[0907] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL MATRIMONIO A LA LUZ DEL SERMÓN DE LA MONTAÑA
Alocución Proseguendo il nostro ciclo, en la Audiencia General, 6 agosto 1980
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1. Prosiguiendo nuestro ciclo, volvemos hoy al Discurso de la Montaña, y precisamente al enunciado “Todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt 5, 28). Jesús apela aquí al “corazón”.
En su coloquio con los fariseos, Jesús, haciendo referencia al “principio” (cfr. los análisis precedentes), pronunció las siguientes palabras referentes al libelo de repudio: “Por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así” (Mt 19, 8). Esta frase encierra indudablemente una acusación. “La dureza de corazón”1 indica lo que, según el ethos del pueblo del Antiguo Testamento, había fundado la situación contraria al originario designio de Dios-Yahveh según Gén 2, 24. Y es ahí donde hay que buscar la clave para interpretar toda la legislación de Israel en el ámbito del matrimonio y, con un sentido más amplio, en el conjunto de las relaciones entre hombre y mujer. Hablando de la “dureza de corazón”, Cristo acusa, por decirlo así, a todo el “sujeto interior”, que es responsable de la deformación de la ley. En el Discurso de la Montaña (Mt 5, 27-28) hace también una alusión al “corazón”, pero las palabras pronunciadas ahí no parecen una acusación solamente.
1. El término griego sklerokardia ha sido forjado por los Setenta para expresar lo que en hebreo significaba incircucisión de corazón” (cfr. como ejemplo Dt. 10, 16; Jer. 4, 4; Eclo. 3, 26 ss.) y que, en la traducción literal del Nuevo Testamento, aparece una sola vez (Act. 7, 51).
Por tanto, hay que entender la “dureza de corazón” en este contexto filológico.
La “incircuncisión” significaba el “paganismo”, la “impureza”, la “distancia de la Alianza con Dios”; la “incircuncisión de corazón” expresaba la indómita obstinación en oponerse a Dios. Lo confirma la frase del diácono Esteban: “Duros de cerviz e incircuncisos de corazón y oídos, vosotros siempre habéis resistido al Espíritu Santo. Como vuestros padres, así también vosotros” (Act. 7, 51).
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2. Debemos reflexionar una vez más sobre ellas, insertándolas lo más posible en su dimensión “histórica”. El análisis hecho hasta ahora, tendente a enfocar al “hombre de la concupiscencia” en su momento genético casi en el punto inicial de su historia entrelazada con la teología, constituye una amplia introducción sobre todo antropológica, al trabajo que todavía hay que emprender. La sucesiva etapa de nuestro análisis deberá ser de carácter ético. El Discurso de la Montaña, y en especial ese pasaje que hemos elegido como centro de nuestros análisis, forma parte de la proclamación del nuevo ethos: el “ethos” del Evangelio. En las enseñanzas de Cristo está profundamente unido con la conciencia del “principio”; por tanto, con el misterio de la creación en su originaria sencillez y riqueza. Y, al mismo tiempo, el ethos que Cristo proclama en el Discurso de la Montaña, está enderezado de modo realista al “hombre histórico”, transformado en hombre de la concupiscencia. La triple concupiscencia, en efecto, es herencia de toda la humanidad y el “corazón” humano realmente participa en ella. Cristo, que sabe “lo que hay en todo hombre” (Jn 2, 25)2, no puede hablar de otro modo sino con semejante conocimiento de causa. Desde este punto de vista, en las palabras de Mt 5, 27-28 no prevalece la acusación, sino el juicio: un juicio realista sobre el corazón humano, un juicio que de una parte tiene un fundamento antropológico y de otra un carácter directamente ético. Para el ethos del Evangelio es un juicio constitutivo.
2. Cfr. Ap. 2, 23: “...el que escudriña las entrañas y los corazones...”; Act. 1, 24: “Tú, Señor, que conoces los corazones de todos...” (kardiognost¯es).
