[0849] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA MUJER, SU CARISMA ESPECIAL Y SU FUNCIÓN HOY
Discurso Voglio innanzitutto, a los participantes en el XIX Congreso Nacional del Centro Italiano Femenino, 7 diciembre 1979
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Queridísimas hijas:
Antes de nada, quiero manifestaros mi profunda alegría por poder encontrarme hoy con vosotras, responsables del Centro Femenino Italiano y representantes cualificadas de las mujeres italianas. Os saludo a todas muy cordialmente y os doy las gracias por haber deseado este encuentro; se me brinda así ocasión de conoceros más a vosotras y vuestro Movimiento, que tanto trabaja en la realidad concreta del querido pueblo ita liano.
1. Sé que me estoy dirigiendo a personas particularmente comprometidas, y os expreso en seguida mi consideración y estima sincera. Actuáis en el contexto sociocultural de nuestro tiempo, difícil y prometedor a la vez, que se nos presenta tan denso de fermentos siempre en acción, pero no siempre positivamente fecundos. En efecto, me parece que la sociedad contemporánea en que nos toca vivir y actuar, padece una crisis de crecimiento. Por una parte, ofrece ejemplos alentadores de tensión creciente hacia metas de justicia, comunión recíproca y nivel humano de vida más alto; crece el sentido de la solidaridad e interdependencia, unido a una sana exigencia de respeto de la identidad propia y de los valores propios. Pero, por otra parte, tampoco son infrecuentes las manifestaciones irracionales de egoísmo, que llegan hasta el libertinaje y la violencia; actúan con éxito fuerzas tendentes a disgregar los tejidos sociales de conexión; se exaltan unas formas de la llamada reapropiación de la vida que conducen, por el contrario, a la destrucción propia y de los demás. Nos encontramos frente a una generosidad viciada por el orgullo, frente a formas de auténtico altruismo coexistentes con un individualismo desenfrenado, frente a cacareados planes de defensa de la vida e incluso de la ecología, unidos estridentemente a intentos reales de humillarla y ahogarla.
Digo todo esto pensando en la invitación bíblica; “probadlo todo y quedaos con lo bueno” (1 Tes 5, 21), pues, en el mundo debemos ser “sencillos como palomas”, pero también “prudentes como serpientes” (Mt 10, 16).
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2. En una sociedad así formada, la Iglesia tiene una función propia y precisa, que ha recibido “para edificar, no para destruir” (2 Cor 13, 10), es decir, para impulsar el crecimiento ordenado y completo hacia la plena madurez. En este proceso delicado, pero decisivo a la vez, la Iglesia reconoce a la mujer una aportación esencial. De ella espera una entrega y un testimonio no ambiguos en favor de todo lo que fundamenta y constituye la auténtica dignidad del hombre, su realización a nivel personal y comunitario y, por lo mismo, su felicidad más honda. En efecto, las mujeres han recibido de Dios un carisma peculiar innato, hecho de sensibilidad aguda y fina percepción de la medida, de sentido de lo concreto y amor providencial a lo que se halla en estado germinal, y necesitado, por ello, de cuidados solícitos. Son cualidades todas ellas proyectadas a favorecer el crecimiento humano. Pues bien, yo os pido que trasplantéis la práctica de estas preciadas cualidades desde la esfera de lo privado a la pública y social, y que lo hagáis con responsabilidad y sabiduría: supliendo las deficiencias ajenas, corrigiendo desviaciones, alentando e impulsando los factores que aprovechan y son útiles a todos.
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3. Me parece ver que vuestra tarea se puede desarrollar en dos ámbitos diferentes y complementarios. En primer lugar, el mismo mundo femenino necesita un modelo sano y equilibrado de mujer integral. Se trata de hacer valer derechos justos, de modo que toda mujer pueda inserirse honradamente en la sociedad, tanto en lo humano como en lo profesional, por encima de todo miedo y discriminación. Pero es necesario guardarse de consentir que reivindicaciones y propuestas muy justas en el punto de partida cedan el puesto luego a degeneraciones de polémica exacerbada o apología arbitraria y antinatural. No es lícito introducir elementos de ruptura allí donde el Creador ha previsto y querido la armonía humanamente más alta.
