur omnes morales normas de vita sexuali in matrimonio, cum in Litteris Encyclicis Casti connubii et Humanae vitae perspicue expositae sint.
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6. La presente Declaración no se propone tratar de todos los abusos de la facultad sexual, ni de todo lo que implica la práctica de la castidad. Tiene por objeto recordar el juicio de la Iglesia sobre ciertos puntos particulares, vista la urgente necesidad de oponerse a errores graves, normas de conducta aberrantes, ampliamente difundidas.
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7. Muchos reivindican hoy el derecho a la unión sexual antes del matrimonio, al menos cuando una resolución firme de contraerlo y un afecto que en cierto modo es ya conyugal en la psicología de los novios piden este complemento, que ellos juzgan connatural; sobre todo cuando la celebración del matrimonio se ve impedida por las circunstancias, o cuando esta relación íntima parece necesaria para la conservación del amor.
Semejante opinión se opone a la doctrina cristiana, según la cual debe mantenerse en el cuadro del matrimonio todo acto genital humano. Porque, por firme que sea el propósito de quienes se comprometen en estas relaciones prematuras, es indudable que tales relaciones no garantizan que la sinceridad y la fidelidad de la relación interpersonal entre un hombre y una mujer queden aseguradas, y sobre todo protegidas, contra los vaivenes y las veleidades de las pasiones. Ahora bien, Jesucristo quiso que fuese estable la unión y la restableció a su primitiva condición, fundada en la misma diferencia sexual. “¿No habéis leído que el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa, y los dos se harán una carne? Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre” (13). San Pablo es más explícito todavía, cuando declara que, si los célibes y las viudas no pueden vivir en continencia, no tienen otra alternativa que la de la unión estable en el matrimonio: “Mejor es casarse que abrasarse” (14). En efecto, el amor de los esposos queda asumido por el matrimonio en el amor con el cual Cristo ama irrevocablemente a la Iglesia (15), mientras la unión corporal en el desenfreno (16) profana el templo del Espíritu Santo que es el cristiano. Por consiguiente la unión carnal no puede ser legítima sino cuando se ha establecido una definitiva comunidad de vida entre un hombre y una mujer.
Así lo entendió y enseñó siempre la Iglesia (17), que encontró, además, amplio acuerdo con su doctrina en la reflexión ponderada de los hombres y en los testimonios de la historia.
Como enseña la experiencia, para que la unión sexual responda verdaderamente a las exigencias de su propia finalidad y de la dignidad humana, el amor tiene que tener su salvaguardia en la estabilidad del matrimonio. Estas exigencias reclaman un contrato conyugal sancionado y garantizado por la sociedad; contrato que instaura un estado de vida de capital importancia tanto para la unión exclusiva del hombre y de la mujer como para el bien de su familia y de la comunidad humana. A la verdad las relaciones sexuales prematrimoniales excluyen las más de las veces la prole; y lo que se presenta como un amor conyugal no podrá desplegarse, como debería indefectiblemente, en un amor paternal y maternal; o, si eventualmente se despliega, lo hará con detrimento de los hijos, que se verán privados de la convivencia estable en la que puedan desarrollarse, como conviene, y encontrar el camino y los medios necesarios para integrarse en la sociedad.
Por tanto, el consentimiento de las personas que quieren unirse en matrimonio tiene que ser manifestado exteriormente y de manera válida ante la sociedad. En cuanto a los fieles, es menester que, para la instauración de la sociedad conyugal, expresen según las leyes de la Iglesia su consentimiento; lo cual hará de su matrimonio un sacramento de Cristo.
13. Cf. Mt. 19, 4-6.
14. 1 Cor. 7, 9.
15. Cf. Eph. 5, 25-32.
16. Extramatrimonialis sexuum coniunctio expresse damnata est: 1 Cor. 5, 1-6; 7, 2; 10, 8; Eph. 5, 5-7; 1 Tim. 1, 10; Hebr. 13, 4; apertis quidem argumentis: 1 Cor. 6, 12-20.
17. Cf. INNOCENTIUS IV, Ep. Sub. Catholicae professione, 6 mar. 1254: DS 835 [1254 03 06/18]. PIUS II, Propos. damn. in Ep. Cum sicut accepimus, 14 nov. 1459: DS 1367 [1459 11 14/7]. Decreta S. Oficii, 24 sept. 1665: DS 2045 [1665 09 24/24]; 2 mar. 1679: DS 2148 [1679 03 02/49]. PIUS XI, Enc. Casti connubii, 31 dec. 1930: A.A.S. 22 (1930), pp. 558-559 [1930 12 31/32 ss].
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8. En nuestros días, fundándose en observaciones de orden psicológico, han llegado algunos a juzgar con indulgencia, e incluso a excusar completamente, las relaciones entre ciertas personas del mismo sexo, en contraste con la doctrina constante del Magisterio y con el sentido moral del pueblo cristiano.
Se hace una distinción, que no parece infundada, entre los homosexuales cuya tendencia, proviniendo de una educación falsa, de falta de normal evolución sexual, de hábito contraído, de malos ejemplos y de otras causas análogas, es transitoria o a lo menos no incurable, y aquellos otros homosexuales que son irremediablemente tales por una especie de instinto innato o de constitución patológica que se tiene por incurable.
Ahora bien, en cuanto a los sujetos de esta segunda categoría, piensan algunos que su tendencia es natural hasta tal punto que debe ser considerada en ellos como justificativa de relaciones homosexuales en una sincera comunión de vida y amor análoga al matrimonio, mientras se sientan incapaces de soportar una vida solitaria.
Indudablemente esas personas homosexuales deben ser acogidas, en la acción pastoral, con comprensión y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades personales y su inadaptación social. También su culpabilidad debe ser juzgada con prudencia. Pero no se puede emplear ningún método pastoral que reconozca una justificación moral a estos actos por considerarlos conformes a la condición de esas personas. Según el orden moral objetivo, las relaciones homosexuales son actos privados de su regla esencial e indispensable. En la Sagrada Escritura están condenados como graves depravaciones e incluso presentados como la triste consecuencia de una repulsa de Dios (18). Este juicio de la Escritura no permite concluir que todos los que padecen de esta anomalía son del todo responsables, personalmente, de sus manifestaciones; pero atestigua que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados y que no pueden recibir aprobación en ningún caso.
18. Rom. 1, 24-27: Propter quod tradidit illos Deus in desideria cordis eorum, in immunditiam; ut contumeliis adficiant corpora sua in semetipsis, qui commutaverunt veritatem Dei in mendacium et coluerunt et servierunt creature potius quam Creatori, qui est benedictus in saecula. Amen. Propterea tradidit illos Deus in passiones ignominiae; nam feminae eorum immutaverunt naturalem usum in eum usum qui est contra naturam. Similiter autem et masculi, relicto naturali usu feminae, exarserunt in desideriis suis in invicem, masculi in masculos turpitudinem operantes et mercedem quam oportuit, erroris sui in semetipsis recipientes. Cf. etiam quae dicit S. Paulus de masculorum concubitoribus in 1 Cor. 6, 10; 1Tim. 1, 10.
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9. Con frecuencia se pone hoy en duda, o se niega expresamente la doctrina tradicional según la cual la masturbación constituye un grave desorden moral. Se dice que la psicología y la sociología demuestran que se trata de un fenómeno normal de la evolución de la sexualidad, sobre todo en los jóvenes, y que no se da falta real y grave sino en la medida en que el sujeto ceda deliberadamente a una autosatisfacción cerrada en sí misma (ipsación); entonces sí que el acto es radicalmente contrario a la unión amorosa entre personas de sexo diferente, siendo tal unión, a juicio de algunos, el objetivo principal del uso de la facultad sexual.
Tal opinión contradice la doctrina y la práctica pastoral de la Iglesia Católica. Sea lo que fuere de ciertos argumentos de orden biológico o filosófico de que se sirvieron a veces los teólogos, tanto el Magisterio de la Iglesia, de acuerdo con una tradición constante, como el sentido moral de los fieles, han afirmado sin ninguna duda que la masturbación es un acto intrínseca y gravemente desordenado (19). La razón principal es que el uso deliberado de la facultad sexual fuera de las relaciones conyugales normales contradice esencialmente a su finalidad, sea cual fuere el motivo que lo determine. Le falta, en efecto, la relación sexual requerida por el orden moral; aquella relación que realiza el sentido íntegro de la mutua entrega y de la procreación humana en el contexto de un amor verdadero (20). A esta relación regular se le debe reservar toda actuación deliberada de la sexualidad. Aunque no se puede asegurar que la Sagrada Escritura reprueba este pecado bajo una denominación particular del mismo, la tradición de la Iglesia ha entendido, con justo motivo, que está condenado en el Nuevo Testamento cuando en él se habla de “impureza”, de “lascivia” o de otros vicios contrarios a la castidad y a la continencia.
