[0924] • JUAN PABLO II (1978-2005) • ANÁLISIS DE LAS PALABRAS DEL SERMÓN DE LA MONTAÑA REFERENTES AL ADULTERIO (II)
Alocución Arriviamo, en la Audiencia General, 1 octubre 1980
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1. Llegamos en nuestro análisis a la tercera parte del enunciado de Cristo en el Sermón de la Montaña (Mt 5, 27-28). La primera parte era: “Habéis oído que fue dicho: No adulterarás”. La segunda: “pero Yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola”, está gramaticalmente unida a la tercera: “ya adulteró con ella en su corazón”.
El método aplicado aquí, que es el de dividir, “romper” el enunciado de Cristo en tres partes que se suceden, puede parecer artificioso. Sin embargo, cuando buscamos el sentido ético de todo el enunciado en su totalidad, puede ser útil precisamente la división del texto empleada por nosotros, con tal de que no se aplique sólo de manera disyuntiva, sino conjuntiva. Y es lo que intentamos hacer. Cada una de las distintas partes tiene un contenido propio y connotaciones que le son específicas, y es precisamente lo que queremos poner de relieve mediante la división del texto; pero, al mismo tiempo, se advierte que cada una de las partes se explica en relación directa con las otras. Esto se refiere, en primer lugar, a los principales elementos semánticos, mediante los cuales el enunciado constituye un conjunto. He aquí estos elementos: cometer adulterio, desear cometer adulterio en el cuerpo, cometer adulterio en el corazón. Resultaría especialmente difícil establecer el sentido ético del “desear” sin el elemento indicado aquí últimamente, esto es, el “adulterio en el corazón”. El análisis precedente ya tuvo en consideración, de cierta manera, este elemento; sin embargo, una comprensión más plena de la frase “cometer adulterio en el corazón” sólo es posible después de un adecuado análisis.
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2. Como ya hemos aludido al comienzo, aquí se trata de establecer el sentido ético. El enunciado de Cristo, en Mt5, 27-28, toma origen del mandamiento “no adulterarás”, para mostrar cómo es preciso entenderlo y ponerlo en práctica, a fin de que abunde en él la “justicia” que Dios Yahveh ha querido como Legislador: a fin de que abunde en mayor medida de la que resultaba de la interpretación y de la casuística de los doctores del Antiguo Testamento. Si las palabras de Cristo, en este sentido, tienden a construir el nuevo “ethos” (y basándose en el mismo mandamiento), el camino para esto pasa a través del descubrimiento de los valores que se habían perdido en la comprensión general veterotestamentaria y en la aplicación de este mandamiento.
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3. Desde este punto de vista es significativa también la formulación del texto de Mt5, 27-28. El mandamiento “no adulterarás” está formulado como una prohibición que excluye de modo categórico un determinado mal moral. Es sabido que la misma ley (decálogo), además de la prohibición “no adulterarás”, comprende también la prohibición “no desearás la mujer de tu prójimo” (Éx20, 14-17; Dt5, 18-21). Cristo no hace vana una prohibición respecto a la otra. Aun cuando hable del “deseo”, tiende a una clarificación más profunda del “adulterio”. Es significativo que, después de haber citado la prohibición “no adulterarás” como conocida a los oyentes, a continuación, en el curso de su enunciado, cambie su estilo y la estructura lógica de regulativa en narrativo-afirmativa. Cuando dice “Todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón”, describe un hecho interior, cuya realidad pueden comprender fácilmente los oyentes. Al mismo tiempo, a través del hecho así descrito y calificado, indica cómo es preciso entender y poner en práctica el mandamiento “no adulterarás”, para que lleve a la “justicia” querida por el Legislador.
