[0857] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL MISTERIO DE LA CREACIÓN DEL HOMBRE: VARÓN Y MUJER SEGÚN EL RELATO BÍBLICO DEL GÉNESIS
Alocución Ritorniamo all’analisi, en la Audiencia General, 2 enero 1980
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1. Volvemos de nuevo al análisis del texto del Génesis (2, 25), comenzado hace algunas semanas.
Según este pasaje, el varón y la mujer se ven a sí mismos como a través del misterio de la creación; se ven a sí mismos de este modo, antes de darse cuenta de “que estaban desnudos”. Este verse recíproco no es sólo una participación a la percepción “exterior” del mundo, sino que tiene también una dimensión interior de participación en la visión del mismo Creador, de esa visión de la que habla varias veces la narración del capítulo primero: “Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho” (Gén 1, 31). La “desnudez” significa el bien originario de la visión divina. Significa toda la sencillez y plenitud de la visión a través de la cual se manifiesta el valor “puro” del hombre como varón y mujer, el valor “puro” del cuerpo y del sexo. La situación que se indica de manera tan concisa y a la vez sugestiva de la revelación originaria del cuerpo, como resulta especialmente de Gén 2, 25, no conoce ruptura interior y contraposición entre lo que es espiritual y lo que es sensible, así como no conoce ruptura y contraposición entre lo que humanamente constituye la persona y lo que en el hombre determina el sexo: lo que es masculino y femenino.
Al verse recíprocamente, como a través del misterio mismo de la creación, varón y mujer se ven a sí mismos aún más plenamente y más distintamente que a través del sentido mismo de la vista, es decir, a través de los ojos del cuerpo. Efectivamente, se ven y se conocen a sí mismos con toda la paz de la mirada interior, que crea precisamente la plenitud de la intimidad de las Personas. Si la “vergüenza” lleva consigo una limitación específica del ver mediante los ojos del cuerpo, esto ocurre sobre todo porque la intimidad personal está como turbada y casi “amenazada” por esta visión. Según Gén 2, 25, el varón y la mujer “no sintieron vergüenza”: al verse y conocerse a sí mismos en toda la paz y tranquilidad de la mirada interior, se “comunican” en la plenitud de la humanidad, que se manifiesta en sí como recíproca complementariedad precisamente porque es “masculina” y “femenina”. Al mismo tiempo “se comunican”, según esa comunión de las personas, en la que, a través de la feminidad y masculinidad, se convierten en don recíproco la una para la otra. De este modo alcanzan en la reciprocidad una comprensión especial del significado del propio cuerpo. El significado originario de la desnudez corresponde a esa sencillez y plenitud de visión, en la cual la comprensión del significado del cuerpo nace casi en el corazón mismo de su comunidad-comunión. La llamaremos “esponsalicia”. El varón y la mujer, en Gén 2, 23-25, surgen al “principio” mismo precisamente con esta conciencia del significado del propio cuerpo. Esto merece un análisis profundo.
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2. Si el relato de la creación del hombre en las dos versiones, la del capítulo primero y la yahvista del capítulo segundo, nos permite establecer el significado originario de la soledad, de la unidad y de la desnudez, por esto mismo nos permite también encontramos sobre el terreno de una antropología adecuada, que trata de comprender e interpretar al hombre en lo que es esencialmente humano (1). Los textos bíblicos contienen los elementos esenciales de esa antropología, que se manifiestan en el contexto teológico de la “imagen de Dios”. Este concepto encierra en sí la raíz misma de la verdad sobre el hombre, revelada a través de ese “principio” al que se remite Cristo en la conversación con los fariseos (Cfr. Mt 19, 3-9), hablando de la creación del hombre como varón y mujer. Es necesario recordar que todos los análisis que hacemos aquí se vuelven a unir, al menos indirectamente, precisamente con estas palabras suyas. El hombre, al que Dios ha creado “varón y mujer”, lleva impresa en el cuerpo, “desde el principio”, la imagen divina; varón y mujer constituyen como dos diversos modos del humano “ser cuerpo” en la unidad de esa imagen.
Ahora bien: conviene dirigirse de nuevo a esas palabras fundamentales de las que se sirvió Cristo, esto es, a la palabra “creó”, al sujeto “Creador”, introduciendo en las consideraciones hechas hasta ahora una nueva dimensión, un nuevo criterio de comprensión e interpretación, que llamaremos “hermenéutica del don”. La dimensión del don decide sobre la verdad esencial y sobre la profundidad del significado de la originaria soledad-unidad-desnudez. Ella está también en el corazón mismo de la creación, que nos permite construir la teología del cuerpo “desde el principio”, pero exige, al mismo tiempo, que la construyamos de este modo.
