[0884] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL MATRIMONIO CRISTIANO, FERMENTO DE PROGRESO MORAL PARA LA SOCIEDAD
De la Homilía en la Misa para las familias, en Kinshasa (Zaire), 3 mayo 1980
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1. [...] Haremos juntos una peregrinación a las fuentes del matrimonio y trataremos luego de evaluar su dinamismo al servicio de los esposos, de los hijos, de la sociedad y de la Iglesia. Finalmente, uniremos las fuerzas para promover una pastoral familiar cada vez más eficiente.
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2. Todo el mundo conoce la célebre narración de la creación con que comienza la Biblia. En ella se dice que Dios hizo al hombre a su imagen, creándolo hombre y mujer. He aquí lo que sorprende en seguida, antes que nada. Para asemejarse a Dios, la humanidad debe ser una pareja de dos personas que se mueven la una hacia la otra, dos personas a quienes un amor perfecto va a reunir en la unidad. Este movimiento y este amor les hacen asemejarse a Dios, que es el amor mismo, la unidad absoluta de Tres Personas. Jamás se ha cantado el esplendor del amor humano con mayor belleza que en las primeras páginas de la Biblia. “El hombre exclamó: esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser los dos una sola carne” (Gén 2, 23-24). Y parafraseando al Papa San León, no puedo menos de deciros: “Esposos cristianos: reconoced vuestra eminente dignidad”.
Esta peregrinación a las fuentes nos revela asimismo que la pareja inicial es monógama en el plan de Dios. Y esto nos sorprende ciertamente, dado que la civilización –en los tiempos en que toman cuerpo las narraciones bíblicas– está lejos generalmente de tal modelo cultural. Esta monogamia, que no es de origen occidental, sino semítico, resulta expresión de la relación interpersonal, es decir, de aquélla en que cada una de las partes es reconocida por la otra como de igual valor y en la totalidad de su persona. Esta concepción monógama y personalista de la pareja humana es una revelación absolutamente original que lleva el sello de Dios y merece que se ahonde en ella cada vez más.
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3. Pero esta historia, que comenzó tan bien en el alba luminosa del género humano, experimentó el drama de la ruptura entre esta pareja enteramente nueva y el Creador. Es el pecado original. Y, sin embargo, esta ruptura será la ocasión de una manifestación del amor de Dios. Comparado frecuentemente con un Esposo infinitamente fiel, por ejemplo, en los textos de los Salmistas y los Profetas, Dios renueva sin cesar su alianza con esta humanidad caprichosa y pecadora. Estas alianzas repetidas culminarán en la Alianza definitiva que Dios selló en su propio Hijo, que se sacrificó libremente por la Iglesia y por el mundo. San Pablo no vacila en presentar esta Alianza de Cristo con la Iglesia como símbolo y modelo de toda alianza entre el hombre y la mujer (Cfr. Ef 5, 25) unidos en matrimonio de manera indisoluble.
Tales son los títulos de nobleza del matrimonio cristiano. Son manantial de luz y fuerza para la realización cotidiana de la vocación conyugal y familiar en beneficio de los mismos esposos, de sus hijos, de la sociedad en que viven y de la Iglesia de Cristo. Las tradiciones africanas, sabiamente utilizadas, pueden ocupar su lugar en la construcción de los hogares cristianos de África; pienso concretamente en todos los valores positivos del sentido de familia, tan arraigado en el alma africana y que presenta aspectos múltiples, capaces sin duda de llevar a la reflexión a las civilizaciones consideradas avanzadas: la seriedad del compromiso matrimonial al final de largo camino, la prioridad concedida a la transmisión de la vida y de ahí la importancia dada a la madre y a los hijos, la ley de solidaridad entre las familias que han sellado alianza y que se ejerce especialmente en favor de las personas ancianas, las viudas y los huérfanos, una especie de corresponsabilidad para tomarlas a su cargo y ocuparse también de la educación de los hijos, corresponsabilidad capaz de suavizar muchas tensiones psicológicas, el culto a los antepasados y a los difuntos, que favorece la fidelidad a las tradiciones. Claro es que el problema delicado es el de asumir todo este dinamismo familiar, heredado de usanzas ancestrales, transformándolo y sublimándolo en las perspectivas de la sociedad que está naciendo en África. Pero de todos modos, la vida conyugal de los cristianos se vive –a través de épocas y situaciones diferentes– siguiendo los pasos de Cristo libertador y redentor de todos los hombres y de todas las realidades que constituyen la vida de los hombres. “Y todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús”, como nos dice San Pablo (Col 3, 17).