Las encuestas sociológicas pueden indicar la frecuencia de este desorden según los lugares, la población o las circunstancias que tomen en consideración. Pero entonces se constatan hechos. Y los hechos no constituyen un criterio que permita juzgar del valor moral de los actos humanos (21). La frecuencia del fenómeno en cuestión ha de ponerse indudablemente en relación con la debilidad innata del hombre a consecuencia del pecado original; pero también con la pérdida del sentido de Dios, con la depravación de las costumbres engendrada por la comercialización del vicio, con la licencia desenfrenada de tantos espec táculos y publicaciones; así como también con el olvido del pudor, custodio de la castidad.
La psicología moderna ofrece diversos datos válidos y útiles en tema de masturbación para formular un juicio equitativo sobre la responsabilidad moral y para orientar la acción pastoral. Ayuda a ver cómo la inmadurez de la adolescencia, que a veces puede prolongarse más allá de esa edad, el desequilibrio psíquico o el hábito contraído pueden influir sobre la conducta, atenuando el carácter deliberado del acto, y hacer que no haya siempre falta subjetivamente grave. Sin embargo, no se puede presumir como regla general la ausencia de responsabilidad grave. Esto sería desconocer la capacidad moral de las personas.
En el ministerio pastoral deberá tomarse en cuenta, en orden a formar un juicio adecuado en los casos concretos, el comportamiento de las personas en su totalidad; no sólo en cuanto a la práctica de la caridad y de la justicia, sino también en cuanto al cuidado en observar el precepto particular de la castidad. Se deberá considerar en concreto si se emplean los medios necesarios, naturales y sobrenaturales, que la ascética cristiana recomienda en su experiencia constante para dominar las pasiones y para hacer progresar la virtud.
19. Cf. LEO IX, Ep. Ad splendidum nitentis, a. 1054: DS 687-688 [1054 0?/ 1, 2]; Decretum S. Officii, 2 mar. 1679: DS 2149 [1679 03 02/49]; PIUS XII, Alloc. 8 oct. 1953: A.A.S. 45 (1953), pp. 677-678 [1953 10 08/23]; 19 maii 1956: A.A.S. 48 (1956), pp. 472-473 [1956 05 19/14, 15, 16, 17].
20. Gandium et spes, n. 51: A.A.S. 58 (1966), p. 1072 [1965 12 07c/51].
21. Si investigationes sociologicae utiles sunt ad melius cognoscendum habitum mentis hominum, qui certo quodam sunt loco, sollicitudines et neccessitates eorum, quibus verbum Dei praedicamus, necnon oppugnationes, quibus humana aetatis nostrae ratio illi adversatur eam pervulgatam sententiam sequendo, ex qua nulla aequa scientiae forma extra ipsam altiorem doctrinam exsistat, conclusiones eiusmodi investigationum non iudicium seu, uti dicunt, criterium veritatis, normae vim obtinens, efficere valent (PAULUS VI, Adhort. Apost. Quinque iam anni, 8 dec. 1970: A.A.S. 63 [1971], p. 102).
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10. El respeto de la ley moral en el campo de la sexualidad, así como la práctica de la castidad, no se ven poco comprometidos, sobre todo en los cristianos menos fervorosos, por la tendencia actual a reducir hasta el extremo, al menos en la existencia concreta de los hombres, la realidad del pecado grave; si no es que se llega a negarla.
Algunos llegan a afirmar que el pecado mortal que separa de Dios sólo se verifica en el rechazo directo y formal de la llamada de Dios, o en el egoísmo que se cierra al amor del prójimo completa y deliberadamente. Sólo entonces tendría lugar una opción fundamental, es decir, una de aquellas decisiones que comprometen totalmente a una persona, y que serían necesarias para constituir un pecado mortal. Por ello tomaría o ratificaría el hombre, desde el centro de su personalidad, una actitud radical en relación con Dios o con los hombres. Por el contrario, las acciones que llaman periféricas (en las que niegan que se dé por lo regular una elección decisiva) no llegarían a cambiar una opción fundamental. Y tanto menos, cuanto que, según se observa, con frecuencia proceden de los hábitos contraídos. De esta suerte, esas acciones pueden debilitar las opciones fundamentales, pero no hasta el punto de poderlas cambiar por completo. Ahora bien, según esos autores, un cambio de opción fundamental respecto de Dios ocurre más difícilmente en el campo de la actividad sexual donde, en general, el hombre no quebranta el orden moral de manera plenamente deliberada y responsable, sino más bien bajo la influencia de su pasión, de su debilidad, de su inmadurez; incluso, a veces, de la ilusión que se hace de demostrar así su amor por el prójimo. A todo lo cual se añade con frecuencia la presión del ambiente social.
Sin duda que la opción fundamental es la que define en último término la condición moral de una persona. Pero una opción fundamental puede ser cambiada totalmente por actos particulares, sobre todo cuando éstos hayan sido preparados, como sucede frecuentemente, con actos anteriores más superficiales. En todo caso, no es verdad que actos singulares no son suficientes para constituir un pecado mortal.
Según la doctrina de la Iglesia, el pecado mortal que se opone a Dios no consiste en la sola resistencia formal y directa al precepto de la caridad; se da también en aquella oposición al amor auténtico que está incluida en toda transgresión deliberada, en materia grave, de cualquiera de las leyes morales.
El mismo Jesucristo indicó el doble mandamiento del amor como fundamento de la vida moral. Pero de ese mandamiento depende toda Ley y los profetas (22); incluye, por consiguiente, todos los demás preceptos particulares. De hecho, al joven rico que le preguntaba: “qué de bueno haré yo para obtener la vida eterna?”, Jesús le respondió: “Si quieres entrar en la vida eterna, guarda los mandamientos...: no matarás, no adulterarás, no hurtarás, no levantarás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre y ama al prójimo como a ti mismo” (23).
Por lo tanto, el hombre peca mortalmente no sólo cuando su acción procede de menosprecio directo del amor de Dios y del prójimo, sino también cuando consciente y libremente elige un objeto gravemente desordenado, sea cual fuere el motivo de su elección. En ella está incluido, en efecto, según queda dicho, el menosprecio del mandamiento divino; el hombre se aparta de Dios y pierde la caridad. Ahora bien, según la tradición cristiana y la doctrina de la Iglesia, y como también lo reconoce la recta razón, el orden moral de la sexualidad comporta para la vida humana valores tan elevados, que toda violación directa de este orden es objetivamente grave (24).
Es verdad que en las faltas de orden sexual, vista su condición especial y sus causas, sucede más fácilmente que no se les dé un consentimiento plenamente libre; y esto invita a proceder con cautela en todo juicio sobre el grado de responsabilidad subjetiva de las mismas. Es el caso de recordar en particular aquellas palabras de la Sagrada Escritura: “El hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón” (25). Sin embargo, recomendar esa prudencia en el juicio sobre la gravedad subjetiva de un acto pecaminoso particular no significa en modo alguno sostener que en materia sexual no se cometen pecados mortales.
Los pastores deben, pues, dar prueba de paciencia y bondad; pero no les está permitido ni hacer vanos los mandamientos de Dios, ni reducir desmedidamente la responsabilidad de las personas: “No menoscabar en nada la saludable doctrina de Cristo es una forma de caridad eminente hacia las almas. Pero esto debe ir acompañado siempre de la paciencia y de la bondad de que el mismo Señor dio ejemplo en su trato con los hombres. Venido no para juzgar, sino para salvar, Él fue ciertamente intransigente con el mal, pero misericordioso con las personas” (26).
22. Mt. 22, 40.
23. Mt. 19, 16-19.
24. Cf. superiores notae 17, 19; Decretum S. Officii, 18 mar. 1666: DS 2060 [1666 03 18/40]; PAULUS VI, Enc. Humanae vitae, nn. 12, 14: A.A.S. 60 (1968), pp. 489-491 [1968 07 25/12, 14].
25. 1 Sam. 16, 7.
