[0959] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LAS ENSEÑANZAS DE SAN PABLO SOBRE LA PUREZA DEL CORAZÓN
Alocución Nelle nostre considerazioni, en la Audiencia General, 4 febrero 1981
1981 02 04 0001
1. En nuestras consideraciones del miércoles pasado sobre la pureza, según la enseñanza de San Pablo, hemos llamado la atención sobre el texto de la primera Carta a los Corintios. El Apóstol presenta allí a la Iglesia como Cuerpo de Cristo, y esto le ofrece la oportunidad de hacer el siguiente razonamiento acerca del cuerpo humano: “...Dios ha dispuesto los miembros en el cuerpo, cada uno de ellos como ha querido... Aún hay más: los miembros del cuerpo que parecen más débiles son los más necesarios; y a los que parecen más viles los rodeamos de mayor respeto, y a los que tenemos por menos decentes los tratamos con mayor decencia, mientras que los que de suyo son decentes no necesitan de más. Ahora bien: Dios dispuso el cuerpo dando mayor decencia al que carecía de ella, a fin de que no hubiera escisiones en el cuerpo, antes todos los miembros se preocupen por igual unos de otros” (1 Cor 12, 18. 22-25).
1981 02 04 0002
2. La “descripción” paulina del cuerpo humano corresponde a la realidad que lo constituye, se trata, pues, de una descripción “realista”. En el realismo de esta descripción se entreteje, al mismo tiempo, un sutilísimo hilo de valoración que le confiere un valor profundamente evangélico, cristiano. Ciertamente, es posible “describir” el cuerpo humano, expresar su verdad con la objetividad propia de las ciencias naturales; pero dicha descripción –con toda su precisión– no puede ser adecuada (esto es, conmensurable con su objeto), dado que no se trata sólo del cuerpo (entendido como organismo, en el sentido “somático”), sino del hombre, que se expresa a sí mismo por medio de ese cuerpo, y en este sentido “es”, diría, ese cuerpo. Así, pues, ese hilo de valoración, teniendo en cuenta que se trata del hombre como persona, es indispensable al describir el cuerpo humano. Además, queda dicho cuán justa es esta valoración. Ésta es una de las tareas y de los temas perennes de toda la cultura: de la literatura, escultura, pintura e incluso de la danza, de las obras teatrales y, finalmente, de la cultura, de la vida cotidiana, privada o social. Tema que merecería la pena de ser tratado separadamente.
1981 02 04 0003
3. La descripción paulina de la primera Carta a los Corintios (12, 18-25) no tiene, ciertamente, un significado “científico”: no presenta un estudio biológico sobre el organismo humano, o bien sobre la “somática” humana; desde este punto de vista, es una simple descripción “pre-científica”, por lo demás concisa, hecha apenas con unas pocas frases. Tiene todas las características del realismo común y es, sin duda, suficientemente “realista”. Sin embargo, lo que determina su carácter específico, lo que de modo particular justifica su presencia en la Sagrada Escritura, es precisamente esa valoración entretejida en la descripción y expresada en su misma trama “narrativo-realista”. Se puede decir con certeza que esta descripción no sería posible sin toda la verdad de la creación y también sin toda la verdad de la “redención del cuerpo”, que Pablo profesa y proclama. Se puede afirmar también que la descripción paulina del cuerpo corresponde precisamente a la actitud espiritual de “respeto” hacia el cuerpo humano, debido a la “santidad” (cf. 1 Tes 4, 3-5. 7-8) que surge de los misterios de la creación y de la redención. La descripción paulina está igualmente lejana tanto del desprecio maniqueo del cuerpo como de las varias manifestaciones de un “culto del cuerpo” naturalista.
