[0911] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL MANDAMIENTO: NO COMETER ADULTERIO
Alocución Quando Cristo, en la Audiencia General, 20 agosto 1980
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1. Cuando Cristo, en el Sermón de la Montaña, dice: “Habéis oído que fue dicho: no adulterarás” (Mt 5, 27), hace referencia a lo que cada uno de los que le escuchaban sabía perfectamente y se sentía obligado a ello en virtud del mandamiento de Dios-Yahveh. Sin embargo, la historia del Antiguo Testamento hace ver que tanto la vida del pueblo, unido a Dios-Yahveh por una especial alianza, como la vida de cada uno de los hombres, se aparta frecuentemente de ese mandamiento. Lo demuestra también una mera ojeada dada a la legislación, de la que existe una rica documentación en los Libros del Antiguo Testamento.
Las prescripciones de la ley veterotestamentaria eran muy severas. Eran también muy minuciosas y penetraban en los más mínimos detalles concretos de la vida (1). Se puede suponer que cuanto más evidente se hacía en esta ley la legalización de la poligamia efectiva, tanto más aumentaba la exigencia de sostener sus dimensiones jurídicas y establecer sus límites legales. De ahí el gran número de prescripciones y también la severidad de las penas previstas por el legislador para la infracción de tales normas. Sobre la base de los análisis que hemos hecho anteriormente acerca de la referencia que Cristo hace al “principio”, en su discurso sobre la disolubilidad del matrimonio y sobre el “acto de repudio”, es evidente que Él veía con claridad la fundamental contradicción que el derecho matrimonial del Antiguo Testamento escondía en sí al aceptar la efectiva poligamia, es decir, la institución de las concubinas junto a las esposas legales, o también el derecho a la convivencia con la esclava (2). Se puede decir que tal derecho, mientras combatía el pecado, al mismo tiempo contenía en sí, e incluso protegía las “estructuras sociales del pecado”, lo que constituía su legalización. En tales circunstancias se imponía la necesidad de que el sentido ético esencial del mandamiento “no cometer adulterio” tuviese también una revalorización fundamental. En el Sermón de la Montaña, Cristo desvela nuevamente ese sentido, superando sus restricciones tradicionales y legales.
1. Cfr. p. ej., Dt. 21, 10-13; Núm. 30, 7-16; Dt. 24, 1-4; Dt. 22, 13-21; Lev. 20, 10-21, y otros.
2. Aunque el Libro del Génesis presenta el matrimonio monogámico de Adán, de Set y de Noé como modelos que imitar y parece condenar la bigamia que se manifiesta solamente en los descendientes de Caín (cfr. Gén. 4, 19), por otra parte la vida de los Patriarcas proporciona ejemplos contrarios. Abrahán observa las prescripciones de la ley de Hammurabi, que consentía desposar una segunda mujer en caso de esterilidad de la primera; y Jacob tenía dos mujeres y dos concubinas (cfr. Gén. 30, 1-19).
El libro del Deuteronomio admite la existencia legal de la bigamia (cfr. Dt. 21, 15-17) e incluso de la poligamia advirtiendo al rey que no tenga muchas mujeres (cfr. Dt. 17, 17); confirma también la institución de las concubinas-prisioneras de guerra (cfr. Dt. 21, 10-14) o esclavas (cf. Ex. 21, 7-11). [Cfr. R. DE VAUX, Ancient Israel, Its Life and Institutions (Londres (3) 1976), Darton, Longman, Todd, p. 24-25, 83]. No hay en el Antiguo Testamento mención explícita alguna sobre la obligación de la monogamia, si bien la imagen presentada por los libros posteriores demuestra que prevalecía en la práctica social (cfr., p. ej., los Libros Sapienciales, excepto Eclo. 37, 11; Tob.).
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2. Quizá merezca la pena añadir que en la interpretación veterotestamentaria, cuanto más la prohibición del adulterio está marcada –pudiéramos decir– por el compromiso de la concupiscencia del cuerpo, tanto más claramente se determina la posición respecto a las desviaciones sexuales. Esto lo confirman las prescripciones correspondientes, las cuales establecen la pena capital para la homosexualidad y la bestialidad. En cuanto a la conducta de Onán, hijo de Judá (de quien toma origen la denominación moderna de “onanismo”), la Sagrada Escritura dice que “...no fue del agrado del Señor, el cual hizo morir también a él” (Gén 38, 10).
