[0908] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL ADULTERIO COMETIDO EN EL CORAZÓN
Alocución L’analisi dell’affermazione, en la Audiencia General, 13 agosto 1980
1980 08 13 0001
1. El análisis de la afirmación de Cristo durante el Sermón de la Montaña, afirmación que se refiere al “adulterio” y al “deseo”, que él llama “adulterio cometido en el corazón”, debe realizarse comenzando por las primeras palabras. Cristo dice: “Habéis oído que fue dicho: No adulterarás...” (Mt 5, 27). Tiene en su mente el mandamiento de Dios, que en el Decálogo figura en sexto lugar y forma parte de la llamada Tabla de la Ley, que Moisés había obtenido de Dios-Yahveh.
Veámoslo por de pronto desde el punto de vista de los oyentes directos del Sermón de la Montaña, de los que escucharon las palabras de Cristo. Son hijos e hijas del pueblo elegido, pueblo que había recibido la “Ley” del propio Dios-Yahveh, había recibido también a los “Profetas”, los cuales, repetidamente, a través de los siglos, habían lamentado precisamente la relación mantenida con esa Ley, las múltiples transgresiones de la misma. También Cristo habla de tales transgresiones. Más aún, habla de cierta interpretación humana de la Ley, en que se borra y desaparece el justo significado del bien y del mal, específicamente querido por el divino Legislador. La Ley, efectivamente, es sobre todo un medio, un medio indispensable para que “sobreabunde la justicia” (palabras de Mt 5, 20 en la antigua versión). Cristo quiere que esa justicia “supere a la de los escribas y fariseos”. No acepta la interpretación que a lo largo de los siglos han dado ellos al auténtico contenido de la Ley, en cuanto que han sometido en cierto modo tal contenido, o sea, el designio y la voluntad del Legislador, a las diversas debilidades y a los límites de la voluntad humana, derivada precisamente de la triple concupiscencia. Era ésa una interpretación casuística, que se había superpuesto a la originaria visión del bien y del mal, enlazada con la Ley del Decálogo. Si Cristo tiende a la transformación del ethos, lo hace sobre todo para recuperar la fundamental claridad de la interpretación: “No penséis que he venido a abrogar la Ley o los Profetas; no he venido a abrogarla, sino a hacer que se cumpla” (Mt 5, 17). Condición para el cumplimiento de la ley es la justa comprensión. Y esto se aplica, entre otras cosas, al mandamiento “no cometerás adulterio”.
1980 08 13 0002
2. Quien siga por las páginas del Antiguo Testamento la historia del pueblo elegido de los tiempos de Abrahán, encontrará allí abundantes hechos que prueban cómo se practicaba y cómo, en consecuencia de esa práctica, se elaboraba la interpretación casuística de la Ley. Ante todo, es bien sabido que la historia del Antiguo Testamento es teatro de la sistemática defección de la monogamia, lo cual, para comprender la prohibición “no cometer adulterio”, debía tener un significado fundamental. El abandono de la monogamia, especialmente en tiempo de los Patriarcas, había sido dictado por el deseo de la prole, de una numerosa prole. Este deseo era tan profundo, y la procreación, como fin esencial del matrimonio, tan evidente, que las esposas, que amaban a los maridos, cuando no podían darles descendencia rogaban por su propia iniciativa a los maridos, los cuales las amaban, que pudieran tomar “sobre sus rodillas” –o sea, acoger– a la prole dada a la vida por otra mujer, como la sierva o esclava. Tal fue el caso de Sara respecto a Abrahán (1) y también el de Raquel respecto a Jacob (2). Estas dos narraciones reflejan el clima moral en que se practicaba el Decálogo. Explican el modo en que el ethos israelita era preparado para acoger el mandamiento “no cometer adulterio” y la aplicación que encontraba tal mandamiento en la más antigua tradición de aquel pueblo. La autoridad de los Patriarcas era, de hecho, la más alta en Israel y tenía un carácter religioso. Estaba estrictamente ligada a la Alianza y a la promesa.
