[0955] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA ENSEÑANZA DEL SERMÓN DE LA MONTAÑA SOBRE LA PUREZA DEL CORAZÓN
Alocución San Paolo, en la Audiencia General, 14 enero 1981
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1. San Pablo escribe en la Carta a los Gálatas: “Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; pero cuidado con tomar la libertad por pretexto para servir a la carne, antes servíos unos a otros por la caridad. Porque toda la ley se resume en este solo precepto: amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gál 5, 13-14). La semana pasada nos hemos detenido ya a reflexionar sobre estas palabras; sin embargo, nos volvemos a ocupar de ellas hoy, en relación al tema principal de nuestras reflexiones.
Aunque el pasaje citado se refiera ante todo al tema de la justificación, sin embargo, el Apóstol tiende aquí explícitamente a hacer comprender la dimensión ética de la contraposición “cuerpo-espíritu”, esto es, entre la vida según la carne y la vida según el Espíritu. Más aún, precisamente aquí toca el punto esencial, descubriendo casi las mismas raíces antropológicas del ethos evangélico. Efectivamente, si “toda la ley” (ley moral del Antiguo Testamento) “halla su plenitud” en el mandamiento de la caridad, la dimensión del nuevo ethos evangélico no es más que una llamada dirigida a la libertad humana, una llamada a su realización plena y, en cierto sentido, a la más plena “utilización de la potencialidad del espíritu humano”.
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2. Podría parecer que Pablo contraponga solamente la libertad a la ley y la ley a la libertad. Sin embargo, un análisis profundo del texto demuestra que San Pablo, en la Carta a los Gálatas, subraya ante todo la subordinación ética de la libertad a ese elemento en el que se cumple toda la ley, o sea, al amor, que es el contenido del mandamiento más grande del Evangelio. “Cristo nos ha liberado para que seamos libres”, precisamente en el sentido en que Él nos ha manifestado la subordinación ética (y teológica) de la libertad a la caridad y que ha unido la libertad con el mandamiento del amor. Entender así la vocación a la libertad (“Vosotros..., hermanos, habéis sido llamados a la libertad”: Gál 5, 13) significa configurar el ethos, en el que se realiza la vida “según el Espíritu”. Efectivamente, hay también el peligro de entender la libertad de modo erróneo, y Pablo lo señala con claridad al escribir en el mismo contexto: “Pero cuidado con tomar la libertad por pretexto para servir a la carne, antes servíos unos a otros por la caridad” (ibid.).
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3. En otras palabras: Pablo nos pone en guardia contra la posibilidad de hacer mal uso de la libertad, un uso que contraste con la liberación del espíritu humano realizada por Cristo y que contradiga a esa libertad con la que “Cristo nos ha liberado”. En efecto, Cristo ha realizado y manifestado la libertad gracias a la cual estamos “los unos al servicio de los otros”; en otras palabras: la libertad que se convierte en fuente de “obras” nuevas y de “vida” según el Espíritu. La antítesis y, de algún modo, la negación de este uso de la libertad tiene lugar cuando se convierte para el hombre en “un pretexto para vivir según la carne”. La libertad viene a ser entonces una fuente de “obras” y de “vida” según la carne. Deja de ser la libertad auténtica, para la cual “Cristo nos ha liberado”, y se convierte en “un pretexto para vivir según la carne”, fuente (o bien instrumento) de un “yugo” específico por parte de la soberbia de la vida, de la concupiscencia de los ojos y de la concupiscencia de la carne. Quien de este modo vive “según la carne”, esto es, se sujeta –aunque de modo no del todo consciente, mas, sin embargo, efectivo– a la triple concupiscencia, y en particular a la concupiscencia de la carne, deja de ser capaz de esa libertad para la que “Cristo nos ha liberado”; deja también de ser idóneo para el verdadero don de sí, que es fruto y expresión de esta libertad. Además, deja de ser capaz de ese don que está orgánicamente ligado con el significado esponsalicio del cuerpo humano, del que hemos tratado en los precedentes análisis del Libro del Génesis (cf. Gén 2, 23-25).