1981 02 04 0004
4. El autor de la primera Carta a los Corintios (12, 18-25) tiene ante los ojos el cuerpo humano en toda su verdad, por tanto, al cuerpo, impregnado ante todo (si así se puede decir) por la realidad entera de la persona y de su dignidad. Es, al mismo tiempo, el cuerpo del hombre “histórico”, varón y mujer, esto es, de ese hombre que, después del pecado, fue concebido, por decirlo así, dentro y por la realidad del hombre que había tenido la experiencia de la inocencia originaria. En las expresiones de Pablo acerca de los “miembros menos decentes” del cuerpo humano, como también acerca de aquellos que “parecen más débiles”, o bien acerca de los “que tenemos por más viles”, nos parece encontrar el testimonio de la misma vergüenza que experimentaron los primeros seres humanos, varón y mujer, después del pecado original. Esta vergüenza quedó impresa, en ellos y en todas las generaciones del hombre “histórico”, como fruto de la triple concupiscencia (con referencia especial a la concupiscencia de la carne). Y, al mismo tiempo, en esta vergüenza –como ya se puso de relieve en los análisis precedentes– quedó impreso un cierto “eco” de la misma inocencia originaria del hombre: como un “negativo” de la imagen, cuyo “positivo” había sido precisamente la inocencia originaria.
1981 02 04 0005
5. La “descripción” paulina del cuerpo humano parece confirmar perfectamente nuestros análisis anteriores. Están en el cuerpo humano los “miembros menos decentes” no a causa de su naturaleza “somática” (ya que una descripción científica y fisiológica trata a todos los miembros y a los órganos del cuerpo humano de modo “neutral”, con la misma objetividad), sino sola y exclusivamente porque en el hombre mismo existe esa vergüenza que hace ver a algunos miembros del cuerpo como “menos decentes” y lleva a considerarlos como tales. La misma vergüenza parece, a la vez, constituir la base de lo que escribe el Apóstol en la primera Carta a los Corintios: “A los que parecen más viles los rodeamos de mayor respeto, y a los que tenemos por menos decentes los tratamos con mayor decencia” (1 Cor 12, 23). Así, pues, se puede decir que de la vergüenza nace precisamente el “respeto” por el propio cuerpo: respeto, cuyo mantenimiento pide Pablo en la primera Carta a los Tesalonicenses (4, 4). Precisamente este mantenimiento del cuerpo “en santidad y respeto” se considera como esencial para la virtud de la pureza.
1981 02 04 0006
6. Volviendo todavía a la “descripción” paulina del cuerpo en la primera Carta a los Corintios (12, 18-25), queremos llamar la atención sobre el hecho de que, según el autor de la Carta, ese esfuerzo particular que tiende a respetar el cuerpo humano, y especialmente a sus miembros más “débiles” o “menos decentes”, corresponde al designio originario del Creador, o sea, a esa visión de la que habla el Libro del Génesis: “Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho” (Gén 1, 31). Pablo escribe: “Dios dispuso el cuerpo dando mayor decencia al que carecía de ella, a fin de que no hubiera escisiones en el cuerpo, antes todos los miembros se preocupen por igual unos de otros” (1 Cor 12, 24-25). La “escisión en el cuerpo”, cuyo resultado es que algunos miembros son considerados “más débiles”, “más viles”, por tanto, “menos decentes”, es una expresión ulterior de la visión del estado interior del hombre después del pecado original, esto es, del hombre “histórico”. El hombre de la inocencia originaria, varón y mujer, de quienes leemos en el Génesis (2, 25) que “estaban desnudos... sin avergonzarse de ello”, tampoco experimentaba esa “desunión en el cuerpo”. A la armonía objetiva, con la que el Creador ha dotado al cuerpo y que Pablo llama cuidado recíproco de los diversos miembros (cf. 1 Cor 12, 25), correspondía una armonía análoga en el interior del hombre: la armonía del “corazón”. Esta armonía, o sea, precisamente la “pureza de corazón”, permitía al hombre y a la mujer, en el estado de la inocencia originaria, experimentar sencillamente (y de un modo que originariamente hacía felices a los dos) la fuerza unitiva de sus cuerpos, que era, por decirlo así el substrato “insospechable” de su unión personal o communio personarum.
