[0858] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL HOMBRE EN EL JARDÍN DEL EDÉN
Alocución Rileggendo ed analizzando, en la Audiencia General, 9 enero 1980
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1. Releyendo y analizando el segundo relato de la creación, esto es, el texto yahvista, debemos preguntamos si el primer “hombre” (’a–da–m), en su soledad originaria “viviría” el mundo realmente como don, con actitud conforme a la condición efectiva de quien ha recibido un don, como consta por el relato del capítulo primero. Efectivamente, el segundo relato nos presenta al hombre en el jardín del Edén (Cfr. Gén 2, 8); pero debemos observar que, incluso en esta situación de felicidad originaria, el Creador mismo (Dios Yahveh), y después también el “hombre”, en vez de subrayar el aspecto del mundo como don subjetivamente beatificante, creado para el hombre (Cfr. el primer relato y en particular Gén 1, 26-29), ponen de relieve que el hombre está “solo”. Hemos analizado ya el significado de la soledad originaria; pero ahora es necesario observar que por vez primera aparece claramente una cierta carencia de bien: “No es bueno que el hombre (varón) esté solo –dice Dios Yahveh–, voy a hacerle una ayuda...” (Gén 2, 18). Lo mismo afirma el primer “hombre”; también él, después de haber tomado conciencia hasta el fondo de la propia soledad entre todos los seres vivientes sobre la tierra, espera una “ayuda semejante a él” (Cfr. Gén 2, 20). Efectivamente, ninguno de estos seres (animales) ofrece al hombre las condiciones básicas que hagan posible existir en una relación de don recíproco.
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2. Así, pues, estas dos expresiones (esto es, el adjetivo “solo” y el sustantivo “ayuda”) parecen ser realmente la clave para comprender la esencia misma del don a nivel de hombre, como contenido existencial inscrito en la verdad de la “imagen de Dios”. Efectivamente, el don revela, por decirlo así, una característica especial de la existencia personal; más aún, de la misma esencia de la persona. Cuando Dios Yahveh dice que “no es bueno que el hombre esté solo” (Gén 2, 18), afirma que el hombre por sí “solo” no realiza totalmente esta esencia. Solamente la realiza existiendo “con alguno”, y aún más profundamente y más completamente: existiendo ‘“para alguno”. Esta norma de existir como persona se demuestra en el Libro del Génesis como característica de la creación, precisamente por medio del significado de estas dos palabras: “solo” y “ayuda”. Ellas indican precisamente lo fundamental y constitutiva que es para el hombre la relación y la comunión de las personas. Comunión de las personas significa existir en un recíproco “para”, en una relación de don recíproco. Y esta relación es precisamente la realización de la soledad originaria del “hombre”.
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3. Esta realización es, en su origen, beatificante. Está implícita sin duda en la felicidad originaria del hombre, y constituye precisamente esa felicidad que pertenece al misterio de la creación hecha por amor, es decir, pertenece a la esencia misma del donar creador. Cuando el hombre-“varón”, al despertar del sueño genesíaco, ve al hombre-“mujer”, tomada de él, dice: “Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gén 2, 23); estas palabras expresan, en cierto sentido, el comienzo subjetivamente beatificante de la existencia del hombre en el mundo. En cuanto se ha verificado al “principio”, esto confirma el proceso de individuación del hombre, en el mundo, y nace, por así decir, de la profundidad misma de su soledad humana, que él vive como persona frente a todas las otras criaturas y a todos los seres vivientes (animalia). También este principio, pues, pertenece a una antropología adecuada y puede ser verificado siempre según ella. Esta verificación puramente antropológica nos lleva, al mismo tiempo, al tema de la “persona” y al tema “cuerpo-sexo”. Esta simultaneidad es esencial. Efectivamente, si tratáramos del sexo sin la persona, quedaría destruida toda la educación de la antropología que encontramos en el Libro del Génesis. Y entonces estaría velada para nuestro estudio teológico la luz esencial de la revelación del cuerpo, que se transparenta con tanta plenitud en estas primeras afirmaciones.