26. PAULUS VI, Enc. Humanae vitae, n. 29: A.A.S. 60 (1968), p. 501 [1968 07 25/29].
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11. Como se ha dicho más arriba, la presente Declaración se propone llamar la atención de los fieles, en las circunstancias actuales, sobre ciertos errores y desórdenes morales de los que deben guardarse. Pero la virtud de la castidad no se limita a evitar las faltas indicadas. Tiene también otras exigencias positivas y más elevadas. Es una virtud que marca toda la personalidad en su comportamiento, tanto interior como exterior.
Ella debe calificar a las personas según los diferentes estados de vida: a unas, en la virginidad o en el celibato consagrado, manera eminente de dedicarse más fácilmente a Dios solo con corazón indiviso (27); a otras, de la manera que determina para ellas la ley moral, según sean casadas o celibatarias. Pero en ningún estado de vida se puede reducir la castidad a una actitud exterior. Ella debe hacer puro el corazón del hombre, según la palabra de Cristo: éis oído que fue dicho: no adulterarás. Pero Yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (28).
La castidad está incluida en aquella “continencia” que San Pablo menciona entre los dones del Espíritu Santo, mientras condena la lujuria como un vicio especialmente indigno del cristiano, que excluye del Reino de los Cielos (29). “La voluntad de Dios es vuestra santificación: que os abstengáis de la fornicación; que cada uno sepa tener a su mujer en santidad y honor, no con afecto libidinoso, como los gentiles que no conocen a Dios; que nadie se atreva a ofender a su hermano... Que no nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad. Por tanto, quien estos preceptos desprecia, no desprecia al hombre sino a Dios, que os dio su Espíritu Santo” (30). “Cuanto a la fornicación y cualquier género de impureza o avaricia, que ni siquiera pueda decirse que lo hay entre vosotros, como conviene a santos... Porque habéis de saber que ningún fornicario, o impuro, o avaro, que es adorador de ídolos, tendrá parte en la heredad del Reino de Cristo y de Dios. Que nadie os engañe con palabras de mentira, pues por éstos viene la cólera de Dios sobre los hijos de la rebeldía. No tengáis parte con ellos. Fuisteis algún tiempo tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor; andad, pues, como hijos de la luz” (31).
El Apóstol precisa, además, la razón propiamente cristiana de la castidad, cuando condena el pecado de fornicación no solamente en la medida en que perjudica al prójimo o al orden social, sino porque el fornicario ofende a quien lo ha rescatado con su sangre, a Cristo, del cual es miembro, y al Espíritu Santo, de quien es templo: “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?... Cualquier pecado que cometa un hombre, fuera de su cuerpo queda; pero el que fornica peca contra su propio cuerpo. O ¿no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que, por tanto, no os pertenecéis? Habéis sido comprados a precio. Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo” (32).
Cuanto más comprendan los fieles la excelencia de la castidad y su función necesaria en la vida de los hombres y de las mujeres, tanto mejor percibirán, por una especie de instinto espiritual, lo que ella exige y aconseja; y mejor sabrán también aceptar y cumplir, dóciles a la doctrina de la Iglesia, lo que la recta conciencia les dicte en los casos concretos.
27. Cf. 1 Cor. 7, 7, 34; Conc. Trid. Sess. XXIV, can. 10: DS 1810 [1563 11 11b/10]; Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, nn. 42, 43, 44: A.A.S. 57 (1965), pp. 47-51; Synodus Episcoporum, De sacerdotio ministeriali, pars. II, 4, b: A.A.S. 63 (1971), pp. 915-916.
28. Mt. 5, 27-28.
29. Cf. Gal. 5, 19-23; 1 Cor. 6, 9-11.
30. 1 Thess. 4, 3-8; cf. Col. 3, 5-7; 1 Tim. 1, 10.
31. Eph. 5, 3-8; cf. 4, 18-19.
32. 1 Cor. 6, 15, 18-20.
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12. El Apóstol San Pablo describe en términos patéticos el doloroso conflicto que existe en el interior del hombre esclavo del pecado entre la ley de su mente y la ley de la carne en sus miembros, que le tiene cautivo (33). Pero el hombre puede lograr la liberación de su “cuerpo de muerte” por la gracia de Jesucristo (34). De esta gracia gozan los hombres que ella misma ha justificado, aquéllos que la ley del espíritu de vida en Cristo libró de la ley del pecado y de la muerte (35). Por ello les conjura el Apóstol: “Que ya no reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, sometido a sus concupiscencias” (36).
Esta liberación, aunque da aptitud para servir a una vida nueva, no suprime la concupiscencia que proviene del pecado original ni las incitaciones al mal de un mundo “que todo está bajo el Maligno” (37). Por ello anima el Apóstol a los fieles a superar las tentaciones mediante la fuerza de Dios (38), y a “resistir a las insidias del diablo” (39) por la fe, la oración vigilante (40) y una austeridad de vida que someta el cuerpo al servicio del Espíritu (41).
El vivir la vida cristiana siguiendo las huellas de Cristo exige que cada cual “se niegue a sí mismo, y tome cada día su cruz” (42), sostenido por la esperanza de la recompensa: “Que si padecemos con Él, también con Él viviremos; si sufrimos con Él, con Él reinaremos” (43).
En la línea de estas invitaciones apremiantes hoy también, y más que nunca, deben emplear los fieles los medios que la Iglesia ha recomendado siempre para mantener una vida casta: disciplina de los sentidos y de la mente, prudencia atenta a evitar las ocasiones de caídas, guarda del pudor, moderación en las diversiones, ocupación sana, recurso frecuente a la oración y a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Los jóvenes, sobre todo, deben empeñarse en fomentar su devoción a la Inmaculada Madre de Dios y proponerse como modelo la vida de los santos y de aquellos otros fieles cristianos, particularmente jóvenes, que se señalaron en la práctica de la castidad.
En particular es importante que todos tengan un elevado concepto de la virtud de la castidad, de su belleza y de su fuerza de irradiación. Es una virtud que hace honor al ser humano y que le capacita para un amor verdadero, desinteresado, generoso y respetuoso de los demás.
33. Cf. Rom. 7, 23.
34. Cf. Rom. 7, 24-25.
35. Rom. 8, 2.
36. Rom. 6, 12.
37. 1 Io. 5, 19.
38. Cf. 1 Cor. 10, 13.
39. Eph. 6, 11.
40. Cf. Eph. 6, 16, 18.
41. Cf. 1 Cor. 9, 27.
42. Lc. 9, 23.
43. 2 Tim. 2, 11-12.
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13. Corresponde a los obispos enseñar a los fieles la doctrina moral que se refiere a la sexualidad, cualesquiera que sean las dificultades que el cumplimiento de este deber encuentre en las ideas y en las costumbres que hoy se hallan extendidas. Esta doctrina tradicional debe ser profundizada, expresada de manera apta para esclarecer las conciencias de cara a las nuevas situaciones creadas, enriquecida con el discernimiento de lo que de verdadero y útil se puede decir sobre el sentido y el valor de la sexualidad humana. Pero los principios y las normas de vida moral reafirmadas en la presente Declaración se deben mantener y enseñar fielmente. Se tratará en particular de hacer comprender a los fieles que la Iglesia los mantiene no como inveteradas tradiciones que se mantienen supersticiosamente (tabús), ni en virtud de prejuicios maniqueos, según se repite con frecuencia, sino porque sabe con certeza que corresponden al orden divino de la creación y al espíritu de Cristo; y, por consiguiente, también a la dignidad humana.
Misión de los obispos es, asimismo, la de velar para que en las Facultades de teología y en los Seminarios sea expuesta una doctrina sana a la luz de la fe y bajo la dirección del Magisterio de la Iglesia. Deben igualmente cuidar de que los confesores iluminen las conciencias, y de que la enseñanza catequética se dé en perfecta fidelidad a la doctrina católica.
A los obispos, a los sacerdotes y a sus colaboradores corresponde poner en guardia a los fieles contra las opiniones erróneas frecuentemente propuestas en libros, revistas y conferencias públicas.
Los padres en primer lugar, pero también los educadores de la juventud, se esforzarán por conducir a sus hijos y alumnos a la madurez psicológica, afectiva y moral por medio de una educación integral. Para ello les impartirán una información prudente y adaptada a su edad, y formarán asiduamente su voluntad para las costumbres cristianas; no sólo con los consejos, sino sobre todo con el ejemplo de su propia vida, mediante la ayuda de Dios que les obtendrá la oración. Tendrán también cuidado de protegerlos de tantos peligros que los jóvenes no llegan a sospechar.
