[0941] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA Y LA CONDICIÓN DE LA MUJER
Discurso C’est une joie, al V Congreso Internacional de la Familia, 8 noviembre 1980
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1. Es para mí una alegría recibir a tantas familias de diversos países poco después del Sínodo consagrado a la misión de la familia. Sed bien venidos a esta casa, que os ha acogido ya muchas veces.
Sois cristianos y cristianas convencidos, decididos a promover y sostener la familia como el lugar primero y natural de la educación. Alimentáis esta convicción con una fe sólida y a la luz de las enseñanzas de la Iglesia; mientras tanto, los textos del Concilio Vaticano II contribuyen a guiar acertadamente vuestra reflexión y vuestra acción. Desarrolláis un determinado número de iniciativas de gran envergadura para ayudar a los padres de familia en su labor educativa; así, les invitáis a profundizar su formación a este respecto, apelando a lo mejor de ellos mismos y a los consejos de expertos competentes. Para asegurar un testimonio y una colaboración más eficaz y más universal habéis constituido hace ya dos años la Fundación Internacional de la Familia.
Por entonces tuve ocasión de evocar ante vosotros todo cuanto puede contribuir a la educación humana y cristiana en la familia. El reciente Sínodo de los Obispos ha tratado ampliamente este tema y el mensaje final de los Padres se hizo eco de ello, hasta el punto de que no tengo necesidad de volver esta mañana sobre la cuestión[1].
[1]. [1980 10 26a/1-21].
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2. Para este V Congreso habéis estudiado el tema “la familia y la condición de la mujer”. Una parte notable estaba reservada a las conferencias tenidas por mujeres expertas, sobre temas de los que ellas pueden hablar con experiencia.
Me alegro mucho de que hayáis abordado ese tema capital y delicado, porque merece ser tratado en profundidad, con acierto, realismo y sin miedo. No sólo nuestra civilización es muy sensible a él, y a veces incluso hipersensible, sino que dicho tema responde a una necesidad real, porque los cambios bruscos de la vida social y el movimiento de ideas suscitan en este campo muchas discusiones y gran pasión. De hecho, gracias a Dios muchas mujeres han demostrado plenamente sus cualidades en la vida concreta y han contribuido al desarrollo en su radio de acción; en el Sínodo hemos tenido maravillosos ejemplos de ello. Pero un considerable número de mujeres siente, con toda razón, la necesidad de que sean más reconocidos su dignidad de persona, sus derechos, el valor de sus tareas habituales, su aspiración a realizar plenamente su vocación femenina en el seno de la familia y también en la sociedad. Algunas se sienten cansadas e incluso agobiadas con tantas preocupaciones y cargas, sin encontrar suficiente comprensión y ayuda. Otras sufren y se lamentan por estar relegadas a tareas que se consideran secundarias. Otras se ven tentadas a buscar una solución en los Movimientos que pretenden “liberarlas”, aunque convendría preguntarse de qué liberación se trata y no llamar con esta palabra al apartamiento de lo que constituye su vocación específica de madre y de esposa, ni la imitación uniforme del modo en que se comporta su compañero masculino. Sin embargo, toda esta evolución y estas inquietudes manifiestan claramente que hay que intentar una auténtica promoción femenina en muchos aspectos. Ciertamente, la familia, pero también toda la sociedad y las comunidades eclesiales, necesitan las aportaciones específicas de la mujer.
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3. Es, por tanto, capital el comenzar por confortar a la mujer, profundizando en cierto número de consideraciones: su igualdad sustancial de dignidad con el hombre en el plan de Dios, como lo ha hecho el Sínodo y como yo he insistido cada miércoles, lo que la califica como persona humana lo mismo que al hombre para vivir en comunión personal con él; su vocación de hija de Dios, de esposa, de madre; su llamada a participar, de modo libre y responsable, en las grandes tareas de hoy, aportando en ellas lo mejor de sí mismas; y para esto, su capacidad y su deber de alcanzar la plena maduración de su personalidad: aprendizaje de competencias, formación en el espíritu de servicio, profundización de su fe y de su oración, con lo que logrará beneficiar a las demás.
