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[0825] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL RELATO BÍBLICO DE LA CREACIÓN DEL HOMBRE

Alocución In riferimento, en la Audiencia General, 19 septiembre 1979

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El segundo capítulo del Génesis

1. Respecto a las palabras de Cristo sobre el tema del matrimonio en las que se remite al “principio”, dirigimos nuestra atención hace una semana al primer relato de la creación del hombre en el libro del Génesis (c. I). Hoy pasaremos al segundo relato, que frecuentemente es conocido por “yahvista”, ya que en él a Dios se le llama “Yahveh”.

El segundo relato de la creación del hombre (vinculado a la presentación tanto de la inocencia y felicidad originales como a la primera caída) tiene un carácter diverso por su naturaleza. Aun no queriendo anticipar los detalles de esta narración –porque nos convendrá retornar a ellos en análisis ulteriores–, debemos constatar que todo el texto, al formular la verdad sobre el hombre, nos sorprende con su profundidad típica, distinta de la del primer capítulo del Génesis. Se puede decir que es una profundidad de naturaleza sobre todo subjetiva, y, por lo tanto, en cierto sentido, psicológica. El capítulo 2 del Génesis constituye, en cierto modo, la más antigua descripción registrada de la autocomprensión del hombre y junto con el capítulo 3 es el primer testimonio de la conciencia humana. Con una reflexión profunda sobre este texto –a través de toda la forma arcaica de la narración, que manifiesta su primitivo carácter mítico (1)– encontramos allí in núcleo casi todos los elementos del análisis del hombre, a los que es tan sensible la antropología filosófica moderna y, sobre todo, la contemporánea. Se podría decir que el Génesis 2 presenta la creación del hombre especialmente en el aspecto de su subjetividad. Confrontando a la vez ambos relatos, llegamos a la convicción de que esta subjetividad corresponde a la realidad objetiva del hombre, creado “a imagen de Dios”. E incluso este hecho es –de otro modo– importante para la teología del cuerpo, como veremos en los análisis siguientes.

1 Si en el lenguaje del racionalismo del siglo XIX, el término “mito” indicaba lo que no se contenía en la realidad, el producto de la imaginación (Wundt), o lo que es irracional (Lévy-Bruhl), el siglo XX ha modificado la concepción del mito. L. Walk ve en el mito la filosofía natural, primitiva y arreligiosa; R. Otto lo considera instrumento de conocimiento religioso; para C.G. Jung, en cambio, el mito es manifestación de los arquetipos y la expresión del “inconsciente colectivo”, símbolo de los procesos interiores.

M. Eliade descubre en el mito la estructura de la realidad que es inaccesible a la investigación racional y empírica; efectivamente, el mito transforma el suceso en categoría y hace capaz de percibir la realidad trascendente; no es sólo símbolo de los procesos interiores (como afirma Jung), sino un acto autónomo y creativo del espíritu humano mediante el cual se actúa la revelación (cfr. Traité d’histoire des religions [París 1949] p. 363; Images et symboles [París 1952] pp. 199-235).

Según P. Tillich, el mito es un símbolo constituido por los elementos de la realidad para presentar lo absoluto y la trascendencia del ser a los que tiende el acto religioso.

H. Schlier subraya que el mito no conoce los hechos históricos y no tiene necesidad de ellos, en cuanto describe lo que es destino cósmico del hombre, que es siempre igual.

Finalmente, el mito tiende a conocer lo que es incognoscible.

Según P. Ricoeur, “le mythe est autre chose qu’une explication du monde, de l’histoire et de la destinée; il exprime, en terme de monde, voire d’outre-monde ou de second monde, la compréhension que l’homme prend de lui-même par rapport au fondement et à la limite de son existence. [...] Il exprime dans un langage objectif le sens que l’homme prend de sa dépendance à l’égard de cela qui se tient à la limite et à l’origine de son monde” (P. RICOEUR, Le conflit des interprétations [París, Seuil, 1969] p. 383).

