[0877] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LOS PROBLEMAS DEL MATRIMONIO A LA LUZ DE LA “VISIÓN INTEGRAL DEL HOMBRE”
Alocución Il nostro incontro, en la Audiencia General, 2 abril 1980
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Reanudemos ahora el desarrollo del tema que nos ocupa ya desde hace algún tiempo.
1. El Evangelio según Mateo y según Marcos nos refiere la respuesta que Cristo dio a los fariseos cuando le preguntaron acerca de la indisolubilidad del matrimonio, remitiéndose a la ley de Moisés, que admitía, en ciertos casos, la práctica del llamado libelo de repudio. Recordándoles los primeros capítulos del Libro del Génesis, Cristo respondió: “¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y mujer? Y dijo: Por esto dejará el hombre al padre y a la madre, y se unirá a la mujer, y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió no lo separe el hombre”. Luego, refiriéndose a su pregunta sobre la ley de Moisés, Cristo añadió: “Por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así” (Mt 19, 3 ss; Mc 10, 2 ss). En su respuesta Cristo se remitió dos veces al “principio” y, por esto, también nosotros, en el curso de nuestros análisis, hemos tratado de esclarecer del modo más profundo posible el significado de este “principio”, que es la primera herencia de cada uno de los seres humanos en el mundo, varón y mujer, el primer testimonio de la identidad humana según la palabra revelada, la primera fuente de la certeza de su vocación como persona creada a imagen de Dios mismo.
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2. La respuesta de Cristo tiene un significado histórico, pero no sólo histórico. Los hombres de todos los tiempos plantean la pregunta sobre el mismo tema. También lo hacen nuestros contemporáneos, los cuales, sin embargo, en sus preguntas no se remiten a la ley de Moisés, que admitía el libelo de repudio, sino a otras circunstancias y a otras leyes. Estas preguntas suyas están cargadas de problemas desconocidos a los interlocutores contemporáneos de Cristo. Sabemos qué preguntas concernientes al matrimonio y a la familia han hecho al último Concilio, al Papa Pablo VI, y se formulan continuamente en el período posconciliar, día tras día, en las más diversas circunstancias. Las hacen muchas personas, esposos, novios, jóvenes, pero también escritores, publicistas, políticos, economistas, demógrafos; en una palabra: la cultura y la civilización contemporáneas.
Pienso que entre las respuestas que Cristo daría a los hombres de nuestro tiempo y a sus preguntas, frecuentemente tan impacientes, todavía sería fundamental la que dio a los fariseos. Al contestar a sus preguntas, Cristo se remitiría ante todo al “principio”. Lo haría quizá de modo tanto más decisivo y esencial cuanto que la situación interior y a la vez cultural del hombre de hoy parece alejarse de ese “principio” y asumir formas y dimensiones que divergen de la imagen bíblica del “principio” en puntos evidentemente cada vez más distantes.
Sin embargo, Cristo no quedaría “sorprendido” por ninguna de estas situaciones, y supongo que continuaría haciendo referencia sobre todo al “principio”.
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3. Por esto la respuesta de Cristo exigía un análisis particularmente profundo. En efecto, esa respuesta evoca verdades fundamentales y elementales sobre el ser humano, como varón y mujer. Es la respuesta a través de la cual entrevemos la estructura misma de la identidad humana en las dimensiones del misterio de la creación y, al mismo tiempo, en la perspectiva del misterio de la redención. Sin esto, no hay modo de construir una antropología teológica y, en su contexto, una “teología del cuerpo”, de la que traiga origen también la visión plenamente cristiana del matrimonio y de la familia. Lo puso de relieve Pablo VI cuando en su Encíclica dedicada a los problemas del matrimonio y de la procreación, en su significado humana y cristianamente responsable, hizo referencia a la “visión integral del hombre” (Humanae vitae, 7). Se puede decir que, en la respuesta a los fariseos, Cristo presentó a los interlocutores también esta “visión integral del hombre”, sin la cual no se puede dar respuesta alguna adecuada a las preguntas relacionadas con el matrimonio y la procreación. Precisamente esta visión integral del hombre debe ser construida según el “principio”.