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4. Hay un fuerte vínculo entre el misterio de la creación, como don que nace del Amor, y ese “principio” beatificante de la existencia del hombre como varón y mujer, en toda la realidad de su cuerpo y de su sexo, que es simple y pura verdad de comunión entre las personas. Cuando el primer hombre, al ver a la primera mujer, exclama: “Es carne de mi carne y hueso de mis huesos” (Gén 2, 23), afirma sencillamente la identidad humana de ambos. Exclamando así, parece decir:
¡He aquí un cuerpo que expresa la “persona”! Atendiendo a un pasaje precedente del texto yahvista, se puede decir también: este “cuerpo” revela al “alma viviente”, tal como fue el hombre cuando Dios Yahveh alentó la vida en él (Cfr. Gén 2, 7), por la cual comenzó su soledad frente a todos los seres vivientes. Precisamente atravesando la profundidad de esta soledad originaria, surge ahora el hombre en la dimensión del don recíproco, cuya expresión –que por esto mismo es expresión de su existencia como persona– es el cuerpo humano en toda la verdad originaria de su masculinidad y feminidad. El cuerpo, que expresa la feminidad “para” la masculinidad, y viceversa, la masculinidad “para” la feminidad, manifiesta la reciprocidad y la comunión de las personas. La expresa a través del don como característica fundamental de la existencia personal. Éste es el cuerpo: testigo de la creación como de un don fundamental, testigo, pues, del Amor como fuente de la que nació este mismo donar. La masculinidad-feminidad –esto es, el sexo– es el signo originario de una donación creadora y de una toma de conciencia por parte del hombre, varón-mujer, de un don vivido, por así decirlo, de modo originario. Éste es el significado con el que el sexo entra en la teología del cuerpo.
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5. Ese “comienzo” beatificante del ser y del existir del hombre, como varón y mujer, está unido con la revelación y con el descubrimiento del significado del cuerpo, que conviene llamar “esponsalicio”. Si hablamos de revelación y a la vez de descubrimiento, lo hacemos en relación a lo específico del texto yahvista, en el que el hilo teológico es también antropológico; más aún, aparece como una cierta realidad conscientemente vivida por el hombre. Hemos observado ya que a las palabras que expresan la primera alegría de la aparición del hombre en la existencia como “varón y mujer” (Gén 2, 23) sigue el versículo que establece su unidad conyugal (Cfr. Gén 2, 24), y luego el que testifica la desnudez de ambos, sin que tengan vergüenza recíproca (Cfr. Gén 2, 25). Precisamente esta confrontación significativa nos permite hablar de la revelación y a la vez del descubrimiento del significado “esponsalicio” del cuerpo en el misterio mismo de la creación. Este significado (en cuanto revelado e incluso consciente, “vivido” por el hombre) confirma hasta el fondo que el donar creador, que brota del Amor, alcanzó la conciencia originaria del hombre, convirtiéndose en experiencia de don recíproco, como se percibe ya en el texto arcaico. De esto parece dar testimonio también –acaso hasta de modo específico– esa desnudez de ambos progenitores, libre de vergüenza.
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6. Gén 2, 24 habla del sentido o finalidad que tiene la masculinidad y feminidad del hombre en la vida de los cónyuges-padres. Al unirse entre sí tan íntimamente que se convierten en “una sola carne”, someten, en cierto sentido, su humanidad a la bendición de la fecundidad, esto es, de la “procreación”, de la que habla el primer relato (Gén 1, 28). El hombre comienza “a ser” con la conciencia de esta finalidad de la propia masculinidad-feminidad, esto es, de la propia sexualidad. Al mismo tiempo, las palabras de Gén 2, 25: “Estaban ambos desnudos sin avergonzarse de ello”, parecen añadir a esta verdad fundamental del significado del cuerpo humano, de su masculinidad y feminidad, otra verdad no menos esencial y fundamental. El hombre, consciente de la capacidad procreadora del propio cuerpo y del propio sexo, está al mismo tiempo libre de la “coacción” del propio cuerpo y sexo. Esa desnudez originaria, recíproca y a la vez no gravada por la vergüenza, expresa esta libertad interior del hombre. ¿Es ésta la libertad del “instinto sexual”? El concepto de “instinto” implica ya una coacción interior, analógicamente al instinto que estimula la fecundidad y la procreación en todo el mundo de los seres vivientes (animalia). Pero parece que estos dos textos del Libro del Génesis, el primer y el segundo relatos de la creación del hombre, vinculen suficientemente la perspectiva de la procreación con la característica fundamental de la existencia humana en sentido personal. En consecuencia, la analogía del cuerpo humano y del sexo en relación al mundo de los animales –a la que podemos llamar analogía “de la naturaleza”– en los dos relatos (aunque en cada uno de modo diverso), se eleva también, en cierto sentido, a nivel de “imagen de Dios” y a nivel de persona y de comunión entre las personas.
Será conveniente dedicar todavía otros análisis a este problema esencial. Para la conciencia del hombre –incluso para el hombre contemporáneo– es importante saber que en esos textos bíblicos que hablan del “principio” del hombre se encuentra la revelación del “significado esponsalicio del cuerpo”. Pero es todavía más importante establecer lo que expresa propiamente este significado.
