[0860] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL SIGNIFICADO “ESPONSALICIO” DEL CUERPO HUMANO
Alocución Continuiamo oggi, en la Audiencia General, 16 enero 1980
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1. Continuamos hoy el análisis de los textos del Libro del Génesis que hemos emprendido según la línea de la enseñanza de Cristo. Efectivamente, recordamos que, en la conversación sobre el matrimonio, Él se remitió al “principio”.
La revelación y, al mismo tiempo, el descubrimiento originario del significado “esponsalicio” del cuerpo consiste en presentar al hombre, varón y mujer, en toda la realidad y verdad de su cuerpo y sexo (“estaban desnudos”) y, a la vez, en la plena libertad de toda coacción del cuerpo y del sexo. De esto parece dar testimonio la desnudez de los progenitores, interiormente libres de la vergüenza. Se puede decir que, creados por el Amor, esto es, dotados en su ser de masculinidad y feminidad, ambos están ”, porque son libres de la misma libertad del don. Esta libertad está precisamente en la base del significado esponsalicio del cuerpo. El cuerpo humano, con su sexo y con su masculinidad y feminidad, visto en el misterio mismo de la creación, es no sólo fuente de fecundidad y de procreación, como en todo el orden natural, sino que incluye desde “el principio” el atributo “esponsalicio”, es decir, la capacidad de expresar el amor: ese amor precisamente en el que el hombre-persona se convierte en don y –mediante este don– realiza el sentido mismo de su ser y existir. Recordemos que el texto del último Concilio, donde se declara que el hombre es la única criatura en el mundo visible a la que Dios ha querido “por sí misma”, añade que este hombre no puede “encontrar su propia plenitud si no es a través de un don sincero de sí” (1).
1. “Más aún, cuando el Señor Jesús ruega al Padre para que todos sean una sola cosa, ‘como Yo y Tú somos una sola cosa’ (Jn. 17, 21-22), abriéndonos perspectivas cerradas a la razón humana, nos ha sugerido una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (Gaudium et spes, 24).
El análisis estrictamente teológico del Libro del Génesis, en particular Gén. 2, 23-25, nos permite hacer referencia a este texto. Esto es, constituye un paso más entre la “antropología adecuada” y la “teología del cuerpo”, estrechamente ligada al descubrimiento de las características esenciales de la existencia personal en la “prehistoria teológica” del hombre. Aunque esto puede encontrar resistencia por parte de la mentalidad evolucionista (incluso entre los teólogos), sin embargo sería difícil no advertir que el texto analizado del Libro del Génesis, especialmente Gén. 2, 23-25, demuestra la dimensión no sólo “originaria”, sino también “ejemplar” de la existencia del hombre, en particular del hombre “como varón y mujer”.
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2. La raíz de esa desnudez originaria libre de la vergüenza, de la que habla Gén 2, 25, se debe buscar precisamente en esa verdad integral sobre el hombre. Varón y mujer, en el contexto de su “principio” beatificante, están libres de la misma libertad del don. Efectivamente, para poder permanecer en la relación del “don sincero de sí” y para convertirse en este don el uno para el otro, a través de toda su humanidad hecha de feminidad y masculinidad (incluso en relación a esa perspectiva de la que habla Gén 2, 24), deben ser libres precisamente de este modo. Entendemos aquí la libertad sobre todo como dominio de sí mismos (autodominio). Bajo este aspecto, esa libertad es indispensable para que el hombre pueda “darse a sí mismo”, para que pueda convertirse en don, para que (refiriéndonos a las palabras del Concilio) pueda “encontrar su propia plenitud” a través de “un don sincero de sí”. De este modo, las palabras “estaban desnudos sin avergonzarse de ello” se pueden y se deben entender como revelación –y a la vez como descubrimiento– de la libertad que hace posible y califica el sentido “esponsalicio” del cuerpo.
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3. Pero Gén 2, 25 dice todavía más. De hecho, este pasaje indica la posibilidad y la calidad de esta recíproca “experiencia del cuerpo”. Y además nos permite identificar ese significado esponsalicio del cuerpo in actu. Cuando leemos que “estaban desnudos sin avergonzarse de ello”, tocamos indirectamente como su raíz y directamente ya sus frutos. Interiormente libres de la coacción del propio cuerpo y sexo, libres de la libertad del don, varón y mujer podían gozar de toda la verdad, de toda la evidencia humana, tal como Dios Yahveh se las había revelado en el misterio de la creación. Esta verdad sobre el hombre, que el texto conciliar precisa con las palabras antes citadas, tiene dos acentos principales. El primero afirma que el hombre es la única criatura en el mundo a la que el Creador ha querido “por sí misma”; el segundo consiste en decir que este hombre mismo, querido por Dios desde el “principio” de este modo, puede encontrarse a sí mismo sólo a través de un don desinteresado de sí. Ahora, esta verdad acerca del hombre, que en particular parece tomar la condición originaria unida al “principio” mismo del hombre en el misterio de la creación, puede ser interpretada –según el texto conciliar– en ambas direcciones. Esta interpretación nos ayuda a entender todavía mejor el significado esponsalicio del cuerpo, que aparece inscrito en la condición originaria del varón y de la mujer (según Gén 2, 23-25) y en particular en el significado de su desnudez originaria.