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4. De este modo hemos llegado a la expresión “adulteró en el corazón”, expresión-clave, como parece, para entender su justo sentido ético. Esta expresión es, al mismo tiempo, la fuente principal para revelar los valores esenciales del nuevo “ethos”: el ethos del Sermón de la Montaña. Como sucede frecuentemente en el Evangelio, también aquí volvemos a encontrar una cierta paradoja. En efecto, ¿cómo puede darse el “adulterio” sin “cometer adulterio”, es decir, sin el acto exterior que permite individuar el acto prohibido por la ley? Hemos visto cuánto se interesaba la casuística de los “doctores de la ley” para precisar este problema. Pero, aun independientemente de la casuística, parece evidente que el adulterio sólo puede ser individuado “en la carne”, esto es, cuando los dos, el hombre y la mujer que se unen entre sí, de modo que se convierten en una sola carne (Cfr. Gen 2, 24), no son cónyuges legales: esposo y esposa. Por tanto, ¿qué significado puede tener el “adulterio cometido en el corazón”? ¿Acaso no se trata de una expresión sólo metafórica, empleada por el Maestro para realizar el estado pecaminoso de la concupiscencia?
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5. Si admitiésemos esta lectura semántica del enunciado de Cristo (Cfr. Mt 5, 27-28) sería necesario reflexionar profundamente sobre las consecuencias éticas que se derivarían de ella, es decir, sobre las conclusiones acerca de la regularidad ética del comportamiento. El adulterio tiene lugar cuando el hombre y la mujer que se unen entre sí, de modo que se convierten en una sola carne (Cfr. Gén 2, 24), esto es, de la manera propia de los cónyuges, no son cónyuges legales. La individuación del adulterio como pecado cometido “en el cuerpo” está unida estrecha y exclusivamente al acto “exterior”, a la convivencia conyugal, que se refiere también al estado, reconocido por la sociedad, de las personas que actúan así. En el caso en cuestión, este estado es impropio y no autoriza a tal acto (de aquí, precisamente, la denominación: “adulterio”).
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6. Pasando a la segunda parte del enunciado de Cristo (esto es, a aquélla en la que comienza a configurarse el nuevo ethos), sería necesario entender la expresión “todo el que mira a una mujer deseándola”, en relación exclusiva a las personas según su estado civil, es decir, reconocido por la sociedad, sean o no cónyuges. Aquí comienzan a multiplicarse los interrogantes. Puesto que no puede crear dudas el hecho de que Cristo indique el estado pecaminoso del acto interior de la concupiscencia, manifestada a través de la mirada dirigida a toda mujer que no sea la esposa de aquél que la mira de ese modo, por tanto, podemos, e incluso debemos, preguntarnos si con la misma expresión Cristo admite y comprueba esta mirada, este acto interior de la concupiscencia, dirigido a la mujer que es esposa del hombre que la mira así. A favor de la respuesta afirmativa a esta pregunta parece estar la siguiente premisa lógica (en el caso en cuestión): puede cometer el “adulterio en el corazón” solamente el hombre que es sujeto potencial del “adulterio en la carne”. Dado que este sujeto no puede ser el hombre-esposo con relación a la propia legítima esposa, el “adulterio en el corazón”, pues, no puede referirse a él, pero puede culparse a todo otro hombre. Si es el esposo, él no puede cometerlo con relación a su propia esposa. Sólo él tiene el derecho exclusivo de “desear”, de “mirar con concupiscencia” a la mujer que es su esposa, y jamás se podrá decir que por motivo de ese acto interior merezca ser acusado de “adulterio cometido en el corazón”. Si en virtud del matrimonio tiene el derecho de “unirse con su esposa”, de modo que “los dos serán una sola carne”, este acto nunca puede ser llamado “adulterio”; análogamente, no puede ser definido “adulterio cometido en el corazón” el acto interior del “deseo” del que trata el Sermón de la Montaña.