En segundo lugar, tenéis también una tarea que desempeñar en el marco más amplio de la sociedad con referencia a la postura que se ha de asumir en relación a su planteamiento general, en particular sobre los problemas de la familia. A este propósito, me complazco con vosotras por vuestro interés y actitud respecto de la problemática de la preparación al matrimonio y de la defensa de la vida desde su concepción, bien sea en las costumbres, que tienen tanta influencia en la formación de las generaciones jóvenes sobre todo, o en la legislación, puesto que la ley no debe ser mera anotación de lo que acontece, sino modelo y estímulo para lo que se debe hacer. La Iglesia está profundamente convencida de que la sabiduría de una legislación brilla al máximo allí donde se asume la defensa más enérgica de los miembros más débiles e indefensos a partir ya de los primeros instantes de vida. Por tanto, toda concesión en esta materia no puede hacerse sin daño de la misma dignidad humana. Y además es necesario, siempre en el respeto e incluso en el amor a todos, guardarse de posturas comprometedoras de aquiescencia a fuerzas ideológicas en contraste con la fe cristiana.
Entre los miembros más débiles de la sociedad se cuentan también los niños, los enfermos, los ancianos, los desocupados, los faltos de cultura y, en general, todos los que están expuestos a ser explotados y oprimidos de distintas maneras. Todo proyecto que emprendáis o llevéis a efecto en estos sectores es muy digno de atención y aliento. Una cosa es cierta: existe una coherencia cristiana también en la vida pública; el que es cristiano debe serlo siempre, a todos los niveles, sin vacilaciones ni concesiones, con las obras y no sólo de nombre.
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4. Por mi parte, os aliento y exhorto vivamente a continuar por vuestro camino, que está hecho de servicio actualizado y responsable a la sociedad italiana tanto a nivel de sensibilización inteligente de la opinión pública como, y sobre todo, en el de la promoción humana concreta en el plano cultural, social y caritativo. Sed siempre portadoras de una dignidad que no sea presunción, de un amor que no sea permisivismo, de una paz que no sea conformismo. Y que vuestros afanes arranquen siempre de convicciones íntimas sólidamente enraizadas y vividas gozosamente y ante todo, sed vosotras, individualmente y como asociación, ejemplos vivientes y presentables de un proyecto creíble de mujer, que realice en sí o por lo menos se esfuerce en realizar todo lo mejor que la naturaleza humana y la revelación cristiana tienen que ofrecer a este respecto.
A tales deseos cordiales de verdad uno, complacido, mi Bendición Apostólica, signo de mi afecto y auspicio de consuelo celestial para vosotras, para los miembros de vuestro centro y para todas las mujeres italianas.
[Enseñanzas 4b, 1009-1012]
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Dilettissime Figlie,
Voglio innanzitutto manifestarvi la profonda gioia di potermi oggi incontrare con voi, Responsabili del Centro Femminile Italiano e qualificate rappresentanti delle donne italiane. Vi saluto tutte molto cordialmente e vi ringrazio per aver desiderato questo appuntamento; esso mi offre l’occasione di conoscere maggiormente voi ed il vostro movimento, che tanto opera nella realtà concreta del caro popolo italiano.
1. So di rivolgermi a persone particolarmente impegnate, e vi esprimo subito la mia considerazione e la mia stima sincera. Voi agite in un contesto socio-culturale, qual è quello del nostro tempo, insieme difficile e promettente, che ci si presenta tanto denso di fermenti, sempre vivaci ma non sempre positivamente fecondi. Mi pare, infatti, che l’odierna società, nella quale ci troviamo a vivere e ad operare, soffra di una crisi di crescita. Essa, da una parte offre esempi incoraggianti di rinnovata tensione verso traguardi di giustizia, di comunione vicendevole, di più alto livello umano di vita; cresce il senso della solidarietà, dell’interdipendenza, congiunto ad una sana richiesta di rispetto della propria identità e dei propri valori. Eppure, d’altra parte, non sono infrequenti le manifestazioni irrazionali di egoismo spinto fino al libertinaggio ed alla violenza; agiscono con successo forze tendenti alla disgregazione dei tessuti sociali connettivi, si esaltano forme tali di cosiddetta riappropriazione della vita, che portano invece alla distruzione propria e altrui.
Ci troviamo di fronte alla generosità inficiata dall’orgoglio, a forme di vero altruismo coesistenti con un individualismo sfrenato, a conclamati propositi di difesa della vita, e persino dell’ecologia, posti in stridente associazione con reali tentativi di umiliarla e di soffocarla.
Dico questo pensando all’invito biblico: “esaminate ogni cosa, tenete ciò che è buono” (1); nel mondo, infatti, dobbiamo essere “semplici come le colombe”, ma anche “prudenti come i serpenti” (2).
1. 1 Thes. 5, 21.
