[0881] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA TRIPLE CONCUPISCENCIA SEGÚN LA DOCTRINA BÍ BLICA
Alocución Durante l’ultima, en la Audiencia General, 30 abril 1980
1980 04 30 0001
1. Durante nuestra última reflexión hemos dicho que las palabras de Cristo en el Sermón de la Montaña hacen referencia directamente al “deseo” que nace inmediatamente en el corazón humano; indirectamente, en cambio, esas palabras nos orientan a comprender una verdad sobre el hombre, que es de importancia universal.
Esta verdad sobre el hombre “histórico”, de importancia universal, hacia la que nos dirigen las palabras de Cristo tomadas de Mt 5, 27-28, parece que se expresa en la doctrina bíblica sobre la triple concupiscencia. Nos referimos aquí a la concisa fórmula de la primera Carta de San Juan (2, 16-17): “Todo lo que hay en el mundo, concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida, no viene del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa y también sus concupiscencias; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. Es obvio que para entender estas palabras hay que tener muy en cuenta el contexto en el que se insertan, es decir, el contexto de toda la “teología de San Juan”, sobre la que se ha escrito tanto (1). Sin embargo, las mismas palabras se insertan, a la vez, en el contexto de toda la Biblia; pertenecen al conjunto de la verdad revelada sobre el hombre, y son importantes para la teología del cuerpo. No explican la concupiscencia misma en su triple forma, porque parecen presuponer que “la concupiscencia del cuerpo, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida” sean, de cualquier modo, un concepto claro y conocido. En cambio, explican la génesis de la triple concupiscencia al indicar su proveniencia no “del Padre”, sino “del mundo”.
1. Cfr. p. ej.: J. BONSIRVEN, Épîtres de Saint Jean (Beauchesne, Paris 21954), pp. 113-119; E. BROOKE, Critical and Exegetical Commentary on the Johannine Epistles (International Critical Commentary) (Clark, Edimburgo 1912), pp. 47-49; P. DE AMBROGGI, Le Epistole Cattoliche (Marietti, Turín 1947), pp. 216-217; C. H. DODD, The Johannine Epistles (Moffatt New Testament Commentary) (Londres 1946), pp. 41-42; J. HOULDEN, A Commentary on the Johannine Epistles (Black, Londres 1973), pp. 73-74; B. PRETE, Lettere di Giovanni (Ed. Paulinas, Roma 1970), p. 61; R. SCHNACKENBURG, Die Johannesbriefe (Friburgo 1953) (Herders New Theologischer Kommentar zum Neuen Testament), pp. 112-115; J. R.W. STOTT, Epistles of John (Tyndale New Testament Commentaries)(Londres 31969), pp. 99-101.
Sobre el tema de la teología de Juan, cfr. en particular, A. FEUILLET, Le mystère de l’amour divin dans la théologie johannique (Gabalda, París 1972).
1980 04 30 0002
2. La concupiscencia de la carne y, junto con ella, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida está “en el mundo” y, a la vez, “viene del mundo”, no como fruto del misterio de la creación, sino como fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal (Cfr. Gén 2, 17) en el corazón del hombre. Lo que fructifica en la triple concupiscencia no es el “mundo” creado por Dios para el hombre, cuya “bondad” fundamental hemos leído más veces en Gén 1: “Vio Dios que era bueno... era muy bueno”. En cambio, en la triple concupiscencia fructifica la ruptura de la primera Alianza con el Creador, con Dios-Elohim, con Dios-Yahveh. Esta Alianza se rompió en el corazón del hombre. Sería necesario hacer aquí un análisis cuidadoso de los acontecimientos descritos en Gén 3, 1-6. Sin embargo, nos referimos sólo en general al misterio del pecado, en los comienzos de la historia humana. Efectivamente sólo como consecuencia del pecado, como fruto de la ruptura de la Alianza con Dios en el corazón humano –en lo íntimo del hombre–, el “mundo” del Libro del Génesis se ha convertido en el “mundo” de las palabras de San Juan (1 Jn 2, 15-16): lugar y fuente de concupiscencia.