Esto es igualmente válido para la mentalidad contemporánea, tal como lo era, aun cuando de modo diverso, para los interlocutores de Cristo. Efectivamente, somos hijos de una época en la que, por el desarrollo de varias disciplinas, esta visión integral del hombre puede ser fácilmente rechazada y sustituida por múltiples concepciones parciales que, deteniéndose sobre uno u otro aspecto del compositum humanum, no alcanzan al integrum del hombre, o lo dejan fuera del propio campo visivo. Se insertan luego diversas tendencias culturales que –según estas verdades parciales– formulan sus propuestas e indicaciones prácticas sobre el comportamiento humano y, aún más frecuentemente, sobre cómo comportarse con el “hombre”. El hombre se convierte, pues, más en un objeto de determinadas técnicas que en el sujeto responsable de la propia acción. La respuesta que Cristo dio a los fariseos exige también que el hombre, varón y mujer, sea este sujeto, es decir, un sujeto que decida sobre sus propias acciones a la luz de la verdad integral sobre sí mismo, en cuanto verdad originaria, o sea, fundamento de las experiencias auténticamente humanas. Ésta es la verdad que Cristo nos hace buscar en el “principio”. Por eso nos dirigimos a los primeros capítulos del Génesis.
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4. El estudio de estos capítulos, acaso más que de otros, nos hace conscientes del significado y de la necesidad de la “teología del cuerpo”. El “principio” nos dice relativamente poco sobre el cuerpo humano, en el sentido naturalista y contemporáneo de la palabra. Desde este punto de vista, en el estudio presente nos encontramos a un nivel del todo precientífico. No sabemos casi nada sobre las estructuras interiores y sobre las regulaciones que reinan en el organismo humano. Sin embargo, al mismo tiempo –quizá a causa de la antigüedad del texto–, la verdad importante para la visión integral del hombre se revela de modo más sencillo y pleno. Esta verdad se refiere al significado del cuerpo humano en la estructura del sujeto personal. Sucesivamente, la reflexión sobre esos textos arcaicos nos permite extender este significado a toda la esfera de la intersubjetividad humana, especialmente en la perenne relación varón-mujer. Gracias a esto adquirimos, según esta relación, una óptica que debemos poner necesariamente en la base de toda la ciencia contemporánea acerca de la sexualidad humana, en sentido biofisiológico. Esto no quiere decir que debamos renunciar a esta ciencia o privarnos de sus resultados. Al contrario: si éstos deben servir para enseñarnos algo sobre la educación del hombre, en su masculinidad y feminidad, y acerca de la esfera del matrimonio y de la procreación, es necesario –a través de todos y cada uno de los elementos de la ciencia contemporánea– llegar siempre a lo que es fundamental y esencialmente personal, tanto en cada individuo, varón o mujer, cuanto en sus relaciones recíprocas.
Y precisamente en este punto es donde la reflexión sobre el texto arcaico del Génesis se manifiesta insustituible. Constituye realmente el “principio” de la teología del cuerpo. El hecho de que la teología comprenda también al cuerpo no debe maravillar ni sorprender a nadie que sea consciente del misterio y de la realidad de la Encarnación. Por el hecho de que el Verbo de Dios se ha hecho carne, el cuerpo ha entrado, diría, por la puerta principal en la teología, esto es, en la ciencia que tiene como objeto la divinidad. La Encarnación –y la redención que brota de ella– se ha convertido también en la fuente definitiva de la sacramentalidad del matrimonio, del que trataremos más ampliamente a su debido tiempo.
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5. Las preguntas que se plantean al hombre contemporáneo son también preguntas de los cristianos: de aquéllos que se preparan para el sacramento del matrimonio o de aquéllos que ya viven en el matrimonio, que es el sacramento de la Iglesia. Éstas no son sólo las preguntas de las ciencias, sino, y aún más, las preguntas de la vida humana. Muchos hombres y muchos cristianos buscan en el matrimonio la realización de su vocación. Muchos quieren encontrar en él el camino de la salvación y de la santidad.
Para ellos es particularmente importante la respuesta que Cristo dio a los fariseos, celadores del Antiguo Testamento. Los que buscan la realización de la propia vocación humana y cristiana en el matrimonio, ante todo están llamados a hacer de esta “teología del cuerpo”, cuyo “principio” encuentran en los primeros capítulos del Génesis, el contenido de su vida y de su comportamiento. Efectivamente, ¡cuán indispensable es, en el camino de esta vocación, la conciencia profunda del significado del cuerpo, en su masculinidad y feminidad!, ¡cuán necesaria es una conciencia precisa del significado esponsalicio del cuerpo, de su significado generador, dado que todo esto, que forma el contenido de la vida de los esposos, debe encontrar constantemente su dimensión plena y personal en la convivencia, en el comportamiento, en los sentimientos! Y esto tanto más en el trasfondo de una civilización que está bajo la presión de un modo de pensar y valorar materialista y utilitario. La biofisiología contemporánea puede suministrar muchas informaciones precisas sobre la sexualidad humana. Sin embargo, el conocimiento de la dignidad personal del cuerpo humano y del sexo se saca también de otras fuentes. Una fuente particular es la Palabra de Dios mismo, que contiene la revelación del cuerpo, ésa que se remonta al “principio”.