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4. Por tanto, conformándose con Cristo, que se entregó por amor a su Iglesia, es como los esposos llegan día a día al amor de que nos habla el Evangelio: “Amaos unos a otros como Yo os he amado”, y más precisamente a la perfección de la unión indisoluble en todos los planos. Los esposos cristianos han prometido comunicarse cuanto son y cuanto tienen. ¡Es el contrato más audaz que pueda existir, y asimismo el más maravilloso!
La unión de sus cuerpos, querida por Dios mismo cual expresión de la comunión todavía más profunda de sus espíritus y corazones, realizada con tanto respeto cuanto ternura, renueva el dinamismo y la juventud de su compromiso solemne, de su primer “sí”.
La unión de sus caracteres: pues amar a un ser es amarlo tal cual es, es amarlo hasta el punto de cultivar en sí el antídoto de sus debilidades o defectos, por ejemplo, la calma y la paciencia si al otro le faltan de modo notorio.
¡La unión de corazones! Los matices que diferencian el amor del hombre del de la mujer son innumerables. Cada una de las partes no puede exigir ser amado como él ama. Es importante renunciar –una y otra– a los reproches secretos que separan los corazones y liberarse de esta pena en el momento más propicio. Hay una puesta en común que es muy unificadora, la de las alegrías y, más aún, la de los sufrimientos del corazón. Pero es sobre todo en el amor común a los hijos donde se fortifica la unión de los corazones.
¡La unión de las inteligencias y de las voluntades! Los esposos son asimismo dos fuerzas diversificadas y, a la vez, ensambladas en el servicio recíproco y en el servicio de su hogar, de su ambiente social y en el servicio a Dios. El acuerdo esencial debe manifestarse en la determinación y prosecución de objetivos comunes. La parte más enérgica debe respaldar la voluntad de la otra, suplirla a veces, y hacer de palanca con habilidad, como educando.
En fin, ¡la unión de almas, almas unidas ellas mismas a Dios! Cada uno de los esposos debe reservarse momentos de soledad con Dios, de “corazón a corazón”, donde el otro cónyuge no sea la preocupación primera. Esta vida personal del alma con Dios, que es indispensable, está lejos de excluir la puesta en común de toda la vida conyugal y familiar. Por el contrario, estimula a los cónyuges cristianos a buscar juntos a Dios, a descubrir juntos su voluntad y a cumplirla concretamente con las luces y energías que han sacado de Dios mismo.
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5. Tal óptica y realización de la alianza entre el hombre y la mujer sobrepasa en gran medida el deseo espontáneo que los ha unido. El matrimonio es verdaderamente para ellos camino de promoción y santificación. ¡Es fuente de vida! ¿Acaso no tienen los africanos un respeto admirable a la vida que está iniciándose? Aman hondamente a los niños. Los acogen con gran gozo. Los padres cristianos sabrán encauzar a sus hijos por el camino de una existencia anclada en los valores humanos y cristianos. Enseñándoles en todo un estilo de vida revisado y perfeccionado con valentía, que significa respeto a toda persona, servicio desinteresado a los demás, renuncia a los caprichos, perdón reiterado una y más veces, lealtad en todas las cosas, trabajo a conciencia y encuentro de fe con el Señor, los esposos cristianos inician a sus hijos en el secreto de una existencia lograda que supera en mucho al hallazgo de “un buen puesto”.
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6. El matrimonio cristiano está llamado a ser también fermento de progreso moral para la sociedad. El realismo nos hace reconocer las amenazas que acechan a la familia en cuanto institución natural y cristiana, en África como en otras partes, debido a ciertas costumbres y también a mutaciones culturales que se están generalizando. ¿No se os ocurre comparar a la familia moderna con una piragua que navega por el río y se abre camino entre aguas agitadas y obstáculos? Al igual que yo, sabéis cómo son derrocadas por la opinión pública las nociones de fidelidad e indisolubilidad. Sabéis asimismo que la fragilidad y resquebrajamiento de los hogares originan un cortejo de miserias, si bien la solidaridad de la familia africana procura remediarlos en lo referente a hacerse cargo de los niños. Los hogares cristianos, sólidamente preparados y debidamente acompañados, tienen que trabajar sin desalientos en la restauración de la familia, que es la primera célula de la sociedad y debe permanecer una escuela de virtudes sociales. El Estado no debe temer tales hogares, sino protegerlos.
