[0868] • JUAN PABLO II (1978-2005) • TEOLOGÍA DEL CUERPO
Alocución La meditazione, en la Audiencia General, 13 febrero 1980
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1. La meditación de hoy presupone cuanto ya se sabe por los diversos análisis hechos hasta ahora. Éstos brotan de la respuesta que dio Jesús a sus interlocutores (Evangelios de San Mateo [19, 3-9] y de San Marcos [10, 1-12]), que le habían presentado una cuestión sobre el matrimonio, sobre su indisolubilidad y unidad. El Maestro les había recomendado considerar atentamente lo que era “desde el principio”. Y precisamente por esto, en el ciclo de nuestras meditaciones hasta hoy, hemos intentado reproducir de algún modo la realidad de la unión, o mejor, de la comunión de personas, vivida “desde el principio” por el hombre y por la mujer. A continuación hemos tratado de penetrar en el contenido del conciso versículo 25 de Gén 2: “Estaban ambos desnudos, el hombre y la mujer, sin avergonzarse de ello”.
Estas palabras hacen referencia al don de la inocencia originaria, revelando su carácter de manera, por así decir, sintética. La teología, basándose en esto, ha construido la imagen global de la inocencia y de la justicia originaria del hombre, antes del pecado original, aplicando el método de la objetivación, específico de la metafísica y de la antropología metafísica. En el presente análisis tratamos más bien de tomar en consideración el aspecto de la subjetividad humana: ésta, por lo demás, parece encontrarse más cercana a los textos originarios, especialmente al segundo relato de la creación, esto es, al yahvista.
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2. Independientemente de una cierta diversidad de interpretación, parece bastante claro que “la experiencia del cuerpo”, como podemos deducir del texto arcaico de Gén 2, 23, y más aún de Gén 2, 25, indica un grado de “espiritualización” del hombre diverso del que habla el mismo texto después del pecado original (Cfr. Gén 3) y que nosotros conocemos por la experiencia del hombre “histórico”. Es una medida diversa de “espiritualización”, que comporta otra composición de las fuerzas interiores del hombre mismo, como otra relación cuerpo-alma, otras proporciones internas entre la sensitividad, la espiritualidad, la afectividad, es decir, otro grado de sensibilidad interior hacia los dones del Espíritu Santo. Todo esto condiciona el estado de inocencia originaria del hombre y a la vez lo determina, permitiéndonos también comprender el relato del Génesis. La teología y también el Magisterio de la Iglesia han dado una forma propia a estas verdades fundamentales (1).
1. / 2. “Si quis non confitetur primum hominem Adam, cum mandatum Dei in paradiso fuisset transgressus, statim sanctitatem et iustitiam, in qua constitutus fuerat, amisisse... anathema sit” (CONC. TRIDENT., sess. V. can. 1, 2: DB 788-789).
“Protoparentes in statu sanctitatis et iustitiae constituti fuerunt. (...) Status iustitiae originalis protoparentibus collatus, erat gratuitus et vere supernaturalis. (...) Protoparentes constituti sunt in statu naturae integrae, id est, immunes a concupiscentia, ignorantia, dolore et morte... singularique felicitate gaudebant. (...) Dona integritatis protoparentibus collata, erant gratuita et praeternaturalia” (A. TANQUEREY, Synopsis Theologiae Dogmaticae [Parisiis 1943], pp. 534-539).
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3. Al emprender el análisis del “principio” según la dimensión de la teología del cuerpo, lo hacemos basándonos en las palabras de Cristo, con las que Él mismo se refirió a ese “principio”. Cuando dijo: “¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y mujer?” (Mt 19, 4), nos mandó y nos manda siempre retornar a la profundidad del misterio de la creación. Y lo hacemos teniendo plena conciencia del don de la inocencia originaria, propia del hombre antes del pecado original. Aunque una barrera insuperable nos aparte de lo que el hombre fue entonces como varón y mujer, mediante el don de la gracia unida al misterio de la creación, y de lo que ambos fueron el uno para el otro, como don recíproco, sin embargo, intentamos comprender ese estado de inocencia originaria en conexión con el estado “histórico” del hombre después del pecado original: “status naturae lapsae simul et redemptae”.