Así, pues, la fórmula según la cual la concupiscencia “no viene del Padre, sino del mundo” parece dirigirse, una vez más, hacia el “principio” bíblico. La génesis de la triple concupiscencia, presentada por Juan, encuentra en este principio su primera y fundamental dilucidación, una explicación que es esencial para la teología del cuerpo. Para entender esa verdad de importancia universal sobre el hombre “histórico” contenida en las palabras de Cristo durante el Sermón de la Montaña (Cfr. Mt 5, 27-28), debemos volver una vez más al Libro del Génesis, detenernos una vez más “en el umbral” de la revelación del hombre “histórico”. Esto es tanto más necesario cuanto que este umbral de la historia de la salvación es, al mismo tiempo, umbral de auténticas experiencias humanas, como comprobaremos en los análisis sucesivos. Allí revivirán los mismos significados fundamentales que hemos obtenido de los análisis precedentes, como elementos constitutivos de una antropología adecuada y substrato profundo de la teología del cuerpo.
1980 04 30 0003
3. Puede surgir aún la pregunta de si es lícito trasladar los contenidos típicos de la teología de San Juan, que se encuentra en toda la primera Carta (especialmente en 1 Jn 2, 15-16), al terreno del Sermón de la Montaña según Mateo, y precisamente de la afirmación de Cristo tomada de Mt5, 27-28 (“Habéis oído que fue dicho: No adulterarás. Pero Yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón”). Volveremos a tocar este tema más veces: a pesar de esto, hacemos referencia desde ahora al contenido bíblico general, al conjunto de la verdad sobre el hombre, revelada y expresada en ella. Precisamente, en virtud de esta verdad, tratamos de captar hasta el fondo al hombre que indica Cristo en el texto de Mt 5, 27-28; es decir, al hombre que “mira” a la mujer “deseándola”. Esta mirada, en definitiva, ¿no se explica acaso por el hecho de que el hombre es precisamente un “hombre de deseo”, en el sentido de la primera Carta de San Juan; más aún, que ambos, esto es, el hombre que mira para desear y la mujer que es objeto de tal mirada, se encuentran en la dimensión de la triple concupiscencia, que “no viene del Padre, sino del mundo”? Es necesario, pues, entender lo que es esa concupiscencia, o, mejor, lo que es ese bíblico “hombre de deseo”, para descubrir la profundidad de las palabras de Cristo según Mt 5, 27-28, y para explicar lo que signifique su referencia, tan importante para la teología del cuerpo, al “corazón” humano.
1980 04 30 0004
4. Volvamos de nuevo al relato yahvista, en el que el mismo hombre, varón y mujer, aparece al principio como hombre de inocencia originaria –antes del pecado original– y luego como aquél que ha perdido esta inocencia, quebrantando la alianza originaria con su Creador. No intentamos hacer aquí un análisis completo de la tentación y del pecado, según el mismo texto de Gén 3, 1-5, la correspondiente doctrina de la Iglesia y la teología.