1981 02 04 0007
7. Como se ve, el Apóstol, en la primera Carta a los Corintios (12, 18-25), vincula su descripción del cuerpo humano al estado del hombre “histórico”. En los umbrales de la historia de este hombre está la experiencia de la vergüenza ligada con la “desunión en el cuerpo”, con el sentido del pudor por ese cuerpo (y especialmente por esos miembros que somáticamente determinan la masculinidad y la feminidad). Sin embargo, en la misma “descripción” Pablo indica también el camino que (precisamente basándose en el sentido de vergüenza) lleva a la transformación de este estado hasta la victoria gradual sobre esa “desunión en el cuerpo”, victoria que puede y debe realizarse en el corazón del hombre. Éste es precisamente el camino de la pureza, o sea, “mantener el propio cuerpo en santidad y respeto”. Al “respeto” del que trata en la primera Carta a los Tesalonicenses (4, 3-5), Pablo se remite de nuevo, en la primera Carta a los Corintios (12, 18-25), al usar algunas locuciones equivalentes, cuando habla del “respeto”, o sea, de la estima hacia los miembros “más viles”, “más débiles” del cuerpo, y cuando recomienda mayor “decencia” con relación a lo que en el hombre es considerado “menos decente”. Estas locuciones caracterizan más de cerca ese “respeto”, sobre todo, en el ámbito de las relaciones y comportamientos humanos en lo que se refiere al cuerpo; lo cual es importante tanto respecto al “propio” cuerpo como evidentemente también en las relaciones recíprocas (especialmente entre el hombre y la mujer, aunque no se limitan a ellas).
No tenemos duda alguna de que la “descripción” del cuerpo humano en la primera Carta a los Corintios tiene un significado fundamental para el conjunto de la doctrina paulina sobre la pureza.
[Enseñanza 9, 81-84]
1981 02 04 0001
1. Nelle nostre considerazioni di mercoledì scorso sulla purezza secondo l’insegnamento di san Paolo, abbiamo richiamato l’attenzione sul testo della prima Lettera ai Corinzi. L’Apostolo vi presenta la Chiesa come Corpo di Cristo, e ciò gli offre l’opportunità di fare il seguente ragionamento circa il corpo umano: “...Dio ha disposto le membra in modo distinto nel corpo, come egli ha voluto... Anzi quelle membra del corpo che sembrano più deboli sono più necessarie; e quelle parti del corpo che riteniamo meno onorevoli le circondiamo di maggior rispetto, e quelle indecorose sono trattate con maggior decenza, mentre quelle decenti non ne hanno bisogno. Ma Dio ha composto il corpo conferendo maggior onore a ciò che ne mancava, perchè non vi fosse disunione nel corpo, ma anzi le varie membra avessero cura le une delle altre” (1).
1. 1 Cor. 12, 18. 22-25.
1981 02 04 0002
2. La “descrizione” paolina del corpo umano corrisponde alla realtà che lo costituisce: è quindi una descrizione “realistica”. Nel realismo di tale descrizione viene intrecciato, al tempo stesso, un sottilissimo filo di valutazione che le conferisce un valore profondamente evangelico, cristiano. Certo è possibile “descrivere” il corpo umano, esprimere la sua verità con l’oggettività propria delle scienze naturali; ma siffatta descrizione –con tutta la sua precisione– non può essere adeguata (cioè commensurabile con il suo oggetto), dato che non si tratta soltanto del corpo (inteso come organismo, nel senso “somatico”), bensì dell’uomo, che esprime se stesso per mezzo di quel corpo e in tal senso “è”, direi, quel corpo. Così dunque quel filo di valutazione, considerato che si tratta dell’uomo come persona, è indispensabile nel descrivere il corpo umano. Inoltre va detto quanto giusta sia tale valutazione. Questo è uno dei compiti e dei temi perenni di tutta la cultura: della letteratura, scultura, pittura ed anche della danza, delle opere teatrali e infine della cultura della vita quotidiana, privata o sociale. Argomento che varrebbe la pena di trattare separatamente.