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4. De este modo, la doctrina paulina acerca de la pureza, doctrina en la que encontramos el eco fiel y auténtico del Sermón de la Montaña, nos permite ver la “pureza de corazón” evangélica y cristiana en una perspectiva más amplia, y sobre todo nos permite unirla con la caridad, en la que toda “la ley encuentra su plenitud”. Pablo, de modo análogo a Cristo, conoce un doble significado de la “pureza” (y de la “impureza”): un sentido genérico y otro específico. En el primer caso, es “puro” todo lo que es moralmente bueno; en cambio, es “impuro” lo que es moralmente malo. Lo afirman con claridad las palabras de Cristo, según Mt 15, 18-20, citadas anteriormente. En los enunciados de Pablo acerca de las “obras de la carne”, que contrapone al “fruto del Espíritu”, encontramos la base para un modo análogo de entender este problema. Entre las “obras de la carne”, Pablo coloca lo que es moralmente malo, mientras que todo bien moral está unido con la vida “según el Espíritu”. Así, una de las manifestaciones de la vida “según el Espíritu” es el comportamiento conforme a esa virtud, a la que Pablo, en la Carta a los Gálatas, parece definir más bien indirectamente, pero de la que habla de modo directo en la primera Carta a los Tesalonicenses.
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5. En los pasajes de la Carta a los Gálatas, que ya hemos sometido anteriormente a análisis detallado, el Apóstol enumera en el primer lugar, entre las “obras de la carne”: “fornicación, impureza, libertinaje”; sin embargo, a continuación, cuando contrapone a estas obras el “fruto del Espíritu”, no habla directamente de la “pureza”, sino que solamente nombra el “dominio de sí”, la enkráteia. Este “dominio” se puede reconocer como virtud que se refiere a la continencia en el ámbito de todos los deseos de los sentidos, sobre todo en la esfera sexual; por tanto, está en contraposición con la “fornicación, con la impureza, con el libertinaje”, y también con la “embriaguez”, con las “orgías”. Se podría admitir, pues, que el paulino “dominio de sí” contiene lo que se expresa con el termino “continencia” o “templanza”, que corresponde al término latino temperantia. En este caso, nos hallaremos frente al conocido sistema de las virtudes, que la teología posterior, especialmente la escolástica, tomará prestado, en cierto sentido, de la Ética de Aristóteles. Sin embargo, Pablo, ciertamente, no se sirve en su texto de este sistema. Dado que por “pureza” se debe entender el justo modo de tratar la esfera sexual, según el estado personal (y no necesariamente una abstención absoluta de la vida sexual), entonces indudablemente esta “pureza” está comprendida en el concepto paulino de “dominio” o enkráteia. Por eso en el ámbito del texto paulino encontramos sólo una mención genérica e indirecta de la pureza, en tanto en cuanto el autor contrapone a estas “obras de la carne”, como “fornicación, impureza, libertinaje”, el “fruto del Espíritu”, es decir, obras nuevas, en las que se manifiesta “la vida según el Espíritu”. Se puede deducir que una de estas obras nuevas es precisamente la “pureza”; es decir, la que se contrapone a la “impureza” y también a la “fornicación” y al “libertinaje”.
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6. Pero ya en la primera Carta a los Tesalonicenses escribe Pablo sobre este tema de modo explícito e inequívoco. Allí leemos: “La voluntad de Dios es vuestra santificación: que os abstengáis de la fornicación; que cada uno sepa mantener el propio cuerpo (1) en santidad y respeto, no como objeto de pasión libidinosa, como los gentiles, que no conocen a Dios” (1 Tes 4, 3-5). Y luego: “Que no nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad. Por tanto, quien estos preceptos desprecia, no desprecia al hombre, sino a Dios, que os dio su Espíritu Santo” (1 Tes 4, 7-8). Aunque también en este texto nos dé que hacer el significado genérico de la “pureza”, identificada en este caso con la “santificación” (en cuanto que se nombra a la “impureza” como antítesis de la “santificación”), sin embargo, todo el contexto indica claramente de qué “pureza” o de qué “impureza” se trata, esto es, en qué consiste lo que Pablo llama aquí “impureza” y de qué modo la “pureza” contribuye a la “santificación” del hombre.
Y, por esto, en las reflexiones sucesivas convendrá volver de nuevo sobre el texto de la primera Carta a los Tesalonicenses que acabamos de citar.
[Enseñanzas 9, 71-73]
1. Sin entrar en las discusiones detalladas de los exegetas, sin embargo, es necesario señalar que la expresión griega tò heautoû skeûos puede referirse también a la mujer (cf. 1 Pe. 3, 7).