Si, como hemos constatado, en la raíz de la desnudez está la libertad interior del don –don desinteresado de sí mismos–, ese don precisamente permite a ambos, varón y mujer, encontrarse recíprocamente, en cuanto el Creador ha querido a cada uno de ellos “por sí mismo” (Cfr. Gaudium et spes, 24). Así el hombre, en el primer encuentro beatificante, encuentra de nuevo a la mujer y ella le encuentra a él. De este modo, él la acoge interiormente; la acoge tal como el Creador la ha querido “por sí misma”, como ha sido constituida en el misterio de la imagen de Dios a través de su feminidad; y recíprocamente, ella le acoge del mismo modo, tal como el Creador le ha querido “por sí mismo” y le ha constituido mediante su masculinidad. En esto consiste la revelación y el descubrimiento del significado “esponsalicio” del cuerpo. La narración yahvista, y en particular Gén 2, 25, nos permite deducir que el hombre, como varón y mujer, entra en el mundo precisamente con esta conciencia del significado del propio cuerpo, de su masculinidad y feminidad.
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4. El cuerpo humano, orientado interiormente por el “don sincero” de la persona, revela no sólo su masculinidad o feminidad en el plano físico, sino que revela también este valor y esta belleza de sobrepasar la dimensión simplemente física de la “sexualidad” (2). De este modo se completa, en cierto sentido, la conciencia del significado esponsalicio del cuerpo, vinculado a la masculinidad-feminidad del hombre. Por un lado, este significado indica una capacidad particular de expresar el amor, en el que el hombre se convierte en don; por otro, le corresponde la capacidad y la profunda disponibilidad a la “afirmación de la persona”; esto es, literalmente, la capacidad de vivir el hecho de que el otro –la mujer para el varón y el varón para la mujer– es, por medio del cuerpo, alguien a quien ha querido el Creador “por sí mismo”, es decir, único e irrepetible: alguien elegido por el Amor eterno. La “afirmación de la persona” no es otra cosa que la acogida del don, la cual, mediante la reciprocidad, crea la comunión de las personas; ésta se construye desde dentro, comprendiendo también toda la “exterioridad” del hombre, esto es, todo eso que constituye la desnudez pura y simple del cuerpo en su masculinidad y feminidad. Entonces –como leemos en Gén 2, 25– el hombre y la mujer no experimentaban vergüenza. La expresión bíblica “no experimentaban” indica directamente “la experiencia” como dimensión subjetiva.
2. La tradición bíblica refiere un eco lejano de la perfección física del primer hombre. El Profeta Ezequiel, comparando implícitamente al rey de Tiro con Adán en el Edén, escribe así:
“Eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría y acabado de belleza. Habitabas en el Edén, en el jardín de Dios...” (Ez. 28, 12-13).
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5. Precisamente en esta dimensión subjetiva, como dos “yo” humanos y determinados por su masculinidad y feminidad, aparecen ambos, varón y mujer, en el misterio de su beatificante “principio” (nos encontramos en el estado de la inocencia originaria y, al mismo tiempo, de la felicidad originaria del hombre). Este aparecer es breve, ya que comprende sólo algún versículo en el Libro del Génesis; sin embargo, está lleno de un contenido sorprendente, teológico y a la vez antropológico. La revelación y el descubrimiento del significado esponsalicio del cuerpo explican la felicidad originaria del hombre y, al mismo tiempo, abren la perspectiva de su historia terrena, en la que él no se sustraerá jamás a este “tema” indispensable de la propia existencia.