¡Qué significativo es que Cristo, en la respuesta a todas estas preguntas, mande al hombre volver, en cierto modo, al umbral de su historia teológica! Le ordena ponerse en el límite entre la inocencia-felicidad originaria y la herencia de la primera caída. ¿Acaso no le quiere decir, de este modo, que el camino por el que Él conduce al hombre, varón-mujer, en el sacramento del matrimonio, esto es, el camino de la “redención del cuerpo”, debe consistir en recuperar esta dignidad en la que se realiza simultáneamente el auténtico significado del cuerpo humano, su significado personal y “de comunión”?
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6. Por ahora terminamos la primera parte de nuestras meditaciones dedicadas a este tema tan importante. Para dar una respuesta más exhaustiva a nuestras preguntas, tal vez apremiantes, sobre el matrimonio –o todavía más exactamente: sobre el significado del cuerpo–, no podemos detenemos solamente en lo que Cristo respondió a los fariseos, haciendo referencia al “principio” (Cfr. Mt 19, 3 ss.; Mc 10, 2 ss.). También debemos tomar en consideración todas las demás enunciaciones, entre las cuales destacan especialmente dos, de carácter particularmente sintético: la primera, la del Sermón de la Montaña, a propósito de las posibilidades del corazón humano respecto a la concupiscencia del cuerpo (Cfr. Mt 5, 8), y la segunda, aquélla en que Jesús se refiere a la resurrección futura (Cfr. Mt 22, 24-30; Mc 12, 18-27; Lc 20, 27-36).
Estas dos enunciaciones serán objeto de nuestras sucesivas reflexiones.
[Enseñanzas 5, 160-164]
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Riprendiamo, ora, la trattazione del tema che ci occupa ormai da qualche tempo.
1. Il Vangelo secondo Matteo e quello secondo Marco ci riportano la risposta data da Cristo ai farisei, quando lo interrogarono circa l’indissolubilità del matrimonio, richiamandosi alla legge di Mosè, che ammetteva, in certi casi, la pratica del cosiddetto libello di ripudio. Ricordando loro i primi capitoli del Libro della Genesi, Cristo rispose: “Non avete letto che il Creatore da principio li creò maschio e femmina e disse: Per questo l’uomo lascerà suo padre e sua madre e si unirà a sua moglie e i due saranno una carne sola? Così che non sono più due, ma una carne sola. Quello, dunque, che Dio ha congiunto, l’uomo non lo separi”. Poi, rifacendosi alla loro domanda sulla legge di Mosè, Cristo aggiunse: “Per la durezza del vostro cuore Mosè vì ha permesso di ripudiare le vostre mogli, ma da principio non fu così” (1). Nella sua risposta, Cristo si richiamò due volte al “principio”, e perciò anche noi, nel corso delle nostre analisi, abbiamo cercato di chiarire nel modo più profondo possibile il significato di questo “principio”, che è la prima eredità di ogni essere umano nel mondo, uomo e donna, prima attestazione dell’identità umana secondo la parola rivelata, prima sorgente della certezza della sua vocazione come persona creata ad immagine di Dio stesso.
1. Matth. 19, 3 ss; Marc. 10, 2 ss.
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2. La risposta di Cristo ha un significato storico, ma non soltanto storico. Gli uomini di tutti i tempi pongono il quesito sullo stesso tema. Lo fanno anche i nostri contemporanei, i quali però nelle loro domande non si richiamano alla legge di Mosè, che ammetteva il libello di ripudio, ma ad altre circostanze e ad altre leggi. Questi loro quesiti sono carichi di problemi sconosciuti agli interlocutori contemporanei di Cristo. Sappiamo quali domande concernenti il matrimonio e la famiglia siano state rivolte all’ultimo Concilio, al Papa Paolo VI, e vengano continuamente formulate nel periodo post-conciliare, giorno per giorno, nelle più varie circostanze. Le rivolgono persone singole, coniugi, fidanzati, giovani, ma anche scrittori, pubblicisti, politici, economisti, demografi, insomma, la cultura e la civiltà contemporanea.