Los artistas, los escritores y cuantos disponen de los medios de comunicación social deben ejercitar su profesión de acuerdo con su fe cristiana, conscientes de la enorme influencia que pueden ejercitar. Tendrán presente que “todos deben respetar la primacía absoluta del orden moral objetivo” (44), y que no se puede dar preferencia sobre él a ningún pretendido objetivo estético, ventaja material o resultado satisfactorio. Ya se trate de creación artística o literaria, ya de espectáculos o de informaciones, cada cual en su campo debe dar prueba de tacto, de discreción, de moderación y de justo sentido de los valores. De esta suerte, lejos de añadir favor a la licencia creciente de las costumbres, contribuirán a frenarla e incluso a sanear el clima moral de la sociedad.
Por su parte todo el laicado fiel, en virtud de su derecho y de su deber de apostolado, tomará en serio el trabajar en el mismo sentido.
Finalmente, conviene recordar a todos que el Concilio Vaticano II “declara que los niños y los adolescentes tienen derecho a que se les estimule a apreciar con recta conciencia los valores morales y a prestarles su adhesión personal, y también a que se les estimule a conocer y a amar más a Dios. Ruega, pues, encarecidamente a todos los que gobiernan los pueblos, o están al frente de la educación, que procuren que nunca se vea privada la juventud de este sagrado derecho” (45).
Su Santidad, Pablo por la Divina Providencia PP. VI, en audiencia concedida al infrascripto Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 7 de noviembre de 1975, aprobó esta Declaración acerca de la ética sexual, la confirmó y ordenó que se publicara.
Dado en Roma, en la Sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 29 de diciembre de 1975.
[ODD, 63-95]
44. Conc. Vat. II, Decretum Inter Mirifica, n. 6: A.A.S. 56 (1964), p. 147.
45. Gravissimum educationis, n. 1: A.A.S. 58 (1966), p. 730.
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1. Persona humana, secundum doctorum virorum nostrae aetatis aestimationem, tam penitus affici sexualitate perhibetur, ut haec in elementis annumeretur, quae hominis vitam praecipue informent. Ac revera, a sexu eae profluunt notae peculiares, quae in regione biologica, psychologica et spirituali personam ipsam efficiunt marem ac feminam, quaeque propterea plurimam vim ac momentum habent ad explendam singulorum hominum maturitatem ad eosque societati inserendos. Quare, quod quisque facile animadvertere potest, hodie res, quae ad sexum pertinent, materia sunt, de qua crebro ac propalam agitur in libris, in commentariis et ephemeridibus, atque in ceteris communicationis socialis instrumentis.
Interea magis magisque invaluit morum corruptio, in cuius gravissimis indiciis ponenda est immoderata sexus praedicatio, eademque instrumentorum communicationis socialis spectaculorumque ope adeo progressa est, ut educationis campum invaserit communemque infecerit vulgi existimationem.
In hac rerum condicione, si ex una parte educatores, paedagogi, disciplinarumque moralium cultores, operam conferre potuerunt, ut bona utriusque sexus propria clariore in lumine ponerentur aptiusque traducerentur in vitae usum, ex altera parte alii opinationes proposuerunt vitaeque ducendae rationes, quae veris moralibus postulatis hominis repugnant, immo eo pervenerunt, ut ad edonismi licentiam viam sternerent.
Hinc factum est, ut etiam apud christisnos doctrinae, morales normae vivendique rationes hucusque fideliter servatae, paucorum annorum spatio vehementer in discrimen vocata sint, ac multi hodie secum quaerant, quid, tot pervagantibus opinionibus contrariis doctrinae quam ab Ecclesia receperunt, etiam nunc pro veritate retinere debeant.
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2. In hac mentium perturbatione morumque corruptione fas non est Ecclesiam neglegenter se habere. Siquidem de quaestione agitur summi sane momenti sive ad singulorum christianorum vitam, sive ad socialem vitam nostrae aetatis quod attinet (1).
Episcopi cotidie experimento cognoscunt augescentes difficultates, quibus laborant tum christifideles in percipienda sana doctrina de moribus, peculiarique modo de rebus quae ad sexum pertinent, tum etiam pastores in eadem doctrina efficaciter exponenda. Hi probe sciunt sibi pastorale munus iniungere, ut in re tantae gravitatis necessitatibus subveniant suorum fidelium; ac praeclara sane documenta de hac quaestione edita iam sunt a nonnullis sacris Pastoribus et a quibusdam Conferentiis Episcopalibus. Attamen, cum falsae opiniones pravaeque inde ortae agendi rationes disseminari ubique pergant, Sacra Congregatio pro Doctrina Fidei, pro munere suo in Ecclesia universali (2) ac de Summi Pontificis mandato, necessarium duxit hanc Declarationem promulgare.
1. Cf. Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, n 47: A.A.S. 58 (1966), p. 1067 [1965 12 07c/47].
2. Cf. Const. Apost. Regimini Ecclesiae Universae, 15 aug. 1967, n. 29: A.A.S. 59 (1967), p. 897.
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3. Nostrae aetatis homines magis in dies sibi persuasum habent personae humanae dignitatem vocationemque id postulare, ut ipsi, rationis lumine ducti, bona virtutesque naturae suae insita detegant, continenter promoveant, in vitaeque suae actionem traducant, eo quidem consilio, ut magis in dies progredi possint.
Attamen in re morali aestimanda homo nequaquam arbitrio suo procedere potest: In imo conscientiae legem detegit, quam ipse sibi non dat, sed cui oboedire debet... Nam homo legem in corde scriptam habet, cui parere dignitas eius est et secundum quam ipse iudicabitur(3).
Praeterea nobis christianis Deus per revelationem suam notum fecit suum salutis consilium, ac proposuit tamquam supremam atque immutabilem vitae normam, Christum, Salvatorem et Sanctificatorem, per doctrinam et exempla Ipsius, qui dixit: Ego sum lux mundi: qui sequitur me non ambulat in tenebris, sed habebit lumen vitae(4).
Hominis, igitur, dignitas vere promoveri nequit, nisi ordo essentialis eius naturae servatur. Fatendum quidem est, per civilis cultus decursum bene multas rerum condiciones vitaeque humanae necessitates mutatas esse atque in posterum etiam mutatum iri; at quilibet morum profectus et quodlibet vivendi genus contineri debent intra fines, quos statuunt immutabilia principia, quae innituntur in elementis constitutivis et relationibus essentialibus cuiusque humanae personae; quae elementa ac relationes historica adiuncta transcendunt.
Haec principia fundamentalia, quae humana ratio percipere potest, continentur in lege divina, aeterna, obiectiva et universali, qua Deus consilio sapientiae et dilectionis suae mundum universum viasque communitatis ordinat, dirigit, gubernat. Huius suae legis Deus hominem participem reddit, ita ut providentia divina suaviter disponente, veritatem incommutabilem magis magisque cognoscere possit(5). Hace autem lex divina nostrae cognitioni pervia est.
3. Gaudium et spes, n. 16: A.A.S. 58 (1966), p. 1037.
4. Io. 8, 12.
5. Conc. Vat. II, Declar. Dignitatis humanae, n. 3: A.A.S. 58 (1966), p. 931.
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4. Perperam, igitur, multi hodie negant sive in natura humana sive in lege revelata ullam aliam inveniri posse normam absolutam atque immutabilem de actionibus particularibus praeter eam, quae exprimitur per generalem legem caritatis et observantiae dignitatis humanae. Ad quod quidem probandum iidem hanc afferunt rationem: ea quae normae legis naturalis vel Sacrarum Scripturarum praecepta vocari solent, potius formae cuiusdam humani cultus particularis, certo historiae tempore expressae, habenda sunt.
At vero revelatio divina atque etiam, in rerum ordine sibi proprio, naturalis rationis sapientia, cum germanas attingunt humani generis necessitates, simul necessario in luce ponunt leges immutabiles in elementis constitutivis naturae hominis insitas, quae eaedem apparent in omnibus viventibus qui ratione praediti sunt.