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3. En el Discurso de la Montaña, Cristo se dirige directamente al hombre, que pertenece a una sociedad bien definida. También el Maestro pertenece a esa sociedad, a ese pueblo. Por tanto, hay que buscar en las palabras de Cristo una referencia a los hechos, a las situaciones, a las instituciones con que estaba cotidianamente familiarizado. Hay que someter tales referencias a un análisis por lo menos sumario, a fin de que surja más claramente el significado ético de las palabras de Mt 5, 27-28. Sin embargo, con estas palabras Cristo se dirige también, de modo indirecto pero real, a todo hombre “histórico” (entendiendo este adjetivo sobre todo en función teológica). Y este hombre es precisamente el “hombre de la concupiscencia”, cuyo misterio y cuyo corazón es conocido por Cristo (“pues Él conocía lo que en el hombre había”: Jn 2, 25). Las palabras del Discurso de la Montaña nos permiten establecer un contacto con la experiencia interior de este hombre, casi en toda latitud y longitud geográfica, en las diversas épocas, en los diversos condicionamientos sociales y culturales. El hombre de nuestro tiempo se siente llamado por su nombre, en este enunciado de Cristo, no menos que el hombre de “entonces”, al que el Maestro directamente se dirigía.
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4. En esto reside la universalidad del Evangelio, que no es en absoluto una generalización. Quizá precisamente en ese enunciado de Cristo que estamos ahora analizando, eso se manifiesta con particular claridad. En virtud de ese enunciado, el hombre de todo tiempo y de todo lugar se siente llamado en su modo justo, concreto, irrepetible; porque precisamente Cristo apela al “corazón” humano, que no puede ser sometido a generalización alguna. Con la categoría del “corazón”, cada uno es individualizado singularmente más aún que por el nombre; es alcanzado en lo que determina de modo único e irrepetible; es definido en su humanidad “desde el interior”.
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5. La imagen del hombre de la concupiscencia afecta ante todo a su interior (3). La historia del “corazón” humano después del pecado original está escrita bajo la presión de la triple concupiscencia, con la que se enlaza también la más profunda imagen del ethos en sus diversos documentos históricos. Sin embargo, ese interior es también la fuerza que decide sobre el comportamiento humano “exterior” y también sobre la forma de múltiples estructuras e instituciones a nivel de vida social. Si de estas estructuras e instituciones deducimos los contenidos del ethos, en sus diversas formulaciones históricas, siempre encontramos ese aspecto íntimo, propio de la imagen interior del hombre. Ésta es, en efecto, la componente más esencial. Las palabras de Cristo en el Discurso de la Montaña, y especialmente las de Mt 5, 27-28, lo indican de modo inequívoco. Ningún estudio sobre el ethos humano puede dejar de lado esto con indiferencia.
Por tanto, en nuestras sucesivas reflexiones trataremos de someter a un análisis más detallado ese enunciado de Cristo que dice: “Habéis oído que fue dicho: no adulterarás. Pero Yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (o también: “Ya la ha hecho adúltera en su corazón”).
Para comprender mejor este texto analizaremos primero cada una de sus partes, a fin de obtener después una visión global más profunda. Tomaremos en consideración no sólo los destinatarios de entonces, que escucharon con sus propios oídos el Discurso de la Montaña, sino también, en cuanto sea posible, a los contemporáneos, a los hombres de nuestro tiempo.
[Enseñanzas 7, 137-139]
3. “Porque del corazón provienen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias. Esto es lo que contamina al hombre...” (Mt. 15, 19-20).
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1. Proseguendo il nostro ciclo, riprendiamo oggi il Discorso della Montagna, e precisamente l’enunciato: “Chiunque guarda una donna per desiderarla, ha già commesso adulterio con lei nel suo cuore” (1).