1. El concepto de “antropología adecuada” ha sido explicado en el mismo texto como “comprensión e interpretación del hombre en lo que es esencialmente humano”. Este concepto determina el principio mismo de reducción, propio de la filosofía del hombre; indica el límite de este principio, e indirectamente excluye que se pueda traspasar este límite. La antropología “adecuada” se apoya sobre la experiencia esencialmente “humana”, oponiéndose al reduccionismo de tipo “naturalístico”, que frecuentemente va junto con la teoría evolucionista acerca de los comienzos del hombre.
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3. La palabra “creó”, en labios de Cristo, contiene la misma verdad que encontramos en el Libro del Génesis. El primer relato de la creación repite varias veces esta palabra, desde Gén 1, 1 (“al principio creó Dios los cielos y la tierra”) hasta Gén 1, 27 (“creó Dios al hombre a imagen suya”)2. Dios se revela a Sí mismo sobre todo como Creador. Cristo se remite a esa revelación fundamental contenida en el Libro del Génesis. El concepto de creación tiene en él toda su profundidad, no sólo metafísica, sino también plenamente teológica. Creador es el que “llama a la existencia de la nada” y el que establece en la existencia al mundo y al hombre en el mundo porque Él “es amor” (1 Jn 4, 8). A decir verdad, no encontramos esta palabra amor (Dios es amor) en el relato de la creación; sin embargo, este relato repite frecuentemente: “Vio Dios cuanto había hecho y era muy bueno”. A través de estas palabras somos llevados a entrever en el amor el motivo divino de la creación, como la fuente de la que brota: efectivamente, sólo el amor da comienzo al bien y se complace en el bien (Cfr. 1 Cor 13). Por esto, la creación, como obra de Dios, significa no sólo llamar de la nada a la existencia y establecer la existencia del mundo y del hombre en el mundo, sino que significa también, según la primera narración “beresit bara”, donación; una donación fundamental y “radical”, es decir, una donación en la que el don surge precisamente de la nada.
2. El término hebreo “bara” = creó, usado exclusivamente para determinar la acción de Dios, aparece en el relato de la creación sólo en el v. 1 (creación del cielo y de la tierra), en el v. 21 (creación de los animales) y en el v. 27 (creación del hombre); pero aquí aparece hasta tres veces. Esto significa la plenitud y la perfección de ese acto que es la creación del hombre, varón y mujer. Esta iteración indica que la obra de la creación ha alcanzado aquí su punto culminante.
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4. La lectura de los primeros capítulos del Libro del Génesis nos introduce en el misterio de la creación, esto es, del comienzo del mundo por voluntad de Dios, que es omnipotencia y amor. En consecuencia, toda criatura lleva en sí el signo del don originario y fundamental.
Sin embargo, al mismo tiempo, el concepto de “donar” no puede referirse a una nada. Ese concepto indica al que da y al que recibe el don, y también la relación que se establece entre ellos. Ahora, esta relación surge del relato de la creación en el momento mismo de la creación del hombre. Esta relación se manifiesta sobre todo por la expresión: “Dios creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó” (Gén 1, 27). En el relato de la creación del mundo visible el donar tiene sentido sólo respecto al hombre. En toda la obra de la creación, sólo de él se puede decir que ha sido gratificado por un don: el mundo visible ha sido creado “para él”. El relato bíblico de la creación nos ofrece motivos suficientes para esta comprensión e interpretación: La creación es un don, porque en ella aparece el hombre, que, como “imagen de Dios”, es capaz de comprender el sentido mismo del don en la llamada de la nada a la existencia. Y es capaz de responder al Creador con el lenguaje de esta comprensión. Al interpretar con este lenguaje el relato de la creación, se puede deducir de él que ella constituye el don fundamental y originario: el hombre aparece en la creación como el que ha recibido en don el mundo, y viceversa, puede decirse también que el mundo ha recibido en don al hombre.
Al llegar aquí, debemos interrumpir nuestro análisis. Lo que hemos dicho hasta ahora está en relación estrechísima con toda la problemática antropológica del “principio”. El hombre aparece allí como “creado”, esto es, como el que, en medio del “mundo”, ha recibido en don a otro hombre. Y precisamente esta dimensión del don debemos someterla a continuación a un análisis profundo, para comprender también el significado del cuerpo humano en su justa medida. Esto será el objeto de nuestras próximas meditaciones.
[Enseñanzas 5, 117-119]
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1. Ritorniamo all’analisi del testo della Genesi (1), iniziato alcune settimane fa.