El derecho matrimonial del Antiguo Testamento, en su más amplio conjunto, pone en primer plano la finalidad procreativa del matrimonio, y en algunos trata de demostrar un tratamiento jurídico de igualdad entre la mujer y el hombre –por ejemplo, respecto a la pena por el adulterio, se dice explícitamente: “Si adultera un hombre con la mujer de su prójimo, hombre y mujer adúlteros serán castigados con la muerte” (Lev 20, 10)–; pero, en conjunto, prejuzga a la mujer tratándola con mayor severidad.
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3. Convendría quizá poner de relieve el lenguaje de esta legislación, el cual, como en ese caso, es un lenguaje que refleja objetivamente la sexología de aquel tiempo. Es también un lenguaje importante para el conjunto de las reflexiones sobre la teología del cuerpo. Encontramos en él la específica confirmación del carácter de pudor que rodea cuanto, en el hombre, pertenece al sexo. Más aún: lo que es sexual se considera, en cierto modo, como “impuro”, especialmente cuando se trata de las manifestaciones fisiológicas de la sexualidad humana. El “descubrir la desnudez” (cfr., p. ej., Lev 20, 11. 17-21) es estigmatizado como el equivalente de un ilícito acto sexual llevado a cabo; ya la misma expresión parece aquí bastante elocuente. Es indudable que el legislador ha tratado de servirse de la terminología correspondiente a la conciencia y a las costumbres de la sociedad de aquel tiempo. Por tanto, el lenguaje de la legislación del Antiguo Testamento debe confirmarnos en la convicción de que no solamente son conocidas al legislador y a la sociedad la fisiología del sexo y las manifestaciones somáticas de la vida sexual, sino también que son valoradas de un modo determinado. Es difícil sustraerse a la impresión de que tal valoración tenía carácter negativo. Esto no anula, ciertamente, las verdades que conocemos por el Libro del Génesis, ni se puede inculpar al Antiguo Testamento –y entre otros a los libros legislativos– de ser como los precursores de un maniqueísmo. El juicio expresado en ellos respecto al cuerpo y al sexo no es tan negativo, ni siquiera tan severo, sino que está más bien caracterizado por una objetividad motivada por el intento de poner orden en esa esfera de la vida humana. No se trata directamente del orden del “corazón”, sino del orden de toda la vida social, en cuya base están, desde siempre, el matrimonio y la familia.
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4. Si se toma en consideración la problemática “sexual” en su conjunto, conviene quizá prestar brevemente atención a otro aspecto; es decir, al nexo existente entre la moralidad, la ley y la medicina, que aparece evidente en los respectivos Libros del Antiguo Testamento. Los cuales contienen no pocas prescripciones prácticas referentes al ámbito de la higiene, o también al de la medicina, marcado más por la experiencia que por la ciencia, según el nivel alcanzado entonces (3). Por lo demás, el enlace experiencia-ciencia es notoriamente todavía actual. En esta amplia esfera de problemas, la medicina acompaña siempre de cerca a la ética, y la ética, como también la teología, busca su colaboración.
3. Cfr. p. ej. Lev. 12, 1-6; 15, 1-28; Dt. 21, 12-13.
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5. Cuando Cristo, en el Sermón de la Montaña, pronuncia las palabras: “Habéis oído que fue dicho: no adulterarás”, e inmediatamente añade: “Pero Yo os digo...”, está claro que quiere reconstruir en la conciencia de sus oyentes el significado ético propio de este mandamiento, apartándose de la interpretación de los “doctores”, expertos oficiales de la ley. Pero, además de la interpretación procedente de la tradición, el Antiguo Testamento nos ofrece todavía otra tradición para comprender el mandamiento cometer adulterio”. Y es la tradición de los Profetas. Éstos, refiriéndose al “adulterio”, querían recordar “a Israel y a Judá” que su pecado más grande era el abandono del único y verdadero Dios en favor del culto a los diversos ídolos, que el pueblo elegido, en contacto con los otros pueblos, había hecho propios fácilmente y de modo exagerado. Así pues, es característica propia del lenguaje de los Profetas más bien la analogía con el adulterio que el adulterio mismo; sin embargo, tal analogía sirve para comprender también el mandamiento “no cometer adulterio” y la correspondiente interpretación, cuya carencia se advierte en los documentos legislativos. En los oráculos de los Profetas, y especialmente de Isaías, Oseas y Ezequiel, el Dios de la Alianza-Yahveh es representado frecuentemente como Esposo, y el amor con que se ha unido a Israel puede y debe identificarse con el amor esponsal de los cónyuges. Y he aquí que Israel, a causa de su idolatría y del abandono del Dios-Esposo, comete para con Él una traición que se puede parangonar con la de la mujer respecto al marido: comete, precisamente, “adulterio”.