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1. San Paolo scrive nella Lettera ai Galati: “Voi infatti, fratelli, siete stati chiamati a libertà. Purchè questa libertà non divenga un pretesto per vivere secondo la carne, ma mediante la carità siate a servizio gli uni degli altri. Tutta la legge, infatti, trova la sua pienezza in un solo precetto: amerai il prossimo tuo come te stesso” (1). Già una settimana fa ci siamo soffermati su questo enunciato; tuttavia lo riprendiamo oggi, in rapporto all’argomento principale delle nostre riflessioni.
Sebbene il passo citato si riferisca anzitutto al tema della giustificazione, tuttavia l’Apostolo tende qui esplicitamente a far capire la dimensione etica della contrapposizione “corpo-spirito”, cioè tra la vita secondo la carne e la vita secondo lo Spirito. Anzi, proprio qui egli tocca il punto essenziale, svelando quasi le stesse radici antropologiche dell’ethos evangelico. Se, infatti, “tutta la Legge” (legge morale dell’Antico Testamento) “trova la sua pienezza” nel comandamento della carità, la dimensione del nuovo ethos evangelico non è nient’altro che un appello rivolto alla libertà umana, un appello alla sua più piena attuazione e, in certo senso, alla più piena “utilizzazione” della potenzialità dello spirito umano.
1. Gal. 5, 13-14.
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2. Potrebbe sembrare che Paolo contrapponga solamente la libertà alla Legge e la Legge alla libertà. Tuttavia un’analisi approfondita del testo dimostra che San Paolo nella Lettera ai Galati sottolinea anzitutto la subordinazione etica della libertà a quell’elemento in cui si compie tutta la Legge, ossia all’amore, che è il contenuto del più grande comandamento del Vangelo. “Cristo ci ha liberati perchè restassimo liberi”, proprio nel senso che Egli ci ha manifestato la subordinazione etica (e teologica) della libertà alla carità e che ha collegato la libertà con il comandamento dell’amore. Intendere così la vocazione alla libertà (“Voi..., fratelli, siete stati chiamati alla libertà” (2)) significa configurare l’ethos, in cui si realizza la vita “secondo lo Spirito”. Esiste infatti anche il pericolo di intendere la libertà in modo erroneo, e Paolo lo addita con chiarezza, scrivendo nello stesso contesto: “Purchè questa libertà non divenga un pretesto per vivere secondo la carne, ma, mediante la carità, siate a servizio gli uni degli altri” (3).
2. Gal. 5, 13.
3. Ibid.
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3. In altre parole: Paolo ci mette in guardia dalla possibilità di fare uso cattivo della libertà, un uso che contrasti con la liberazione dello spirito umano compiuta da Cristo e che contraddica quella libertà con cui “Cristo ci ha liberati”. Difatti, Cristo ha realizzato e manifestato la libertà che trova la pienezza nella carità, la libertà grazie alla quale siamo “a servizio gli uni degli altri”; in altre parole: la libertà che diviene sorgente di “opere” nuove e di “vita” secondo lo Spirito. L’antitesi e, in certo qual modo, la negazione di tale uso della libertà ha luogo quando essa diventa per l’uomo “un pretesto per vivere secondo la carne”. La libertà diventa allora una sorgente di “opere” e di “vita” secondo la carne. Cessa di essere llibertà, per la quale “Cristo ci ha liberati” e diviene “un pretesto per vivere secondo la carne”, sorgente (oppure strumento) di uno specifico “giogo” da parte della superbia della vita, della concupiscenza degli occhi e della concupiscenza della carne. Chi in questo modo vive “secondo la carne”, cioè si assoggetta –sebbene in modo non del tutto cosciente, ma nondimeno effettivo– alla triplice concupiscenza, e in particolare alla concupiscenza della carne, cessa di essere capace di quella libertà per cui “Cristo ci ha liberati”; cessa anche di essere idoneo al vero dono di sè, che è frutto ed espressione di tale libertà. Cessa, inoltre, di essere capace di quel dono, che è organicamente connesso col significato sponsale del corpo umano, di cui abbiamo trattato nelle precedenti analisi del Libro della Genesi (4).