1980 08 13 0003
3. El mandamiento “no cometer adulterio” no cambió esa tradición. Todo indica que su ulterior desarrollo no se limitaba a los motivos (más bien excepcionales) que habían guiado el comportamiento de Abrahán y Sara o de Jacob y Raquel. Si tomamos como ejemplo a los representantes más ilustres de Israel después de Moisés, los reyes de Israel, David y Salomón, la descripción de su vida atestigua el establecimiento de la poligamia efectiva, y ello, indudablemente, por motivos de concupiscencia.
En la historia de David, que tenía también varias mujeres, debe impresionar no solamente el hecho de que había tomado la mujer de un súbdito suyo, sino también la clara conciencia de haber cometido adulterio. Ese hecho, así como la penitencia del rey, son descritos de forma detallada y sugestiva (3). Por adulterio se entiende solamente la posesión de la mujer de otro, mientras no lo es la posesión de otras mujeres como esposas junto a la primera. Toda la tradición de la Antigua Alianza indica que en la conciencia de las generaciones que se sucedían en el pueblo elegido, a su ethos no fue añadida jamás la exigencia efectiva de la monogamia, como implicación esencial e indispensable del mandamiento “no cometer adulterio”.
3. Cfr. 2 Sam. 11, 2-27.
1980 08 13 0004
4. Sobre este fondo histórico hay que entender todos los esfuerzos que están dirigidos a introducir el contenido específico del mandamiento “no cometer adulterio” en el cuadro de la legislación promulgada. Lo confirman los Libros de la Biblia, en los que se encuentra registrado ampliamente el conjunto de la legislación del Antiguo Testamento. Si se toma en consideración la letra de tal legislación, resulta que ésta lucha contra el adulterio de manera decidida y sin miramientos, utilizando medios radicales, incluida la pena de muerte (4). Pero lo hace sosteniendo la poligamia, efectiva, más aún, legalizándola plenamente, al menos de modo indirecto. Así pues, el adulterio es combatido sólo en los límites determinados y en el ámbito de las premisas definitivas, que componen la forma esencial del ethos del Antiguo Testamento.
Aquí, por adulterio, se entiende sobre todo (y tal vez exclusivamente) la infracción del derecho de propiedad del hombre con respecto a cualquier mujer que sea su esposa legal (normalmente, una entre tantas); no se entiende, en cambio, el adulterio como aparece desde el punto de vista de la monogamia establecida por el Creador. Sabemos ya que Cristo se refirió al “principio” precisamente en relación con este argumento (Cfr. Mt 19, 8).
4. Cfr. Lev. 20, 10; Deut. 22, 22.
1980 08 13 0005
5. Por otra parte, es muy significativa la circunstancia en que Cristo se pone de parte de la mujer sorprendida en adulterio y la defiende de la lapidación. Él dice a los acusadores: “Quien de vosotros esté sin pecado, tire la primera piedra contra ella”(Jn 8, 7). Cuando ellos dejan las piedras y se alejan, dice a la mujer: “Ve, y de ahora en adelante no peques más” (Jn 8, 11). Cristo identifica, pues, claramente el adulterio con el pecado. En cambio, cuando se dirige a los que querían lapidar a la mujer adúltera, no apela a las prescripciones de la ley israelita, sino exclusivamente a la conciencia. El discernimiento del bien y del mal inscrito en las conciencias humanas puede demostrarse más profundo y más correcto que el contenido de una norma.
Como hemos visto, la historia del Pueblo de Dios en la Antigua Alianza (que hemos intentado ilustrar sólo a través de algunos ejemplos) se desarrollaba, en gran medida, fuera del contenido normativo encerrado por Dios en el mandamiento “no cometer adulterio”; pasaba, por así decirlo, a su lado. Cristo desea enderezar estas desviaciones. De aquí las palabras pronunciadas por Él en el Sermón de la Montaña.