Hacéis muy bien en examinar las múltiples posibilidades de la aportación calificada de la mujer en los diversos sectores de la vida social y profesional, donde su presencia resultará muy benéfica para un mundo más humano y donde ella misma encontrará una ocasión de desarrollar sus cualidades, especialmente en determinadas épocas de su vida. El problema continúa abierto y ofrece, en cada país, ocasión a muchos debates sobre las modalidades prácticas cuando se trata del trabajo de la mujer fuera de su hogar. Aquí entran en juego muchos aspectos. Es preciso examinarlos serenamente. Sin detenernos más hoy en este tema complejo, debemos al menos tener en cuenta otras dos consideraciones.
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4. Conviene vigilar para que la mujer no se vea, por razones económicas, forzada obligatoriamente a un trabajo demasiado pesado y a un horario excesivamente cargado que se añadan a todas sus responsabilidades de dueña del hogar y de educadora de sus hijos. La sociedad, dijimos al final del Sínodo, debería hacer un esfuerzo para organizarse de otro modo.
Pero, sobre todo, según acaba de subrayar vuestro congreso, conviene tener muy en cuenta que las obligaciones de la mujer en todos los niveles de la vida familiar constituyen también una aportación singular al futuro de la sociedad y de la Iglesia, y que no podrá ser descuidada esa aportación sin grave daño para ambas, así como para la mujer misma, bien se trate de las condiciones en torno a la maternidad, o de la intimidad necesaria con los pequeños, o de la educación de los niños y de los jóvenes, o del diálogo atento y prolongado con ellos, o de la atención que hay que prestar a las múltiples necesidades del hogar para que siga siendo acogedor, agradable, confortante en el plan afectivo, formador en el aspecto cultural y religioso. ¿Quién podrá negar que, en muchos casos, la estabilidad y el éxito de la familia, su florecimiento humano y espiritual, deben mucho a esa presencia materna en el hogar? Es, pues, un auténtico trabajo profesional que merece ser reconocido como tal por la sociedad; por otra parte, es una llamada al valor, a la responsabilidad, al ingenio, a la santidad.
Se trata, por tanto, de ayudar a las mujeres a que tomen conciencia de esa responsabilidad y de todos los dones de feminidad que Dios ha puesto en ellas para el mayor bien de la familia y de la sociedad. Hay que pensar también en las mujeres que padecen frustraciones o condiciones precarias, para ayudarla a afrontar su difícil situación, con la gracia de Dios y la ayuda de quienes las rodean.
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5. En fin, queridos amigos, lo que vosotros tratáis de hacer dentro de la Fundación que habéis constituido, otras muchas Asociaciones o Movimientos familiares intentan realizarlo también de modo complementario. Por otra parte, la familia, célula de la sociedad e “Iglesia doméstica”, no es un objetivo en sí misma, sino que debe permitir la inserción, poco a poco, de los jóvenes en comunidades educativas más amplias. Es decir, que no deben ignorarse las iniciativas ya existentes en este campo y mucho menos cerrarse a ellas, sino que hay que trabajar en el mismo sentido, en unión y confianza con los Pastores de la Iglesia, a fin de que las familias desarrollen plenamente su papel e integren el dinamismo de sus riquezas en la vida pastoral y en el apostolado de las comunidades cristianas, así como el testimonio profético que hay que dar ante el mundo.
¡Que vuestras familias, en la alegría igual que en las pruebas, sean un reflejo del amor de Dios! ¡Que la Virgen Madre, a través de la contemplación y la oración dentro de cada familia cristiana, os conduzca en el camino hacia su Hijo y os consiga la luz y la fuerza del Espíritu Santo, en la paz! Yo bendigo de todo corazón a todos los miembros de vuestras familias, esposos o esposas, niños o jóvenes, y también a los abuelos. Y bendigo asimismo a las parejas que os son queridas y que cuentan con vuestro testimonio.