Solamente conviene observar que la misma descripción bíblica parece poner en evidencia especialmente el momento clave en que en el corazón del hombre se puso en duda el don. El hombre que toma el fruto del “árbol de la ciencia del bien y del mal” hace, al mismo tiempo, una opción fundamental y la realiza contra la voluntad del Creador, Dios Yahveh, aceptando la motivación que le sugiere el tentador: “No, no moriréis; es que sabe Dios que el día que de él comáis, se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal”; según traducciones antiguas: “seréis como dioses, conocedores del bien y del mal” (2). En esta motivación se encierra claramente la puesta en duda del don y del amor, de quien trae origen la creación como donación. Por lo que al hombre se refiere, él recibe en don “al mundo” y, a la vez, la “imagen de Dios”, es decir, la humanidad misma en toda la verdad de su duplicidad masculina y femenina. Basta leer cuidadosamente todo el pasaje del Gén 3, 1-5 para determinar allí el misterio del hombre que vuelve las espaldas al “Padre” (aun cuando en el relato no encontremos este apelativo de Dios). Al poner en duda, dentro de su corazón, el significado más profundo de la donación, esto es, el amor como motivo específico de la creación y de la Alianza originaria (Cfr. especialmente Gén 3, 5), el hombre vuelve las espaldas al Dios-Amor, al “Padre”. En cierto sentido, lo rechaza de su corazón. Al mismo tiempo, pues, aparta su corazón y como si lo cortase de aquello que “viene del Padre”: así, queda en él lo que “viene del mundo”.
2. El texto hebreo puede tener ambos significados porque dice: “Sabe Elohim que el día en que comáis de él (del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal) se abrirán vuestros ojos y seréis como Elohim, conocedores del bien y del mal”. El término elohim es plural de eloah (“pluralis excellentiae”).
En relación a Yahveh, tiene un significado particular; pero puede indicar el plural de otros seres celestes o divinidades paganas (por ejemplo, Sal. 8, 6; Éx. 12, 12; Jue. 10, 16; Os. 3, 1 y otros).
Aducimos algunas versiones:
–Italiano: “diverreste come Dio, conoscendo il bene e il male” (Pont. Inst. Bíblico, 1961).
–Francés: “...vous serez comme des dieux, qui connaissent le bien et le mal” (Biblia de Jerusalén, 1973).
–Inglés: “you will be like God, knowing good and evil” (Versión Standard revisada, 1966).
–Español: “seréis como dioses, conocedores del bien y del mal” (S. Ausejo, Barcelona 1964); “seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal”. (A. Alonso-Schökel, Madrid 1970).
1980 04 30 0005
5. “Abriéronse los ojos de ambos, y viendo que estaban desnudos, cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos ceñidores” (Gén 3, 7). Ésta es la primera frase del relato yahvista que se refiere a la “situación” del hombre después del pecado y muestra el nuevo estado de la naturaleza humana. ¿Acaso no sugiere también esta frase el comienzo de la “concupiscencia” en el corazón del hombre? Para dar una respuesta más profunda a esta pregunta no podemos quedarnos en esa primera frase, sino que es necesario volver a leer todo el texto. Sin embargo, vale la pena recordar aquí lo que se dijo en los primeros análisis sobre el tema de la vergüenza como experiencia “del límite” (3). El Libro del Génesis se refiere a esta experiencia para demostrar la “línea divisoria” que existe entre el estado de inocencia originaria (Cfr. especialmente Gén 2, 25, al que hemos dedicado mucha atención en los análisis precedentes) y el estado de situación de pecado del hombre al “principio” mismo. Mientras Gén 2, 25 subraya que “estaban desnudos... sin avergonzarse de ello”, Gén 3, 6 habla explícitamente del nacimiento de la vergüenza en conexión con el pecado. Esa vergüenza es como la fuente primera del manifestarse en el hombre –en ambos, varón y mujer– lo que “no viene del Padre, sino del mundo”
[Enseñanzas 5, 176-179]
13. Cfr. la audiencia general del 12 de diciembre de 1979 (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de diciembre de 1979, p. 3) [1979 12 12/4].
1980 04 30 0001
1. Durante l’ultima nostra riflessione, abbiamo detto che le parole di Cristo nel Discorso della montagna sono in diretto riferimento al “desiderio” che nasce immediatamente nel cuore umano; indirettamente, invece, quelle parole ci orientano a comprendere una verità sull’uomo, che è di importanza universale.