Nel suo colloquio con i farisei, Gesù, facendo riferimento al “principio” (2), pronunciò le seguenti parole riguardo al libello di ripudio: “Per la durezza del vostro cuore Mosè vi ha permesso di ripudiare le vostre mogli, ma da principio non fu così” (3). Questa frase comprende indubbiamente un’accusa. “La durezza di cuore”4 indica ciò che, secondo l’ethos del popolo dell’Antico Testamento, aveva fondato la situazione contraria all’originario disegno di Dio-Jahvè secondo Genesi 2, 24. Ed è là che bisogna cercare la chiave per interpretare tutta la legislazione di Israele nell’ambito del matrimonio e, in senso più lato, nell’insieme dei rapporti tra uomo e donna. Parlando della “durezza di cuore”, Cristo accusa, per così dire, l’intero “soggetto interiore” che è responsabile della deformazione della Legge. Nel Discorso della Montagna (5), egli fa anche un richiamo al “cuore”, ma le parole qui pronunciate non sembrano soltanto di accusa.
1. Math. 5, 28.
2. Cf. le analisi precedenti [1980 07 30/1-5].
3. Matth. 19, 8.
4. Il termine greco skl˜erokardia è stato foggiato dai Settanta per esprimere ciò che nell’ebraico significava: incirconcisione di cuore” (cf. ex. gr. Deut. 10, 16; Ier. 4, 4; Sir 3, 26 ss.) e che, nella traduzione letterale del Nuovo Testamento, appare una sola volta (Act 7, 51).
La “incirconcisione” significava il “paganesimo”, l’“impudicizia”, la “distanza dell’Alleanza con Dio”, la “incirconcisione di cuore” esprimeva l’indomita ostinazione nell’opporsi a Dio. Lo conferma l’apostrofe del diacono Stefano: “o gente testarda e pagana nel cuore (letteralmente: non circoncisa di cuore)... voi sempre opponete resistenza allo Spirito Santo: come i vostri padri, così anche voi” (Act. 7, 51).
Occorte dunque intendere la “durezza di cuore” in tale contesto filologico.
5. Matth. 5, 27-28.
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2. Dobbiamo riflettere ancora una volta su di esse, inserendole il più possibile nella loro dimensione “storica”. L’analisi finora fatta, mirante a mettere a fuoco “l’uomo della concupiscenza” nel suo momento genetico, quasi nel punto iniziale della sua storia intrecciata con la teologia, costituisce un’ampia introduzione soprattutto antropologica, al lavoro che ancora occorre intraprendere. La successiva tappa della nostra analisi dovrà essere di carattere etico. Il Discorso della Montagna, ed in particolare quel passo che abbiamo scelto come centro delle nostre analisi, fa parte della proclamazione del nuovo ethos: l’ethos del Vangelo. Nell’insegnamento di Cristo, esso è profondamente connesso con la coscienza del “principio”, quindi con il mistero della creazione nella sua originaria semplicità e ricchezza; e, al tempo stesso, l’ethos, che Cristo proclama nel Discorso della Montagna, è realisticamente indirizzato all’“uomo storico”, divenuto l’uomo della concupiscenza. La triplice concupiscenza, infatti, è retaggio di tutta l’umanità, e il “cuore” umano realmente ne partecipa. Cristo, che sa “quello che c’è in ogni uomo” (6), non può parlare altrimenti, se non con una simile consapevolezza. Da questo punto di vista, nelle parole di Matteo 5, 27-28 non prevale l’accusa ma il giudizio: un giudizio realistico sul cuore umano, un giudizio che da una parte ha un fondamento antropologico, e, dall’altra, un carattere direttamente etico. Per l’ethos del Vangelo è un giudizio costitutivo.
6. Io. 2, 25; cf. Apoc. 2, 23: “Colui che scruta gli affetti e i pensieri degli uomini...”; Act. 1, 24: “Signore, che conosci il cuore di tutti...” (kardiognost¯es).
