[0791] • JUAN PABLO II (1978-2005) • AMOR Y RESPETO POR LA VIDA NACIENTE
Alocución L’ultima notte, en la Audiencia General, 3 enero 1979
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1. La última noche de espera de la humanidad, que nos recuerda cada año la liturgia de la Iglesia con la vigilia y la fiesta de la Natividad del Señor, es al mismo tiempo la noche en que se cumplió la Promesa. Nace Aquél que era esperado, que era el fin del adviento y no cesa de serlo. Nace Cristo. Esto sucedió una vez, la noche de Belén, pero en la liturgia se repite cada año, en cierto modo se “actúa” cada año. Y asimismo cada año aparece rico de los mismos contenidos divinos y humanos; éstos hasta tal grado sobreabundan, que el hombre no es capaz de abarcarlos todos con una sola mirada; y es difícil encontrar palabras para expresarlos todos juntos. Incluso nos parece demasiado breve el período litúrgico de Navidad, para detenemos ante este acontecimiento que más presenta las características de mysterium fascinosum, que de mysterium tremendum. Demasiado breve para “gozar” en plenitud de la venida de Cristo, el nacimiento de Dios en la naturaleza humana. Demasiado breve para desenmarañar cada uno de los hilos de este acontecimiento y de este misterio.
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2. La liturgia centra nuestra atención en uno de esos hilos y le da relieve particular. El nacimiento del Niño la noche de Belén dio comienzo a la familia. Por esto, el domingo dentro de la octava de Navidad es la fiesta de la Familia de Nazaret. Ésta es la Santa Familia porque fue plasmada por el nacimiento de Aquél a quien incluso su “Adversario” se verá obligado a proclamarlo un día “Santo de Dios” (Mc 1, 24). Familia santa porque la santidad de Aquél que ha nacido se ha hecho manantial de santificación singular, tanto de su Virgen-Madre como del Esposo de Ésta, que como consorte legítimo venía considerado entre los hombres padre del Niño nacido en Belén durante el censo.
Esta Familia es al mismo tiempo familia humana y, por ello, la Iglesia se dirige en el período navideño a todas las familias humanas, a través de la Sagrada Familia. La santidad imprime un carácter único, excepcional, irrepetible, sobrenatural, a esta Familia en la que ha venido el Hijo de Dios al mundo. Y al mismo tiempo, todo cuando podemos decir de cada familia humana, de su naturaleza, deberes, dificultades, lo podemos decir también de esta Familia Sagrada. De hecho, esta Santa Familia es realmente pobre; en el momento del nacimiento de Jesús está sin casa, después se verá obligada al exilio, y una vez pasado el peligro, sigue siendo una familia que vive modestamente, con pobreza, del trabajo de sus manos.
Su condición es semejante a la de tantas otras familias humanas. Aquélla es el lugar de encuentro de nuestra solidaridad con cada familia, con cada comunidad de hombre y mujer en la que nace un nuevo ser humano. Es una familia que no se queda sólo en los altares, como objeto de alabanza y veneración, sino que a través de tantos episodios que conocemos por el Evangelio de San Lucas y San Mateo, está cercana de algún modo a toda familia humana; se hace cargo de los problemas profundos, hermosos y, al mismo tiempo, difíciles que lleva consigo la vida conyugal y familiar. Cuando leemos con atención lo que los Evangelistas (sobre todo Mateo) han escrito sobre las vicisitudes experimentadas por José y María antes del nacimiento de Jesús, los problemas a que he aludido más arriba se hacen aún más evidentes.
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3. La solemnidad de Navidad y, en su contexto, la fiesta de la Sagrada Familia, nos resultan especialmente cercanas y entrañables, precisamente porque en ellas se encuentra la dimensión fundamental de nuestra fe, es decir, el misterio de la Encarnación, con la dimensión no menos fundamental de las vivencias del hombre. Todos deben reconocer que esta dimensión esencial de las vivencias del hombre es cabalmente la familia. Y en la familia, lo es la procreación: un hombre nuevo es concebido y nace, y a través de esta concepción y nacimiento, el hombre y la mujer, en su calidad de marido y mujer, llegan a ser padre y madre, procreadores, alcanzando una dignidad nueva y asumiendo deberes nuevos. La importancia de estos deberes fundamentales es enorme bajo muchos puntos de vista.