Questa verità sull’uomo “storico”, di importanza universale, verso la quale ci indirizzano le parole di Cristo tratte da Matteo 5, 27-28, sembra essere espressa nella dottrina biblica sulla triplice concupiscenza. Ci riferiamo qui al conciso enunciato della prima Lettera di S. Giovanni: “Tutto quello che è nel mondo, la concupiscenza della carne, la concupiscenza degli occhi e la superbia della vita, non viene dal Padre, ma dal mondo. E il mondo passa con la sua concupiscenza, ma chi fa la volontà di Dio rimane in eterno” (1). È ovvio che per capire queste parole, bisogna tenere gran conto del contesto, in cui sono inserite, cioè il contesto di tutta la “teologia giovannea”, su cui si è tanto scritto (2). Tuttavia, le stesse parole s’inseriscono, contemporaneamente, nel contesto di tutta la Bibbia: esse appartengono al complesso della verità rivelata sull’uomo, e sono importanti per la teologia del corpo. Non spiegano la concupiscenza stessa nella sua triplice forma, poichè sembrano presupporre che “la concupiscenza del corpo, la concupiscenza degli occhi e la superbia della vita”, siano, in qualche modo, un concetto chiaro e conosciuto. Spiegano, invece, la genesi della triplice concupiscenza, indicando la sua provenienza non “dal Padre”, ma “dal mondo”.
1. 1 Io. 2, 16-17.
2. Cf. p. es.: J. BONSIRVEN, Épîtres de Saint Jean, Beauchesne, Paris 21954, pp. 113-119; E. BROOKE, Critical and Exegetical Commentary on the Johannine Epistles (International Critical Commentary), Clark, Edinburgh 1912, pp. 47-49; P. DE AMBROGGI, Le Epistole Cattoliche, Marietti, Torino 1947, pp. 216-217; C. H. DODD, The Johannine Epistles, Moffatt New Testament Commentary, London 1946, pp. 41-42; J. HOULDEN, A Commentary on the Johannine Epistles, Black, London 1973, pp. 73-74; B. PRETE, Lettere di Giovanni, Ed. Paoline, Roma 1970, p. 61; R. SCHNACKENBURG, Die Johannesbriefe, Herders Theologischer Kommentar zum Neuen Testament, Freiburg 1953,pp. 112-115; J. R. W. STOTT, Epistles of John, Tyndale New Testament Commentaries, Londres 31969, pp. 99-101.
Sul tema della teologia di Giovanni, cf. in particolare, A. FEUILLET, Le mystère de l’amour divin dans la théologie johannique, Gabalda, Paris 1972.
3. Cf. Gen. 2, 17.
1980 04 30 0002
2. La concupiscenza della carne e, insieme ad essa, la concupiscenza degli occhi e la superbia della vita, è “nel mondo” e al tempo stesso “viene dal mondo”, non come frutto del mistero della creazione, ma come frutto dell’albero della conoscenza del bene e del male (3) nel cuore dell’uomo. Ciò che fruttifica nella triplice concupiscenza non è il “mondo” creato da Dio per l’uomo, la cui “bontà” fondamentale abbiamo più volte letto in Genesi 1: “Dio vide che era cosa buona... era cosa molto buona”. Nella triplice concupiscenza fruttifica invece la rottura della prima alleanza con il Creatore, con Dio-Elohim, con Dio-Jahvè. Questa alleanza fu rotta nel cuore dell’uomo. Bisognerebbe fare qui un’accurata analisi degli avvenimenti descritti in Genesi 3, 1-6. Tuttavia, ci riferiamo solo in generale al mistero del peccato, agli inizi della storia umana. Infatti, solo come conseguenza del peccato, come frutto della rottura dell’alleanza con Dio nel cuore umano –nell’intimo dell’uomo– il “mondo” del Libro della Genesi è divenuto il “mondo” delle parole giovannee (4): luogo e sorgente di concupiscenza.