Los versículos siguientes del Libro del Génesis, según el texto yahvista del c. 3, demuestran, a decir verdad, que esta perspectiva “histórica” se construirá de modo diverso del “principio” beatificante (después del pecado original). Pero es tanto más necesario penetrar profundamente en la estructura misteriosa, teológica y a la vez antropológica, de este “principio”. Efectivamente, en toda la perspectiva de la propia “historia”, el hombre no dejará de conferir un significado esponsalicio al propio cuerpo. Aun cuando este significado sufre y sufrirá múltiples deformaciones, siempre permanecerá el nivel más profundo, que exige ser revelado en toda su simplicidad y pureza, y manifestarse en toda su verdad, como signo de la “imagen de Dios”. Por aquí pasa también el camino que va del misterio de la creación a la “redención del cuerpo” (Cfr. Rom 8).
Al detenernos, por ahora, en el umbral de esta perspectiva histórica, nos damos cuenta claramente, según Gén 2, 23-25, del mismo vínculo que existe entre la revelación y el descubrimiento del significado esponsalicio del cuerpo y la felicidad originaria del hombre. Este significado “esponsalicio” es también beatificante y, como tal, manifiesta, en definitiva, toda la realidad de esa donación de la que hablan las primeras páginas del Génesis. Su lectura nos convence del hecho de que la conciencia del significado del cuerpo que se deriva de él –en particular del significado “esponsalicio”– constituye el componente fundamental de la existencia humana en el mundo.
Este significado “esponsalicio” del cuerpo humano se puede comprender solamente en el contexto de la persona. El cuerpo tiene su significado “esponsalicio” porque el hombre-persona es una criatura que Dios ha querido por sí misma y que, al mismo tiempo, no puede encontrar su plenitud si no es mediante el don de sí.
Si Cristo ha revelado al hombre y a la mujer, por encima de la vocación al matrimonio, otra vocación –la de renunciar al matrimonio por el Reino de los cielos–, con esta vocación ha puesto de relieve la misma verdad sobre la persona humana. Si un varón o una mujer son capaces de darse en don por el Reino de los cielos, esto prueba a su vez (y quizá aún más) que existe la libertad del don en el cuerpo humano. Quiere decir que este cuerpo posee un pleno significado “esponsalicio”.
[Enseñanzas 5, 124-127]
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1.–Continuiamo oggi l’analisi dei testi del “Libro della Genesi”, che abbiamo intrapreso secondo la linea dell’insegnamento di Cristo. Ricordiamo, infatti, che, nel colloquio sul matrimonio, Egli si è richiamato al “principio”.
La rivelazione, ed insieme la scoperta originaria del significato “sponsale” del corpo, consiste nel presentare l’uomo, maschio e femmina, in tutta la realtà e verità del suo corpo e sesso (“erano nudi”) e nello stesso tempo nella piena libertà da ogni costrizione del corpo e dei sesso. Di ciò sembra testimoniare la nudità dei progenitori, interiormente liberi dalla vergogna. Si può dire che, creati dall’Amore, cioè dotati nel loro essere di mascolinità e femminilità, entrambi sono “nudi” perchè sono liberi della stessa libertà del dono. Questa libertà sta appunto alla base del significato sponsale del corpo. Il corpo umano, con il suo sesso, e la sua mascolinità e femminilità, visto nel mistero stesso della creazione, è non soltanto sorgente di fecondità e di procreazione, come in tutto l’ordine naturale, ma racchiude fin “dal principio” l’attributo “sponsale”, cioè la capacità di esprimere l’amore: quell’amore appunto nel quale l’uomo-persona diventa dono e –mediante questo dono– attua il senso stesso del suo essere ed esistere. Ricordiamo qui il testo dell’ultimo Concilio, dove si dichiara che l’uomo è l’unica creatura nel mondo visibile che Dio abbia voluto “per se stessa”, aggiungendo che quest’uomo non può “ritrovarsi pienamente se non attraverso un dono sincero di sè” (1).
1. “Anzi, quando il Signore Gesù prega il Padre, perchè ‘tutti siano una cosa sola, come io e te siamo una cosa sola’ (Io. 17, 21-22) mettendoci davanti orizzonti impervi alla ragione umana, ci ha suggerito una certa similitudine tra l’unione della persone divine e l’unione dei figli di Dio nella verità e nella carità. Questa similitudine manifesta che l’uomo, il quale in terra è la sola creatura che Iddio abbia voluto per se stessa, non possa ritrovarsi pienamente se non attraverso un dono sincero di sè” (Gaudium et spes, 24).
L’analisi strettamente teologica del “Libro della Genesi”, in particolare Genesi 2, 23-25, ci consense di far riferimento a questo testo. Ciò costituisce un altro passo tra “antropologia adeguata” e “teologia del corpo”, strettamente legata alla scoperta delle caratteristiche essenziali dell’esistenza personale nella “preistoria teologica” dell’uomo. Sebbene questo possa incontrare resistenza da parte della mentalità evoluzionistica (anche tra i teologi), tuttavia sarebbe difficile non accorgersi che il testo analizzato del “Libro della Genesi”, specialmente Genesi 2, 23-25, dimostra la dimensione non soltanto “originaria”, ma anche “esemplare” dell’esistenza dell’uomo, in particolare dell’uomo “come maschio e femmina”.