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7. La familia cristiana, fermento de la sociedad, es también una presencia, una epifanía de Dios en el mundo. La Constitución pastoral Gaudium et spes (n. 48) contiene páginas luminosas sobre la irradiación de esta “comunidad profunda de vida y amor”, que al mismo tiempo es la primerísima comunidad eclesial de base. “La familia cristiana, cuyo origen está en el matrimonio, que es imagen y participación de la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia, manifestará a todos la presencia viva del Salvador en el mundo y la auténtica naturaleza de la Iglesia, sea por el amor, la fecundidad generosa, la unión y fidelidad de los esposos o la cooperación amorosa de todos sus miembros”. ¡Qué dignidad y qué responsabilidad!
Sí, ¡este sacramento es grande! Tengan confianza los esposos, pues su fe les asegura que con este sacramento reciben la fuerza de Dios, una gracia que les acompañará toda la vida. Y jamás dejen de acudir a la fuente copiosa que hay en ellos.
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8. No quisiera terminar esta meditación sin exhortar muy vivamente a los obispos de África a proseguir los esfuerzos –no obstante las dificultades, tan conocidas– por la “pastoral de los hogares cristianos” con un dinamismo nuevo y una esperanza a toda prueba. Sé que ésta es la preocupación constante de muchos de ellos, y los admiro. Felicito igualmente a las numerosas familias africanas que ya hacen realidad el ideal cristiano de que he hablado, con cualidades específicamente africanas, y son ejemplo y punto de atracción de otras familias. Pero me permito insistir.
Sin renunciar a nada de su interés por la formación humana y religiosa de los niños y adolescentes, y teniendo en cuenta la sensibilidad y usanzas africanas, las diócesis deben establecer poco a poco una pastoral dirigida a los esposos, conjuntamente y no sólo a una u otra de las partes. Intensifíquese la preparación de los jóvenes al matrimonio animándoles a seguir una verdadera preparación a la vida conyugal, que les revelará la identidad cristiana de la pareja y les dará madurez en sus relaciones interpersonales y en sus responsabilidades familiares y sociales. Estos centros de preparación al matrimonio necesitan el apoyo solidario de las diócesis y la ayuda generosa y competente de consiliarios, de expertos y de hogares capaces de dar un testimonio cualificado. Insisto sobre todo en la ayuda recíproca que los matrimonios cristianos deberán prestarse unos a otros.
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9. Esta pastoral familiar debe acompañar también a los hogares jóvenes a medida que se van creando. Jornadas de renovación espiritual, retiros, encuentros entre hogares, sostendrán a las parejas jóvenes en su camino humano y cristiano. En todas estas ocasiones hay que lograr un equilibrio justo entre la formación doctrinal y la animación espiritual. Es capital el espacio de meditación, de conversación con Dios fiel. Estando con Él, los esposos obtienen la gracia de la fidelidad, comprenden y aceptan la necesidad de las ascesis que genera la libertad verdadera, asumen de nuevo o deciden sus compromisos familiares y sociales que harán de sus hogares focos de irradiación. Será muy útil, sin duda alguna, que los hogares de una parroquia y de una diócesis se agrupen para formar un gran Movimiento familiar, no sólo para ayudar a los matrimonios cristianos a vivir según el Evangelio, sino también para contribuir a la restauración de la familia, defendiendo sus valores contra toda clase de asaltos y en nombre de los derechos del hombre y del ciudadano. Para este plan capital de una pastoral familiar cada vez más adaptada a las necesidades de nuestra época y de vuestras regiones, pongo plena confianza en vosotros, los obispos, mis hermanos tan queridos en el Episcopado.
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10. Ojalá descubráis en este encuentro el signo del gran interés que el Papa pone en los graves problemas de la familia, el testimonio de su confianza y de su esperanza en vuestros hogares cristianos, y la valentía para actuar vosotros mismos más que nunca en esta tierra de África, para mayor bien de vuestras naciones y honor de la Iglesia de Cristo, en favor de la construcción sólida de comunidades familiares “de vida y amor” según el Evangelio. Os prometo llevar siempre en el corazón y en mi oración esta gran intención. Y Dios, que se ha revelado familia en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, os bendiga, y su bendición esté siempre con vosotros.
[Enseñanzas 5, 359-364]
[1]. [1980 05 03a/1-10].
[2]. [1979 10 16/36, 68, 69].
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1. [...] Ensemble, nous ferons un pèlerinage aux sources du mariage, puis nous essaierons de mieux mesurer son dynamisme au service des époux, des enfants, de la société, de l’Église. Enfin, nous rassemblerons nos énergies pour promouvoir une pastorale familiale toujours plus efficace.