Accedit, quod a Christo Ecclesia instituta est tamquam columna et firmamentum veritatis(6). Ipsa, auxiliante Spiritu Sancto, sine intermissione custodit et sine errore tradit veritates ordinis moralis, atque authentice interpretatur non solum legem positivam revelatam, sed etiam principia ordinis moralis ex ipsa natura humana profluentia(7, quae spectant ad plenum hominis profectum eiusque sanctificationem. Ecclesia reapse per totum suae historiae decursum semper retinuit certa legis naturalis praecepta vim habere absolutam atque immutabilem, eorumque violationem censuit doctrinae et spiritui Evangelii repugnare.
6. 1 Tim. 3, 15.
7. Dignitatis humanae, n. 14: A.A.S. 58 (1966), p. 940; cf. PIUS XI, Enc. Casti connubii, 31 dec. (1930), pp. 579-580 [1930 12 31/106-112]; PIUS XII, Alloc. 2 nov. 1954: A.A.S. 46 (1954), pp. 671-672; IOANNES XXIII, Enc. Mater et magistra, 15 maii 1961: A.A.S. 53 (1961), p. 457; PAULUS VI, Enc. Humanae vitae, 25 iul. 1968, n. 4: A.A.S. 60 (1968), p. 483 [1968 07 25/4].
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5. Cum autem ethica sexualis quaedam fundamentalia bona vitae humanae et christianae tangat, inde fit, ut ad illam pariter generalis haec doctrina applicetur. Hac in re principia ac normae habentur, quae Ecclesia tamquam doctrinae suae partem sine ulla dubitatione semper tradidit, quantumvis ipsis opiniones moresque mundi obstiterint. Quae quidem principia ac normae haudquaquam exorta sunt ex aliquo culturae genere, sed ex divinae legis naturaeque humanae cognitione; quapropter putari non possunt vim amisisse vel in dubium vocari, propterea quod novae culturae adiuncta intercesserint.
Haec quidem principia sunt, e quibus ductum sumpserunt consilia ac normae Concilii Vaticani II eo spectantia, ut talis vita socialis institueretur atque ordinaretur, in qua debita ratio haberetur aequalis dignitatis maris et feminae, differentia utriusque servata (8).
Dum loquitur de indole sexuali hominis necnon de humana generandi facultate, Concilium animadvertit easdem mirabiliter exsuperare ea quae in inferioribus vitae gradibus habentur(9). Deinde singillatim pertractat principia et regulas, quae sexualitatem humanam in matrimonio respiciunt, quaeque in propria eius functionis finalitate innituntur.
Ad rem quod attinet, Concilium declarat honestatem actuum vitae coniugalis, secundum veram hominis dignitatem ordinatorum, non a sola sincera intentione et aestimatione motivorum pendere, sed obiectivis criteriis, ex personae eiusdemque actuum natura desumptis, determinari debere, quae integrum sensum mutuae donationis ac humanae procreationis in contextu veri amoris observant(10).
Postrema haec verba summatim perstringunt Concilii dotrinam –antea fusius in eadem Constitutione explicatam (11)– de actus sexualis finalitate deque praecipua regula eius moralitatis: honestas enim huius actus tunc in tuto posita est, cum haec finalitas servatur.
Idem hoc principium, quod Ecclesia ex divina revelatione suaque authentica legis naturalis interpretatione haurit, constituit etiam translaticiam eius doctrinam, secundum quam potestatis sexualis usus non accipit veram suam significationem probitatemque moralem, nisi in matrimonio legitimo (12).
8. Cf. Conc. Vat. II, Declar. Gravissimum educationis, nn. 1, 8: A.A.S. 58 (1966), pp. 729-730; 734-736 [1965 10 28b/8]. Gaudium et spes, nn. 29, 60, 67: A.A.S. 58 (1966), pp. 1048-1049; 1080-1081; 1088-1089.
9. Cf. Gaudium et spes, n. 51: A.A.S. 58 (1966), p. 1072 [1965 12 07c/51].
10. Ibid., cf. etiam n. 49: l. mem., pp. 1069-1070 [1965 12 07c/49].
11. Ibid. nn. 49, 50: l. mem., pp. 1069-1072 [1965 12 07c/49, 50].
12. Haec Declaratio non complectitur omnes morales normas de vita sexuali in matrimonio, cum in Litteris Encyclicis Casti connubii et Humanae vitae perspicue expositae sint.
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6. Huic autem Dedarationi propositum non est, ut omnes sexualis facultatis abusus tractentur, neque ut cuncta enucleentur quae castitatis cultus secum inferat, sed potius ut Ecclesiae normae repetantur de certis quibusdam doctrinae capitibus, cum iam vehementer necesse esse videatur gravibus erroribus ac pravis agendi rationibus adversari, quae late disseminantur.
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7. Multi his diebus ius vindicant ad sexualem iunctionem ante initum matrimonium, saltem ubi firma voluntas nubendi atque affectio iam quodammodo coniugalis in amborum animis postulant illud complementum, quod ipsi connaturale esse arbitrantur; idque praesertim, quoties matrimonii celebratio externis rerum adiunctis impeditur, vel haec intima coniunctio necessaria iudicatur, ut amor ipse permaneat.
Huiusmodi opinio christianae doctrinae adversatur, quae statuit qualemcumque genitalem hominis actionem matrimonii terminis contineri debere. Quantumvis enim firmum est eorum propositum, qui praematuris hisce iunctionibus sese vinciunt, nihilominus hae iunctiones haud sinunt, ut sinceritas ac fidelitas mutuae necessitudinis inter viri ac mulieris personas in tuto ponantur, nec praesertim ut haec necessitudo a cupiditatum et arbitrii mobilitate protegatur. Atqui stabilem Christus Dominus voluit iunctionem illam, eamque ad nativam restituit condicionem, in ipsa sexus differentia fundatam. Non legistis quia qui fecit hominem ab initio masculum et feminam fecit eos et dixit: Propter hoc dimittet homo patrem et matrem et adhaerebit uxori suae, et erunt duo in carne una? Itaque iam non sunt duo, sed una caro. Quod ergo Deus coniunxit, homo non separet(13). Verbis etiam apertioribus S. Paulus loquitur, cum docet, si caelibes vel viduae continenter vivere non possint, aliam optionem ipsis non dari, quam stabilem conubii unionem: Melius est enim nubere quam uri(14). Per matrimonium, enim, amor inter coniuges amori illi inseritur, quo Christus irrevocabili modo Ecclesiam diligit (15); coitus vero corporum in impudicitia (16) contaminat templum Spiritus Sancti, quod christianus ipse factus est. Coniunctio igitur carnalis legitima non est, nisi consortium vitae inter virum et mulierem perpetuum instauratur.
Hoc semper intellexit ac docuit Ecclesia (17), quae ceterum maximam repent consensionem cum doctrina sua in humanae sapientiae rationibus atque in historiae testimoniis.
Experientia docet amorem stabilitate coniugii muniendum esse, ut sexualis copulatio finalitatis sibi propriae dignitatisque humanae postulatis reapse satisfaciat. Haec autem postulata coniugale exigunt foedus sancitum ac defensum a societate; quod quidem foedus vitae statum instaurat, qui sive ad exclusoriam iunctionem viri ac mulieris, sive etiam ad ipsorum familiae totiusque humanae societatis bonum summi est momenti. Ac revera plerumque sexuales coniunctiones, quae legitimum matrimonium praecedunt, prolis excludunt exspectationem. Amor ille, qui tamquam coniugalis perperam proponitur, in amorem paternum atque maternum excrescere, ut omnio oportet, non poterit; idque, si forte contigerit, in detrimentum profecto cedet liberorum, quippe qui stabili priventur convictu, ubi rite adolescant ac viam ac subsidia reperiant sese toti societati inserendi.
Consensio igitur eorum, qui sese in matrimonio iungere cupiunt, exterius significari debet ac tali quidem modo, ut coram societate quoque valere possit. Fideles autem oportet secundum Ecclesiae leges declarent suum ad societatem coniugalem ducendam consensum, qui quidem efficit, ut conubium fiat Christi sacramentum.
13. Cf. Mt. 19, 4-6.
14. 1 Cor. 7, 9.
15. Cf. Eph. 5, 25-32.
16. Extramatrimonialis sexuum coniunctio expresse damnata est: 1 Cor. 5, 1-6; 7, 2; 10, 8; Eph. 5, 5-7; 1 Tim. 1, 10; Hebr. 13, 4; apertis quidem argumentis: 1 Cor. 6, 12-20.
