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[0938] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL HOMBRE ESTÁ LLAMADO AL VALOR SUPREMO DEL AMOR

Alocución Già da lungo tempo, en la Audiencia General,  29 octubre 1980

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1. Desde hace ya mucho tiempo, nuestras reflexiones de los miércoles se centran sobre el siguiente enunciado de Jesucristo en el Sermón de la Montaña: “Habéis oído que fue dicho: No adulterarás. Pero Yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella (en relación a ella) en su corazón” (Mt 5, 27-28). Últimamente hemos aclarado que dichas palabras no pueden entenderse ni interpretarse en clave maniquea. No contienen, en modo alguno, la condenación del cuerpo y de la sexualidad. Encierran solamente una llamada a vencer la triple concupiscencia y, en particular, la concupiscencia de la carne: lo que brota precisamente de la afirmación de la dignidad personal del cuerpo y de la sexualidad, y únicamente ratifica esta afirmación.

Es importante precisar esta formulación, o sea, determinar el significado propio de las palabras del Sermón de la Montaña, en las que Cristo apela al corazón humano (Cf. Mt 5, 27-28) no sólo a causa de “hábitos inveterados” que surgen del maniqueísmo, en el modo de pensar y valorar las cosas, sino también a causa de algunas posiciones contemporáneas que interpretan el sentido del hombre y de la moral. Ricoeur ha calificado a Freud, Marx y Nietzsche como “maestros de la sospecha” (1) (maîtres du soupçon), teniendo presente el conjunto de sistemas que cada uno de ellos representa y quizá, sobre todo, la base oculta y la orientación de cada uno de ellos al entender e interpretar el humanum mismo. Parece necesario aludir, al menos brevemente, a esta base y a esta orientación. Es necesario hacerlo para descubrir, por una parte, una significativa convergencia y, por otra, también una divergencia fundamental con la hermenéutica, que tiene su fuente en la Biblia, a la que intentamos dar expresión en nuestros análisis. ¿En qué consiste la convergencia? Consiste en el hecho de que los intelectuales antes mencionados, los cuales han ejercido y ejercen gran influjo en el modo de pensar y valorar de los hombres de nuestro tiempo, parece que, en definitiva, también juzgan y acusan al “corazón” del hombre. Aún más, parece que lo juzgan y acusan a causa de lo que en el lenguaje bíblico, sobre todo de San Juan, se llama concupiscencia, la triple concupiscencia.

1. / 3. “Le philosophe formé à l’école de Descartes, sait que les choses sont douteuses, qu’elles ne sont pas telles qu’elles apparaissent; mais il ne doute pas que la conscience ne soit telle qu’elle apparait à elle-même...; depuis Marx, Nietzsche et Freud nous en doutons. Après le doute sur la chose, nous sommes entrés dans le doute sur la conscience.

Mais ces trois maîtres du soupçon ne sont pas trois maîtres de scepticisme; ce sont assurément trois grands “destructeurs” (...)

À partir d’eux, la compréhension est une herméneutique: chercher le sens, désormais, ce n’est plus épeler la conscience du sens, mais en déchiffrer les expressions. Ce qu’il faudrait donc confronter, c’est non seulement un triple soupçon, mais une triple ruse (...).

Du même coup se découvre une parenté plus profonde encore entre Marx, Freud et Nietzsche. Tous trois commencent par le soupçon concernant les illusions de la conscience et continuent par la ruse du déchiffrage...” (PAUL RICOEUR, Le conflit des interprétations [Paris, Seuil, 1969] pp. 149-150).

