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Magisterio sobre amor, matrimonio y familia <br /> <b>Warning</b>: Undefined variable $titulo in <b>/var/www/vhosts/enchiridionfamiliae.com/httpdocs/cabecera.php</b> on line <b>29</b><br />
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[0918] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL HOMBRE, COLABORADOR DEL CREADOR EN LA OBRA DE DAR LA VIDA

De la Homilía en la Misa del VI Centenario de la muerte de Santa Catalina de Siena, Siena (Italia), 14 septiembre  1980

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6. Jesucristo continúa hablando a Nicodemo: “Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su Hijo unigénito, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn3, 16).

El Evangelio es mensaje de vida. El cristianismo lleva profundamente en todo su contenido el sentido del valor de la vida y del respeto a la vida. El amor de Dios, como Creador, se manifiesta en esto: que Él es dador de vida. El amor de Dios, como Creador y Padre, se manifiesta en esto: que el hombre, creado a su imagen y semejanza como varón y mujer, ha sido hecho por Él, desde el principio, su colaborador, colaborador del Creador en la obra de dar la vida. A esta tarea está unida una particular dignidad del hombre: la dignidad generativa, la dignidad del padre y de la madre, dignidad fundamental e insustituible en todo el orden de la vida humana: individual y social al mismo tiempo.

El problema de la afirmación de la vida humana desde el primer instante de su concepción y, en caso de necesidad, también el problema de la defensa de esta vida, está unido de modo estrechísimo con el orden más profundo de la existencia del hombre, como ser individual y como ser social, para quien el ambiente primero y fundamental no puede ser sino el de una auténtica familia humana.

Por eso es necesaria la afirmación explícita de la vida humana desde el primer instante de su concepción bajo el corazón de la madre, es necesaria también la defensa de esta vida cuando está amenazada de cualquier modo (amenazada también socialmente), es necesaria e indispensable porque, a fin de cuentas, se trata aquí de la fidelidad a la humanidad misma, de la fidelidad a la dignidad del hombre.

Se debe aceptar esta dignidad desde el principio. Si se la destruye en el seno de la mujer, en el seno de la madre, será difícil defenderla después en tantos campos y ámbitos de la vida y de la convivencia humana.

Efectivamente, ¿cómo es posible hablar de derechos humanos cuando se viola este derecho primigenio? Muchos disertan hoy sobre la dignidad del hombre, pero no vacilan, después, en conculcar al ser humano cuando éste se asoma, débil e indefenso, a los umbrales de la vida. ¿No hay una contradicción en todo esto? No debemos cansarnos de afirmarlo: el derecho a la vida es el derecho fundamental del ser humano, un derecho de la persona que obliga desde el principio.

En efecto, Dios ha amado tanto al mundo que le dio su Hijo unigénito, para que todo el que crea en Él tenga la vida...

Y Dios ha amado tanto la maternidad humana, la maternidad de una Mujer –de la Virgen de Nazaret, mediante la cual pudo dar al mundo su Hijo unigénito–, que a esta luz toda maternidad humana adquiere una dimensión extraordinaria. Y sagrada.

La vida es sagrada. Es sagrada la maternidad de cada madre.

De aquí el problema de la afirmación de la vida. El problema de la defensa de la vida ya en el seno de la madre es, para todos los que confiesan a Cristo, un problema de fe y un problema de conciencia.

Y es problema de conciencia también para los otros, para todos los hombres sin excepción: lo es en virtud de su misma humanidad.

Aquí, ante Santa Catalina de Siena, Patrona de Italia, presento a Dios, juntamente con vosotros, una ferviente súplica, a fin de que estas fuerzas de fe y estas fuerzas de conciencia se vuelvan a encontrar y se manifiesten en medio de esta nación, que siempre se ha distinguido por su gran amor a la familia y al niño. Pido a Dios que esta nación no disipe su herencia fundamental: herencia de vida y herencia de amor responsable, que sirviendo a la vida se expresa a sí misma frente a Dios y frente a los hombres. Que no disipe Italia esta herencia; más aún, que la exalte en una promoción efectiva del ser humano a todos los niveles, y la traduzca en una tutela positiva y plena, incluso jurídica, de sus derechos inalienables, el primero de los cuales es y será siempre el derecho a la vida. “No olvidemos las grandes obras de Dios”.

[Enseñanzas 7, 324-326]