2. Matth. 10, 16.
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2. In una società siffatta la Chiesa ha una sua funzione precisa, che essa ha ricevuto “per edificare e non per distruggere” (3), cioè per favorire una crescita ordinata e completa verso la sua piena maturità. In questo processo delicato ma decisivo la Chiesa riconosce alle donne un apporto essenziale. Essa attende da loro un impegno e una testimonianza non ambigui in favore di tutto ciò che fonda e costituisce la vera dignità dell’uomo, la sua riuscita a livello personale e comunitario, e perciò la sua felicità più profonda. Le donne, infatti, hanno da Dio un proprio carisma nativo, fatto di acuta sensibilità e di fine percezione della misura, di senso del concreto e di provvidenziale amore per ciò che è allo stato germinale e quindi bisognoso di cure premurose. Sono tutte qualità volte a favorire la crescita umana. Ebbene, io chiedo a voi di trasporre l’esercizio di queste preziose qualità dalla sfera del privato a quella pubblica e sociale, e di farlo con sapiente responsabilità: sopperendo a deficienze altrui, correggendo deviazioni, incoraggiando e promovendo i fattori di comune vantaggio e utilità.
3. 2 Cor. 13, 10.
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3. Mi par di vedere che il vostro impegno si può svolgere in due ambiti diversi e complementari. In primo luogo è lo stesso mondo femminile che ha bisogno di un modello sano ed equilibrato di donna integrale. Si tratta di far valere giusti diritti, cosicchè ogni donna possa onestamente inserirsi nella società, sia umanamente che professionalmente, al di là di ogni paura e discriminazione. Ma occorre pure guardarsi dal permettere che rivendicazioni e proposte, giustissime in partenza, cedano poi il posto a degenerazioni di esacerbata polemica o di arbitraria e innaturale proclamazione. Non è lecito introdurre elementi di rottura là dove il Creatore ha previsto e voluto l’armonia umanamente più alta.
In secondo luogo, voi avete anche un compito da assolvere nel quadro più vasto della società, per quanto riguarda la posizione da assumere nei confronti della sua impostazione generale, in particolare circa i problemi della famiglia. A questo proposito mi compiaccio con voi per la vostra sollecitudine e per il vostro atteggiamento concernente la problematica della preparazione al matrimonio e della difesa della vita fin dal suo concepimento, sia nel costume, che tanto influsso ha nella formazione soprattutto delle giovani generazioni, sia nella legislazione, dovendo essere la legge non una mera rilevazione di ciò che accade, ma un modello ed uno stimolo per ciò che deve essere compiuto. La Chiesa è profondamente convinta che la saggezza di una legislazione si dimostra massimamente là dove si assumono le difese più energiche dei membri più deboli e indifesi, a partire dai primi istanti di vita. Pertanto, ogni cedimento in questa materia non può avvenire che a danno della stessa umana dignità. Ed inoltre, pur nel rispetto e persino nell’amore verso tutti, occorre guardarsi da posizioni compromettenti di acquiescenza a forze ideologiche in contrasto con la fede cristiana.
Tra i membri più deboli della società ci sono anche i bambini, i malati, gli anziani, i disoccupati, i privi di cultura, e in genere tutti coloro che sono esposti a sfruttamenti e sopraffazioni varie. Ogni iniziativa, che voi intraprendete e realizzate in questi settori, è certamente degna di attenzione o di sostegno. Una cosa è certa: c’è una coerenza cristiana anche nella vita pubblica; chi è cristiano lo deve essere sempre, a tutti i livelli, senza tentennamenti, senza cedimenti; nei fatti, e non solo nel nome.
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4. Da parte mia, vi incoraggio e vi esorto vivamente a proseguire sulla vostra strada, che è fatta di aggiornato e responsabile servizio alla società italiana: tanto sul piano di una saggia sensibilizzazione della pubblica opinione, quanto soprattutto su quello di una concreta promozione umana a livello culturale, sociale e assitenziale. Siate sempre portatrici di dignità, che non sia presunzione; di amore, che non sia qualunquismo; di pace, che non sia rassegnazione. E che il vostro impegno parta sempre da convinzioni interiori saldamente radicate e gioiosamente vissute. Siate voi stesse, prima di tutto, in senso sia individuale che associativo, degli esempi viventi e proponibili di un progetto credibile di donna, che realizzi in sè, o almeno si sforzi di realizzare, quanto di meglio la natura umana e la rivelazione cristiana hanno da offrire in proposito.
A questi auguri veramente cordiali, aggiungo volentieri la mia Benedizione Apostolica, come segno della mia benevolenza e come auspicio del conforto celeste per voi, per le componenti del vostro Centro e per tutte le donne italiane.
[Insegnamenti GP II, 2/2, 1339-1342]