[Enseñanzas 7, 140-142]
1980 08 13 0001
1. L’analisi dell’affermazione di Cristo durante il Discorso della Montagna, affermazione che si riferisce all’“adulterio”, e al “desiderio” che egli chiama “adulterio commesso nel cuore”, bisogna svolgerla iniziando dalle prime parole. Cristo dice: “Avete inteso che fu detto: Non commettere adulterio...” (1). Egli ha in mente il comandamento di Dio, quello che nel Decalogo si trova al sesto posto, e fa parte della cosiddetta seconda Tavola della Legge, che Mosè aveva ottenuto da Dio-Jahvè.
Poniamoci dapprima dal punto di vista dei diretti ascoltatori del Discorso della Montagna, di quelli che hanno sentito le parole di Cristo. Essi sono figli e figlie del popolo eletto –popolo che da Dio-Jahvè stesso– aveva ricevuto la “Legge”, aveva ricevuto anche i “Profeti” i quali ripetutamente, lungo i secoli, avevano biasimato proprio il rapporto mantenuto con quella Legge, le molteplici trasgressioni di essa. Anche Cristo parla di simili trasgressioni. Ma ancor più Egli parla di una tale interpretazione umana della Legge, in cui si cancella e sparisce il giusto significato del bene e del male, specificamente voluto dal Divino Legislatore. La Legge infatti è soprattutto un mezzo, mezzo indispensabile affinchè “sovrabbondi la giustizia” (parole di Matteo 5, 20, nell’antica traduzione). Cristo vuole che tale giustizia “superi quella degli scribi e dei farisei”. Egli non accetta l’interpretazione che lungo i secoli essi hanno dato all’autentico contenuto della Legge, in quanto hanno sottoposto in certa misura tale contenuto, ossia il disegno e la volontà del Legislatore, alle svariate debolezze ad ai limiti della volontà umana, derivanti appunto dalla triplice concupiscenza. Era questa una interpretazione casistica, che si era sovrapposta all’originaria visione del bene e del male, collegata con la Legge del Decalogo. Se Cristo tende alla trasformazione dell’ethos, lo fa soprattutto per recuperare la fondamentale chiarezza dell’interpretazione: “No pensate che io sia venuto ad abolire la Legge o i Profeti; non sono venuto per abolire ma per dare compimento” (2). Condizione del compimento è la giusta comprensione. E questo si applica, tra l’altro, al comandamento: “non commettere adulterio”.
1. Matth. 5, 27.
2. Matth. 5, 17.
1980 08 13 0002
2. Chi segue nelle pagine dell’Antico Testamento la storia del popolo eletto dai tempi di Abramo, vi troverà abbondanti fatti che attestano come questo comandamento era messo in pratica e come, in seguito a tale pratica veniva elaborata l’interpretazione casistica della Legge. Prima di tutto è noto che la storia dell’Antico Testamento è teatro della sistematica defezione dalla monogamia: il che per la comprensione del divieto: “non commettere adulterio”, doveva avere un significato fondamentale. L’abbandono della monogamia, specialmente al tempo dei Patriarchi, era stato dettato dal desiderio della prole, di una numerosa prole. Questo desiderio era così profondo, e la procreazione, quale fine essenziale del matrimonio, era così evidente, che le mogli, le quali amavano i mariti, quando non erano in grado di dare loro la prole, chiedevano di loro iniziativa ai mariti, dai quali erano amate, di poter prendere “sulle proprie ginocchia”, ossia di accogliere la prole data alla vita da un’altra donna, ad esempio dalla serva, cioè dalla schiava. Così fu nel caso di Sara riguardo ad Abramo (3), oppure nel caso di Rachele riguardo a Giacobbe (4).
Queste due narrazioni rispecchiano il clima morale in cui veniva praticato il Decalogo. Illustrano il modo in cui l’ethos israelitico era preparato ad accogliere il comandamento “non commettere adulterio”, e quale applicazione trovava tale comandamento nella più antica tradizione di questo popolo. L’autorità dei patriarchi era, di fatto, la più alta in Israele e possedeva un carattere religioso. Era strettamente legata all’Alleanza ed alla Promessa.