Por medio de la categoría del “a posteriori histórico” tratamos de llegar al sentido originario del cuerpo y de captar el vínculo existente entre él y la índole de la inocencia originaria en la “experiencia del cuerpo”, como se hace notar de manera tan significativa en el relato del Libro del Génesis. Llegamos a la conclusión de que es importante y esencial precisar este vínculo, no sólo en relación con la “prehistoria teológica” del hombre, donde la convivencia del varón y la mujer estaba casi completamente penetrada por la gracia de la inocencia originaria, sino también en relación a su posibilidad de revelamos las raíces permanentes del aspecto humano y sobre todo teológico del “ethos” del cuerpo.
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4. El hombre entra en el mundo y casi en la trama íntima de su porvenir y de su historia, con la conciencia del significado esponsalicio del propio cuerpo, de la propia masculinidad y feminidad. La inocencia originaria dice que ese significado está condicionado “étnicamente” y además que, por su parte, constituye el porvenir del ethos humano. Esto es muy importante para la teología del cuerpo: es la razón por la que debemos construir esta teología “desde el principio”, siguiendo cuidadosamente las indicaciones de las palabras de Cristo.
En el misterio de la creación, el hombre y la mujer han sido “dados” por el Creador, de modo particular, el uno al otro, y esto no sólo en la dimensión de la primera pareja humana y de la primera comunión de personas, sino en toda la perspectiva de la existencia del género humano y de la familia humana. El hecho fundamental de esta existencia del hombre en cada una de las etapas de su historia es que Dios “los creó varón y mujer”; efectivamente, siempre los crea de este modo y siempre son así. La comprensión de los significados fundamentales, encerrados en el misterio mismo de la creación, como el significado esponsalicio del cuerpo (y de los condicionamientos fundamentales de este significado) es importante e indispensable para conocer quién es el hombre y quién debe ser, y, por tanto, cómo debería plasmar la propia actividad. Es cosa esencial e importante para el porvenir del ethos humano.
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5. Gén 2, 24 constata que los dos, varón y mujer, han sido creados para el matrimonio: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y vendrán a ser los dos una sola carne”. De este modo se abre una gran perspectiva creadora: que es precisamente la perspectiva de la existencia del hombre, que se renueva continuamente por medio de la “procreación” (se podría decir de la “autorreproducción”). Esta perspectiva está profundamente arraigada en la conciencia de la humanidad (Cfr. Gén 2, 23) y también en la conciencia particular del significado esponsalicio del cuerpo (Cfr. Gén 2, 25). El varón y la mujer, antes de convertirse en marido y esposa (en concreto hablará de ello a continuación Gén 4, 1), surgen del misterio de la creación ante todo como hermano y hermana en la misma humanidad. La comprensión del significado esponsalicio del cuerpo en su masculinidad y feminidad revela lo íntimo de su libertad, que es libertad de don. De aquí arranca esa comunión de personas en la que ambos se encuentran y se dan recíprocamente en la plenitud de su subjetividad. Así ambos crecen como personas-sujetos, y crecen recíprocamente el uno para el otro, incluso a través de su cuerpo y a través de esa “desnudez” libre de vergüenza. En esta comunión de personas está perfectamente asegurada toda la profundidad de la soledad originaria del hombre (del primero y de todos) y, al mismo tiempo, esta soledad viene a ser penetrada y ampliada de modo maravilloso por el don del “otro”. Si el hombre y la mujer dejan de ser recíprocamente don desinteresado, como lo eran el uno para el otro en el misterio de la creación, entonces se da cuenta de que “están desnudos” (Cfr. Gén 3). Y entonces nacerá en sus corazones la vergüenza de esa desnudez, que no habían sentido en el estado de inocencia originaria.
La inocencia originaria manifiesta y a la vez constituye el “ethos” perfecto del don.
Volveremos todavía sobre este tema.