17. Cf. INNOCENTIUS IV, Ep. Sub. Catholicae professione, 6 mar. 1254: DS 835 [1254 03 06/18]. PIUS II, Propos. damn. in Ep. Cum sicut accepimus, 14 nov. 1459: DS 1367 [1459 11 14/7]. Decreta S. Oficii, 24 sept. 1665: DS 2045 [1665 09 24/24]; 2 mar. 1679: DS 2148 [1679 03 02/49]. PIUS XI, Enc. Casti connubii, 31 dec. 1930: A.A.S. 22 (1930), pp. 558-559 [1930 12 31/32 ss].
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8. Nostra aetate, contra perpetuam Magisterii doctrinam ac moralem populi christiani sensum, aliqui –secuti indicia psychologicae naturae– coeperunt indulgenter iudicare, immo etiam prorsus excusare relationes homosexuales quarundam personarum.
Distinctionem instituunt –quae ceterum non sine causa fieri videtur– inter homosexuales, quorum proclivitas nata ex falsa educatione vel infecta maturitate sexuali vel consuetudine vel pravo exemplo aliisve similibus causis, ad tempus tantum exsistit aut saltem insanabilis non est, et homosexuales, qui tales sunt in perpetuum ob quoddam quasi impulsus innati genus aut vitiatam constitutionem, quae existimatur sanari non posse.
Ad alterum hunc ordinem hominum quod spectat, nonnulli argumentantur eorum propensionem adeo naturalem esse, ut considerari debeat tamquam licitas illis reddens relationes homosexuales intra sinceram vitae amorisque communionem matrimonii consimilem, quatenus ipsi sibi videantur vitam solitariam tolerare minime valere.
Profecto, dum pastoralis animarum cura agitur, tales homosexuales suscipiendi sunt cum considerata animi lenitate iidemque in spem sunt erigendi se difficultates suas suamque alienationem socialem esse aliquando superaturos. Eorum quoque culpabilitas prudenter iudicabitur. Verumtamen nullam adhiberi licet viam aut rationem pastora- lem, quae eisdem tribuat excusationem moralem, propterea quod hi actus talium hominum conditioni congruentes aestimentur. Etenim, secundum obiectivum rerum ordinem moralem iunctiones homose- xuales sunt actus, qui sua necessaria et essentiali ordinatione privantur. In Sacris Scripturis reprobantur uti graves depravationes, immo exhi- bentur tamquam funesta repudiationis Dei consecutio(18).Haec quidem Divinarum Scripturarum sententia non sinit, ut concludatur eos om- nes, qui ista deformitate laborent, hac de causa iam in personali culpa esse; nihilominus testatur actus homosexualitatis suapte intrinseca na- tura esse inordinatos, neque unquam ullo modo approbari posse.
18. Rom. 1, 24-27: Propter quod tradidit illos Deus in desideria cordis eorum, in immunditiam; ut contumeliis adficiant corpora sua in semetipsis, qui commutaverunt veritatem Dei in mendacium et coluerunt et servierunt creature potius quam Creatori, qui est benedictus in saecula. Amen. Propterea tradidit illos Deus in passiones ignominiae; nam feminae eorum immutaverunt naturalem usum in eum usum qui est contra naturam. Similiter autem et masculi, relicto naturali usu feminae, exarserunt in desideriis suis in invicem, masculi in masculos turpitudinem operantes et mercedem quam oportuit, erroris sui in semetipsis recipientes. Cf. etiam quae dicit S. Paulus de masculorum concubitoribus in 1 Cor. 6, 10; 1Tim. 1, 10.
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9. Saepe hodie in dubium vocatur vel aperte negatur tradita catholicae Ecclesiae doctrina, secundum quam masturbatio gravem in re morali deordinationem constituit. Psychologia et sociología, uti aiunt, ostendunt illam, praesertim in adulescentibus, ad maturescentem sexualitatem communiter pertinere, ac nihil propterea verae et gravis culpae in ea contineri, nisi quatenus consulto quis se dederit solitariae voluptati in eo ipso circumclusae (“ipsatio”); quo in casu actum utique omnino opponi communioni amoris inter diversi sexus personas, quam quidem contendunt praecipuum esse propositum usus sexualis facultatis.
Haec tamen opinio et doctrinae et consuetudini pastorali Ecclesiae catholicae adversatur. Qualiscumque vis est aliquarum argumentationum indolis biologicae vel philosophicae, quibus interdum usi fuerunt theologi, revera tum Ecclesiae Magisterium –per decursum constantis traditionis– tum moralis christifidelium sensus sine dubitatione firmiter tenent masturbationem esse actum intrinsece graviterque inordinatum (19). Potissima huius veritatis ratio in eo posita est, quod, quaecumque est ipsa agendi causa, deliberatus usus facultatis sexualis extra rectum coniugale commercium essentialiter eius fini contradicit. In eo namque deest relatio sexualis, quae ordine morali postulatur, quae nempe ad effectum deducit integrum sensum mutuae donationis ac humanae procreationis in contextu veri amoris(20). Ad eam igitur rectam relationem referenda est omnis deliberata exercitatio sexualitatis. Etiamsi statui non possit S. Scripturam hoc peccatum peculiari quodam nomine damnare, tamen Ecclesiae traditio iure meritoque intellexit illud in Novo Testamento improbari, cum sermo fit de “immunditia” vel de “impudicitia” aliisve vitiis castitati et continentiae contrariis.
Sociologicae inquisitiones demonstrare quidem valent huius deordinationis crebritatem secundum loca, incolarum varietates vel rerum temporumque adiuncta, quae consideranda suscipiuntur; et sic facta ipsa colliguntur. At facta non praebent regulam, qua actuum humanorum honestas iudicari possit (21). Crebritas huius rei, de qua agitur, consocianda quidem est cum ingenita hominis debilitate ex originali peccato orta, sed etiam cum amisso Dei sensu, cum morum corruptione per vitiorum mercaturam inducta, cum effrenata tot spectaculorum ac scriptorum licentia, nec non cum oblivione pudoris, qui custos est castitatis.
Psychologia hodierna complura valida et utilia indicia suppeditat de masturbationis argumento, ex quibus aequius iudicium de responsabilitate morali feratur atque pastoralis actio convenienter dirigatur. Eadem adiuvare potest ad intellegendum, quo pacto immaturitas adulescentiae, quae nonnumquam ultra hanc aetatem protrahitur, vel aequilibritatis psychologicae defectus vel consuetudo suscepta afficere possint hominis agendi rationem, cum imminuant actuum deliberationem et efficiant, ut subiective non semper culpa gravis contrahatur. Sed in universum absentia gravis responsabilitatis praesumi non debet; quod si contingit, ipsa hominum potestas moraliter agendi haud agnoscitur.
In ipso autem pastorali ministerio ad aequum iudicium faciendum in singulis casibus, universa et consueta alicuius hominis operandi ratio aestimari debet non solum quod attinet ad caritatis et iustitiae exercitationem, verum etiam ad curam, qua peculiare castitatis praeceptum ab eo observatur. Praecipue ergo videndum est, sintne adhibita subsidia necessaria, cum naturalia tum supernaturalia, quae christiana ascesis ex diuturna sua experientia commendat ad cupiditates edomandas et ad virtutis profectum consequendum.
19. Cf. LEO IX, Ep. Ad splendidum nitentis, a. 1054: DS 687-688 [1054 0?/ 1, 2]; Decretum S. Officii, 2 mar. 1679: DS 2149 [1679 03 02/49]; PIUS XII, Alloc. 8 oct. 1953: A.A.S. 45 (1953), pp. 677-678 [1953 10 08/23]; 19 maii 1956: A.A.S. 48 (1956), pp. 472-473 [1956 05 19/14, 15, 16, 17].
20. Gandium et spes, n. 51: A.A.S. 58 (1966), p. 1072 [1965 12 07c/51].
21. Si investigationes sociologicae utiles sunt ad melius cognoscendum habitum mentis hominum, qui certo quodam sunt loco, sollicitudines et neccessitates eorum, quibus verbum Dei praedicamus, necnon oppugnationes, quibus humana aetatis nostrae ratio illi adversatur eam pervulgatam sententiam sequendo, ex qua nulla aequa scientiae forma extra ipsam altiorem doctrinam exsistat, conclusiones eiusmodi investigationum non iudicium seu, uti dicunt, criterium veritatis, normae vim obtinens, efficere valent (PAULUS VI, Adhort. Apost. Quinque iam anni, 8 dec. 1970: A.A.S. 63 [1971], p. 102).