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2. Tout le monde connaît le célèbre récit de la Création par lequel commence là Bible. Il y est dit que Dieu fit l’homme à sa ressemblance en le créant homme et femme. Voilà qui surprend au premier abord. L’humanité pour ressembler à Dieu, doit être un couple de deux personnes en mouvement l’une vers l’autre, deux personnes qu’un amour parfait va réunir dans l’unité. Ce mouvement et cet amour les font ressembler à Dieu, qui est l’Amour même, l’Unité absolue des trois Personnes. Jamais on n’a chanté de manière aussi belle la splendeur de l’amour humain que dans les premières pages de la Bible: “Celle-ci, dit Adam en contemplant sa femme, est la chair de ma chair, les os de mes os. C’est pourquoi l’homme quittera son père et sa mère et s’attachera à sa femme et ils ne seront qu’une seule chair” (1). En paraphrasant le Pape saint Léon, je ne puis m’empêcher de vous dire: “O époux chrétiens, reconnaissez votre éminente dignité!”.
Ce pèlerinage aux sources nous révèle également que le couple initial, dans le dessein de Dieu, est monogame. Voici de quoi nous surprendre encore, alors que la civilisation –au temps où prennent corps les récits bibliques– est généralement loin de ce modèle culturel. Cette monogamie, qui n’est pas d’origine occidentale mais sémitique, apparaît comme l’expression de la relation inter-personnelle, celle où chacun des partenaires est reconnu par l’autre dans une égale valeur et dans la totalité de sa personne. Cette conception monogame et personnaliste du couple humain est une révélation absolument originale, qui porte la marque de Dieu, et qui mérite d’être toujours plus approfondie.
1. Gen. 2, 23-24.
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3. Mais cette histoire qui commençait si bien dans l’aube lumineuse du genre humanin connaît le drame de la rupture entre ce couple tout neuf et le Créateur. C’est le péché originel. Pourtant cette rupture sera l’occasion d’une nouvelle manifestation de l’Amour de Dieu. Comparé très souvent à un Époux infiniment fidèle, par exemple dans les textes des psalmistes et des prophètes, Dieu renoue sans cesse son alliance avec cette humanité capricieuse et pécheresse. Ces alliances répétées culmineront dans ldéfinitive que Dieu scella en son propre Fils, se sacrifiant librement pour l’Église et pour le monde. Saint Paul ne craint pas de présenter cette Alliance du Christ avec l’Église comme le symbole et le modèle de toute alliance entre l’homme et la femme (2), unis comme époux d’une manière indissoluble.
Telles sont les lettres de noblesse du mariage chrétien. Elles sont génératrices de lumière et de force pour la réalisation quotidienne de la vocation conjugale et familiale, au bénéfice des époux eux-mêmes, de leurs enfants, de la société dans laquelle ils vivent, et de l’Église du Christ. Les traditions africaines judicieusement utilisées peuvent avoir leur place dans la construction des foyers chrétiens en Afrique; je pense notamment à toutes les valeurs positives du sens familial, si ancré dans l’âme africaine et qui revêt des aspects multiples, assurément susceptibles de porter à la réflexion des civilisations dites avancées: le sérieux de l’engagement matrimonial au terme d’un long cheminement, la priorité donnée à la transmission de la vie et donc l’importance accordée à la mère et aux enfants, la loi de solidarité entre les familles qui ont fait alliance et qui s’exerce spécialement en faveur des personnes âgées, des veuves et des orphelins, une sorte de coresponsabilité dans la prise en charge et l’éducation des enfants, qui est capable d’atténuer bien des tensions psychologiques, le culte des ancêtres et des défunts qui favorise la fidélité aux traditions. Certes, le problème délicat est d’assumer tout ce dynamisme familial, hérité des coutumes ancestrales, en le transformant et en le sublimant dans les perspectives de la société qui est en train de naître en Afrique. Mais de toute façon la vie conjugale des chrétiens se vit –à travers des époques et des situations différentes– sur les pas du Christ, libérateur et rédempteur de tous les hommes et de toutes les réalités qui font la vie des hommes. “Tout ce que vous faites, que ce soit au nom de notre Seigneur Jésus-Christ”, comme nous a dit saint Paul (3).