[Enseñanzas 5, 138-140]
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1. La meditazione di oggi presuppone quanto già è stato acquisito dalle varie analisi fatte finora. Queste sono scaturite dalla risposta data da Gesù ai suoi interlocutori (1), i quali gli avevano posto una questione sul matrimonio, sulla sua indissolubilità e unità. Il Maestro aveva loro raccomandato di considerare attentamente ciò che era “da principio”. E proprio per questo, nel ciclo delle nostre meditazioni fino ad oggi, abbiamo cercato di riprodurre in qualche modo la realtà dell’unione, o meglio della comunione di persone, vissuta fin “da principio” dall’uomo e dalla donna. In seguito, abbiamo cercato di penetrare nel contenuto del conciso versetto 25 di Genesi 2: “Ora tutti e due erano nudi, l’uomo e sua moglie, ma non ne provavano vergogna”.
Queste parole fanno riferimento al dono dell’innocenza originaria, rivelandone il carattere in modo, per così dire, sintetico. La teologia, su questa base, ha costruito l’immagine globale dell’innocenza e della giustizia originaria dell’uomo, prima del peccato originale, applicando il metodo dell’oggettivizzazione, specifico della metafisica e dell’antropologia metafisica. Nella presente analisi cerchiamo piuttosto di prendere in considerazione l’aspetto della soggettività umana; questa, del resto, sembra trovarsi più vicina ai testi originari, specialmente al secondo racconto della creazione, cioè il testo jahvista.
1. Cfr. Matth. 19, 3-9; Marc. 10, 1-12.
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2. Indipendentemente da una certa diversità di interpretazione, sembra abbastanza chiaro che l`“esperienza del corpo”, quale possiamo desumere dal testo arcaico di Genesi 2, 23 e più ancora di Genesi 2, 25, indica un grado di “spiritualizzazione” dell’uomo, diverso da quello di cui parla lo stesso testo dopo il peccato originale, (Genesi 3) e che noi conosciamo dall’esperiennza dell’uomo “storico”. È una diversa misura di “spiritualizzazione”, che comporta un’altra composizione delle forze interiori nell’uomo stesso, quasi un altro rapporto corpo-anima, altre proporzioni interne tra la sensitività, la spiritualità, l’affettività, cioè un altro grado di sensibilità interiore verso i doni dello Spirito Santo. Tutto ciò condiziona lo stato di innocenza originaria dell’uomo ed insieme lo determina, permettendoci anche di comprendere il racconto della Genesi. La teologia ed anche il magistero della Chiesa hanno dato a queste fondamentali verità una propria forma (2).
1. / 2. “Si quis non confitetur primum hominem Adam, cum mandatum Dei in paradiso fuisset transgressus, statim sanctitatem et iustitiam, in qua constitutus fuerat, amisisse... anathema sit” (CONC. TRIDENT., sess. V. can. 1, 2: DB 788-789).
“Protoparentes in statu sanctitatis et iustitiae constituti fuerunt. (...) Status iustitiae originalis protoparentibus collatus, erat gratuitus et vere supernaturalis. (...) Protoparentes constituti sunt in statu naturae integrae, id est, immunes a concupiscentia, ignorantia, dolore et morte... singularique felicitate gaudebant. (...) Dona integritatis protoparentibus collata, erant gratuita et praeternaturalia” (A. TANQUEREY, Synopsis Theologiae Dogmaticae [Parisiis 1943], pp. 534-539).
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3. Intraprendendo l’analisi dell “principio” secondo la dimensione della teologia del corpo, lo facciamo basandoci sulle parole di Cristo, con le quali egli stesso si è riferito a quel “principio”. Quando disse: “Non avete letto che il Creatore da principio li creò maschio e femmina?” (3), ci ha ordinato e sempre ci ordina di ritornare alla profondità del mistero della creazione. E noi lo facciamo, avendo piena coscienza del dono dell’innocenza originaria, propria dell’uomo prima del peccato originale. Sebbene una insormontabile barriera ci divida da ciò che l’uomo è stato allora come maschio e femmina, mediante il dono della grazia unita al mistero della creazione, e da ciò che ambedue sono stati l’uno per l’altro, come dono reciproco, tuttavia cerchiamo di comprendere quello stato di innocenza originaria nel suo legame con lo stato “storico” dell’uomo dopo il peccato originale: “status naturae lapsae simul et redemptae”.
