[0835] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL SIGNIFICADO DE LA SOLEDAD ORIGINARIA DEL HOMBRE
Alocución Nell’ultima rifflessione, en la Audiencia General, 10 octubre 1979
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1. En la última reflexión del presente ciclo hemos llegado a una conclusión introductoria, sacada de las palabras del Libro del Génesis sobre la creación del hombre como varón y mujer. A estas palabras, o sea, al “principio”, se refirió el Señor Jesús en su conversación sobre la indisolubilidad del matrimonio (Cfr. Mt 19, 3-9; Mc 10, 1-12). Pero la conclusión a que hemos llegado no pone fin todavía a la serie de nuestros análisis. Efectivamente, debemos leer de nuevo las narraciones del capítulo primero y segundo del Libro del Génesis en un contexto más amplio, que nos permitirá establecer una serie de significados del texto antiguo, al que se refirió Cristo. Por tanto, hoy reflexionaremos sobre el significado de la soledad originaria del hombre.
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2. El punto de partida para esta reflexión nos lo dan directamente las siguientes palabras del libro del Génesis: “No es bueno que el hombre [varón] esté solo; voy a hacerle una ayuda semejante a él” (Gén 2, 18). Es Dios-Yahveh quien dice estas palabras. Forman parte del segundo relato de la creación del hombre, y provienen, por lo tanto, de la tradición yahvista. Como hemos recordado anteriormente, es significativo que, en cuanto al texto yahvista, el relato de la creación del hombre (varón) es un pasaje aislado (Cfr. Gén 2, 7), que precede al relato de la creación de la primera mujer (Cfr. Gén 2, 21-22). Además, es significativo que el primer hombre (’adam), creado del “polvo de la tierra”, sólo después de la creación de la primera mujer es definido como “varón” (’ivs). Así, pues, cuando Dios-Yahveh pronuncia las palabras sobre la soledad, las refiere a la soledad del “hombre” en cuanto tal, y no sólo a la del varón (1).
Pero es difícil, basándose sólo en este hecho, ir demasiado lejos al sacar las conclusiones. Sin embargo, el contexto completo de esa sociedad de la que habla el Génesis 2, 18 puede convencernos de que se trata de la soledad del “hombre”(varón y mujer) y no sólo de la soledad del hombre-varón producida por la ausencia de la mujer. Parece, pues, basándonos en todo el contexto, que esta soledad tiene dos significados: uno que se deriva de la naturaleza misma del hombre, es decir, de su humanidad (y esto es evidente en el relato del Gén 2), y otro que se deriva de la relación varón-mujer; y esto es evidente, en cierto modo, en base al primer significado. Un análisis detallado de la descripción parece confirmarlo.
1. El texto hebreo llama constantemente al primer hombre ha’¯ad¯am, mientras el término ’ivs (“varón”) se introduce solamente cuando surge la confrontación con la ’ivsvsâ (“mujer”).
“El hombre”, pues, estaba solitario sin referencia al sexo.
Pero en la traducción a algunas lenguas europeas es difícil expresar este concepto del Génesis, porque “hombre” y “varón” se definen, ordinariamente, con una sola palabra: “homo”, “uomo”, “homme”, “hombre”, “man”.
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3. El problema de la soledad se manifiesta únicamente en el contexto del segundo relato de la creación del hombre. En el primer relato no existe este problema. Allí el hombre es creado en un solo acto como “varón y mujer” (“Dios creó al hombre a imagen suya... varón y mujer los creó”: Gén 1, 27). El segundo relato, que, como ya hemos mencionado, habla primero de la creación del hombre y sólo después de la creación de la mujer de la “costilla” del varón, concentra nuestra atención sobre el hecho de que “el hombre está solo”; y esto se presenta como un problema antropológico fundamental, anterior, en cierto sentido, al propuesto por el hecho de que este hombre sea varón y mujer. Este problema es anterior no tanto en el sentido cronológico cuanto en el sentido existencial: es anterior “por su naturaleza”. Así se revelará también el problema de la soledad del hombre desde el punto de vista de la teología del cuerpo si llegamos a hacer un análisis profundo del segundo relato de la creación en Génesis 2.