“Le mythe adamique est par excellence le mythe anthropologique; Adam veut dire Homme; mais tout mythe de l’‘homme primordial’ n’est pas ‘mythe adamique’, qui... est seul proprement anthropologique; par là trois traits sont désignés:

– le mythe étiologique rapporte l’origine du mal à un ancêtre de l’humanité actuelle dont la condition est homogène à la nôtre [...];

– le mythe étiologique est la tentative la plus extrême pour dédoubler l’origine du mal et du bien. L’intention de ce mythe est de donner consistance à une origine radicale du mal distincte de l’origine plus originaire de l’être-bon des choses [...]. Cette distinction du radical et d’originaire est essentielle au caractère anthropologique du mythe adamique; c’est elle qui fait de l’homme un commencement du mal au sein d’une création qui a déjà son commencement absolu dans l’acte créateur de Dieu;

– le mythe adamique subordonne à la figure centrale de l’homme primordial d’autres figures qui tendent à décentrer le récit, sans pourtant supprimer le primat de la figure adamique. [...]

Le mythe, en nommant Adam, l’homme, explicite l’universalité concrète du mal humain; l’esprit de pénitence se donne dans le mythe adamique le symbole de cette universalité. Nous retrouvons ainsi (...) la fonction universalisante du mythe. Mais en même temps nous retrouvons les deux autres fonctions, également suscitées par l’expérience pénitentielle (...). Le mythe protohistorique servit ainsi non seulement à généraliser l’expérience d’Israël à l’humanité de tous les temps et de tous les lieux, mais à étendre à celle-ci la grande tension de la condamnation et de la miséricorde que les prophètes avaient enseigné à discerner dans le propre destin d’Israël.

Enfin, dernière fonction du mythe, motivée dans la foi d’Israël: le mythe prépare la spéculation en explorant le point de rupture de l’ontologique et de l’historique” (P. RICOEUR, Finitude et culpabilité II, en Symbolique du mal [París 1960, Aubier] pp. 218-227).

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Varón y hembra

2. Es significativo que Cristo, en su respuesta a los fariseos, en la que se remite al “principio”, indica ante todo la creación del hombre con referencia al Génesis 1, 27: “El Creador al principio los creó varón y mujer”; sólo a continuación cita el texto del Génesis 2, 24. Las palabras que describen directamente la unidad e indisolubilidad del matrimonio se encuentran en el contexto inmediato del segundo relato de la creación, cuyo rasgo característico es la creación por separado de la mujer (Cfr. Gén 2, 18-23), mientras que el relato de la creación del primer hombre (varón) se halla en el Génesis 2, 5-7. A este primer ser humano la Biblia lo llama “hombre” (’adam), mientras que, por el contrario, desde el momento de la creación de la primera mujer comienza a llamarlo “varón”, ’ivs, en relación a ’ivsv(“mujer”, porque está sacada del varón= ’ivs)2. Y es también significativo que, refiriéndose al Gén 2, 24, Cristo no sólo une el “principio” con el misterio de la creación, sino también nos lleva por decirlo así, al límite de la primitiva inocencia del hombre y del pecado original. La segunda descripción de la creación del hombre ha quedado fijada en el libro del Génesis precisamente en este contexto. Allí leemos ante todo: “De la costilla que del hombre tomara formó Yahveh-Dios a la mujer y se la presentó al hombre. El hombre exclamó: ‘Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne. Ésta se llamará varona, porque del varón ha sido tomada’” (Gén 2, 22-23). “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y vendrán a ser los dos una sola carne” (Gén 2, 24).

“Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, sin avergonzarse de ello” (Gén 2, 25).

2. En cuanto a la etimología, no se excluye que el término hebreo ’ivs se derive de una raíz que significa “fuerza” (’ivs o también (’wvs); en cambio, ’ivsvestá unido a una serie de términos semíticos, cuyo significado oscila entre “hembra” y “mujer”.

La etimología propuesta por el texto bíblico es de carácter popular y sirve para subrayar la unidad del origen del hombre y de la mujer; esto parece confirmado por la asonancia de ambas palabras.