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2. La radice di quella nudità originaria libera dalla vergogna, di cui parla Genesi 2, 25, si deve cercare proprio in quella integrale verità sull’uomo. Uomo o donna, nel contesto del loro “principio” beatificante, sono liberi della stessa libertà del dono. Infatti, per poter rimanere nel rapporto del “dono sincero di sè” e per diventare un tale dono l’uno per l’altro attraverso tutta la loro umanità fatta di femminilità e mascolinità (anche in rapporto a quella prospettiva di cui parla Genesi 2, 24), essi debbono essere liberi proprio in questo modo. Intendiamo qui la libertà soprattutto come padronanza di se stessi (autodominio). Sotto questo aspetto, essa è indispensabile perchè l’uomo possa “dare se stesso”, perchè possa diventare dono, perchè (riferendoci alle parole del Concilio) possa “ritrovarsi pienamente” attraverso “un dono sincero di sè”. Così, le parole “erano nudi e non ne provavano vergogna” si possono e si devono intendere come rivelazione –ed insieme riscoperta– della libertà, che rende possibile e qualifica il senso “sponsale” del corpo.
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3. Genesi 2, 25 dice però ancora di più. Difatti, questo passo indica la possibilità e la qualifica di tale reciproca “esperienza del corpo”. E inoltre ci permette di identificare quel significato sponsale del corpo in actu. Quando leggiamo che “erano nudi, ma non ne provavano vergogna”, ne tocchiamo indirettamente quasi la radice, e direttamente già i frutti. Liberi interiormente dalla costrizione del proprio corpo e sesso, liberi della libertà del dono, uomo e donna potevano fruire di tutta la verità, di tutta l’evidenza umana, così come Dio Jahvè le aveva rivelate a loro nel mistero della creazione. Questa verità sull’uomo, che il testo conciliare precisa con le parole sopra citate, ha due principali accenti. Il primo afferma che l’uomo è l’unica creatura nel mondo che il Creatore abbia voluto “per se stessa”; il secondo consiste nel dire che questo stesso uomo, voluto in tal modo dal Creatore fin dal “principio”, può ritrovare se stesso soltanto attraverso un dono disinteressato di sè. Ora, questa verità circa l’uomo, che in particolare sembra cogliere la condizione originaria collegata al “principio” stesso dell’uomo nel mistero della creazione, può essere riletta –in base al testo conciliare– in entrambe le direzioni. Una tale rilettura ci aiuta a capire ancora maggiormente il significato sponsale del corpo, che appare iscritto nella condizione originaria dell’uomo e della donna (secondo Genesi 2, 23-25) e in particolare nel significato della loro nudità originaria.
Se, come abbiamo costatato, alla radice della nudità c’è l’interiore libertà del dono –dono disinteressato di se stessi– proprio quel dono permette ad ambedue, uomo e donna, di ritrovarsi reciprocamente, in quanto il Creatore ha voluto ciascuno di loro “per se stesso”2. Così l’uomo nel primo incontro beatificante, ritrova la donna, ed essa ritrova lui. In questo modo egli accoglie interiormente lei; l’accoglie così come essa è voluta “per se stessa” dal Creatore, come è costituita nel mistero dell’immagine di Dio attraverso la sua femminilità; e, reciprocamente, essa accoglie lui nello stesso modo, come egli è voluto “per se stesso” dal Creatore, e da Lui costituito mediante la sua mascolinità. In ciò consiste la rivelazione e la scoperta del significato “sponsale” del corpo. La narrazione jahvista, e in particolare Genesi 2, 25, ci permette di dedurre che l’uomo, come maschio e femmina, entra nel mondo appunto con questa coscienza del significato del proprio corpo, della sua mascolinità e femminilità.
2. Cf. Gaudium et spes, 24.
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4. Il corpo umano, orientato interiormente dal “dono sincero” della persona, rivela non soltanto la sua mascolinità o femminilità sul piano fisico, ma rivela anche un tale valore e una tale bellezza da oltrepassare la dimensione semplicemente fisica della “sessualità” (3). In questo modo si completa in un certo senso la coscienza del significato sponsale del corpo, collegato alla mascolinità-femminilità dell’uomo. Da una parte, questo significato indica una particolare capacità di esprimere l’amore, in cui l’uomo diventa dono; dall’altra, gli corrisponde la capacità e la profonda disponibilità all’“affermazione della persona”, cioè, letteralmente, la capacità di vivere il fatto che l’altro –la donna per l’uomo e l’uomo per la donna– è, per mezzo del corpo, qualcuno voluto dal Creatore “per se stesso”, cioè l’unico ed irripetibile: qualcuno scelto dall’eterno Amore.