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2. Se podría hacer aquí una cierta distribución de las partes. En la hermenéutica nietzschiana, el juicio y la acusación al corazón humano corresponden, en cierto sentido, a lo que en el lenguaje bíblico se llama “soberbia de la vida”; en la hermenéutica marxista, a lo que se llama “concupiscencia de los ojos”; en la hermenéutica freudiana, en cambio, a lo que se llama “concupiscencia de la carne”. La convergencia de estas concepciones con la hermenéutica del hombre fundada en la Biblia consiste en el hecho de que, al descubrir en el corazón humano la triple concupiscencia, hubiéramos podido también nosotros limitarnos a poner ese corazón en estado de continua sospecha. Sin embargo, la Biblia no nos permite detenernos aquí. Las palabras de Cristo, según Mt 5, 27-28, son tales que, aun manifestando toda la realidad del deseo y de la concupiscencia, no permiten que se haga de esta concupiscencia el criterio absoluto de la antropología y de la ética, o sea, el núcleo mismo de la hermenéutica del hombre. En la Biblia, la triple concupiscencia no constituye el criterio fundamental y tal vez único y absoluto de la antropología y de la ética, aunque sea indudablemente un coeficiente importante para comprender al hombre, sus acciones y su valor moral. También lo demuestra el análisis que hemos hecho hasta ahora.

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3. Aun queriendo llegar a una interpretación completa de las palabras de Cristo sobre el hombre que “mira con concupiscencia” (Cf. Mt 5, 27-28), no podemos quedar satisfechos con una concepción cualquiera de la “concupiscencia”, incluso en el caso de que se alcanzase la plenitud de la verdad “psicológica” accesible a nosotros; en cambio, debemos sacarla de la primera Carta de Juan (2, 15-16) y de la “teología de la concupiscencia” que allí se encierra. El hombre que “mira para desear” es, efectivamente, el hombre de la triple concupiscencia de la carne. Por eso él “puede” mirar de este modo e incluso debe ser consciente de que, abandonando este acto interior al dominio de las fuerzas de la naturaleza, no puede evitar el influjo de la concupiscencia de la carne. En Mt 5, 27-28, Cristo también trata de esto y llama la atención sobre ello. Sus palabras se refieren no sólo al acto concreto de “concupiscencia”, sino, indirectamente, también al “hombre de la concupiscencia”.

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4. ¿Por qué estas palabras del Sermón de la Montaña, a pesar de la convergencia de lo que dicen respecto al corazón humano (2) con lo que se expresa en la hermenéutica de los “maestros de la sospecha”, no pueden considerarse como base de dicha hermenéutica o de otra análoga? Y ¿por qué constituyen ellas una expresión, una configuración de un ethos totalmente diverso?, ¿diverso no sólo del maniqueo, sino también del freudiano? Pienso que el conjunto de los análisis y reflexiones hechos hasta ahora da respuesta a este interrogante. Resumiendo, se puede decir brevemente que las palabras de Cristo según Mt 5, 27-28, no nos permiten detenemos en la acusación al corazón humano y ponerlo en estado de continua sospecha, sino que deben ser entendidas e interpretadas como una llamada dirigida al corazón. Esto deriva de la naturaleza misma del “ethos” de la redención. Sobre el fundamento de este misterio, al que San Pablo (Rom 8, 23) define “redención del cuerpo”, sobre el fundamento de la realidad llamada “redención” y, en consecuencia, sobre el fundamento del ethos de la redención del cuerpo, no podemos detenernos solamente en la acusación al corazón humano, basándonos en el deseo y en la concupiscencia de la carne. El hombre no puede detenerse poniendo al “corazón” en estado de continua e irreversible sospecha a causa de las manifestaciones de la concupiscencia de la carne y de la libido, que, entre otras cosas, un psicoanalista pone de relieve mediante el análisis del subconsciente (3). La redención es una verdad, una realidad, en cuyo nombre debe sentirse llamado el hombre, y “llamado con eficacia”. Debe darse cuenta de esta llamada también mediante las palabras de Cristo según Mt 5, 27-28, leídas de nuevo en el contexto pleno de la revelación del cuerpo. El hombre debe sentirse llamado a descubrir, más aún, a realizar el significado esponsalicio del cuerpo y a expresar de este modo la libertad interior del don, es decir, de ese estado y de esa fuerza espirituales que se derivan del dominio de la concupiscencia de la carne.

2. Cfr. también Mt. 5, 19-20.

3. Cfr., por ejemplo, la característica afirmación de la última obra de Freud:

“Den Kern unseres Wesens bildet also das dunkle. Es, das nicht direkt mit der Außenwelt verkehrt und auch unserer Kenntnis nur durch die Vermittlung einer anderen Instanz zurgänglich wird. In diesem Es wirken die organischen Triebe, selbst aus Mischungen von zwei Urkräften (Eros und Destruktion) in wechselnden Ausmaßen zusammengesetzt, und durch ihre Beziehung zu Organen oder Organsystemen voneinander differenziert.