Secondo tale passo, l’uomo e la donna vedono se stessi quasi attraverso il mistero della creazione; vedono se stessi in questo modo, prima di conoscere “di essere nudi”. Questo reciproco vedersi, non è solo una partecipazione all’“esteriore” percezione del mondo, ma ha anche una dimensione interiore di partecipazione alla visione dello stesso Creatore –di quella visione di cui parla più volte il racconto del capitolo primo: “Dio vide quanto aveva fatto, ed ecco, era cosa molto buona” (2). La “nudità” significa il bene originario della visione divina. Essa significa tutta la semplicità e pienezza della visione attraverso la quale si manifesta il valore “puro” dell’uomo quale maschio e femmina, il valore “puro” del corpo e del sesso. La situazione che viene indicata, in modo così conciso e insieme suggestivo, dall’originaria rivelazione del corpo come risulta in particolare dal Genesi 2, 25, non conosce interiore rottura e contrapposizione tra ciò che è spirituale e ciò che è sensibile, così come non conosce rottura e contrapposizione tra ciò che umanamente costituisce la persona e ciò che nell’uomo è determinato dal sesso: ciò che è maschile e femminile.
Vedendosi reciprocamente, quasi attraverso il mistero stesso della creazione, uomo e donna vedono se stessi ancor più pienamente e più distintamente che non attraverso il senso stesso della vista, attraverso cioè gli occhi del corpo. Vedono infatti, e conoscono se stessi con tutta la pace dello sguardo interiore, che crea appunto la pienezza dell’intimità delle persone. Se la “vergogna” porta con sè una specifica limitazione del vedere mediante gli occhi del corpo, ciò avviene soprattutto perchè l’intimità personale è come turbata e quasi “minacciata” da tale visione. Secondo Genesi 2, 25, l’uomo e la donna “non provavano vergogna”: vedendo e conoscendo se stessi in tutta la pace e tranquillità dello sguardo interiore, essi “comunicano” nella pienezza dell’umanità, che si manifesta in loro come reciproca complementarietà proprio perchè “maschile” e “femminile”. Al tempo stesso, “comunicano” in base a quella comunione delle persone, nella quale, attraverso la femminilità e la mascolinità essi diventano dono vicendevole l’una per l’altra. In questo modo raggiungono nella reciprocità una particolare comprensione del significato del proprio corpo. L’originario significato della nudità corrisponde a quella semplicità e pienezza di visione, nella quale la comprensione del significato del corpo nasce quasi nel cuore stesso della loro comunità-comunione. La chiameremo “sponsale”. L’uomo e la donna in Genesi 2, 23-25 emergono, al “principio” stesso appunto, con questa coscienza del significato del propio corpo. Ciò merita un’analisi approfondita.
1. Gen. 2, 25.
2. Ibid. 1, 31.
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2. Se il racconto della creazione dell’uomo nelle due versioni, quella del capitolo primo e quella jahvista del capitolo secondo ci permette di stabilire il significato originano della solitudine, dell’unità e della nudità, per ciò stesso ci permette anche di ritrovarci sul terreno di un’adeguata antropologia, che cerca di comprendere e di interpretare l’uomo in ciò che è essenzialmente umano (3).
I testi biblici contengono gli elementi essenziali di tale antropologia, che si manifestano nel contesto teologico dell’“immagine di Dio”. Questo concetto nasconde in sè la radice stessa della verità sull’uomo, rivelata attraverso quel “principio”, al quale Cristo si richiama nel colloquio con i farisei (4), parlando della creazione dell’uomo come maschio e femmina. Bisogna ricordare che tutte le analisi che qui facciamo, si ricollegano, almeno indirettamente, proprio a queste sue parole. L’uomo, che Dio ha creato “maschio e femmina”, reca l’immagine divina impressa nel corpo “da principio”; uomo e donna costituiscono quasi due diversi modi dell’umano “esser corpo” nell’unità di quell’immagine.
Ora, conviene rivolgersi nuovamente a quelle fondamentali parole di cui Cristo si è servito, cioè alla parola “creò” e al soggetto “Creatore”, introducendo nelle considerazioni fatte finora una nuova dimensione, un nuovo criterio di comprensione e di interpretazione, che chiameremo “ermeneutica del dono”. La dimensione del dono decide della verità essenziale e della profondità di significato dell’originaria solitudine-unità-nudità. Essa sta anche nel cuore stesso del mistero della creazione, che ci permette di costruire la teologia del corpo “da principio”, ma esige, nello stesso tempo, che noi la costruiamo proprio in tale modo.
3. Il concetto di “antropologia adeguata” è stato spiegato nel testo stesso come “comprensione e interpretazione dell’uomo in ciò che è essenzialmente umano”. Questo concetto determina il principio stesso di riduzione, proprio della filosofia dell’uomo, indica il limite di questo principio, e indirettamente esclude che si possa varcare questo limite. L’antropologia “adeguata” poggia sull’esperienza essenzialmente “umana”, opponendosi al riduzionismo di tipo “naturalistico”, che va spesso di pari passo con la teoria evoluzionista circa gli inizi dell’uomo.