Penso che fra le risposte, che Cristo darebbe agli uomini dei nostri tempi e ai loro interrogativi, spesso tanto impazienti, fondamentale sarebbe ancora quella da lui data ai farisei. Rispondendo a quegli interrogativi, Cristo si richiamerebbe innanzitutto al “principio”. Lo farebbe forse in modo tanto più deciso ed essenziale, in quanto la situazione interiore e insieme culturale dell’uomo d’oggi sembra allontanarsi da quel “principio” ed assumere forme e dimensioni, che divergono dall’immagine biblica del “principio” in punti evidentemente sempre più distanti.
Tuttavia, Cristo non sarebbe “sorpreso” da nessuna di queste situazioni, e suppongo che continuerebbe a far riferimento soprattutto al “principio”.
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3. È per questo che la risposta di Cristo esigeva una analisi particolarmente approfondita. Infatti, in quella risposta sono state richiamate verità fondamentali ed elementari sull’essere umano, come uomo e donna. È la risposta, attraverso la quale intravvediamo la struttura stessa della identità umana nelle dimensioni del mistero della creazione e, ad un tempo, nella prospettiva del mistero della redenzione. Senza di ciò non c’è modo di costruire un’antropologia teologica e, nel suo contesto, una “teologia del corpo”, da cui tragga origine anche la visione, pienamente cristiana, del matrimonio e della famiglia. Lo ha rilevato Paolo VI cuando nella sua enciclica dedicata ai problemi del matrimonio e della procreazione, nel suo significato umanamente e cristianamente responsabile, si è richiamato alla “visione integrale dell’uomo” (2). Si può dire che, nella risposta ai farisei, Cristo ha prospettato agli interlocutori anche questa “visione integrale dell’uomo”, senza la quale non può essere data alcuna risposta adeguata agli interrogativi connessi con il matrimonio e la procreazione. Proprio questa visione integrale dell’uomo deve essere costruita dal “principio”.
Ciò è parimenti valido per la mentalità contemporanea, così come lo era, anche se in modo diverso, per gli interlocutori di Cristo. Siamo, infatti, figli di un’epoca, in cui per lo sviluppo di varie discipline, questa visione integrale dell’uomo può essere facilmente rigettata e sostituita da molteplici concezioni parziali, le quali, soffermandosi sull’uno o sull’altro aspetto del compositum humanum, non raggiungono l’integrum dell’uomo, o lo lasciano al di fuori del proprio campo visivo. Vi si inseriscono, poi, diverse tendenze culturali, che –in base a queste verità parziali– formulano le loro proposte e indicazioni pratiche sul comportamento umano e, ancor più spesso, su come comportarsi con l’“uomo”. L’uomo diviene allora più un oggetto di determinate tecniche che non il soggetto responsabile della propria azione. La risposta data da Cristo ai farisei vuole anche che l’uomo, maschio e femmina, sia tale soggetto, cioè un soggetto che decida delle proprie azioni alla luce dell’integrale verità su se stesso, in quanto verità originaria, ossia fondamento delle esperienze autenticamente umane. È questa la verità che Cristo ci fa cercare dal “principio”. Così ci rivolgiamo ai primi capitoli del Libro della Genesi.
2. PAULI VI, Humanae vitae, 7 [1968 07 25/7].
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4. Lo studio di questi capitoli, forse più che di altri, ci rende coscienti del significato e della necessità della “teologia del corpo”. Il “principio” ci dice relativamente poco sul corpo umano, nel senso naturalistico e contemporaneo della parola. Da questo punto di vista, nel presente studio, ci troviamo ad un livello del tutto prescientifico. Non sappiamo quasi nulla sulle strutture interiori e sulle regolarità che regnano nell’organismo umano. Tuttavia, al tempo stesso –forse proprio a motivo dell’antichità del testo– la verità importante per la visione integrale dell’uomo si rivela in modo più semplice e pieno. Questa verità riguarda il significato del corpo umano nella struttura del soggetto personale. Successivamente, la riflessione su quei testi arcaici ci permette di estendere tale significato a tutta la sfera dell’intersoggettività umana, specie nel perenne rapporto uomo-donna. Grazie a ciò, acquistiamo nei confronti di questo rapporto un’ottica, che dobbiamo necessariamente porre alla base di tutta la scienza contemporanea circa la sessualità umana, in senso biofisiologico. Ciò non vuol dire che dobbiamo rinunciare a questa scienza o privarci dei suoi risultati. Al contrario: se questi devono servire a insegnarci qualcosa sull’educazione dell’uomo, nella sua mascolinità e femminilità, e circa la sfera del matrimonio e della procreazione, occorre –attraverso tutti i singoli elementi della scienza contemporanea– giungere sempre a ciò che è fondamentale ed essenzialmente personale, tanto in ogni individuo, uomo o donna, quanto nei loro rapporti reciproci.