No sólo desde el punto de vista de la comunidad concreta que es su familia, sino también desde el punto de vista de toda comunidad humana, de toda sociedad, nación, estado, escuela, profesión, ambiente. Todo depende en líneas generales del modo como los padres y la familia cumplan sus deberes primeros y fundamentales, del modo y medida con que enseñen a “ser hombre” a esa criatura que gracias a ellos ha llegado a ser un ser humano, ha obtenido “la humanidad”. En esto la familia es insustituible. Es necesario hacer lo imposible para que la familia no sea suplantada. Lo requiere, no sólo el bien “privado” de cada persona, sino también el bien común, de toda sociedad, nación o estado de cualquier continente. La familia está situada en el centro mismo del bien común en sus varias dimensiones, precisamente porque en ella es concebido y nace el hombre. Es necesario hacer todo lo posible para que desde su momento inicial, desde la concepción, este ser humano sea querido, esperado, vivido como un valor particular, único e irrepetible. Este ser debe sentirse importante, útil, amado y valorado, incluso si está inválido o es minusválido; es más, por esto precisamente más amado aún.
Así nos enseña el misterio de la Encarnación. Ésta es asimismo la lógica de nuestra fe. Ésta es también la lógica de todo humanismo auténtico; pienso, en efecto, que no puede ser de otra manera. No estamos buscando aquí elementos de contraposición, sino puntos de encuentro que son simple consecuencia de la verdad total acerca del hombre. La fe no aleja a los creyentes de esta verdad, sino que los introduce en el mismo corazón de ella.
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4. Algo más aún. La noche de Navidad, la Madre que debía dar a luz (Virgo paritura), no encontró un cobijo para sí. No encontró las condiciones en que se realiza normalmente aquel gran misterio divino y humano a un tiempo, de dar a la luz un hombre.
Permitidme que utilice la lógica de la fe y la lógica de un consecuente humanismo. Este hecho del que hablo es un gran grito, un desafío permanente a cada uno y a todos, acaso más en particular en nuestra época, en la que a la madre que espera un hijo se le pide con frecuencia una gran prueba de coherencia moral. En efecto, lo que viene llamado con eufemismo “interrupción de la maternidad” (aborto), no puede evaluarse con otras categorías auténticamente humanas que no sean las de la ley moral, esto es, de la conciencia. Mucho podrían decir a este propósito, si no las confidencias hechas en los confesonarios, sí, ciertamente las hechas en los consultorios para la maternidad responsable.
Por consiguiente, no se puede dejar sola a la madre que debe dar a luz; no se la puede dejar con sus dudas, dificultades y tentaciones. Debemos estar junto a ella, para que tenga el valor y la confianza suficientes de no gravar su conciencia, de no destruir el vínculo más fundamental de respeto del hombre hacia el hombre. Pues, en efecto, tal es el vínculo que tiene principio en el momento de la concepción; por ello, todos debemos estar de alguna manera con todas las madres que deben dar a luz, y debemos ofrecerles toda ayuda posible.
Miremos a María, Virgo paritura (Virgen que va a dar a luz). Mirémosla nosotros, Iglesia, nosotros hombres, y tratemos de entender mejor la responsabilidad que trae consigo la Navidad del Señor hacia cada hombre que ha de nacer sobre la tierra. Por ahora nos paramos en este punto e interrumpimos estas consideraciones; ciertamente deberemos volver de nuevo sobre ello, y no una vez sola.
