[0879] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL PECADO DE ADULTERIO
Alocución Come argomento, en la Audiencia General, 16 abril 1980
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1. Como tema de nuestras futuras reflexiones –en el ámbito de los encuentros del miércoles– quiero desarrollar la siguiente afirmación de Cristo, que forma parte del Sermón de la Montaña: “Habéis oído que fue dicho: No adulterarás. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt 5, 27-28). Parece que este pasaje tiene un significado-clave para la teología del cuerpo, igual que aquél en el que Cristo hizo referencia al “principio”, y que nos ha servido de base para los análisis precedentes. Entonces hemos podido darnos cuenta de lo amplio que ha sido el contexto de una frase, más aún, de una palabra pronunciada por Cristo. Se ha tratado no sólo del contexto inmediato, surgido en el curso de la conversación con los fariseos, sino del contexto global, que no podemos penetrar sin remontamos a los primeros capítulos del Libro del Génesis (omitiendo las referencias que hay allí a los otros libros del Antiguo Testamento). Los análisis precedentes han demostrado cuán amplio es el contexto que comporta la referencia de Cristo al “principio”.
La enunciación a la que ahora nos referimos, esto es, Mt 5, 27-28, nos introducirá con seguridad no sólo en el contexto inmediato en que aparece, sino también en su contexto más amplio, en el contexto global, por medio del cual se nos revelará gradualmente el significado-clave de la teología del cuerpo. Esta enunciación constituye uno de los pasajes del Sermón de la Montaña, en los que Jesucristo realiza una revisión fundamental del modo de comprender y cumplir la ley moral de la Antigua Alianza. Esto se refiere, sucesivamente, a los siguientes mandamientos del Decálogo: al quinto, “no matarás” (Cfr. Mt 5, 21-26); al sexto, “no adulterarás” (Cfr. Mt 5, 27-32) –es significativo que al final de este pasaje aparezca también la cuestión del “libelo de repudio” (Cfr. Mt 5, 31-32), a la que alude ya el capítulo anterior– y al octavo mandamiento según el texto del libro del Éxodo (Cfr. Éx 20, 7): “no perjurarás, antes cumplirás al Señor tus juramentos” (Cfr. Mt 5, 33-37).
Sobre todo, son significativas las palabras que preceden a estos artículos –y a los siguientes– del Sermón de la Montaña, palabras con las que Jesús declara: “No penséis que he venido a abrogar la ley o los profetas; no he venido a abrogarla, sino a consumarla” (Mt 5, 17). En las frases que siguen, Jesús explica el sentido de esta contraposición y la necesidad del “cumplimiento” de la ley para realizar el Reino de Dios: “El que... practicare y enseñare (estos mandamientos), éste será tenido por grande en el Reino de los cielos” (Mt 5, 19). “Reino de los cielos” significa Reino de Dios en la dimensión escatológica. El cumplimiento de la ley condiciona, de modo fundamental, este Reino en la dimensión temporal de la existencia humana. Sin embargo, se trata de un cumplimiento que corresponde plenamente al sentido de la ley, del Decálogo, de cada uno de los mandamientos. Sólo este cumplimiento construye esa justicia que Dios-Legislador ha querido. Cristo-Maestro advierte que no se dé una interpretación humana de toda la ley y de cada uno de los mandamientos contenidos en ella, tal, que no construya la justicia que quiere Dios-Legislador: “Si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos” (Mt 5, 20).
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2. En este contexto aparece la enunciación de Cristo según Mt 5, 27-28, que tratamos de tomar como base para los análisis presentes, considerándola juntamente con la otra enunciación según Mt 19, 3-9 (y Mc 10), como clave de la teología del cuerpo. Ésta, lo mismo que la otra, tiene carácter explícitamente normativo. Confirma el principio de la moral humana contenida en el mandamiento “no adulterarás” y, al mismo tiempo, determina una apropiada y plena comprensión de este principio, esto es, una comprensión del fundamento y a la vez de la condición para su “cumplimiento” adecuado; esto se considera precisamente a la luz de las palabras de Mt 5, 17-20, ya referidas antes, sobre las que hemos llamado la atención hace poco. Se trata aquí, por un lado, de adherirse al significado que Dios-Legislador ha encerrado en el mandamiento “no adulterarás” y, por otro, de cumplir esa justicia, por parte del hombre, que debe “sobreabundar” en el hombre mismo, esto es, debe alcanzar en él su plenitud específica. Éstos son, por así decirlo, los dos aspectos del “cumplimiento” en el sentido evangélico.