Das einzige Streben dieser Triebe ist nach Befriedigung, die von bestimmten Veränderungen an den Organen mit Hilfe von Objekten der Außenwelt, erwartet wird” (S. FREUD, Abriß der Psychoanalyse. Das Unbehagen der Kultur (Fischer, Frankfurt/M. Hamburg 19554, pp. 74-75).

Entonces ese “núcleo” o “corazón” del hombre estaría dominado por la unión entre el instinto erótico y el destructivo, y la vida consistiría en satisfacerlos.

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5. El hombre está llamado a esto por la palabra del Evangelio, por tanto, desde “el exterior”; pero, al mismo tiempo, está llamado y también desde el “interior”. Las palabras de Cristo, el cual, en el Sermón de la Montaña, apela al “corazón”, inducen al oyente, en cierto sentido, a esta llamada interior. Si el oyente permite que esas palabras actúen en él, podrá oír al mismo tiempo en su interior algo así como el eco de ese “principio”, de ese buen “principio” al que Cristo se refirió una vez más, para recordar a sus oyentes quién es el hombre, quién es la mujer y quiénes son recíprocamente el uno para el otro en la obra de la creación. Las palabras que Cristo pronunció en el Sermón de la Montaña no son una llamada lanzada al vacío. No van dirigidas al hombre totalmente comprometido en la concupiscencia de la carne, incapaz de buscar otra forma de relaciones recíprocas en el ámbito del atractivo perenne, que acompaña la historia del hombre y de la mujer precisamente “desde el principio”. Las palabras de Cristo dan testimonio de que la fuerza originaria (por tanto, también la gracia) del misterio de la creación se convierte para cada uno de ellos en fuerza (esto es, gracia) del misterio de la redención. Esto se refiere a la misma naturaleza, al mismo substrato de la humanidad de la persona, a los impulsos más profundos del “corazón” ¿Acaso no siente el hombre, juntamente con la concupiscencia, una necesidad profunda de conservar la dignidad de las relaciones recíprocas, que encuentran su expresión en el cuerpo gracias a su masculinidad y feminidad? ¿Acaso no siente la necesidad de impregnarlas de todo lo que es noble y bello? ¿Acaso no siente la necesidad de conferirles el valor supremo, que es el amor?

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6. Bien considerada, esta llamada que encierran las palabras de Cristo en el Sermón de la Montaña no puede ser un acto separado del contexto de la existencia concreta. Es siempre –aunque sólo en la dimensión del acto al que se refiere– el descubrimiento del significado de toda la existencia, del significado de la vida, en el que está comprendido también ese significado del cuerpo que aquí llamamos “esponsalicio”. El significado del cuerpo es, en cierto sentido, la antítesis de la libido freudiana. El significado de la vida es la antítesis de la hermenéutica “de la sospecha”. Esta hermenéutica es muy diferente, es radicalmente diferente de la que descubrimos en las palabras de Cristo en el Sermón de la Montaña. Estas palabras revelan no sólo otro ethos, sino también otra visión de las posibilidades del hombre. Es importante que él, precisamente en su “corazón”, no se sienta sólo e irrevocablemente acusado y abandonado a la concupiscencia de la carne, sino que en el mismo corazón se sienta llamado con energía. Llamado precisamente a ese valor supremo que es el amor. Llamado como persona en la verdad de su humanidad; por tanto, también en la verdad de su masculinidad y feminidad, en la verdad de su cuerpo. Llamado en esa verdad, que es patrimonio “del principio”, patrimonio de su corazón, más profundo que el estado pecaminoso heredado, más profundo que la triple concupiscencia. Las palabras de Cristo, encuadradas en toda la realidad de la creación y de la redención, actualizan de nuevo esa heredad más profunda y le dan una fuerza real en la vida del hombre.

[Enseñanzas 7, 179-182]