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4. La afirmación de Dios-Yahveh: “no es bueno que el hombre esté solo”, aparece no sólo en el contexto inmediato de la decisión de crear a la mujer (“voy a hacerle una ayuda semejante a él”), sino también en el contexto más amplio de motivos y circunstancias, que explican más profundamente el sentido de la soledad originaria del hombre. El texto yahvista vincula, ante todo, la creación del hombre con la necesidad de “trabajar la tierra” (Gén 2, 5), y esto correspondería, en el primer relato, a la vocación de someter y dominar la tierra (Cfr. Gén 1, 28). Después, el segundo relato de la creación habla de poner al hombre, en el “jardín en Edén”, y de este modo nos introduce en el estado de su felicidad original. Hasta este momento, el hombre es objeto de la acción creadora de Dios-Yahveh, quien al mismo tiempo, como legislador, establece las condiciones de la primera alianza con el hombre. Ya a través de esto se subraya la subjetividad del hombre, que encuentra una expresión ulterior cuando el Señor Dios “trajo ante el hombre [varón] todos cuantos animales del campo y cuantas aves del cielo formó de la tierra para que viese cómo las llamaría” (Gén 2, 19). Así pues, el significado primitivo de la soledad originaria del hombre está definido a base de un test específico o de un examen que el hombre sostiene frente a Dios (y, en cierto modo, también frente a sí mismo). Mediante este test, el hombre toma conciencia de la propia superioridad, es decir, no puede ponerse al nivel de ninguna otra especie de seres vivientes sobre la tierra.
En efecto, como dice el texto, “y fuese el nombre de todos los vivientes el que él les diera” (Gén 2, 19). “Y dio el hombre nombre a todos los ganados, y a todas las aves del cielo, y a todas las bestias del campo; pero –termina el autor– entre todos ellos no había para el hombre [varón] ayuda semejante a él” (Gén 2, 19-20).
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5. Toda esta parte del texto es, sin duda, una preparación para el relato de la creación de la mujer. Sin embargo, posee un significado profundo, aun independientemente de esta creación. He aquí que el hombre creado se encuentra, desde el primer momento de su existencia, frente a Dios, como en búsqueda de la propia entidad; se podría decir, en búsqueda de la definición de sí mismo. Un contemporáneo diría: en búsqueda de la propia “identidad”. La constatación de que el hombre “está solo” en medio del mundo visible, y en especial entre los seres vivientes, tiene un significado negativo en este estudio, en cuanto expresa lo que él “no es”. No obstante, la constatación de no poderse identificar esencialmente con el mundo visible de los otros seres vivientes (animalia) tiene, al mismo tiempo, un aspecto positivo para este estudio primario; aun cuando esta constatación no es todavía una definición completa, constituye, sin embargo, uno de sus elementos. Si aceptamos la tradición aristotélica en la lógica y en la antropología, sería necesario definir este elemento como “género próximo” (genus proximum)2.
2 / 12. “An essential (quidditive) definition is a statement which explains the essence or nature of things.
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6. El texto yahvista nos permite, sin embargo, descubrir incluso elementos ulteriores en ese maravilloso pasaje en el que el hombre se encuentra solo frente a Dios, sobre todo para expresar, a través de una primera autodefinición, el propio autoconocimiento, como manifestación primitiva y fundamental de humanidad. El autoconocimiento va a la par del conocimiento del mundo, de todas las criaturas visibles, de todos los seres vivientes, a los que el hombre ha dado nombre para afirmar, frente a ellos, la propia diversidad. Así, pues, la conciencia revela al hombre como el que posee la facultad cognoscitiva respecto al mundo visible. Con este conocimiento que le hace salir, en cierto modo, fuera del propio ser, al mismo tiempo el hombre se revela a sí mismo en toda la peculiaridad de su ser. No está solamente esencial y subjetivamente solo. En efecto, soledad significa también subjetividad del hombre, la cual se constituye a través del autoconocimiento. El hombre está solo porque es “diferente” del mundo visible, del mundo de los seres vivientes. Analizando el texto del Libro del Génesis, somos testigos, en cierto sentido, de cómo el hombre “se distingue”, frente a Dios-Yahveh, de todo el mundo de los seres vivientes (animalia) con el primer acto de autoconciencia y de cómo, por lo tanto, se revela a sí mismo y, a la vez, se afirma en el mundo visible como “persona”. Ese proceso delineado de modo tan incisivo en el Génesis 2, 19-20, proceso de búsqueda de una definición de sí, no lleva sólo a indicar –empalmando con la tradición aristotélica– el genus proximum, que en el capítulo 2 del Génesis se expresa con las palabras “ha puesto el nombre”, al que corresponde la “diferencia” específica, que, según la definición de Aristóteles, es noûs zo–ón noe–tikón. Este proceso lleva también al primer bosquejo del ser humano como persona humana, con la subjetividad propia que la caracteriza.
Interrumpimos aquí el análisis del significado de la soledad originaria del hombre. Lo reanudaremos dentro de una semana.
[Enseñanzas 4a, 146-150]