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3. Nos hallamos así en la plenitud del ethos, o sea, en lo que puede ser definido la forma interior, como el alma de la moral humana. Los pensadores contemporáneos (por ejemplo, Scheler) ven en el Sermón de la Montaña un gran cambio precisamente en el campo del ethos1. Una moral viva, en el sentido existencial, no se forma solamente con las normas que revisten la forma de los mandamientos, de los preceptos y de las prohibiciones, como en el caso de “no adulterarás”. La moral en la que se realiza el sentido mismo del ser hombre –que es, al mismo tiempo, cumplimiento de ley mediante la “sobreabundancia” de la justicia a través de la vitalidad subjetiva– se forma en la percepción interior de los valores, de la que nace el deber como expresión de la conciencia, como respuesta del propio “yo” personal. El ethos nos hace entrar simultáneamente en la profundidad de la norma misma y descender al interior del hombre-sujeto de la moral. El valor moral está unido al proceso dinámico de la intimidad del hombre. Para alcanzarlo no basta detenerse “en la superficie” de las acciones humanas; es necesario penetrar precisamente en el interior.
11 / 12. “Ich kenne kein grandioseres Zeugnis für eine solche Neuerschliessung eines ganzen Wertbereiches, die das ältere Ethos relativiert, als die Bergpredigt, die auch in ihrer Form als Zeugnis solcher Neuerschliessung und Relativierung der älteren ‘Gesetzes’-werte sich überall kundgibt: ‘Ich aber sage euch’ ” (MAX SCHELER, Der Formalismus in der Ethik und die materiale Wertethik, Halle a.d.S., Verlag M. Niemeyer, 1921, p. 316, n. 1).
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4. Además del mandamiento “no adulterarás”, el Decálogo dice también “no desearás la mujer del... prójimo” (2). En la enunciación del Sermón de la Montaña, Cristo une, en cierto sentido, el uno con el otro: “El que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón”. Sin embargo, no se trata tanto de distinguir el alcance de esos dos mandamientos del Decálogo cuanto de poner de relieve la dimensión de la acción interior, a la que se refieren las palabras “no adulterarás”. Esta acción encuentra su expresión visible en el “acto del cuerpo”, acto en el que participan el hombre y la mujer contra la ley que lo permite exclusivamente en el matrimonio. La casuística de los libros del Antiguo Testamento, que tendía a investigar lo que, según criterios exteriores, constituía este “acto del cuerpo” y, al mismo tiempo, se orientaba a combatir el adulterio, abría a éste varias “escapatorias” legales (3). De este modo, basándose en múltiples compromisos “por la dureza del... corazón” (Mt 19, 8), el sentido del mandamiento, querido por el Legislador, sufría una deformación. Se apoyaba en la observancia meramente legal de la fórmula, que no “sobreabundaba” en la justicia interior de los corazones.
Cristo da otra dimensión a la esencia del problema cuando dice: “El que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón”. (Según traducciones antiguas: “ya la hizo adúltera en su corazón”, fórmula que parece ser más exacta)4.
Así, pues, Cristo apela al hombre interior. Lo hace muchas veces y en diversas circunstancias. En este caso aparece particularmente explícito y elocuente no sólo respecto a la configuración del ethos evangélico, sino también respecto al modo de ver al hombre. Por tanto, no es sólo la razón ética, sino también la antropológica la que nos aconseja detenemos más largamente sobre el texto de Mt 5, 27-28, que contiene las palabras que Cristo pronunció en el Sermón de la Montaña.
[Enseñanzas 5, 168-171]
12 / 13. Cfr. Ex. 20, 17; Dt. 5, 21.