L’“affermazione della persona” non è nient’altro che accoglienza del dono, la quale, mediante la reciprocità, crea la comunione delle persone; questa si costruisce dal di dentro, comprendendo pure tuffa l’“esteriorità” dell’uomo, cioè tutto quello che costituisce la nudità pura e semplice del corpo nella sua mascolinità e femminilità. Allora –come leggiamo in Genesi 2, 25– l’uomo e la donna non provavano vergogna. L’espressione biblica “non provavano” indica direttamente “l’esperienza” come dimensione soggettiva.
3. La tradizione biblica riferisce un’eco lontana della perfezione fisica del primo uomo. Il profeta Ezechiele, paragonando implicitamente il re di Tiro con Adamo nell’Eden, scrive così: “Tu eri un modello di perfezione, / pieno di sapienza, / perfetto in bellezza; / in Eden, giardino di Dio...” (Ez. 28, 12-13).
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5. Proprio in tale dimensione soggettiva, come due “io” umani determinati dalla loro mascolinità e femminilità, appaiono entrambi, uomo e donna, nel mistero del loro beatificante “principio” (ci troviamo nello stato della innocenza originaria e, simultaneamente, della felicità originaria dell’uomo). Questo apparire è breve, poichè comprende solo qualche versetto nel “Libro della Genesi”; tuttavia è pieno di un sorprendente contenuto, teologico ed insieme antropologico. La rivelazione e la scoperta del significato sponsale del corpo spiegano la felicità originaria dell’uomo e, ad un tempo, aprono la prospettiva della sua storia terrena, nella quale egli non si sottrarrà mai a questo indispensabile “tema” della propria esistenza.
I versetti seguenti del “Libro della Genesi”, secondo il testo jahvista del capitolo 3, dimostrano, a dire il vero, che questa prospettiva “storica” si costruirà in modo diverso dal “principio” beatificante (dopo il peccato originale). Tanto più, però, bisogna penetrare profondamente nella struttura misteriosa, teologica ed insieme antropologica, di tale “principio”. Infatti, in tutta la prospettiva della propria “storia”, l’uomo non mancherà di conferire un significato sponsale al proprio corpo. Anche se questo significato subisce e subirà molteplici deformazioni, esso rimarrà sempre il livello più profondo, che esige di essere rivelato in tutta la sua semplicità e purezza, e manifestarsi in tutta la sua verità, quale segno dell’“immagine di Dio”. Di qui passa anche la strada che va dal mistero della creazione alla “redenzione del Corpo” (4).
Rimanendo, per ora, sulla soglia di questa prospettiva storica, ci rendiamo chiaramente conto, in base a Genesi 2, 23-25, dello stesso legame che esiste tra la rivelazione e la scoperta del significato sponsale del corpo e la felicità originaria dell’uomo. Un tale significato “spon sale” è anche beatificante e, come tale, manifesta in definitiva tutta la realtà di quella donazione, di cui ci parlano le prime pagine del “Libro della Genesi”. La loro lettura ci convince del fatto che la coscienza del significato del corpo che ne deriva –in particolare del suo significato “sponsale”– costituisce la componente fondamentale dell’esistenza umana nel mondo.
Questo significato “sponsale” del corpo umano si può capire solamente nel contesto della persona. Il corpo ha un significato “sponsale” perchè l’uomo-persona, come dice il Concilio, è una creatura che Iddio ha voluto per se stessa, e che, simultaneamente, non può ritrovarsi pienamente se non mediante il dono di sè.
Se Cristo ha rivelato all’uomo ed alla donna, al di sopra della vocazione al matrimonio, un’altra vocazione –quella cioè di rinunciare al matrimonio, in vista del Regno dei Cieli–, con questa vocazione ha messo in rilievo la medesima verità sulla persona umana. Se un uomo o una donna sono capaci di fare dono di sè per il regno dei cieli, questo prova a sua volta (e forse anche maggiormente) che c’è la libertà del dono nel corpo umano. Vuol dire che questo corpo possiede un pieno significato “sponsale”.
[Insegnamenti GP II, 3/1, 148-152]
4. Cf. Rom. 8.