Per il tramite della categoria dello “a posteriori storico”, cerchiamo di giungere al senso originario del corpo, e di afferrare il legame esistente tra di esso e l’indole dell’innocenza originaria nell’“esperienza del corpo”, quale si pone in evidenza in modo così sìgnificativo nel racconto del Libro della Genesi. Arriviamo alla conclusione che è importante ed essenziale precisare questo legame, non soltanto nei confronti della “preistoria teologica” dell’uomo, in cui la convivenza dell’uomo e della donna era quasi completamente permeata dalla grazia dell’innocenza originaria, ma anche in rapporto alla sua possibilità di rivelarci le radici permanenti dell’aspetto umano e soprattutto teologico dell’ethos del corpo.
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4. L’uomo entra nel mondo e quasi nella più intima trama del suo avvenire e della sua storia, con la coscienza del significato sponsale del proprio corpo, della propria mascolinità e femminilità. L’innocenza originaria dice che quel significato è condizionato “eticamente” e inoltre che, da parte sua, costituisce l’avvenire dell’ethos umano. Questo è molto importante per la teologia del corpo: è la ragione per cui dobbiamo costruire questa teologia “dal principio”, seguendo accuratamente l’indicazione delle parole di Cristo.
Nel mistero della creazione, l’uomo e la donna sono stati “dati” dal Creatore, in modo particolare, l’uno all’altro, e ciò non soltanto nella dimensione di quella prima coppia umana e di quella prima comunione di persone, ma in tutta la prospettiva dell’esistenza del genere umano e della famiglia umana. Il fatto fondamentale di questa esistenza dell’uomo in ogni tappa della sua storia è che Dio “li creò maschio e femmina”; infatti sempre li crea in questo modo e sempre sono tali. La comprensione dei significati fondamentali, racchiusi nel mistero stesso della creazione, come il significato sponsale del corpo (e dei fondamentali condizionamenti di tale significato), è importante e indispensabile per conoscere chi sia l’uomo e chi debba essere, e quindi come dovrebbe plasmare la propria attività. È cosa essenziale e importante per l’avvenire dell’ethos umano.
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5. Genesi 2, 24 costata che i due, uomo e donna, sono stati creati per il matrimonio: “Per questo l’uomo abbandonerà suo padre e sua madre e si unirà a sua moglie e i due saranno una sola carne”. In tal modo si apre una grande prospettiva creatrice: che è appunto la prospettiva dell’esistenza dell’uomo, la quale continuamente si rinnova per mezzo della “procreazione” (si potrebbe dire dell’“autoriproduzione”). Tale prospettiva è profondamente radicata nella coscienza dell’umanità4 e anche nella particolare coscienza del significato sponsale del corpo (5). L’uomo e la donna, prima di diventare marito e moglie (in concreto ne parlerà in seguito Genesi 4, 1), emergono dal mistero della creazione prima di tutto come fratello e sorella nella stessa umanità. La comprensione del significato sponsale del corpo nella sua mascolinità e femminilità rivela l’intimo della loro libertà, che è libertà di dono.
Di qui inizia quella comunione di persone, in cui entrambi s’incontrano e si donano reciprocamente nella pienezza della loro soggettività. Così ambedue crescono come persone-soggetti, e crescono reciprocamente l’uno per l’altro anche attraverso il loro corpo e attraverso quella “nudità” libera da vergogna. In questa comunione di persone viene perfettamente assicurata tutta la profondità della solitudine originaria dell’uomo (del primo e di tutti) e, nello stesso tempo, tale solitudine diventa in modo meraviglioso permeata ed allargata dal dono dell’“altro”. Se l’uomo e la donna cessano di essere reciprocamente dono disinteressato, come lo erano l’uno per l’altro, nel mistero della creazione, allora riconoscono di “esser nudi” (6). Ed allora nascerà nei loro cuori la vergogna di quella nudità, che non avevano sentita nello stato di innocenza originaria.
L’innocenza originaria manifesta ed insieme costituisce l’ethos perfetto del dono.
Su questo argomento ritorneremo ancora.
[Insegnamenti GP II, 3/1, 378-381]
4. Cf. Gen. 2, 23.
5. Ibid. 2, 25.
6. Cf. Gen. 3.