13. Sobre esto, cfr. la continuación de las meditaciones presentes.
4. El texto de la Vulgata ofrece una traducción fiel del original: iam moechatus est eam in corde suo. Efectivamente, el verbo griego moicheúo es transitivo. En cambio, en las modernas lenguas europeas, “adulterar” es un verbo intransitivo; de donde la versión “ha cometido adulterio con ella”. Y así:
En italiano: “... ha già commesso adulterio con lei nel suo cuore” (versión a cargo de la Conferencia Episcopal Italiana, 1971: muy similar la versión del Pontificio Instituto Bíblico, 1961, y la versión a cargo de S. Garofalo, 1966).
En francés: “... a déjà commis, dans son coeur, l’adultère avec elle” (Biblia de Jerusalén [París, 1973; traducción ecuménica, París, 1972], Crampon); sólo Fillion traduce: “A déjà commis l’adultère dans son coeur”.
En inglés: “... has already committed adultery with her in his heart” (versión de Dounai, 1582; igualmente la versión Standard revisada, de 1611 a 1966; R. KNOX, Nueva Biblia en inglés, en Biblia de Jerusalén, 1966).
En alemán:“... hat in seinem Herzen schon Ehebruch mit ihr begangen” (traducción unificada de la Sagrada Escritura, por encargo de los obispos de los países de lengua alemana, 1979).
En español: “... ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Bibl. Societ., 1966).
En portugués: “... já cometeu adulterio com ela no seu coração” (M. Soares, São Paulo, 1933).
En polaco: Traducción antigua: “... ju˙z j¸a scudzo´lo˙zy´l w sercu swoim”; última traducción: “... ju˙z si¸e w swoim sercu dopu´sci´l z ni¸a cudzo´lóstwa” (Biblia Tysiaclecia).
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1. Come argomento delle nostre future riflessioni –nell’ambito degli incontri del mercoledì– desidero sviluppare la seguente affermazione di Cristo, che fa parte del discorso della montagna: “Avete inteso che fu detto: Non commettere adulterio; ma io vi dico: chiunque guarda una donna per desiderarla, ha già commesso adulterio con lei nel suo cuore” (1). Sembra che questo passo abbia per la teologia del corpo un significato-chiave, como quello, in cui Cristo ha fatto riferimento al “principio”, e che ci è servito di base per le precedenti analisi. Allora abbiamo potuto renderci conto di quanto ampio sia stato il contesto di una frase, anzi di una parola pronunziata da Cristo. Si è trattato non soltanto del contesto immediato, emerso nel corso del colloquio con i farisei, ma del contesto globale, che non possiamo penetrare senza risalire ai primi capitoli del Libro della Genesi (traslasciando ciò che ivi si riferisce agli altri libri dell’Antico Testamento). Le precedenti analisi hanno dimostrato quanto esteso sia il contenuto che comporta il riferimento di Cristo al “principio”.
L’enunciazione, alla quale ora ci rifacciamo, cioè Matth. 5, 27-28 c’introdurrà con sicurezza –oltre che nel contesto immediato in cui compare– anche nel suo contesto più ampio, nel contesto globale, per il cui tramite ci si rivelerà gradualmente il significato-chiave della teologia del corpo. Questa enunciazione costituisce uno dei passi del discorso della montagna, in cui Gesù Cristo attua una revisione fondamentale del modo di comprendere e compiere la legge morale dell’Antica Alleanza. Ciò si riferisce, in ordine, ai seguenti comandamenti del Decalogo: al quinto “non uccidere” (2), al sesto “non commettere adulterio” (3) –è significativo che alla fine di questo passo compaia anche la questione dell’atto di ripudio” (4), accennata già nel capitolo precedente– e all’ottavo comandamento secondo il testo del libro dell’Esodo (5) “non spergiurare, ma adempi con il Signore i tuoi giuramenti” (6).