1. Cfr. Gén. 16, 2.
2. Cfr. ibid. 30, 3.
3. Cf. Gen. 16, 2.
4. Cf. ibid. 30, 3.
1980 08 13 0003
3. Il comandamento: “non commettere adulterio” non cambiò questa tradizione. Tutto indica che l’ulteriore suo sviluppo non si limitava ai motivi (piuttosto eccezionali) che avevano guidato il comportamento di Abramo e Sara, o di Giacobbe e Rachele. Se prendiamo come esempio i rappresentanti più illustri di Israele dopo Mosè, i re di Israele, Davide e Salomone, la descrizione della loro vita attesta lo stabilirsi della poligamia effettiva, e ciò indubbiamente per motivi di concupiscenza.
Nella storia di Davide, il quale pure aveva più mogli, deve colpire non soltanto il fatto che avesse preso la moglie di un suo suddito, ma anche la chiara coscienza d’aver commesso adulterio. Questo fatto, così come la penitenza del re, sono descritti in modo dettagliato e suggestivo (5). Per adulterio si intende soltanto il possesso della moglie altrui, mentre non lo è il possesso di altre donne come mogli accanto alla prima. Tutta la tradizione dell’Antica Alleanza indica che alla coscienza delle generazioni susseguitesi nel popolo eletto, al loro ethos non è giunta mai l’esigenza effettiva della monogamia, quale implicazione essenziale ed indispensabile del comandamento “non commettere adulterio”.
5. Cf. 2 Sam. 11, 2-27.
1980 08 13 0004
4. Su questo sfondo bisogna anche intendere tutti gli sforzi che mirano ad introdurre il contenuto specifico del comandamento: “non commettere adulterio” nel quadro della legislazione promulgata. Lo confermano i Libri della Bibbia, nei quali si trova ampiamente registrato l’insieme della legislazione antico-testamentaria. Se si prende in considerazione la lettera di tale legislazione, risulta che essa lotta con l’adulterio in modo deciso e senza riguardi, usando mezzi radicali, compresa la pena di morte (6). Lo fa però sostenendo l’effettiva poligamia, anzi legalizzandola pienamente, almeno in modo indiretto. Così dunque l’adulterio è combattuto solo nel limiti determinati e nell’ambito delle premesse definitive, che compongono l’essenziale forma dell’ethos antico-testamentario.
Per adulterio vi si intende soprattutto (e forse esclusivamente) l’infrazione del diritto di proprietà dell’uomo nei riguardi di ogni donna che sia la propria moglie legale (di solito: una tra tante); non si intende invece l’adulterio come appare dal punto di vista della monogamia stabilita dal Creatore. Sappiamo, ormai, che Cristo fece riferimento al “principio” proprio riguardo a questo argomento (7).
6. Cf. Lev. 20, 10; Deut. 22, 22.
7. Cf. Matth. 19, 8.
1980 08 13 0005
5. Molto significativa è, inoltre, la circostanza in cui Cristo prende le parti della donna sorpresa in adulterio e la difende dalla lapidazione. Egli dice agli accusatori: “Chi di voi è senza peccato scagli la prima pietra contro di lei” (8). Quando essi lasciano le pietre e si allontanano, dice alla donna: “Va e d’ora in poi non peccare più” (9). Cristo identifica dunque chiaramente l’adulterio con il peccato. Quando invece si rivolge a coloro che volevano lapidare la donna adultera, non fa richiamo alle prescrizioni della legge israelitica, ma esclusivamente alla coscienza. Il discernimento del bene e del male inscritto nelle coscienze umane può mostrarsi più profondo e più corretto che non il contenuto di una norma legale.
Come abbiamo visto, la storia del Popolo di Dio nell’Antica Alleanza (che abbiamo cercato di illustrare soltanto attraverso alcuni esempi) si svolgeva, in notevole misura, al di fuori del contenuto normativo racchiuso da Dio nel comandamento “non commettere adulterio”; passava, per così dire, accanto ad esso. Cristo desidera raddrizzare queste storture. Di qui le parole da Lui pronunciate nel Discorso della Montagna.
[Insegnamenti GP II, 3/2, 396-399]
8. Io. 8, 7.
9. Ibid. 8, 11.