4. Cf. Matth. 19, 3-9.
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3. La parola “creò”, in bocca a Cristo, contiene la stessa verità che troviamo nel Libro della Genesi. Il primo racconto della creazione ripete più volte questa parola, da Genesi 1, 1 (“in principio Dio creò il cielo e la terra”) fino a Genesi 1, 27 (“Dio creò l’uomo a sua immagine”)5. Dio rivela se stesso soprattutto come Creatore. Cristo si richiama a quella fondamentale rivelazione racchiusa nel Libro della Genesi. Il concetto di creazione ha in esso tutta la sua profondità non soltanto metafisica, ma anche pienamente teologica. Creatore è colui che “chiama all’esistenza dal nulla”, e che stabilisce nell’esistenza il mondo e l’uomo nel mondo, perchè Egli “è amore”6. A dire il vero, non troviamo questa parola amore (Dio è amore) nel racconto della creazione; tuttavia questo racconto ripete spesso: “Dio vide quanto aveva fatto, ed ecco, era cosa molto buona”. Attraverso queste parole noi siamo avviati ad intravvedere nell’amore il motivo divino della creazione, quasi la sorgente da cui essa scaturisce: soltanto l’amore infatti dà inizio al bene e si compiace del bene7. La creazione perciò, come azione di Dio, significa non soltanto il chiamare dal nulla all’esistenza e lo stabilire l’esistenza del mondo e dell’uomo nel mondo, ma significa anche, secondo la prima narrazione “beresit bara”, donazione; una donazione fondamentale e “radicale”, vale a dire, una donazione in cui il dono sorge proprio dal nulla.
5. Il termine ebraico “bara” creò, usato esclusivamente per determinare l’azione di Dio, appare nel racconto della creazione soltanto nel v. 1 (creazione del cielo e della terra), nel v. 21 (creazione degli animali) e nel v. 27 (creazione dell’uomo); qui però appare addirittura tre volte. Ciò significa la pienezza e la perfezione di quell’atto che è la creazione dell’uomo, maschio e femmina. Tale iterazione indica che l’opera della creazione ha raggiunto qui il suo punto culminante.
6. 1 Io. 4, 8.
7. Cfr. 1 Cor. 13.
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4. La lettura dei primi capitoli del Libro della Genesi ci introduce nel mistero della creazione, dell’inizio cioè del mondo per volere di Dio, il quale è onnipotenza e amore. Di conseguenza, ogni creatura porta in sè il segno del dono originario e fondamentale.
Tuttavia, nello stesso tempo, il concetto di “donare” non può riferirsi ad un nulla. Esso indica colui che dona e colui che riceve il dono, ed anche la relazione che si stabilisce tra di loro. Ora, tale relazione emerge nel racconto della creazione nel momento stesso della creazione dell’uomo. Questa relazione è manifestata soprattutto dall’espressione: “Dio creò l’uomo a sua immagine; a immagine di Dio lo creò” (8). Nel racconto della creazione del mondo visibile il donare ha senso soltanto rispetto all’uomo. In tutta l’opera della creazione, solo di lui si può dire che è stato gratificato di un dono: il mondo visibile è stato creato “per lui”. Il racconto biblico della creazione ci offre motivi sufficienti per una tale comprensione e interpretazione: la creazione è un dono, perchè in essa appare l’uomo che, come “immagine di Dio”, è capace di comprendere il senso stesso del dono nella chiamata dal nulla all’esistenza. Ed egli è capace di rispondere al Creatore col linguaggio di questa comprensione. Interpretando appunto con tale linguaggio il racconto della creazione, si può dedurne che essa costituisce il dono fondamentale e originario: l’uomo appare nella creazione come colui che ha ricevuto in dono il mondo, e viceversa può dirsi anche che il mondo ha ricevuto in dono l’uomo.
Dobbiamo, a questo punto, interrompere la nostra analisi. Ciò che abbiamo detto finora è in strettissimo rapporto con tutta la problematica antropologica del “principio”. L’uomo vi appare come “creato”, cioè come colui che, in mezzo al “mondo”, ha ricevuto in dono l’altro uomo. E proprio questa dimensione del dono noi dovremo sottoporre in seguito ad una profonda analisi, per comprendere anche il significato del corpo umano nella sua giusta misura. Sarà, questo, l’oggetto delle nostre prossime meditazioni.
[Insegnamenti GP II, 3/1, 11-15]
8. Gen. 1, 27.