Significative sono soprattutto le parole che precedono questi articoli –e i seguenti– del discorso della montagna, parole con le quali Gesù dichiara: “Non pensate che io sia venuto ad abolire la Legge o i Profeti; non sono venuto ad abolire, ma a dare compimento” (7). Nelle frasi che seguono, Gesù spiega il senso di tale contrapposizione e la necessità del “compimento” della Legge al fine di realizzare il regno di Dio: “Chi... osserverà (questi Comandamenti) e li insegnerà agli uomini, sarà considerato grande nel regno dei cieli” (8). “Regno dei cieli” significa regno di Dio nella dimensione escatologica. Il compimento della Legge condiziona, in modo fondamentale, questo regno nella dimensione temporale dell’esistenza umana. Si tratta tuttavia di un compimento che corrisponde pienamente al senso della Legge, del Decalogo, dei singoli comandamenti. Soltanto tale compimento costruisce quella giustizia che Dio-Legislatore ha voluto. Cristo-Maestro ammonisce di non dare una tale interpretazione umana di tutta la Legge e dei singoli comandamenti, in essa contenuti, che non costruisca la giustizia voluta da Dio-Legislatore: “Se la vostra giustizia non supererà quella degli scribi e dei farisei, non entrerete nel regno dei cieli” (9).
1. Matth. 5, 27-28.
2. Cf. Matth. 5, 21-26.
3. Cf. ibid. 5, 27-32.
4. Cf. ibid. 5, 31-32.
5. Cf. Ex. 20, 7.
6. Cf. Matth. 5, 33-37.
7. Cf. ibid. 5, 17.
8. Cf. ibid. 5, 19.
19. Cf. ibid. 5, 20.
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2. In tale contesto compare l’enunciazione di Cristo secondo Matth 5, 27-28, che intendiamo prendere come base per le presenti analisi, considerandola, insieme con l’altra enunciazione secondo Matth 19, 3-910, come chiave della teologia del corpo. Questa, al pari dell’altra, ha carattere esplicitamente normativo. Conferma il principio della morale umana contenuta nel comandamento “non commettere adulterio”, e, al tempo stesso, determina un’appropriata e piena comprensione di questo principio, cioè una comprensione del fondamento ed insieme della condizione per un suo adeguato “compimento”; questo va appunto considerato alla luce delle parole di Matth 5, 17-20, già prima riferite, sulle quali abbiamo poco fa richiamato l’attenzione. Si tratta qui, da un lato, di aderire al significato che Dio-Legislatore ha racchiuso nel comandamento “non commettere adulterio”, e dall’altro lato, di compiere quella “giustizia” da parte dell’uomo, la quale deve “sovrabbondare” nell’uomo stesso, cioè in lui deve giungere alla sua pienezza specifica. Questi sono, per così dire, i due aspetti del “compimento” nel senso evangelico.
10. Cf. etiam Marc. 10.
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3. Ci troviamo così nel pieno dell’ethos, ossia in ciò che può esser definito la forma interiore, quasi l’anima della morale umana. I pensatori contemporanei (11) vedono nel discorso della montagna una grande svolta appunto nel campo dell’ethos12. Una morale viva, nel senso esistenziale, non viene formata soltanto dalle norme che investono la forma dei comandamenti, dei precetti e dei divieti, come nel caso del “non commettere adulterio”. La morale in cui si realizza il senso stesso dell’esser uomo –che è, in pari tempo, compimento della Legge mediante il “sovrabbondare” della giustizia attraverso la vitalità soggettiva– si forma nella percezione interiore del valori da cui nasce il dovere come espressione della coscienza, come risposta del proprio “io” personale. L’ethos ci fa contemporaneamente entrare nella profondità della norma stessa e scendere nell’interno dell’uomo-soggetto della morale. Il valore morale è connesso con il processo dinamico dell’intirnità dell’uomo. Per raggiungerlo, non basta fermarsi “alla superficie” delle azioni umane, bisogna penetrare proprio nell’interno.
11 / 12. “Ich kenne kein grandioseres Zeugnis für eine solche Neuerschliessung eines ganzen Wertbereiches, die das ältere Ethos relativiert, als die Bergpredigt, die auch in ihrer Form als Zeugnis solcher Neuerschliessung und Relativierung der älteren ‘Gesetzes’-werte sich überall kundgibt: ‘Ich aber sage euch’ ” (MAX SCHELER, Der Formalismus in der Ethik und die materiale Wertethik, Halle a.d.S., Verlag M. Niemeyer, 1921, p. 316, n. 1).