2. Cf. Eph. 5, 25.
3. Col. 3, 17.
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4. C’est donc en se conformant au Christ qui s’est livré par amour à son Église que les époux accèdent jour après jour, à l’amour dont nous parle l’Évangile “Aimez-vous, comme je vous ai aimés”, et plus précisément à la perfection de l’union indissoluble sur tous les plans. Les époux chrétiens ont fait promesse de se communiquer tout ce qu’ils sont et tout ce qu’ils ont. C’est le contrat le plus audacieux qui soit, le plus merveilleux également!
L’union de leurs corps, voulue par Dieu lui-même comme expression de la communion plus profonde encore de leurs esprits et de leurs coeurs, accomplie avec autant de respect que de tendresse, renouvelle le dynamisme et la jeunesse de leur engagement solennel, de leur premier “oui”.
L’union de leurs caractères: aimer un être, c’est l’aimer tel qu’il est, c’est l’aimer au point de cultiver en soi l’antidote de ses faiblesses ou de ses défauts, par exemple le calme et la patience si l’autre en manque notoirement.
L’union des coeurs! Les nuances qui différencient l’amour de l’homme de celui de la femme sont innombrables. Chacun des partenaires ne peut exiger d’être aimé comme il aime. Et il, importe –de part et d’autre– de renoncer aux secrets reproches qui séparent les coeurs et de se libérer de cette peine au moment le plus favorable. Une mise en commun très unifiante est celle des joies et, davantage encore, des souffrances du coeur. Mais c’est tout autant dans l’amour commun des enfants que l’union des coeurs se fortifie.
L’union des intelligences et des volontés! Les époux sont aussi deux forces diversifiées mais conjuguées pour leur service réciproque, au service de leur foyer, de leur milieu social, au service de Dieu. L’accord essentiel doit se manifester dans la détermination et la poursuite d’objectifs communs. Le partenaire le plus énergique doit épauler la volonté de l’autre, la suppléer parfois, s’en faire adroitement –éducativement– le levier.
Enfin l’union des âmes, elles-mêmes unies à Dieu! Chacun des époux doit se réserver des moments de solitude avec Dieu, de “coeur à coeur” où le conjoint n’est pas la première préoccupation. Cette indispensable vie personnelle de l’âme vers Dieu est loin d’exclure la mise en commun de toute la vie conjugale et familiale. Elle stimule au contraire les conjoints chrétiens à chercher Dieu ensemble, à découvrir ensemble sa volonté et à l’accomplir concrètement avec les lumières et les énergies puisées en Dieu lui-même.
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5. Une telle vision et une telle réalisation de l’alliance entre l’homme et la femme dépassent singulièrement le désir spontané qui les réunit. La mariage est véritablement pour eux chemin de promotion et de sanctification. Et source de Vie! Les Africains n’ont-ils pas pour la vie naissante un respect admirable? Ils aiment profondément les enfants. Ils les accueillent avec une grande joie. Les parents chrétiens sauront mettre leurs enfants sur la voie d’une existence référée aux valeurs humaines et chrétiennes. En leur montrant par tout un style de vie, courageusement revu et perfectionné, ce que signifient le respect de toute personne, le service désintéressé des autres, le renoncement aux caprices, le pardon souvent répété, la loyauté en toutes choses, le travail consciencieux, la rencontre de foi avec le Seigneur, les époux chrétiens introduisent leurs propres enfants dans le secret d’une existence réussie qui dépasse singulièrement la découverte d’une “bonne place”.
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6. Le mariage chrétien est aussi appelé à être un ferment de progrès moral pour la société. Le réalisme nous fait reconnaître les menaces qui pèsent sur la famille comme institution naturelle et chrétienne, en Afrique comme ailleurs, du fait de certaines coutumes, du fait aussi des mutations culturelles qui se généralisent. Ne vous arrive-t-il pas de comparer la famille moderne a une pirogue qui vogue sur la rivière, et poursuit sa course au milieu des eaux agitées et des obstacles? Vous savez comme moi combien les notions de fidélité et d’indissolubilité sont battues en brèche par l’opinion. Vous savez aussi que la fragilité et la brisure des foyers engendrent un cortège de misères, même si la solidarité familiale africaine essaie d’y remédier en ce qui concerne la prise en charge des enfants. Les foyers chrétiens –solidement préparés et dûment accompagnés– ont à travailler sans découragement à la restauration de la famille qui est la première cellule de la société et doit demeurer une école de vertus sociales. L’État ne doit pas craindre de tels foyers mais les protéger.