Così, dunque, l’enunciato secondo cui la concupiscenza “non viene dal Padre, ma dal mondo”, sembra indirizzarci, ancora una volta, verso il biblico “principio”. La genesi della triplice concupiscenza, presentata da Giovanni, trova in questo principio la sua prima e fondamentale delucidazione, una spiegazione, che è esssenziale per la teologia del corpo. Per intendere quella verità di importanza universale sull’uomo “storico”, contenuta nella parole di Cristo durante il discorso della montagna (5) dobbiamo ancora una volta tornare al Libro della Genesi, ancora una volta soffermarci “alla soglia” della rivelazione dell’uomo “storico”. Ciò è tanto più necessario, in quanto tale soglia della storia della salvezza si dimostra al tempo stesso soglia di autentiche esperienze umane, come costateremo nelle successive analisi. Vi rivivranno gli stessi significati fondamentali, che abbiamo ricavato dalle precedenti analisi, quali elementi costitutivi di una antropologia adeguata e profondo substrato della teologia del corpo.
4. 1 Io. 2, 15-16.
5. Matth. 5, 27-28.
1980 04 30 0003
3. Può sorgere ancora la domanda se sia lecito trasporre i contenuti tipici della “teologia giovannea”, racchiusi in tutta la prima lettera (6), sul terreno del Discorso della montagna secondo Matteo, e precisamente dell’affermazione di Cristo tratta da Matteo 5, 27-28: “Avete inteso che fu detto: Non commetterete adulterio; ma io vi dico: chiunque guarda una donna per desiderarla, ha già commesso adulterio con lei nel suo cuore”. Riprenderemo questo argomento più volte: ciò nonostante, facciamo riferimento fin d’ora al contesto biblico generale, all’insieme della verità sull’uomo, in essa rivelata ed espressa. Proprio nel nome di questa verità, cerchiamo di capire fino in fondo l’uomo, che Cristo indica nel testo di Matteo 5, 27-28: cioè l’uomo che “guarda” la donna “per desiderarla”. Un tale sguardo, in definitiva, non si spiega forse col fatto che quell’uomo è appunto un “uomo di desiderio”, nel senso della prima Lettera di S. Giovanni, anzi che entrambi, cioè l’uomo che guarda per desiderare e la donna che è oggetto di tale sguardo, si trovano nella dimensione della triplice concupiscenza, che “non viene dal Padre, ma dal mondo”? Occorre, dunque, intendere che cosa sia quella concupiscenza o piuttosto chi sia quel biblico “uomo di desiderio”, per scoprire la profondità delle parole di Cristo secondo Matteo 5, 27-28, e per spiegare che cosa significhi il loro riferimento, tanto importante per la teologia del corpo, al “cuore” umano.
6. Praesertim in 1 Io. 2, 15-16.
1980 04 30 0004
4. Torniamo di nuovo al racconto jahvista, in cui lo stesso uomo, maschio e femmina, appare all’inizio come uomo di innocenza originaria –prima del peccato originale– e poi come colui che ha perduto questa innocenza, infrangendo l’originaria alleanza col suo Creatore. Non intendiamo qui fare un’analisi completa della tentazione e del peccato, secondo lo stesso testo di Genesi 3, 1-5, la relativa dottrina della Chiesa e la teologia.