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7. Esta interpretación de las palabras de Cristo en Mt 5, 27-28 parece corresponder a la lógica del Decálogo, en el cual, además del mandamiento “no adulterarás” (VI), está también el mandamiento “no desearás la mujer de tu prójimo” (IX). Además, el razonamiento que se ha hecho en su apoyo tiene todas las características de la corrección objetiva y de la exactitud. No obstante, queda fundadamente la duda de si este razonamiento tiene en cuenta todos los aspectos de la revelación, además de la teología del cuerpo, que deben ser considerados, sobre todo cuando queremos comprender las palabras de Cristo. Hemos visto ya anteriormente cuál es el “peso específico” de esta locución, cuán ricas son las implicaciones antropológicas y teológicas de la única frase en la que Cristo se refiere “al origen” (Cfr. Mt 19, 8). Las implicaciones antropológicas y teológicas del enunciado del Sermón de la Montaña, en el que Cristo se remite al corazón humano, confieren al enunciado mismo también un “peso específico” propio y a la vez determinan su coherencia con el conjunto de la enseñanza evangélica. Y por esto debemos admitir que la interpretación presentada arriba, con toda su objetividad concreta y precisión lógica, requiere cierta ampliación y, sobre todo, una profundización. Debemos recordar que la apelación al corazón humano, expresada quizá de modo paradójico (Cfr. Mt 5, 27-28), proviene de Aquél que “conocía lo que en el hombre había” (Jn 2, 25). Y si sus palabras confirman los mandamientos del Decálogo (no sólo el sexto, sino también el noveno), al mismo tiempo expresan ese conocimiento sobre el hombre que –como hemos puesto de relieve en otra parte– nos permite unir la conciencia del estado pecaminoso humano con la perspectiva de la “redención del cuerpo” (Cfr. Rom 8, 23). Precisamente este “conocimiento” está en las bases del nuevo “ethos” que emerge de las palabras del Sermón de la Montaña.
Teniendo en consideración todo esto, concluimos que, como al entender el “adulterio en la carne” Cristo somete a crítica la interpretación errónea y unilateral del adulterio que deriva de la falta de observar la monogamia (esto es, del matrimonio entendido como la alianza indefectible de las personas), así también, al entender el “adulterio en el corazón”, Cristo toma en consideración no sólo el estado real jurídico del hombre y de la mujer en cuestión. Cristo hace depender la valoración moral del “deseo”, sobre todo de la misma dignidad personal del hombre y de la mujer, y esto tiene su importancia tanto cuando se trata de personas no casadas como –y quizá todavía más– cuando son cónyuges, esposo y esposa. Desde este punto de vista, nos convendrá completar el análisis de las palabras del Sermón de la Montaña, y lo haremos la próxima vez.
[Enseñanzas 7, 164-167]
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1. Arriviamo nella nostra analisi alla terza parte dell’enunciato di Cristo nel Discorso della Montagna (1). La prima parte era: “Avete inteso che fu detto: non commetterete adulterio”. La seconda: “Ma Io vi dico, chiunque guarda una donna per desiderarla”, è grammaticalmente connesa alla terza: “ha già commesso adulterio con lei nel suo cuore”.
Il metodo qui applicato, che è quello di dividere, di “spezzare” l’enunciato di Cristo in tre parti, che si susseguono, puo sembrare artificioso. Tuttavia, quando cerchiamo il senso etico dell’intero enunciato, nella sua globalità, può esser utile appunto la divisione del testo da noi usata, a patto che non venga applicata solo in modo disgiuntivo ma congiuntivo. Ed è quello che intendiamo fare. Ognuna delle distinte parti ha un proprio contenuto e connotazioni che le sono specifiche, ed è appunto quanto vogliamo mettere in rilievo, mediante la divisione del testo; ma al tempo stesso va segnalato che ognuna delle parti si spiega nel rapporto diretto con le altre. Ciò si riferisce in primo luogo ai principali elementi semantici, mediante i quali l’enunciato costituisce un insieme. Ecco questi elementi: commettere adulterio, desiderare, commettere adulterio nel corpo, commettere adulterio nel cuore. Sarebbe particolarmente difficile stabilire il senso etico del “desiderare” senza l’elemento indicato qui per ultimo, cioè l’“adulterio nel cuore”. Già l’analisi precedente ha in un certo grado preso in considerazione questo elemento; tuttavia una più piena comprensione della componente: “commettere adulterio nel cuore” è possibile solo dopo un’apposita analisi.
1. Matth. 5, 27-28.
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2. Come già abbiamo accennato all’inizio, si tratta qui di stabilire il senso etico. L’enunciato di Cristo, in Matteo 5, 27-28, prende inizio dal comandamento: “non commettere adulterio”, per mostrare come occorra intenderlo e metterlo in pratica, affinchè abbondi in esso la “giustizia” che Dio Jahvè come Legislatore ha voluto: affinchè essa abbondi in misura maggiore di quanto risultasse dall’interpretazione e dalla casistica dei dottori dell’Antico Testamento. Se le parole di Cristo in tale senso tendono a costruire il nuovo “ethos” (e in base allo stesso comandamento), la via a ciò passa attraverso la riscoperta dei valori, che –nella comprensione generale anticotestamentaria e nell’applicazione di questo comandamento– sono andate perdute.