[Enseñanzas 8, 759-761]
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1. C’est une joie pour moi d’accueillir tant de familles de divers pays, au lendemain du Synode consacré aux tâches de la famille. Vous êtes les bienvenus dans cette maison qui vous a déjà accueillis plusieurs fois.
Vous êtes des chrétiens et des chrétiennes convaincus, décidés à promouvoir et à soutenir la famille comme le lieu premier et naturel de l’éducation. Vous nourrissez cette conviction dans une foi solide et à la lumière des enseignements de l’Église: là-dessus, les textes du Concile Vatican II sont de nature à guider au mieux votre réflexion et votre action. Vous développez un certain nombre d’initiatives de grande envergure pour aider les parents dans leur rôle éducatif, en les invitant à approfondir leur formation à ce sujet, en faisant appel au meilleur d’eux-mêmes et aux conseils d’experts compétents. Pour assurer un témoignage et une collaboration plus efficaces et plus universels, vous avez constitué depuis deux ans la Fondation Internationale de la Famille.
À cette époque, j’avais eu l’occasion d’évoquer devant vous tout ce qui peut concourir à l’éducation humaine et chrétienne dans la famille. Le récent Synode des Évêques a longuement traité ce thème et le message final des Pères s’en est fait l’écho, au point que je n’ai pas besoin ce matin d’y revenir dans le détail[1].
[1]. [1980 10 26a/1-21].
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2. Pour ce cinquième Congrès, vous avez étudié le thème: “La famille et la condition de la femme”. Une partie notable était réservée aux conférences tenues par des femmes expertes, sur des sujets où elles peuvent parler par expérience.
Je me réjouis beaucoup que vous ayez abordé ce sujet capital et délicat, car il mérite d’être traité en profondeur, avec sagesse, réalisme et sans crainte. Non seulement notre civilisation y est très sensible, parfois hypersensible, mais cela correspond à un réel besoin, car les bouleversements de la vie sociale et le mouvement des idées suscitent en ce domaine beaucoup de remises en question et de passions. En fait, Dieu merci, beaucoup de femmes ont pleinement épanoui leurs dons dans le concret de leur vie et ont suscité l’épanouissement de leur entourage; nous en avons eu de merveilleux témoignages au Synode. Mais un certain nombre de femmes éprouvent à juste titre le besoin d’être mieux reconnues, dans leur dignité de personne, dans leurs droits, dans la valeur des tâches qui sont habituellement les leurs, dans leur aspiration à réaliser pleinement leur vocation féminine au sein de la famille mais aussi dans la société. Certaines sont lasses et quasi écrasées par tant de soucis et de charges, sans trouver suffisamment de compréhension et d’aide. Certaines souffrent, regrettent d’être reléguées dans des tâches qu’on leur dit secondaires. Certaines sont tentées de chercher une solution dans des mouvements qui prétendent les “libérer”, encore qu’il faudrait demander de quelle libération il s’agit et ne pas appeler de ce mot l’affranchissement de ce qui fait leur vocation spécifique de mère et d’épouse, ni l’imitation uniformisante de la façon dont le partenaire masculin se réalise. Et pourtant, toute cette évolution et cette ébullition manifestent bien qu’il y a une authentique promotion féminine à poursuivre, à maints égards. La famille bien sûr, mais aussi toute la société et les communautés ecclésiales ont besoin des contributions spécifiques des femmes.
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3. Il est donc capital de commencer par réconforter la femme en approfondissant un certain nombre de considérations: son égalité foncière de dignité avec l’homme dans le plan de Dieu, comme l’a fait le Synode et comme je m’y attarde chaque mercredi; ce qui la qualifie comme personne humaine au regard de l’homme pour vivre dans une communion personnelle avec lui; sa vocation de fille de Dieu, d’épouse, de mère; son appel à participer de façon libre et responsable aux grandes tâches d’aujourd’hui, en y apportant le meilleur d’elle-même; et, pour cela, sa capacité et son devoir d’atteindre la pleine maturation de sa personnalité: apprentissage des compétences, formation à l’esprit de service, approfondissement de sa foi et de sa prière, dont elle fera bénéficier les autres.