[Enseñanzas 5, 120-123]
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1. Rileggendo ed analizzando il secondo racconto della creazione, cioè il testo jahvista, dobbiamo chiederci se il primo “uomo” (’a–da–m), nella sua solitudine originaria, “vivesse” il mondo veramente quale dono, con atteggiamento conforme alla condizione effettiva di chi ha ricevuto un dono, quale risulta dal racconto del capitolo primo. Il secondo racconto ci mostra infatti l’uomo nel giardino dell’Eden (1); ma dobbiamo osservare che, pur in questa situazione di felicità originaria, lo stesso Creatore (Dio Jahvè) e poi anche l’“uomo”, invece di sottolineare l’aspetto del mondo come dono soggettivamente beatificante, creato per l’uomo (2), rilevano che l’uomo è “solo”. Abbiamo già analizzato il significato della solitudine originaria; ora, però, è necessario notare che per la prima volta appare chiaramente una certa carenza di bene: “Non è bene che l’uomo (maschio) sia solo” –dice Dio Jahvè– “gli voglio fare un aiuto...” (3). La stessa cosa afferma il primo “uomo”; anche lui, dopo aver preso coscienza fino in fondo della propria solitudine tra tutti gli esseri viventi sulla terra, attende un “aiuto che gli sia simile” (4). Infatti, nessuno di questi esseri (animalia) offre all’uomo le condizioni di base, che rendano possibile esistere in una relazione di reciproco dono.
1. Cf. Gen. 2, 8.
2. Cf. narratio prima et presertim Gen. 1, 26-29.
3. Gen. 2, 18.
4. Cf. ibid. 2, 20.
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2. Così, dunque, queste due espressioni, cioè l’aggettivo “solo” e il sostantivo “aiuto”, sembrano essere veramente la chiave per comprendere l’essenza stessa del dono a livello d’uomo, come contenuto esistenziale iscritto nella verità dell’“immagine di Dio”. Infatti il dono rivela, per così dire, una particolare caratteristica dell’esistenza personale, anzi della stessa essenza della persona. Quando Dio Jahvè dice che “non è bene che l’uomo sia solo” (5), afferma che da “solo” l’uomo non realizza totalmente questa essenza. La realizza soltanto esistendo “con qualcuno” –e ancor più pronfondamente e più completamente: esistendo “per qualcuno”. Questa norma dell’esistere come persona è dimostrato nel Libro della Genesi come caratteristica della creazione, appunto mediante il significato di queste due parole: “solo” e “aiuto”. Sono proprio esse che indicano quanto fondamentale e costitutiva per l’uomo sia la relazione e la comunione delle persone. Comunione delle persone significa esistere in un reciproco “per”, in una relazione di reciproco dono. E questa relazione è appunto il compimento della solitudine originaria dell’“uomo”.
5. Gen. 2, 18.
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3. Tale compimento è, nella sua origine, beatificante. Senza dubbio esso è implicito nella felicità originaria dell’uomo, e appunto costituisce quella felicità che appartiene al mistero della creazione fatta per amore, cioè appartiene all’essenza stessa del donare creativo. Quando l’uomo-“maschio”, svegliato dal sonno genesiaco, vede l’uomo-“femmina” da lui tratta, dice: “questa volta essa è carne dalla mia carne e osso dalle mie ossa” (6), queste parole esprimono, in un certo senso, l’inizio soggettivamente beatificante dell’esistenza dell’uomo nel mondo. In quanto verificatosi al “principio”, ciò conferma il processo di individuazione dell’uomo nel mondo, e nasce, per così dire, dalla profondità stessa della sua solitudine umana, che egli vive come persona di fronte a tutte le altre creature e a tutti gli esseri viventi (animalia). Anche questo “principio” appartiene quindi ad una antropologia adeguata e può sempre essere verificato in base ad essa. Tale verifica puramente antropologica ci porta, nello stesso tempo, al tema della “persona” e al tema del “corpo-sesso”. Questa contemporaneità è essenziale. Se infatti trattassimo del sesso senza la persona, sarebbe distrutta tutta l’adeguatezza dell’antropologia, che troviamo nel Libro della Genesi. E per il nostro studio teologico sarebbe allora velata la luce essenziale della rivelazione del corpo, che in queste prime affermazioni traspare con tanta pienezza.