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3. Da questo punto di vista è significativa anche la formulazione del testo di Matteo 5, 27-28. Il comandamento “non commettere adulterio” è formulato come una interdizione che esclude in modo categorico un determinato male morale. È noto che la stessa Legge (Decalogo), oltre alla interdizione “non commettere adulterio” comprende anche l“non desiderare la moglie del tuo prossimo” (2). Cristo non vanifica un divieto rispetto all’altro. Sebbene parli del “desiderio”, tende ad una chiarificazione più profonda dell’“adulterio”. È significativo che dopo aver citato il divieto “non commettere adulterio”, come noto agli ascoltatori, in seguito, nel corso del suo enunciato cambia il suo stile e la struttura logica da normativa in quella narrativo-affermativa. Quando dice: “Chiunque guarda una donna per desiderarla, ha già commesso adulterio con lei nel suo cuore”, descrive un fatto interiore, la cui realtà può essere facilmente compresa dagli ascoltatori. Al tempo stesso, attraverso il fatto così descritto e qualificato, egli indica come occorre intendere e mettere in pratica il comandamento: “non commettere adulterio”, affinchè conduca alla “giustizia” voluta dal Legislatore.
2. Ex. 20, 14. 17; Deut. 5, 18. 21.
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4. In tal modo siamo giunti all’espressione “ha commesso adulterio nel cuore”, espressione-chiave, come pare, per intendere il suo giusto senso etico. Questa espressione è in pari tempo la fonte principale per rivelare i valori essenziali del nuovo “ethos”: dell’ethos del Discorso della Montagna. Come accade spesso nel Vangelo, anche qui riscontriamo un certo paradosso. Come, infatti, può aver luogo l’“adulterio” senza “commettere adulterio”, cioè senza l’atto esteriore, che consente di individuare l’atto vietato dalla Legge? Abbiamo visto quanto si impegnasse la casistica dei “dottori della Legge” nel precisare questo problema. Ma anche indipendentemente dalla casistica, sembra evidente che l’adulterio possa essere individuato solo “nella carne”, cioè quando i due: l’uomo e la donna, che si uniscono fra loro così: da diventare una sola carne (3), non sono coniugi legali: marito e moglie. Quale significato può quindi avere l’“adulterio commesso nel cuore”? Non è questa forse una espressione soltanto metaforica, adoperata dal Maestro per mettere in risalto la peccaminosità della concupiscenza?
3. Cf. Gen, 2, 24.
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5. Se ammettessimo tale lettura semantica dell’enunciato di Cristo (4) occorrerebbe riflettere profondamente sulle conseguenze etiche che ne deriverebbero, cioè sulle conclusioni circa la regolarità etica del comportamento. L’adulterio avviene quando l’uomo e la donna, che si uniscono fra loro così da diventare una sola carne (5), cioè nel modo proprio dei coniugi, non sono coniugi legali. L’individuazione dell’adulterio come peccato commesso “nel corpo” è strettamente ed esclusivamente unita all’atto “esteriore”, alla convivenza coniugale che si riferisce anche allo stato delle persone agenti, riconosciuto dalla società. Nel caso in questione questo stato è improprio e non autorizza a tale atto (di qui, appunto, la denominazione: “adulterio”).