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6. Los Profetas, con palabras elocuentes y, muchas veces, mediante imágenes y comparaciones extraordinariamente plásticas, presentan lo mismo el amor de Yahveh-Esposo que la traición de Israel-Esposa que se abandona al adulterio. Es éste un tema que deberemos volver a tocar en nuestras reflexiones, cuando sometamos a análisis, concretamente, el problema del “sacramento”; pero ya ahora conviene aludir a él, en cuanto que es necesario para entender las palabras de Cristo, según Mt 5, 27-28, y comprender esa renovación del ethos que implican estas palabras: “Pero Yo os digo...”. Si, por una parte, Isaías (4) se presenta en sus textos tratando de poner de relieve sobre todo el amor de Yahveh-Esposo, que, en cualquier circunstancia, va al encuentro de su Esposa superando todas sus infidelidades, por otra parte Oseas y Ezequiel abundan en parangones que esclarecen sobre todo la fealdad y el mal moral del adulterio cometido por la Esposa-Israel.
En la sucesiva meditación trataremos de penetrar todavía más profundamente en los textos de los Profetas, para aclarar ulteriormente el contenido que, en la conciencia de los oyentes del Sermón de la Montaña, correspondía al mandamiento “no cometer adulterio”.
[Enseñanzas 7, 143-146]
4. Cfr., p. ej., Is. 54; 62, 1-5.
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1. Quando Cristo, nel Discorso della Montagna, dice: “Avete inteso che fu detto: Non commetterete adulterio” (1), Egli fa riferimento a ciò che ognuno dei suoi ascoltatori sapeva perfettamente ed a cui si sentiva obbligato in virtù del comandamento di Dio-Jahvè. Tuttavia, la storia dell’Antico Testamento fa vedere che sia la vita del popolo –unito a Dio-Jahvè da una particolare alleanza– sia la vita dei singoli uomini, si discosta spesso da questo comandamento. Lo mostra anche un sommario sguardo gettato sulla legislazione, di cui vi è una ricca documentazione nei Libri dell’Antico Testamento.
Le prescrizioni della legge antico-testamentaria erano molto severe. Esse erano anche molto particolareggiate, e penetravano nei più minuziosi dettagli concreti della vita (2). Si può presumere che quanto più la legalizzazione della poligamia effettiva si faceva evidente in questa legge, tanto più cresceva l’esigenza di sostenere le sue dimensioni giuridiche e di premunire i suoi limiti legali. Di qui il grande numero di prescrizioni, ed anche la severità delle pene previste dal legislatore per l’infrazione di tali norme. Sulla base delle analisi, che abbiamo precedentemente svolto circa il riferimento che Cristo fa al “principio”, nel suo discorso sulla dissolubilità del matrimonio e sull’“atto di ripudio”, è evidente che Egli vede con chiarezza la fondamentale contraddizione che il diritto matrimoniale dell’Antico Testamento nascondeva in sè, accogliendo l’effettiva poligamia, cioè l’istituzione delle concubine accanto alle mogli legali, oppure il diritto della convivenza con la schiava (3). Si può dire che tale diritto, mentre combatteva il peccato, al tempo stesso conteneva in sè, e anzi proteggeva le “strutture sociali del peccato”, ne costituiva la legalizzazione. In queste circostanze s’imponeva la necessità che il senso etico essenziale del comandamento “non commettere adulterio” subisse anche una rivalutazione fondamentale. Nel Discorso della Montagna Cristo svela nuovamente quel senso, oltrepassandone cioè le ristrettezze tradizionali e legali.