[Enseñanzas 2, 143-146]
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1. L’ultima notte di attesa dell’umanità, che ci viene ricordata ogni anno dalla liturgia della Chiesa con la vigilia e la festa della Natività del Signore, è nello stesso tempo la notte in cui la Promessa si è compiuta. Nasce Colui che era atteso, che era il fine dell’avvento e non cessa di esserlo. Nasce il Cristo. Ciò è avvenuto una volta, nella notte di Betlemme, ma nella liturgia si ripete ogni anno, in un certo modo “si attua” ogni anno. Ed anche ogni anno è ricco degli stessi contenuti: divini e umani, che sovrabbondano così che l’uomo non è capace di abbracciarli tutti con un solo sguardo; ed è difficile trovare parole per esprimerli tutti insieme. Perfino il periodo liturgico del Natale ci sembra troppo breve per fermarsi su questo avvenimento, che presenta più le caratteristiche di “mysterium fascinosum”, che quelle di “mysterium tremendum”. Troppo breve, per “godere” in pieno la venuta del Cristo, la nascita di Dio nella natura umana. Troppo breve, per snodare i singoli fili di questo evento e di questo mistero.
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2. La liturgia accentra la nostra attenzione su uno di quei fili e lo pone particolarmente in rilievo. La nascita del Bambino nella notte di Betlemme ha dato inizio alla Famiglia. Per questo la domenica, durante l’ottava del Natale, è la festa della Famiglia di Nazaret. Questa è la Santa Famiglia, perchè è stata plasmata per la nascita di Colui, che perfino il suo “Avversario” sarà costretto a proclamare, un giorno, “Santo di Dio” (1). Famiglia Santa, perchè la santità di Colui che è nato è divenuta sorgente di una singolare santificazione, sia della sua Vergine-Madre, sia dello Sposo di lei, che davanti agli uomini, come legittimo consorte, veniva considerato padre del Bambino nato durante il censimento a Betlemme.
Questa Famiglia è in pari tempo Famiglia umana, e perciò la Chiesa, nel periodo natalizio, si rivolge, attraverso la Santa Famiglia, ad ogni famiglia umana. La santità imprime a questa Famiglia, in cui è venuto al mondo il Figlio di Dio, un carattere unico, eccezionale, irripetibile, soprannaturale. E allo stesso tempo tutto ciò che possiamo dire di ciascuna famiglia umana, della sua natura, dei suoi doveri, delle sue difficoltà, possiamo dirlo anche di questa Sacra Famiglia. Difatti, questa Santa Famiglia è veramente povera; nel momento della nascita di Gesù è senza un tetto, poi sarà costretta all’esilio, e quando il pericolo sarà passato, resta una famiglia che vive modestamente, in povertà, col lavoro delle proprie mani.
La sua condizione è simile a quella di tante altre famiglie umane. Essa è il luogo d’incontro della nostra solidarietà con ogni famiglia, con ogni comunità di uomo e donna, in cui nasce un nuovo essere umano. È una Famiglia che non rimane soltanto sugli altari, come oggetto di lode e di venerazione, ma attraverso tanti episodi a noi noti dal Vangelo di San Luca e di San Matteo, si avvicina, in un certo modo, ad ogni famiglia umana. Si fa carico di quei problemi profondi, belli e insieme difficili, che la vita coniugale e familiare porta con sè. Quando leggiamo con attenzione ciò che gli Evangelisti (soprattutto Matteo) hanno scritto sulle vicende vissute da Giuseppe e da Maria prima della nascita di Gesù, questi problemi, di cui ho sopra accennato, diventano ancora più evidenti.