Conviene soltanto osservare che la stessa descrizione biblica sembra mettere particolarmente in evidenza il momento chiave, in cui nel cuore dell’uomo è posto in dubbio il Dono. L’uomo che coglie il frutto dell’“albero della conoscenza del bene e del male” fa, al tempo stesso, una scelta fondamentale e la attua contro il volere del Creatore, Dio Jahvè, accettando la motivazione suggeritagli dal tentatore: “Non morirete affatto! Anzi, Dio sa che, quando voi ne mangiaste, si aprirebbero i vostri occhi e diventereste come Dio, conoscendo il bene e il male”; secondo antiche traduzioni: “Sarete come dei, conoscenti del bene e del male” (7). In questa motivazione si racchiude chiaramente la messa in dubbio del Dono e dell’Amore, da cui trae origine la creazione come donazione. Per quanto riguarda l’uomo, egli riceve in dono il “mondo” ed al tempo stesso la “immagine di Dio”, cioè l’umanità stessa in tutta la verità della sua duplicità maschile e femminile. È sufficiente leggere accuratamente tutto il brano di Genesi 3, 1-5, per individuarvi il mistero dell’uomo che volta le spalle al “Padre” (anche se nel racconto non troviamo tale appellativo di Dio). Mettendo in dubbio, nel suo cuore, il significato più profondo della donazione, cioè l’amore come motivo specifico della creazione e dell’Alleanza originaria (8), l’uomo volta le spalle al Dio-Amore, al “Padre”. In certo senso lo rigetta dal suo cuore. Contemporaneamente, quindi, distacca il suo cuore e quasi lo recide da ciò che “viene dal Padre”: così, resta in lui ciò che “viene dal mondo”.
7. Il testo hebraico può avere entrambi i significati, perchè suona: “Sa Elohim che il giorno in cui ne mangerete (il frutto dell’albero della conoscenza del bene e del male) si apriranno i vostri occhi e diventerete come Elohim, conoscenti del bene e del male”. Il termine elohim è plurale di eloah (“pluralis excellentiae”).
In relazione a Jahvè, ha significato singolare; può però indicare il plurale di altri esseri celesti o divinità pagane (Ps. 8, 6; Ex. 12, 12; Iudic. 10, 16; Os. 3, 1 e altri).
Riportiamo alcune versioni:
–Italiano: “diverreste come Dio, conoscendo il bene e il male” (Pont. Istit. Biblico, 1961).
–Francese: “...vous serez comme des dieux, qui connaissent le bien et le mal” (Bible de Jérusalem, 1973).
–Inglese: “you will be like God... knowing good and evil” (Revised Standard Version, 1966).
–Spagnolo: “seréis como dioses, conocedores del bien y del mal” (S. Ausejo, Barcelona 1964); “seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal”. (A. Alonso-Schökel, Madrid 1970).
8. Cf. praesertim Gen. 3, 5.
1980 04 30 0005
5. “Allora si aprirono gli occhi di tutte e due e si accorsero di essere nudi; intrecciarono foglie di fico e se ne fecero cinture” (9). Questa è la prima frase del racconto jahvista, che si riferisce alla “situazione” dell’uomo dopo il peccato e mostra il nuovo stato della natura umana. Non suggerisce forse anche questa frase l’inizio della “concupiscenza” nel cuore dell’uomo? Per dare una risposta più approfondita a tale domanda, non possiamo soffermarci su quella prima frase ma occorre rileggere il testo per intero. Tuttavia, qui vale la pena di ricordare ciò che nelle prime analisi è stato detto sul tema della vergogna come esperienza “del limite” (10). Il Libro della Genesi fa riferimento a questa esperienza per dimostrare il “confine” esistente tra lo stato di innocenza originaria (cf. in particolare Genesi 2, 25, al quale abbiamo dedicato molta attenzione nelle precedenti analisi) e lo stato di peccaminosità dell’uomo al “principio” stesso. Mentre Genesi 2, 25 sottolinea che “erano nudi... ma non ne provavano vergogna”, Genesi 3, 6 parla esplicitamente della nascita della vergogna in connessione col peccato. Quella vergogna è quasi la prima sorgente del manifestarsi nell’uomo –in entrambi, uomo e donna– di ciò che “non viene dal Padre, ma dal mondo”.
[Insegnamenti GP II, 3/1, 1026-1030]
19. Gen. 3, 7.
10. Cf. IOANNIS PAULI PP. II, Allocutio in Audiencia Generali habita, die 12 dec. 1979: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II, 2 (1979) 1378 ss. [1979 12 12/4].