1. Matth. 5, 27.
2. Cf. ex. gr. Deut. 21, 10-13; Nu. 30, 7-16; Deut. 24, 1-4; 22, 13-21; Lev 20, 10-21 et ceteros.
3. Sebbene il Libro della Genesi presenti il matrimonio monogamico di Adamo, di Set e di Noè come modello da imitare, e sembri condannare la bigamia, che compare solamente tra i discendenti di Caino (cf. Gen. 4, 19), nondimeno la vita dei Patriarchi fornisce altri esempi contrari. Abramo osserva le prescrizioni della legge di Hammurabi, che consentiva di sposare la seconda moglie nel caso di sterilità della prima; e Giacobbe aveva due moglie e due concubine (cf. Gen. 30, 1-19).
Il Libro del Deuteronomio ammette l’esistenza legale della bigamia (cf. Deut. 21, 15-17) e perfino della poligamia, ammonendo il re di non aver troppe mogli (cf. Deut. 17, 17); conferma anche l’instituzione delle concubine: prigionieri di guerra (cf. Deut. 21, 10-14) oppure schiave (cf. Ex 21, 7-11). (Cf. R. DE VAUX, Ancient Israel, Its Life and Institutions, London 19763, Darton, Longman, Todd; pp. 24-25, 83). Non vi è nell’Antico Testamento alcuna esplicita menzione sull’obbligo della monogamia, sebbene l’immagine presentata dai libri posteriori mostri che essa prevaleva nella pratica sociale (cf. ad es. i Libri sapienziali, eccetto Sir. 37, (11); Tob.).
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2. Vale forse la pena di aggiungere che nell’interpretazione anticotestamentaria, quanto la proibizione dell’adulterio è contrassegnata –si potrebbe dire– dal compromesso con la concupiscenza del corpo, tanto è chiaramente determinata la posizione nei confronti delle deviazioni sessuali. Il che è confermato dalle relative prescrizioni, le quali prevedono la pena capitale per l’omosessualità e per la bestialità. In quanto al comportamento di Onan, figlio di Giuda (da cui ha preso origine la moderna denominazione di “onanismo”), la Sacra Scrittura dice che “...non fu gradito al Signore, il quale fece morire anche lui” (4).
Il diritto matrimoniale dell’Antico Testamento, nella sua più ampia globalità, pone in primo piano la finalità procreativa del matrimonio, e in alcuni casi cercca di dimostrare un trattamento giuridico paritario della donna e dell’uomo –per esempio, riguardo alla pena per l’adulterio è esplicitamente detto: “Se uno commette adulterio con la moglie del suo prossimo, l’adultero e l’adultera dovranno essere messi a morte” (5)– ma nel complesso pregiudica la donna trattandola con maggiore severità.
4. Gen. 38, 10.
5. Lev. 20, 10.
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3. Occorrerebbe forse porre in rilievo il linguaggio di questa legislazione, il quale, come sempre in tal caso, è un linguaggio oggettivizzante della sessuologia di quel tempo. È anche un linguaggio importante per l’insieme delle riflessioni sulla teologia del corpo. Vi incontriamo la specifica conferma del carattere di pudore che circonda ciò che, nell’uomo, appartiene al sesso. Anzi, ciò che è sessuale, viene in certo senso considerato come “impuro”, specialmente quando si tratta delle manifestazioni fisiologiche della sessualità umana. Lo “scoprire la nuddità” (6) è stigmatizzato come l’equivalente di un illecito atto sessuale compiuto; già la stessa espressione sembra qui abbastanza eloquente. Non vi è dubbio che il legislatore ha cercato di servirsi della terminologia corrispondente alla coscienza e ai costumi della società contemporanea. Così dunque il linguaggio della legislazione anticotestamentaria ci deve confermare nella convinzione che non soltanto sono note al legislatore e alla società la fisiologia del sesso e le manifestazioni somatiche della vita sessuale, ma anche che queste sono valutate in modo determinato. È difficile sottrarsi all’impressione che tale valutazione avesse carattere negativo. Ciò non annulla certamente le verità che conosciamo dal Libro della Genesi, né si può incolpare l’Antico Testamento –e, fra l’altro, anche i Libri legislativi– d’esser come precursori di un manicheismo. Il giudizio ivi espresso riguardo al corpo e al sesso non è tanto “negativo” e nemmeno tanto severo, ma piuttosto contrassegnato da un oggettivismo motivato dall’intento di mettere ordine in questa sfera della vita umana. Non si tratta direttamente dell’ordine del “cuore”, ma dell’ordine dell’intera vita sociale, alla cui base stanno, da sempre, il matrimonio e la famiglia.