Vous avez raison d’envisager les multiples possibilités de la contribution qualifiée de la femme dans les divers secteurs de la vie sociale et professionnelle, où sa présence serait si bénéfique pour un monde plus humain et où elle-même trouverait un surcroît d’épanouissement de ses dons, surtout à certaines époques de sa vie. Le problème demeure ouvert, et il offre, dans chaque pays, l’occasion de beaucoup de débats sur les modalités pratiques quand il s’agit du travail de la femme hors de son foyer. Beaucoup d’aspects entrent ici en jeu. Il faut les envisager sereinement. Sans traiter davantage aujourd’hui cette affaire complexe, nous devons quand même tenir compte de deux autres considérations.
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4. Il faut veiller à ce que la femme ne soit pas, pour des raisons économiques, astreinte obligatoirement à un travail trop lourd et à un horaire trop chargé qui s’ajoutent à toutes ses responsabilités de maîtresse du foyer et d’éducatrice de ses enfants. La société, disions-nous en fin de Synode, devrait faire l’effort de s’organiser autrement.
Mais surtout, et votre Congrès semble l’avoir bien souligné, il faut bien considérer que les engagements de la femme à tous les niveaux de la vie familiale constituent aussi une contribution hors pair à l’avenir de la société et de l’Église, et qui ne saurait être négligée sans grand dommage pour celles-ci comme pour la femme elle-même, qu’il s’agisse des conditions entourant la maternité, de l’intimité nécessaire avec les petits, de l’éducation des enfants et des jeunes, du dialogue attentif et prolongé avec eux, du soin à apporter aux multiples nécessités du foyer, pour que celui-ci demeure accueillant, agréable, réconfortant sur le plan affectif, formateur au plan culturel et religieux. Qui oserait nier que, dans bien des cas, la stabilité et la réussite de la famille, son épanouissement humain et spirituel doivent beaucoup à cette présence maternelle au foyer. C’est donc un authentique travail professionnel qui mérite d’être reconnu comme tel par la société; il faut d’ailleurs appel au courage, à la responsabilité, à l’ingéniosité, à la sainteté.
Il s’agit donc d’aider les femmes à prendre conscience de cette responsabilité et de tous les dons de féminité que Dieu a mis en elles, pour le plus grand bien de la famille et de la société. Il faut aussi penser aux femmes qui souffrent de frustrations ou de conditions précaires, pour les aider à l’entraide de leur entourage.
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5. Enfin, chers amis, ce que vous essayez de faire au sein de la Fondation que vous avez constituée, beaucoup d’autres associations ou de mouvements familiaux cherchent aussi à le réaliser, d’une façon complémentaire. Par ailleurs, la famille, cellule de la société et “Église domestique”, n’est pas un but en soi, elle doit permettre d’introduire peu à peu les jeunes dans des communautés éducatives plus larges. C’est dire que toutes les initiatives en ce domaine ne doivent pas s’ignorer, encore moins se fermer sur elles-mêmes, mais oeuvrer dans le même sens, en union confiante avec les Pasteurs de l’Église, afin que les familles jouent pleinement leur rôle et intègrent le dynamisme de leurs richesses dans la vie pastorale et l’apostolat des communautés chrétiennes et dans le témoignage prophétique à donner au monde.
Que vos familles, dans la joie comme dans l’épreuve, soient un reflet de l’amour de Dieu! Que la Vierge Mère, contemplée et priée au sein de chaque famille chrétienne, vous conduise sur le chemin de son Fils et vous ouvre aux lumières et à la force de lSaint, dans la paix! Je bénis de grand coeur tous les membres de vos familles, maris et femmes, enfants et jeunes, grands-parents. Et je bénis aussi les couples qui vous sont chers et qui comptent sur votre témoignage.
[Insegnamenti GP II, 3/2, 1083-1087]