11. Ex. gr. SCHELER.
12 / 13. Cfr. Ex. 20, 17; Dt. 5, 21.
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4. Oltre al comandamento “non commettere adulterio”, il decalogo ha anche “non desiderare la moglie del... prossimo” (13). Nella enunciazione del discorso della montagna, Cristo li collega, in certo senso, l’uno con l’altro: “Chiunque guarda una donna per desiderarla, ha già commesso adulterio nel suo cuore”. Tuttavia, non si tratta tanto di distinguere la portata di quel due comandamenti del decalogo, quanto di rilevare la dimensione dell’azione interiore, alla quale si riferiscono anche le parole: “non commettere adulterio”. Tale azione trova la sua espressione visibile nell’“atto del corpo”, atto al quale partecipano l’uomo e la donna contro la legge dell’esclusività matrimoniale. La casistica dei libri dell’Antico Testamento, intesa ad investigare ciò che, secondo criteri esteriori, costituiva tale “atto del corpo” e, al tempo stesso, orientata a combattere l’adulterio, apriva a questo varie “scappatoie” legali (14). In questo modo, in base ai molteplici compromessi “per la durezza del... cuore” (15), il senso del comandamento, voluto dal Legislatore, subiva una deformazione. Ci si atteneva all’osservanza legalistica della formula, che non “sovrabbondava” nella giustizia interiore dei cuori. Cristo sposta l’essenza del problema in un’altra dimensione, quando dice: “Chiunque guarda una donna per desiderarla, ha già commesso adulterio con lei nel suo cuore”. (Secondo antiche traduzioni: “Già l’ha resa adultera nel suo cuore”, formula che sembra esser più esatta)16.
Così, dunque, Cristo fa appello all’uomo interiore. Lo fa più volte e in diverse circostanze. In questo caso ciò appare particolarmente esplicito ed eloquente, non soltanto riguardo alla configurazione dell’ethos evangelico, ma anche riguardo al modo di vedere l’uomo. Non è quindi solo, la ragione etica, ma anche quella antropologica a consigliare di soffermarsi più a lungo sul testo di Matth 5, 27-28, che contiene le parole pronunziate da Cristo nel discorso della montagna.
[Insegnamenti GP II, 3/1, 923-927]
14. Su ciò, cf. il seguito delle presenti meditazioni.
15. Matth. 19, 8.
16. Il testo della Volgata offre una fedele traduzione dell’originale: iam moechatus est eam in corde suo. Infatti, il verbo greco moicheúo è transitivo. Invece, nelle moderne lingue europee, “commettere adulterio” è un verbo intransitivo; donde la versione: “ha commesso adulterio con lei”. E così:
In italiano: “... ha già commesso adulterio con lei nel suo cuore” (versione a cura della Conferenza Episcopale Italiana, 1971: similmente la versione del Pontificio Istituto Biblico, 1961, e quella a cura di S. Garofalo, 1966).
In francese: “... a déjà commis, dans son coeur, l’adultère avec elle” (Biblia de Jerusalén, Paris, 1973; Traduction Oecuménique, Paris, 1972; Crampon); soltanto Fillion traduce: “A déjà commis l’adultère dans son coeur”.
In inglese: “... has already committed adultery with her in his heart” (Dounai Version, 1582; analogamente Revised Standard Version, dal 1611 al 1966; R. KNOX, New English Bible, Jerusalem Bible, 1966).
In tedesco:“... hat in seinem Herzen schon Ehebruch mit ihr begangen” (Einheitsübersetzung der Heiligen Schrift, im Auftrag der Bischöfe des deutschen Sprachbereiches, 1979).
In spagnolo: “... ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Bibl. Societ., 1966).
In portoghese: “... já cometeu adulterio com ela no seu coração” (M. Soares, São Paulo, 1933).
In polacco: traduzioni antiche: “... ju˙z j¸a scudzo´lo˙zy´l w sercu swoim”; traduzione ultima: “... ju˙z si¸e w swoim sercu dopu´sci´l z ni¸a cudzo´lóstwa” (Biblia Tysiaclecia).