6. Gen. 2, 23.
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4. C’è un forte legame tra il misterio della creazione, quale dono che scaturisce dall’Amore, e quel “principio” beatificante dell’esistenza dell’uomo come maschio e femmina, in tutta la verità del loro corpo e del loro sesso, che è semplice e pura verità di comunione tra le persone. Quando il primo uomo, alla vista della donna, esclama: “È carne dalla mia carne, e osso dalle mie ossa” (7), afferma semplicemente l’identità umana di entrambi. Così esclamando, egli sembra dire: ecco un corpo che esprime la “persona”! Seguendo un precedente passo del testo jahvista, si può anche dire: questo “corpo” rivela l’“anima vivente”, quale l’uomo diventò quando Dio Jahvè alitò la vita in lui (8), per cui ebbe inizio la sua solitudine di fronte a tutti gli altri esseri viventi. Proprio attraverso la profondità di quella solitudine originaria, l’uomo emerge ora nella dimensione del dono reciproco, la cui espressione –che per ciò stesso è espressione della sua esistenza come persona– è il corpo umano in tutta la verità originaria della sua mascolinità e femminilità. Il corpo, che esprime la femminilità “per” la mascolinità e viceversa la mascolinità “per” la feminilità, manifesta la reciprocità e la comunione delle persone. La esprime attraverso il dono come caratteristica fondamentale dell’esistenza personale. Questo è il corpo: testimone della creazione come di un dono fondamentale, quindi testimone dell’Amore come sorgente, da cui è nato questo stesso donare. La mascolinità-femminilità –cioè il sesso– è il segno originario di una donazione creatrice di una presa di coscienza da parte dell’uomo, maschio-femmina, di un dono vissuto per così dire in modo originario. Tale è il significato, con cui il sesso entra nella teologia del corpo.
7. Gen. 2, 23.
8. Cf. Gen. 2, 7.
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5. Quell’“inizio” beatificante dell’essere e dell’esistere dell’uomo, come maschio e femmina, è collegato con la rivelazione e con la scoperta del significato del corpo, che conviene chiamare “sponsale”. Se parliamo di rivelazione ed insieme di scoperta, la facciamo in rapporto alla specificità del testo jahvista, nel quale il filo teologico è anche antropologico, anzi appare come una certa realtà coscientemente vissuta dall’uomo. Abbiamo già osservato che alle parole che esprimono la prima gioia del comparire dell’uomo all’esistenza come “maschio e femmina” (9) segue il versetto che stabilisce la loro unità coniugale (10), e poi quello che attesta la nudità di entrambi, priva di reciproca vergogna (11). Proprio questo significativo confronto ci permette di parlare della rivelazione ed insieme della scoperta del significato “sponsale” del corpo nel mistero stesso della creazione. Questo significato (in quanto rivelato ed anche cosciente, “vissuto” dall’uomo) conferma fino in fondo che il donare creativo, che scaturisce dall’Amore, ha raggiunto la coscienza originaria dell’uomo, diventando esperienza di reciproco dono, come si percepisce già nel testo arcaico. Di ciò sembra anche testimoniare –forse perfino in modo specifico– quella nudità di entrambi i progenitori, libera dalla vergogna.
9. Gen. 2, 23.
10. Ibid. 2, 24.
11. Ibid. 2, 25.
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6. Genesi 2, 24 parla della finalizzazione della mascolinità e femminilità dell’uomo, nella vita dei coniugi-genitori. Unendosi tra loro così strettamente da diventare “una sola carne”, questi sottoporranno, in certo senso, la loro umanità alla benedizione della fecondità, cioè della “procreazione”, di cui parla il primo racconto (12). L’uomo entra “in essere” con la coscienza di questa finalizzazione della propria mascolinità-femminilità, cioè della propria sessualità. Nello stesso tempo, le parole di Genesi 2, 25: “Tutti e due erano nudi ma non ne provavano vergogna”, sembrano aggiungere a questa fondamentale verità del significato del corpo umano, della sua mascolinità e femminilità, un’altra verità non meno essenziale e fondamentale. L’uomo, consapevole della capacità procreativa del propio corpo e del propio sesso, è nello stesso tempo libero dalla “costrizione” del proprio corpo e sesso. Quella nudità originaria, reciproca e ad un tempo non gravata dalla vergogna, esprime tale libertà interiore dell’uomo. È, questa, la libertà dall’“istinto sessuale”? Il concetto di “istinto” implica già una costrizione interiore, analogicamente all’istinto che stimola la fecondità e la procreazione in tutto il mondo degli esseri viventi (animalia). Sembra, però, che tutti e due i testi del Libro della Genesi, il primo e il secondo racconto della creazione dell’uomo, colleghino sufficientemente la prospettiva della procreazione con la fondamentale caratteristica della esistenza umana in senso personale. Di conseguenza l’analogia del corpo umano e del sesso in rapporto al mondo degli animali –che possiamo chiamare analogia “della natura”– in tutti e due i racconti (benchè in ciascuno in modo diverso) è elevata anch’essa, in un certo senso, a livello di “immagine di Dio”, e a livello di persona e di comunione tra le persone.
A questo problema essenciale occorrerà dedicare ancora altre analisi. Per la coscienza dell’uomo –anche per l’uomo contemporaneo– è importante sapere che in quei testi biblici che parlano del “principio” dell’uomo, si trova la rivelazione del “significato sponsale del corpo”. Però è ancor più importante stabilire che cosa esprima propriamente questo significato.
[Insegnamenti GP II, 3/1, 88-92]
12. Gen. 1, 28.