4. Cfr. Gen. 2, 23-25.
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4. In questo modo, la dottrina paolina circa la purezza, dottrina in cui troviamo la fedele ed autentica eco del Discorso della Montagna, ci consente di vedere la “purezza di cuore” evangelica e cristiana, in una prospettiva più ampia, e soprattutto ci permette di collegarla con la carità in cui tutta “la legge trova la sua pienezza”. Paolo, in modo analogo a Cristo, conosce un duplice significato della “purezza” e dell’“impurità”: un senso generico ed uno specifico. Nel primo caso è “puro” tutto ciò che è moralmente buono, “impuro” invece ciò che è moralmente cattivo. Lo affermano con chiarezza le parole di Cristo secondo Matteo 15, 18-20, citate in precedenza. Negli enunciati di Paolo circa le “opere della carne”, che egli contrappone al “frutto dello Spirito”, troviamo la base per un analogo modo di intendere questo problema. Tra le “opere della carne” Paolo colloca ciò che è moralmente cattivo, mentre ogni bene morale viene collegato con la vita “secondo lo Spirito”. Così, una delle manifestazioni della vita “secondo lo Spirito”, è il comportamento conforme a quella virtù, che Paolo, nella Lettera ai Galati, sembra definire piuttosto indirettamente, ma di cui parla in modo diretto nella prima Lettera ai Tessalonicesi.
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5. Nei brani della Lettera ai Galati, che già anteriormente abbiamo sottoposto ad analisi dettagliata, l’Apostolo elenca al primo posto fra le “opere della carne”: “fornicazione, impurità, libertinaggio”; tuttavia, in seguito, quando a queste opere contrappone il “frutto dello Spirito”, non parla direttamente della “purezza”, ma nomina solo il “dominio di sè”, la enkráteia. Questo “dominio” si può riconoscere come virtù che riguarda la continenza nell’ambito di tutti i desideri dei sensi, soprattutto nella sfera sessuale; è quindi in contrapposizione alla “fornicazione, all’impurità, al libertinaggio”, e anche all’“ubriachezza”, alle “orge”. Si potrebbe quindi ammettere che il paolino “dominio di sè” contiene ciò che viene espresso nel termine “continenza” o “temperanza”, che corrisponde al termine latino temperantia. In tal caso, ci troveremmo di fronte al noto sistema delle virtù, che la teologia posteriore, specie la scolastica, prenderà in prestito, in certo senso, dall’etica di Aristo tele. Tuttavia, Paolo certamente non si serve, nel suo testo, di questo sistema. Dato che per “purezza” si deve intendere il giusto modo di trattare la sfera sessuale a seconda dello stato personale (e non necessariamente un astenersi assoluto dalla vita sessuale), allora indubbiamente tale “purezza” è compresa nel concetto paolino di “dominio” o enkráteia. Perciò, nell’ambito del testo paolino troviamo solo una generica ed indiretta menzione della purezza, in tanto in quanto a tali “opere della carne”, come “fornicazione, impurità, libertinaggio”, l’autore contrappone il “fruto dello Spirito”, cioè opere nuove, in cui si manifesta “la vita secondo lo Spirito”. Si può dedurre che una di queste opere nuove sia proprio la “purezza”: quella, cioè, che si contrappone all’“impurità” ed anche alla “fornicazione” e al “libertinaggio”.
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6. Ma già nella prima Lettera ai Tessalonicesi, Paolo scrive su questo argomento in modo esplicito e inequivoco. Vi leggiamo: “Questa è la volontà di Dio, la vostra santificazione: che vi asteniate dalla impudicizia, che ciascuno sappia mantenere il proprio corpo (5) con santità e rispetto, non come oggetto di passioni e libidine, come i pagani che non conoscono Dio” (6). E poi: “Dio non ci ha chiamati all’impurità, ma alla santificazione. Perciò chi disprezza queste norme non disprezza un uomo, ma Dio stesso che vi dona il suo Santo Spirito” (7). Sebbene anche in questo testo abbiamo a che fare col significato generico della “purezza”, identificata in questo caso con la “santificazione” (in quanto si nomina l’“impurità” come antitesi della “santificazione”), nondimeno tutto il contesto indica chiaramente di quale “purezza” o di quale “impurità” si tratti, cioè in che cosa consista ciò che Paolo chiama qui “impurità”, e in qual modo la “purezza” contribuisca alla “santificazione” dell’uomo.
E perciò, nelle successive riflessioni, converrà riprendere il testo della prima Lettera ai Tessalonicesi, or ora citato.
[Insegnamenti GP II, 4/1, 72-76]
5. Senza entrare nelle discussioni particolareggiate degli esegeti, occorre tuttavia segnalare che l’espressione greca tò heautoû skeûos può riferirsi anche alla moglie (cfr. 1 Petr. 3, 7).
6. 1 Thess. 4, 3-5.
7. Ibid. 4, 7-8.