1. Marc. 1, 24.
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3. La solennità del Natale, e, nel suo contesto, la festa della Santa Famiglia, ci sono particolarmente vicine e care, proprio perchè in esse s’incontrano la fondamentale dimensione della nostra fede, cioè il mistero dell’Incarnazione, con la dimensione non meno fondamentale delle vicende dell’uomo. Ognuno deve riconoscere che questa dimensione essenziale delle vicende dell’uomo è proprio la famiglia. E nella famiglia lo è la procreazione: un nuovo uomo viene concepito e nasce, e attraverso questo concepimento e questa nascita l’uomo e la donna, nella qualità di marito e moglie, diventano padre e madre, genitori, raggiungendo una nuova dignità ed assumendo nuovi doveri. L’importanza di questi doveri fondamentali è grandissima sotto molteplici punti di vista. Non soltanto dal punto di vista di questa concreta comunità che è la loro famiglia, ma anche dal punto di vista di ogni comunità umana, di ogni società, Nazione, Stato, scuola, professione, ambiente. Tutto dipende, in linea di massima, da come i genitori e la famiglia adempieranno i loro primi e fondamentali doveri, dal modo e dalla misura con cui insegneranno ad “essere uomo” a questa creatura, che grazie a loro è divenuta essere umano, ha ottenuto “l’umanità”. In questo la famiglia è insostituibile. Bisogna far di tutto perchè la famiglia non debba essere sostituita. Ciò è richiesto non soltanto per il bene “privato” di ogni persona, ma anche per il bene comune di ogni società, Nazione, Stato di qualsiasi continente. La famiglia è posta al centro stesso del bene comune nelle sue varie dimensioni, appunto perchè in essa viene concepito e nasce l’uomo. Bisogna far tutto il possibile, affinchè questo essere umano sin dall’inizio, dal momento del suo concepimento, sia voluto, atteso, vissuto come un valore particolare, unico e irripetibile. Egli deve sentire che è importante, utile, caro e di gran valore, anche se invalido o minorato; anzi per questo ancor più amato.
Così ci insegna il mistero dell’Incarnazione. Questa è la logica della nostra fede. Questa è anche la logica di ogni autentico umanesimo; penso infatti che non, possa essere diversamente. Non cerchiamo qui degli elementi di contrapposizione, ma cerchiamo dei punti d’incontro, che sono la semplice conseguenza della piena verità sull’uomo. La fede non allontana i credenti da questa verità, ma li introduce proprio nel suo cuore.
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4. E ancora una cosa. Nella notte di Natale, la Madre che doveva partorire (Virgo Paritura) non trovò per sè un tetto. Non trovò le condizioni, in cui si attua normalmente quel grande divino ed insieme umano Mistero del dare alla luce un uomo.
Permettete che mi serva della logica della fede e della logica di un conseguente umanesimo. Questo fatto di cui parlo è un grande grido, è una permanente sfida ai singoli e a tutti, particolarmente forse nella nostra epoca, in cui alla madre in attesa viene spesso richiesta una grande prova di coerenza morale. Infatti, ciò che viene eufemisticamente definito come “interruzione della gravidanza” (aborto) non può essere valutato con altre categorie autenticamente umane, che non siano quelle della legge morale cioè della coscienza. Molto potrebbero a tale proposito dire, se non le confidenze fatte nei confessionali, certamente quelle nei consultori per la maternità responsabile.
Di conseguenza, non si può lasciare sola la madre che deve partorire, lasciarla con i suoi dubbi, difficoltà, tentazioni. Dobbiamo starle accanto, perchè abbia sufficiente coraggio e fiducia, perchè non aggravi la sua coscienza, perchè non sia distrutto il più fondamentale vincolo di respetto dell’uomo per l’uomo. Difatti, tale è il vincolo, che ha inizio al momento del concepimento, per cui tutti dobbiamo, in un certo modo, essere con ogni madre che deve partorire; e dobbiamo offrirle ogni aiuto possibile.
Guardiamo a Maria: Virgo Paritura (Vergine partoriente). Guardiamo noi Chiesa, noi uomini, e cerchiamo di capire meglio quale responsabilità porti con sè il Natale del Signore verso ciascun uomo che deve nascere sulla terra. Per ora ci fermiamo a questo punto e interrompiamo queste considerazioni: certamente dovremo, e non una sola volta, ritornarvi ancora.
[Insegnamenti GP II, 2/1, 9-12]