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10. Observantia legis moralis in re sexuali sicut et exercitatio castitatis, in periculum haud leve adducta est, praesertim inter christianos minus ferventes, ob hodiernam proclivitatem ad circumscribendam quam maxime realitatem gravis peccati, saltem in vita hominum concreta, immo ad eam subinde omnino infitiandam.
Sunt etiam qui eo usque progressi sunt, ut affirment peccatum mortale, quod hominem a Deo seiungat, habendum esse tantummodo recusationem directam et formalem, qua quis Deo vocanti sese opponat, vel cum quis, sui solius amans, penitus deliberateque excludat proximi amorem. Tunc videlicet solum illi dicunt intercedere “optionem fundamentalem”, id est decisionem voluntatis, quae totam personam humanam obstringat, quaeque requiratur ut mortale exsistat peccatum; per hanc nempe optionem hominem ex imis personae suae suscipere vel ratum habere fundamentalem quendam habitum erga Deum vel erga homines. Ex contrario, animadvertunt, actus dictos “periphericos” –in quibus negant plerumque electionem esse decretoriam– non eo usque procedere, ut iidem mutent optionem fundamentalem; idque tanto minus, quod saepius ex consuetudine proficiscantur. Hos actus, igitur, posse quidem infirmare optionem fundamentalem, non ita tamen, ut funditus illam evertant. Atqui, secundum hos auctores, immutatio optionis fundamentalis erga Deum difficilius evenit in regione vitae sexualis, ubi homo communiter non violat ordinem moralem aliquo actu plene deliberato et responsabili, sed potius impulsu passionis suae, debilitate vel immaturitate, nonnumquam etiam vana illa opinione, qua putat se ita testificari suum in proximos amorem; quibus causis saepe additur pondus ipsorum socialium adiunctorum.
Re quidem vera optio fundamentalis tandem apte definit moralem hominis propensionem; eadem tamen radicitus commutari potest actibus singularibus, praesertim cum hi, ut saepe accidit, iam praeparati sint praecedentibus actionibus modo magis superficiali positis. Utcumque autem id est, haud recte affirmatur singulares actus non sufficere, ut mortale peccatum patretur.
Secundum Ecclesiae doctrinam, peccatum mortale, quod Deo opponitur, non continetur sola recusatione formali et directa praecepti caritatis; illud enim invenitur etiam in hac oppositione contra verum amorem, quam prae se fert quaevis deliberata transgressio uniuscuiusque legis moralis in re gravi.
Christus ipse designavit duplex amoris mandatum velut vitae moralis fundamentum. Sed ex hoc mandato universa lex pendet et prophetae(22); quamobrem alia praecepta peculiaria complectitur. Ac revera adolescenti interroganti: ...quid boni faciam ut habeam vitam aeternam? respondit Iesus: Si autem vis ad vitam ingredi, serva mandata...: Non homicidium facies, non adulterabis, non facies furtum, non falsum testimonium dices, honora patrem tuum et matrem tuam, et diliges proximum tuum sicut teipsum(23).
Peccat, igitur, homo mortaliter non tunc tantum, cum eius actus procedit ex directo contemptu Dei et proximi, verum etiam cum ipse sciens ac volens, quacumque ex ratione, eligit aliquid graviter inordinatum. In hac enim electione, ut dictum est supra, iam continetur despicientia praecepti divini: homo se ipsum deflectit a Deo et caritatem amittit. Atqui, secundum christianam traditionem Ecclesiaeque doctrinam, et sicut recta ratio agnoscit, ordo moralis sexualitatis amplectitur bona vitae humanae adeo praestantia, ut omnis directa violatio eiusdem ordinis obiective sit gravis (24).
Fatendum quidem est in peccatis indolis sexualis, perspectis eorum genere et causis, facilius fieri, ut liber consensus non plene praestetur; quocirca prudentiam et cautionem postulari in quovis iudicio ferendo de hominis responsabilitate. Hac in re peropportune repetuntur verba Sacrarum Scripturarum: ...homo enim videt ea quae parent: Dominus autem intuetur cor(25). Attamen, si haec prudentia commendatur in iudicanda subiectiva gravitate alicuius singularis actus pravi, minime inde sequitur, ut opinari liceat in rerum sexualium provincia peccata mortalia non committi.
Animarum ergo pastores patientia uti debent et bonitate; verum ipsis non permittitur, ut inania reddantur Dei mandata, neve plus aequo minuantur propria hominum officia. Porro si nihil de salutari Christi doctrina demittere praecellens quoddam caritatis erga animus genus est, at idem semper cum tolerantia atque caritate coniungatur oportet, quarum ipse Redemptor, cum hominibus et colloquens et agens, exempla prodidit. Is enim, cum venisset non ad iudicandum, sed ad salvandum mundum, acerbe quidem severus in peccata, sed patiens ac misericors in peccatores fuit(26).
22. Mt. 22, 40.
23. Mt. 19, 16-19.
24. Cf. superiores notae 17, 19; Decretum S. Officii, 18 mar. 1666: DS 2060 [1666 03 18/40]; PAULUS VI, Enc. Humanae vitae, nn. 12, 14: A.A.S. 60 (1968), pp. 489-491 [1968 07 25/12, 14].
25. 1 Sam. 16, 7.
26. PAULUS VI, Enc. Humanae vitae, n. 29: A.A.S. 60 (1968), p. 501 [1968 07 25/29].
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11. Ut supra dictum est, huic Declarationi est propositum, ut in hodiernis rerum adiunctis fideles de certis erroribus agendique rationibus commoneantur, a quibus cavere debent. At virtus castitatis minime tota sistit in praedictis culpis vitandis; eadem postulat, ut ad altiora etiam quaedam bona assequenda spectetur. Eiusmodi enim virtus est, quae integram personam attingat, quoad eius internam et externam agendi rationem.
Hac quidem virtute pro variis vitae suae statibus homines ornari debent: alteri virginitatem aut coelibatum Deo sacrum profitentes, qua quidem eminenti ratione ipsi facilius uni Deo vacare indiviso corde possunt (27); alteri vero vitam agentes ea forma, quae omnibus lege morali statuitur, prout matrimonio iunguntur aut sunt caelibes. Attamen, in quovis vitae statu castitas non circumscribitur solo externo corporis habitu; ipsum cor hominis purum efficere debet, secundum haec: Christi verba: Audistis quia dictum est antiquis: Nom moechaberis. Ego autem dico vobis, quia omnis qui viderit mulierem ad concupiscendum eam iam moechatus est in corde suo(28).
Castitas includitur in ea continentia, quam S. Paulus donis Spiritus Sancti annumerat, dum luxuriam condemnat tamquam vitium, quod speciali modo christianum hominem dedecet, atque a Regno caelorum excludit (29). Haec est enim voluntas Dei, sanctificatio vestra: ut abstineatis a fornicatione, ut sciat unusquisque vestrum vas suum possidere in sanctificatione et honore; non in passione desiderii sicut et gentes quae ignorant Deum, ut ne quis supergrediatur neque circumveniat in hoc negotio fratrem suum... Non enim vocavit nos Deus in immunditiam, sed in sanctificationem. Itaque qui spernit non hominem spernit, sed Deum, qui etiam dat Spiritum suum Sanctum in vos(30). Fornicatio autem et omnis immunditia aut avaritia nec nominetur in vobis, sicut decet sanctos, ...et turpitudo et stultiloquium aut scurrilitas, quae non decent, sed magis gratiarum actio. Hoc enim scitote, intellegentes quod omnis fornicator aut immundus aut avarus, id est idolorum cultor, non habet hereditatem in regno Christi et Dei. Nemo vos decipiat inanibus verbis, propter haec enim venit ira Dei in filios diffidentiae. Nolite ergo effici comparticipes eorum, eratis enim aliquando tenebrae, nunc autem lux in Domino; ut filii lucis ambulate(31).
Praeterea Apostolus, rationem affert christianorum propriam, cur castitas sit excolenda, dum reprobat peccatum fornicationis non solum quatenus haec actio proximos vel socialem ordinem laedit, sed etiam quia fornicator offendit Christum, cuius sanguine acquisitus est cuiusque est membrum, et Spiritum Sanctum, cuius est templum: Nescitis quoniam corpora vestra sunt membra Christi?... Omne peccatum quodcumque fecerit homo, extra corpus est; qui autem fornicatur, in corpus suum peccat. An nescitis quoniam membra vestra templum sunt Spiritus Sancti qui in vobis est, quem habetis a Deo, et non estis vestri? Empti enim estis pretio magno. Glorificate et portate Deum in corpore vestro(32).