6. Cf. ex. gr. Lev. 20, 11. 17-21.
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4. Se si prende in considerazione la problematica “sessuale” nel suo insieme, conviene forse ancora volgere brevemente l’attenzione su di un altro aspetto, e cioè sul legame esistente fra la moralità, la legge e la medicina, messo in evidenza nei rispettivi Libri dell’Antico Testamento. Questi contengono non poche prescrizioni pratiche riguardanti l’ambito dell’igiene, oppure quello della medicina, contrassegnato più dall’esperienza che dalla scienza, secondo il livello allora raggiunto (7). E, del resto, il legame esperienza-scienza è, notoriamente, ancora attuale. In questa vasta sfera di problemi, la medicina accompagna sempre da vicino l’etica; e l’etica, come anche la teologia, ne cerca la collaborazione.
7. Cf. ex. gr. Lev. 12, 1-6; 15, 1-28; Deut. 21, 12-13.
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5. Quando Cristo nel Discorso della Montagna pronunzia le parole: “Avete inteso che fu detto: Non commettere adulterio”, e immediatamente aggiunge: “Ma Io vi dico...”, è chiaro che Egli vuole ricostruire nella coscienza dei suoi ascoltatori il significato etico proprio di questo comandamento, distaccandosi dall’interpretazione dei “dottori”, esperti ufficiali della legge. Ma, oltre all’interpretazione proveniente dalla tradizione, l’Antico Testamento ci offre ancora un’altra tradizione per comprendere il comandamento “non commettere adulterio”. Ed è la tradizione dei Profeti. Questi, facendo riferimento all’“adulterio”, volevano ricordare “ad Israele e a Giuda” che il loro peccato più grande era l’abbandono dell’unico e vero Dio in favore del culto a vari idoli, che il popolo eletto, a contatto con gli altri popoli, aveva fatto propri facilmente e in modo sconsiderato. Così dunque è caratteristica propria del linguaggio dei Profeti piuttosto l’analogia con l’adulterio anzichè l’adulterio stesso; e tuttavia tale analogia serve a comprendere anche il comandamento “non commettere adulterio” e la relativa interpretazione, la cui carenza è avvertita nei documenti legislativi. Negli oracoli dei Profeti, e particolarmente di Isaia, Osea ed Ezechiele, il Dio dell’Alleanza-Jahvè viene rappresentato spesso come Sposo, e l’amore con cui egli si è congiunto ad Israele può e deve immedesimarsi con l’amore sponsale dei coniugi. Ed ecco che Israele, a causa della sua idolatria e dell’abbandono del Dio-Sposo, commette davanti a lui un tradimento che si può paragonare a quello della donna nel riguardi del marito: commette, appunto, “adulterio”.
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6. I Profeti con parole eloquenti e, sovente, mediante immagini e similitudini straordinariamente plastiche, presentano sia l’amore di Jahvè-Sposo, sia il tradimento di Israele-Sposa che si abbandona all’adulterio. È un tema, questo, che dovrà essere ancora ripreso nelle nostre riflessioni, quando cioè sottoporremo ad analisi il problema del “Sacramento”; nondimeno già ora occorre sfiorarlo, in quanto è necessario per intendere le parole di Cristo, secondo Matteo 5, 27-28, e capire quel rinnovamento dell’ethos, che queste parole implicano: “Ma Io vi dico...”. Se, da una parte, Isaia (8) nei suoi testi si presenta nell’atto di porre in risalto soprattutto l’amore di Jahvè-Sposo, che, in ogni circostanza, va incontro alla Sposa, oltrepassando tutte le sue infedeltà, dall’altra parte Osea e Ezechiele abbondano di paragoni, che chiarisconno soprattutto la bruttezza, e il male morale dell’adulterio commesso dalla Sposa-Israele.
Nella successiva meditazione cercheremo di penetrare ancor più profondamente nei testi dei Profeti, per chiarire ulteriormente il contenuto che, nella coscienza degli ascoltatori del Discorso della Montagna, corrispondeva al comandamento “non commettere adulterio”.
[Insegnamenti GP II, 3/2, 415-419]
8. Cf., ex. gr., Is. 54; 62, 1-5.