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La inocencia original y la caída en el pecado

3. A continuación, inmediatamente después de estos versículos, comienza el Génesis 3 la narración de la primera caída del hombre y de la mujer, vinculada al árbol misterioso, que ya antes ha sido llamado “árbol de la ciencia del bien y del mal” (Gén 2, 17). Con esto surge una situación completamente nueva, esencialmente distinta de la precedente. El árbol de la ciencia del bien y del mal es una línea divisoria entre las dos situaciones originarias de las que habla el Libro del Génesis. La primera situación es la de la inocencia original, en la que el hombre (varón y hembra) se encuentran casi fuera del conocimiento del bien y del mal hasta que quebranta la prohibición del Creador y come del fruto del árbol de la ciencia. La segunda situación, en cambio, es ésa en la que el hombre, después de haber quebrantado el mandamiento del Creador por sugestión del espíritu maligno simbolizado en la serpiente, se halla, en cierto modo dentro del conocimiento del bien y del mal. Esta segunda situación determina el estado pecaminoso del hombre, contrapuesto al estado de inocencia primitiva.

Aunque el texto yahvista sea muy conciso en su conjunto, basta, sin embargo, para diferenciar y contraponer con claridad esas dos situaciones originarias. Hablamos aquí de situaciones teniendo ante los ojos el relato, que es una descripción de acontecimientos. No obstante, a través de esta descripción y de todos sus pormenores, surge la diferencia esencial entre el estado pecaminoso del hombre y el de su inocencia original (3). La teología sistemática entreverá en estas dos situaciones antitéticas dos estados diversos de la naturaleza humana: status naturae integrae (estado de naturaleza íntegra) y status naturae lapsae (estado de naturaleza caída). Todo esto brota de ese texto “yahvista” del Gén 2 y 3 que encierra en sí la palabra más antigua de la revelación y evidentemente tiene un significado fundamental para la teología del hombre y para la teología del cuerpo.

3. “El mismo lenguaje religioso pide la trasposición de las ‘imágenes’, o mejor, ‘modalidades simbólicas’, a ‘modalidades conceptuales’ de expresión.

A primera vista, esta trasposición puede parecer un cambio puramente extrínseco [...]. El lenguaje simbólico parece inadecuado para emprender el camino del concepto por un motivo que es peculiar de la cultura occidental. En esta cultura, el lenguaje religioso ha estado siempre condicionado por otro lenguaje conceptual por excelencia [...]. Si es verdad que un vocabulario religioso es comprendido sólo en una comunidad que lo interpreta y según una tradición de interpretación, sin embargo, también es verdad que no existe tradición de interpretación que no esté ‘mediatizada’ por alguna concepción filosófica.

He aquí que la palabra ‘Dios’, que en los textos bíblicos recibe su significado por la convergencia de diversos modos de la narración (relatos y profecías, textos de legislación y literatura sapiencial, proverbios e himnos) –vista esta convergencia tanto como el punto de intersección como el horizonte que se desvanece en toda y cualquier forma–, debió ser absorbida en el espacio conceptual para ser reinterpretada en los términos del Absoluto filosófico como primer motor, causa primera, actus essendi, ser perfecto, etc. Nuestro concepto de Dios pertenece, pues, a una ontoteología en la que se organiza toda la constelación de las palabras-clave de la semántica teológica, pero en un marco de significados dictados por la metafísica” (P. RICOEUR, Ermeneutica biblica [Brescia 1978, Morcelliana] p. 140-141; título original: Biblical Hermeneutics [Montana 1975]).

La cuestión sobre si la reducción metafísica expresa realmente el contenido que oculta en sí el lenguaje simbólico y metafórico, es un tema aparte.

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Las palabras de Cristo a los fariseos

4. Cuando Cristo, refiriéndose al “principio”, lleva a sus interlocutores a las palabras de Gén 2, 24, les ordena, en cierto sentido, sobrepasar el límite que en el texto yahvista del Génesis hay entre la primera y la segunda situación del hombre. No aprueba lo que “por dureza del corazón” permitió Moisés y se remite a las palabras de la primera disposición divina, que en este texto está expresamente ligada al estado de inocencia original del hombre. Esto significa que esta disposición no ha perdido su vigencia aunque el hombre haya perdido la inocencia primitiva. La respuesta de Cristo es decisiva y sin equívocos. Por esto debemos sacar de ella las conclusiones normativas, que tienen un significado esencial no sólo para la ética, sino sobre todo, para la teología del hombre y para la teología del cuerpo, que, como un punto particular de la antropología teológica, se establece sobre el fundamento de la palabra de Dios que se revela. Trataremos de sacar estas conclusiones en el próximo encuentro.

[Enseñanzas 4a, 135-139]