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3. Nel Discorso della Montagna, Cristo si rivolge direttamente all’uomo che appartiene ad una società ben definita. Anche il Maestro appartiene a quella società, a quel popolo. Quindi bisogna cercare nelle parole di Cristo un riferimento ai fatti, alle situazioni, alle istituzioni, alle quali era quotidinamente familiarizzato. Bisogna che sottoponiamo tali riferimenti ad un’analisi almeno sommaria, affinchè emerga più chiaramente il significato etico delle parole di Matteo 5, 27-28. Tuttavia, con queste parole, Cristo si rivolge anche, in modo indiretto ma reale, ad ogni uomo “storico” (intendendo questo aggettivo soprattutto in funzione teologica). E quest’uomo è proprio l’“uomo della concupiscenza”, il cui mistero e il cui cuore è noto a Cristo (“egli infatti sapeva quello che c’è in ogni uomo”)7. Le parole del Discorso della Montagna ci consentono di stabilire un contatto con l’esperienza interiore di quest’uomo quasi ad ogni latitudine e longitudine geografica, nelle varie epoche, nei diversi condizionamenti sociali e culturali. L’uomo del nostro tempo si sente chiamato per nome da questo enunciato di Cristo, non meno dell’uomo di “allora”, a cui il Maestro direttamente si rivolgeva.
7. Io. 2, 25.
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4. In ciò risiede l’universalità del Vangelo, che non è affatto una generalizzazione. Forse proprio in questo enunciato di Cristo, che qui sottoponiamo ad analisi, ciò si manifesta con particolare chiarezza. In virtù di questo enunciato, l’uomo di ogni tempo e di ogni luogo si sente chiamato, in modo adeguato, concreto, irripetibile; perchè appunto Cristo fa appello al “cuore” umano, che non può essere soggetto ad alcuna generalizzazione. Con la categoria del “cuore”, ognuno è individuato singolarmente ancor più che per nome, viene raggiunto in ciò che lo determina in modo unico e irripetibile, è definito nella sua umanità “dall’interno”.
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5. L’immagine dell’uomo della concupiscenza concerne anzitutto il suo intimo (8). La storia del “cuore” umano dopo il peccato originale è scritta sotto la pressione della triplice concupiscenza, a cui si collega anche la più profonda immagine dell’ethos nei suoi vari documenti storici. Tuttavia, quell’intimo è pure la forza che decide del comportamento umano “esteriore”, ed anche della forma di molteplici strutture e istituzioni e livello di vita sociale. Se da queste strutture ed istituzioni deduciamo i contenuti dell’ethos, nelle sue varie formulazioni storiche, sempre incontriamo questo aspetto intimo, proprio dell’immagine interiore dell’uomo. Questa infatti è la componente più essenziale. Le parole di Cristo nel Discorso della Montagna, e specialmente quelle di Matteo 5, 27-28, lo indicano in modo inequivocabile. Nessuno studio sull’ethos umano può passarvi accanto con indifferenza. Perciò, nelle nostre successive riflessioni, cercheremo di sottoporre ad un’analisi più particolareggiata quell’enunciato di Cristo, che dice: “Avete inteso che fu detto: Non commetterete adulterio; ma io vi dico: chiunque guarda una donna per desiderarla, ha già commesso adulterio con lei nel suo cuore” (oppure: “già l’ha resa adultera nel suo cuore”).
Per comprendere meglio questo testo, analizzeremo prima le sue singole parti, al fine di ottenere poi una più approfondita visione globale. Prenderemo in considerazione non soltanto i destinatari di allora che hanno ascoltato con i propri orecchi il Discorso della Montagna, ma anche, per quanto possibile, quelli contemporanei, gli uomini del nostro tempo.
[Insegnamenti GP II, 3/2, 336-339]
8. “Dal cuore, infatti, provengono i propositi malvagi, gli omicidi, gli adulterii, le prostituzioni, i furti, le false testimonianze, le bestemmie. Queste sono le cose che rendono immondo l’uomo...” (Matth. 15, 19-20).