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[0847] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL SIGNIFICADO DE LA UNIDAD ORIGINARIA DEL HOMBRE

Alocución Ricordiamo che Cristo, en la Audiencia General, 21 noviembre 1979

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La unidad e indisolubilidad del matrimonio

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1. Recordemos que Cristo, cuando le preguntaron sobre la unidad e indisolubilidad del matrimonio, se remitió a lo que era “al principio”. Citó las palabras escritas en los primeros capítulos del Génesis. Tratamos por ello de penetrar en el sentido propio de estas palabras y de estos capítulos en el curso de las presentes reflexiones.

El significado de la unidad originaria del hombre, a quien Dios creó “varón y mujer”, se obtiene (especialmente a la luz de Génesis 2, 23) conociendo al hombre en todo el conjunto de su ser, esto es, en toda la riqueza de ese misterio de la creación, que está en la base de la antropología teológica. Este conocimiento, es decir, la búsqueda de la identidad humana de aquél que al principio estaba “solo”, debe pasar siempre a través de la dualidad: la “comunión”.

Recordemos el pasaje de Génesis 2, 23: “El hombre exclamó: ‘Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne. Ésta se llamará varona, porque del varón ha sido tomada’”. A la luz de este texto, comprendemos que el conocimiento del hombre pasa a través de la masculinidad y femineidad, que son como dos “encarnaciones” de la misma soledad metafísica, frente a Dios y al mundo –como dos modos de “ser cuerpo” y a la vez hombre, que se completan recíprocamente–, como dos dimensiones complementarias de la autoconciencia y de la autodeterminación, y al mismo tiempo como dos conciencias complementarias del significado del cuerpo. Así, como ya demuestra el Génesis 2, 23, la femineidad, en cierto sentido, se encuentra a sí misma frente a la masculinidad, mientras que la masculinidad se confirma a través de la femineidad. Precisamente la función del sexo, que en cierto sentido es “constitutivo de la persona” (no sólo “atributo de la persona”), demuestra lo profundamente que el hombre, con toda su soledad espiritual, con la unicidad e irrepetibilidad propia de la persona, está constituido por el cuerpo como “él” o “ella”. La presencia del elemento femenino junto al masculino y al mismo tiempo que él tiene el significado de un enriquecimiento para el hombre en toda la perspectiva de la historia, comprendida también la historia de la salvación. Toda esta enseñanza sobre la unidad ha sido expresada ya originariamente en Génesis 2, 23.

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El texto del Génesis

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2. La unidad de la que habla el Génesis 2, 24 (“y vendrán a ser los dos una sola carne”) es, sin duda, la que se expresa y se realiza en el acto conyugal. La formulación bíblica, extremadamente concisa y simple, señala al sexo, en femineidad y masculinidad, como esa característica del hombre ón y mujer–, que les permite, cuando se convierten en “una sola carne”, someter al mismo tiempo toda su humanidad, a la bendición de la fecundidad. Sin embargo, todo el contexto de la formulación lapidaria no nos permite detenernos en la superficie de la sexualidad humana, no nos consiente tratar del cuerpo y del sexo fuera de la dimensión plena del hombre y de la “comunión de las personas”, sino que nos obliga a entrever desde el “principio” la plenitud y la profundidad propias de esta unidad que varón y mujer deben constituir a la luz de la revelación del cuerpo.

Por lo tanto, ante todo, la expresión respectiva que dice: “El hombre... se unirá a su mujer” tan íntimamente que “los dos serán una sola carne”, nos induce siempre a dirigimos a lo que el texto bíblico expresa con anterioridad respecto a la unión en la humanidad, que une a la mujer y al varón en el misterio mismo de la creación. Las palabras de Génesis 2, 23 que acabamos de analizar explican este concepto de modo particular. El varón y la mujer, uniéndose entre sí (en el acto conyugal) tan íntimamente que se convierten en “una sola carne”, descubren de nuevo, por decirlo así, cada vez y de modo especial, el misterio de la creación, retornan así a esa unión en la humanidad (“carne de mi carne y hueso de mis huesos”), que les permite reconocerse recíprocamente y llamarse por su nombre, como la primera vez. Esto significa revivir, en cierto sentido, el valor originario virginal del hombre, que emerge del misterio de su soledad frente a Dios y en medio del mundo. El hecho de que se conviertan en “una sola carne” es un vínculo potente establecido por el Creador, a través del cual ellos descubren la propia humanidad tanto en su unidad originaria como en la dualidad de un misterioso atractivo recíproco. Pero el sexo es algo más que la fuerza misteriosa de la corporeidad humana, que obra casi en virtud del instinto. A nivel del hombre y en la relación recíproca de las personas, el sexo expresa una superación siempre nueva del límite de la soledad del hombre inherente a la constitución de su cuerpo y determina su significado originario. Esta superación lleva siempre consigo una cierta asunción de la soledad del cuerpo del segundo “yo” como propia.

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Comunión de personas

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3. Por esto está ligada a la elección. La formulación misma de Génesis 2, 24 indica no sólo que los seres humanos creados como varón y mujer han sido creados para la unidad, sino también que precisamente esta unidad, a través de la cual se convierten en “una sola carne”, tiene desde el principio un carácter de unión que se deriva de una elección. Efectivamente, leemos: “El hombre abandonará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer”. Si el hombre pertenece “por naturaleza” al padre y a la madre en virtud de la generación, en cambio “se une” a la mujer (o al marido) por elección. El texto de Génesis 2, 24 define este carácter del vínculo conyugal con referencia al primer hombre y a la primera mujer, pero al mismo tiempo lo hace también en la perspectiva de todo el futuro terreno del hombre. Por esto, Cristo en su tiempo se remitirá a ese texto, de actualidad también en su época. Creados a imagen de Dios, también en cuanto forman una auténtica comunión de personas, el primer hombre y la primera mujer deben constituir el comienzo y el modelo de esa comunión para todos los hombres y mujeres, que en cualquier tiempo se unirán tan íntimamente entre sí, que formarán “una sola carne”. El cuerpo, que a través de la propia masculinidad o femineidad ayuda a los dos desde el principio (“una ayuda semejante a él”) a encontrarse en comunión de personas, se convierte de modo especial en el elemento constitutivo de su unión cuando se hacen marido y mujer. Pero esto se realiza a través de una elección recíproca. Es la elección que establece el pacto conyugal entre las personas (1), y sólo a base de ella se convierten en “una sola carne”.

1. “Fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece sobre la alianza de los cónyuges, sobre su consentimiento personal e irrevocable” (Gaudium et spes, 48) [1965 12 07c/48].

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La unión conyugal

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5. A este tema dedicaremos una reflexión especial: “El conocimiento y la procreación”. En ella habrá que referirse todavía a otros elementos del texto bíblico. El análisis del significado de la unidad originaria hecho hasta ahora demuestra de qué modo “desde el principio” esa unidad del hombre y de la mujer, inherente al misterio de la creación, se da también como un compromiso en la perspectiva de todos los tiempos siguientes.

[Enseñanzas 4a, 175-179]

 

© Javier Escrivá-Ivars y Augusto Sarmiento. Universidad de Navarra