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7. Ferment de la société, la famille chrétienne est encore une présence, une épiphanie de Dieu dans le monde. La constitution pastorale “Gaudium et Spes” (4) contient des pages lumineuses sur le rayonnement de cette “communauté profonde de vie et d’amour” qui est en même temps la toute première communauté ecclésiale de base. “La famille chrétienne, parce qu’elle est issue d’un mariage, image et participation de l’alliance d’amour qui unit le Christ et l’Église, manifestera à tous les hommes la présence vivante du Sauveur dans le monde et la véritable nature de l’Église, tant par l’amour des époux, leur fécondité généreuse, l’unité et la fidélité de leur foyer, que par la coopération amicale de tous ses membres”. Quelle dignité et quelle responsabilité!
Oui, ce sacrement est grand! Et que les époux aient confiance: leur foi les assure qu’ils reçoivent, avec ce sacrement, la force de Dieu, une grâce qui les accompagnera tout au long de leur vie. Qu’ils ne négligent jamais de puiser à cette source jaillissante qui est en eux!
4. Gaudium et spes, 48 [1963 12 07c/48].
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8. Je ne voudrais pas terminer cette méditation sans encourager très vivement les évêques d’Afrique à poursuivre –en dépit des difficultés bien connues– leurs efforts de “pastorale des foyers chrétiens”, avec un dynamisme renouvelé et une espérance à toute épreuve. Je sais que tel est déjà le souci constant de beaucoup et je les admire. Je félicite également les nombreuses familles africaines qui réalisent déjà l’idéal chrétien don j’ai parlé, avec des qualités spécifiquement africaines, et qui sont pour tant d’autres un exemple et un attrait. Mais je me permets d’insister.
Sans rien abandonner de leurs préoccupations pour la formation humaine et religieuse des enfants et des adolescents, et en tenant compte de la sensibilité et des coutumes africaines, les diocèses doivent peu à peu instaurer une pastorale visant les deux époux ensemble et pas seulement l’un ou l’autre des partenaires. Qu’on intensifie la préparation des jeunes au mariage, en les encourageant à suivre une véritable préparation à la vie conjugale, qui leur révélera le sens del’identité chrétienne du couple, les mûrira pour leurs relations interpersonnelles et pour leurs responsabilités familiales et sociales. Ces centres de préparation au mariage ont besoin de l’appui solidaire des diocèses et du concours généreux et compétent d’aumôniers, d’experts et de foyers susceptibles d’apporter un témoignage de qualité. J’insiste surtout sur l’entraide que chaque couple chrétien peut apporter à un autre.
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9. Cette pastorale familiale doit aussi accompagner les jeunes foyers, au fur et à mesure de leur fondation. Journées de reprise spirituelle, retraites, rencontres de foyers soutiendront les jeunes couples dans leur cheminement humain et chrétien. Qu’on veille en toutes ces occasions à un bon équilibre entre la formation doctrinale et l’animation spirituelle. La part de méditation, de conversation avec le Dieu fidèle, est capitale. C’est près de Lui que les époux puisent la grâce de la fidélité, comprennent et acceptent la nécessité de l’ascèse génératrice de vraie liberté, reprennent ou décident leurs engagements familiaux et sociaux qui feront, de leur foyer, des foyers rayonnants. Il serait sans doute très utile que les foyers d’une paroisse et d’un diocèse se regroupent pour constituer un vaste mouvement familial, non seulement pour aider les couples chrétiens à vivre selon l’Évangile, mais pour contribuer à la restauration de la famille en défendant ses valeurs contre les assauts de tout genre, et au nom des droits de l’homme et du citoyen. Sur ce plan capital de la pastorale familiale, toujours plus adéquate aux besoins de notre époque et de vos régions, je fais pleine confiance à vos évêques, mes Frères très chers dans l’épiscopat.
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10. Puissiez-vous trouver dans cet entretien le signe de l’intérêt majeur que le Pape porte aux graves problèmes de la famille, le témoignage de sa confiance et de son espérance en vos foyers chrétiens, et le courage d’oeuvrer vous-mêmes plus que jamais, sur cette terre d’Afrique, pour le plus grand bien de vos nations et pour l’honneur de l’Église du Christ, à la solide construction de communautés familiales “de vie et d’amour” selon l’Évangile! Je vous promets de toujours porter dans mon coeur et ma prière cette grande intention. Que Dieu, qui s’est révélé être famille dans l’unité du Père, du Fils et de l’Esprit, vous bénisse, et que sa bénédiction demeure à jamais sur vous!
[Insegnamenti GP II 3/1, 1075-1081]
[1]. [1980 05 03a/1-10].
[2]. [1979 10 16/36, 68, 69].