Quo magis fideles momentum intellegent castitatis eiusque necessarium munus in sua ipsorum vita ut virorum et mulierum, eo magis percipient, instinctu quodam spirituali permoti, quid haec virtus prae cipiat vel suadeat; ac facilius etiam, magisterio Ecclesiae obsequentes, ea excipere et implere scient, quae recta conscientia in singulis casibus dictaverit.
27. Cf. 1 Cor. 7, 7, 34; Conc. Trid. Sess. XXIV, can. 10: DS 1810 [1563 11 11b/10]; Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, nn. 42, 43, 44: A.A.S. 57 (1965), pp. 47-51; Synodus Episcoporum, De sacerdotio ministeriali, pars. II, 4, b: A.A.S. 63 (1971), pp. 915-916.
28. Mt. 5, 27-28.
29. Cf. Gal. 5, 19-23; 1 Cor. 6, 9-11.
30. 1 Thess. 4, 3-8; cf. Col. 3, 5-7; 1 Tim. 1, 10.
31. Eph. 5, 3-8; cf. 4, 18-19.
32. 1 Cor. 6, 15, 18-20.
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12. Apostolus Paulus vividis verbis acerbam pugnam describit, quam homo, servus peccati, interius experitur inter legem mentis suae et aliam legem, quae est in membris, ipsum captivantem (33). Attamen homo liberari potest a corpore mortis per gratiam Iesu Christi (34). Hac quidem gratia fruuntur homines, qui per ipsam iustificati sunt et quos lex spiritus vitae in Christo Iesu liberavit a lege peccati et mortis (35). Quamobrem eos Apostolus obsecrat: Non ergo regnet peccatum in vestro mortali corpore ut oboediatis concupiscentiis eius(36).
Haec autem liberatio, etsi aptos nos reddit ad serviendum Deo in novitate vitae, minime tollit concupiscentiam ex originali peccato ortam, neque invitamenta ad malum in hoc mundo, qui totus in maligno positus est(37). Quare Apostolus fideles adhortatur, ut vitiorum illecebras vincant virtute Dei (38), et stare valeant adversus insidias diaboli(39) per fidem, vigil orandi studium (40) et vitae austeritatem, qua corpus in servitutem Spiritus redigatur (41).
Vita christiana, quae vestigia Christi insistat, postulat ut unusquisque abneget seipsum et tollat crucem suam cotidie(42), spe remunerationis suffultus: nam si commortui sumus, et convivemus; si sustinemus, et conregnabimus(43).
Secundum vehementia huiusmodi monita, christifideles nostris quoque temporibus, immo hodie magis quam alias umquam, media adhibere debent semper ab Ecclesia commendata ad vitam castam ducendam, quae sunt: sensuum ac mentis disciplina, vigilantia ac prudentia in praecavendis peccandi occasionibus, pudoris custodia, sobrietas in oblectationibus fruendis, sanae occupationes, assidua precatio sacramentorumque Paenitentiae et Eucharistiae creber usus. luvenes praesertim sedulo foveant pietatem erga Immaculatam Dei Genitricem, atque ad imitandum sibi proponant Sanctorum vitam aliorumque christifidelium, in primis iuvenum, qui in excolenda castitate ceteris praestiterunt.
Peculiari autem modo opus est, ut omnes magni existiment virtutem castitatis, eius pulchritudinem eiusque refulgentem splendorem. Quae quidem virtus hominis dignitatem in luce ponit eumque aperit ad amorem verum, magnanimum, non suae utilitatis studiosum, aliorumque observantem.
33. Cf. Rom. 7, 23.
34. Cf. Rom. 7, 24-25.
35. Rom. 8, 2.
36. Rom. 6, 12.
37. 1 Io. 5, 19.
38. Cf. 1 Cor. 10, 13.
39. Eph. 6, 11.
40. Cf. Eph. 6, 16, 18.
41. Cf. 1 Cor. 9, 27.
42. Lc. 9, 23.
43. 2 Tim. 2, 11-12.
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13. Proprium Episcoporum officium est fideles docere moralem doctrinam, quae ad sexualitatem pertinet, quaecumque forte occurrant difficultates in hoc munere implendo, propter cogitandi vivendique rationes, quae passim hodie invalescunt. Haec autem translaticia doctrina altius investiganda est; praeterea ea ratione est tradenda, ut conscientias illuminet in novis rerum condicionibus constitutas; ac denique sapienter ditari debet iis elementis, quae de significatione ac vi sexualitatis humanae vere utiliterque proferri possint. At principia ac normae de vita morali, quae per hanc Declarationem confirmata sunt, fideliter retineri ac doceri debent. Opera peculiari modo danda erit, ut fideles sibi persuadeant Ecclesiam haec principia tueri non tamquam vetustas et inviolabiles res superstitiose servandas, neque, ut saepe contenditur, ob praeiudicatam quandam opinionem quae Manichaeismum sapiat, sed quia certo scit eadem principia plane respondere divinae creatarum rerum ordinationi et Christi spiritui, ac propterea humanae quoque dignitati.
Episcoporum etiam est invigilare, ut in theologicis Facultatibus atque in Seminariis sana doctrina exponatur, sub lumine fidei et Ecclesiae magisterio duce. Pariter ipsis curae erit, ut et confessarii conscientias illuminent et institutio catechetica impertiatur tali ratione, quae fideliter ac perfecte doctrinam catholicam referat.
Ad Episcopos, sacerdotes eorumque adiutores spectat fideles monere, ut sibi caveant ab erroneis opinionibus, quae in libris, commentariis ac publicis conventibus saepe proferuntur.
Parentes in primis, necnon iuvenum praeceptores annitentur, ut per integram educationem liberos et discipulos ad congruam mentis, affectuum et morum maturitatem perducant. Propterea eos de hac etiam materia edocebunt cum prudentia ac modo ad ipsorum aetatem accommodato, eorumque voluntatem assidue ad christianos mores informabunt non solum consiliis, verum etiam ac potissimum vitae suae exemplo, Dei auxilio suffulti, quod sibi precando impetrabunt. Eos etiam a tot periculis defendent, quae iuvenes minime suspicantur.
Artifices, scriptores iique omnes, penes quos sunt instrumenta communicationis socialis, artem suam exerceant ratione suae christianae fidei consentanea, plane conscii de vi permagna, qua in homines pollere possunt. Hi meminerint obiectivi ordinis moralis primatum absolute omnibus tenendum esse(44), eique fas non esse praeponere ullam rationem, quam dictitant aestheticam, vel quaestuosa commoda, vel prosperum inceptorum exitum. Sive agitur de artis vel litterarum operibus, sive de spectaculis, sive de nuntiis evulgandis, unusquisque in provincia sibi propria circumspectionem, prudentiam, moderationem ac rectam rerum aestimationem prae se ferat. Hoc profecto modo, nedum faveant augescenti morum licentiae, operam conferent ad eam refrenandam, immo ad saniorem reddendum moralem societatis statum.
Fidelibus laicis universis, pro suis iuribus et officiis in opere apostolatus, curae erit, ut ad hanc agendi rationem sese conforment.
Praestat denique omnium in memoriam revocare haec Concilii Vaticani II verba: Sancta Synodus declarat pueris ac adolescentibus ius esse ut in valoribus moralibus recta conscientia aestimandis et adhaesione personali amplectendis necnon in Deo perfectius cognoscendo et diligendo instimulentur. Ideo enixe rogat omnes qui vel populorum regimen tenent vel educationi praesunt, ut curent ne umquam iuventus hoc sacro iure privetur(45).
Declarationem hanc de quibusdam quaestionibus, ad sexualem ethicam spectantibus, Summus Pontifex Paulus div. Prov. PP. VI, in Audientia concessa infrascripto Praefecto Sacrae Congregationis pro Doctrina Fidei, die 7 mensis novembris, a. 1975, ratam habuit, confirmavit atque evulgari iussit.
Datum Romae, ex aedibus S. Congregationis pro Doctnna Fidei, die 29 mensis decembris, a. 1975.
[AAS 68 (1976), 77-96]
44. Conc. Vat. II, Decretum Inter Mirifica, n. 6: A.A.S. 56 (1964), p. 147.
45. Gravissimum educationis, n. 1: A.A.S. 58 (1966), p. 730.