4. Matth. 5, 27-28.
5. Cf. Gen. 2, 24.
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6. Passando alla seconda parte dell’enunciato di Cristo (cioè a quello in cui inizia a configurarsi il nuovo ethos) bisognerebbe intendere l’espressione: “chiunque guarda una donna per desiderare”, nel riferimento esclusivo alle persone secondo il loro stato civile, riconosciuto cioè dalla società, siano o no coniugi. Qui cominciano a moltiplicarsi gli interrogativi. Siccome no può creare dubbi, il fatto che Cristo indichi la peccaminosità dell’atto interiore della concupiscenza espressa attraverso lo sguardo rivolto ad ogni donna che non sia la moglie di colui che la guardi in tal modo, pertanto possiamo e perfino dobbiamo chiederci se con la stessa espressione Cristo ammetta e comprovi tale sguardo, tale atto interiore della concupiscenza, diretto verso la donna che è moglie dell’uomo, che così la guarda. In favore della risposta affermativa a tale domanda sembra essere la seguente premessa logica: (nel caso in questione) può commettere l’“adulterio nel cuore” soltanto l’uomo che è soggetto potenziale dell’“adulterio nella carne”. Dato che questo soggetto non può essere l’uomo-marito nei riguardi della propria legittima moglie, dunque l’“adulterio nel cuore” non può riferirsi a lui, ma può addebitarsi a colpa di ogni altro uomo. Se marito, egli non può commetterlo nei riguardi della propria moglie. Egli soltanto ha il diritto esclusivo di “desiderare”, di “guardare con concupiscenza” la donna che è sua moglie, e mai si potrà dire che a motivo di un tale atto interiore meriti d’esser accusato dell’“adulterio commesso nel cuore”. Se in virtù del matrimonio ha il diritto di “unirsi con sua moglie”, così che “i due saranno una sola carne”, questo atto non può mai essere chiamato “adulterio”; analogamente non può essere definito “adulterio commesso nel cuore” l’atto interiore del “desiderio” di cui tratta il Discorso della Montagna.
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7. Tale interpretazione delle parole di Cristo in Matteo 5, 27-28, sembra corrispondere alla logica del Decalogo, in cui, oltre al comandamento “non commettere adulterio” (VI), c’è anche il comandamento “non desiderare la moglie del tuo prossimo” (IX). Inoltre il ragionamento che è stato fatto a suo sostegno ha tutte le caratteristiche della correttezza obiettiva e dell’esattezza. Nondimeno, resta fondatamente in dubbio se questo ragionamento tiene conto di tutti gli aspetti della rivelazione nonchè della teologia del corpo che debbono essere considerati, soprattutto quando vogliamo comprendere le parole di Cristo. Abbiamo già visto in precedenza qual è il “peso specifico” di questa locuzione, quanto ricche sono le implicazioni antropologiche e teologiche dell’unica frase in cui Cristo si riporta “all’origine” (6). Le implicazioni antropologiche e teologiche dell’enunciato dei Discorso della Montagna, in cui Cristo si richiama al cuore umano conferiscono all’enunciato stesso anche un “peso specifico” proprio, e in pari tempo ne determinano la coerenza con l’insieme dell’insegnamento evangelico. E perciò dobbiamo ammettere che l’interpretazione sopra presentata, con tutta la sua oggettiva correttezza e precisione logica, richiede un certo ampliamento e, soprattutto, un approfondimento. Dobbiamo ricordare che il richiamo al cuore umano, espresso forse in modo paradossale (7), proviene da Colui che “sapeva quel che c’è in ogni uomo” (8). E se le sue parole confermano i comandamenti del Decalogo (non soltanto il sesto, ma anche il nono), al tempo stesso esprimono quella scienza sull’uomo, che –come abbiamo altrove rilevato– ci consente di unire la consapevolezza della peccaminosità umana con la prospettiva della “redenzione del corpo”9. Appunto tale “scienza” sta alle basi del nuovo “ethos” che emerge dalle parole del Discorso della Montagna.
Prendendo in considerazione tutto ciò, concludiamo che, come nell’intendere l’“adulterio nella carne” Cristo sottopone a critica l’interpretazione erronea e unilaterale dell’adulterio che deriva dalla mancata osservanza della monogamia (cioè del matrimonio inteso come l’alleanza indefettibile delle persone), così anche nell’intendere l’“adulterio nel cuore” Cristo prende in considerazione non soltanto il reale stato giuridico dell’uomo e della donna in questione. Cristo fa dipendere la valutazione morale del “desiderio” soprattutto dalla stessa dignità personale dell’uomo e della donna; e questo ha la sua importanza sia quando si tratta di persone non sposate, sia –e forse ancor più– quando sono coniugi, moglie e marito. Da questo punto di vista ci converrà completare l’analisi delle parole del Discorso della Montagna, e lo faremo la prossima volta.
[Insegnamenti GP II, 3/2, 744-748]
6. Cf. Matth. 19, 8.
7. Cf. Ibid. 5, 27-28.
8. Io. 2, 25.
9. Cf. Rom. 8, 23.