Ed è proprio a questo punto che la riflessione sull’arcaico testo della Genesi si rivela insostituibile. Esso costituisce realmente il “principio” della teologia del corpo. Il fatto che la teologia comprenda anche il corpo non deve meravigliare né sorprendere nessuno che sia cosciente del mistero e della realtà dell’Incarnazione. Per il fatto che il Verbo di Dio si è fatto carne, il corpo è entrato, direi, attraverso la porta principale nella teologia, cioè nella scienza che ha per oggetto la divinità. L’Incarnazione –e la redenzione che ne scaturisce– è divenuta anche la sorgente definitiva della sacramentalità del matrimonio, di cui, al tempo opportuno tratteremo più ampiamente.
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5. Gli interrogativi posti dall’uomo contemporaneo sono anche quelli dei cristiani: di coloro che si preparano al Sacramento del Matrimonio o di coloro che vivono già nel matrimonio, che è il sacramento della Chiesa. Queste non soltanto sono le domande delle scienze, ma, ancor più, le domande della vita umana. Tanti uomini e tanti cristiani nel matrimonio cercano il compimento della loro vocazione. Tanti vogliono trovare in esso la via della salvezza e della santità.
Per loro è particolarmente importante la risposta data da Cristo ai farisei, zelatori dell’Antico Testamento. Coloro che cercano il compimento della propria vocazione umana e cristiana nel matrimonio, prima di tutto sono chiamati a fare di questa “teologia del corpo”, di cui troviamo il “principio” nei primi capitoli del Libro della Genesi, il contenuto della loro vita e del loro comportamento. Infatti, quanto è indispensabile, sulla strada di questa vocazione, la coscienza approfondita del significato del corpo, nella sua mascolinità e femminilità! quanto è necessaria una precisa coscienza del significato sponsale del corpo, del suo significato generatore, dato che tutto ciò, che forma il contenuto della vita degli sposi, deve costantemente trovare la sua dimensione piena e personale nella convivenza, nel comportamento, nei sentimenti! E ciò, tanto più sullo sfondo di una civiltà, che rimane sotto la pressione di un modo di pensare e di valutare materialistico ed utilitario. La biofisiologia contemporanea può fornire molte informazioni precise sulla sessualità umana. Tuttavia, la conoscenza della dignità personale del corpo umano e del sesso va attinta ancora ad altre fonti. Una fonte particolare è la parola di Dio stesso, che contiene la rivelazione del corpo, quella risalente al “principio”.
Quanto è significativo che Cristo, nella risposta a tutte queste domande, ordini all’uomo di ritornare, in certo modo, alla soglia della sua storia teologica! Gli ordina di mettersi al confine tra l’innocenza-felicità originaria e l’eredità della prima caduta. Non gli vuole forse dire, in questo modo, che la via sulla quale Egli conduce l’uomo, maschio-femmina, nel Sacramento del Matrimonio, cioè la via della “redenzione del corpo”, deve consistere nel ricuperare questa dignità in cui si compie, simultaneamente, il vero significato del corpo umano, il suo significato personale e “di comunione”?
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6. Per ora, terminiamo la prima parte delle nostre meditazioni dedicate a questo tema tanto importante. Per dare una risposta più esauriente alle nostre domande, talvolta ansiose, sul matrimonio –o ancor più esattamente: sul significato del corpo– non possiamo soffermarci soltanto su ciò che Cristo rispose ai farisei, facendo riferimento al “principio” (3). Dobbiamo anche prendere in considerazione tutte le altre sue enunciazioni, tra le quali ne emergono specialmente due, di carattere particolarmente sintetico: la prima, dal discorso sulla montagna, a proposito delle possibilità del cuore umano rispetto alla concupiscenza del corpo (4), e la seconda, quando Gesù si richiamò alla futura risurrezione (5).
Queste due enunciazioni intendiamo far oggetto delle nostre successive riflessioni.
[Insegnamenti GP II, 3/1, 788-793]
3. Cf. Matth. 19, 3 ss.; Marc. 10, 2 ss.
4. Cf. Matth. 5, 8.
5. Cf. ibid. 22, 24-30; Marc. 12, 18-27; Luc. 20, 27-36.