1981 02 04 0003
3. La descrizione paolina della prima Lettera ai Corinzi 12, 18-25 non ha certamente un significato “scientifico”: non presenta uno studio biologico sull’organismo umano oppure sulla “somatica” umana; da questo punto di vista è una semplice descrizione “prescientifica”, peraltro concisa, fatta appena di poche frasi. Essa ha tutte le caratteristiche del realismo comune ed è, senza dubbio, sufficientemente “realistica”. Tuttavia, ciò che determina il suo carattere specifico, ciò che in modo particolare giustifica la sua presenza nella Sacra Scrittura, è appunto quella valutazione intrecciata nella descrizione ed espressa nella sua stessa trama “narrativo-realistica”. Si può dire con certezza che tale descrizione non sarebbe possibile senza tutta la verità della creazione e anche senza tutta la verità della “redenzione del corpo”, che Paolo professa e proclama. Si può anche affermare che la descrizione paolina del corpo corrisponde proprio all’atteggiamento spirituale di “rispetto” verso il corpo umano, dovuto a motivo della “santità” (2) che scaturisce dai misteri della creazione e della redenzione. La descrizione paolina è ugualmente lontana sia dal disprezzo manicheo del corpo, sia dalle varie manifestazioni di un naturalistico “culto del corpo”.
2. Cfr. 1 Thess. 4, 3-5. 7-8.
1981 02 04 0004
4. L’Autore della prima Lettera ai Corinzi 12, 18-25 ha davanti agli occhi il corpo umano in tutta la sua verità; dunque, il corpo permeato anzitutto (se così ci si può esprimere) da tutta la realtà della persona e dalla sua dignità. Esso è, al tempo stesso, il corpo dell’uomo “storico”, maschio e femmina, cioè di quell’uomo che, dopo il peccato, fu concepito, per così dire, entro e dalla realtà dell’uomo che aveva fatto l’esperienza della innocenza originaria. Nelle espressioni di Paolo circa le “membra indecorose” del corpo umano, come anche circa quelle che “sembrano più deboli” oppure quelle “che riteniamo meno onorevoli”, ci pare di ritrovare la testimonianza della stessa vergogna che i primi esseri umani, maschio e femmina, avevano sperimentato dopo il peccato originale. Questa vergogna si è impressa in loro e in tutte le generazioni dell’uomo “storico” come frutto della triplice concupiscenza (con particolare riferimento alla concupiscenza della carne). E contemporaneamente in questa vergogna –come fu già posto in rilievo nelle precedenti analisi– si è impressa una certa “eco” della stessa innocenza originaria dell’uomo: quasi un “negativo” dell’immagine, il cui “positivo” era stata appunto l’innocenza originaria.
1981 02 04 0005
5. La “descrizione” paolina del corpo umano sembra confermare perfettamente le nostre anteriori analisi. Vi sono, nel corpo umano, le “membra indecorose” non a motivo della loro natura “somatica” (giacchè una descrizione scientifica e fisiologica tratta tutte le membra e gli organi del corpo umano in modo “neutrale”, con la stessa oggettività), ma soltanto ed esclusivamente perchè nell’uomo stesso esiste quella vergogna che percepisce alcune membra del corpo come “indecorose” e induce a considerarle tali. La stessa vergogna sembra, in pari tempo, essere alla base di ciò che scrive l’Apostolo nella prima Lettera ai Corinzi: “Quelle parti del corpo che riteniamo meno onorevoli, le circondiamo di maggior rispetto e quelle indecorose sono trattate con maggior decenza” (3). Così, dunque, si può dire che dalla vergogna nasce appunto il “rispetto” per il proprio corpo: rispetto, il cui mantenimento Paolo sollecita nella prima Lettera ai Tessalonicesi 4. Appunto tale mantenimento del corpo “con santità e rispetto” va ritenuto come essenziale per la virtù della purezza.
3. 1 Cor. 12, 23.
4. 1 Thess. 4, 4.
1981 02 04 0006
6. Ritornando ancora alla “descrizione” paolina del corpo nella prima Lettera ai Corinzi 12, 18-25, vogliamo richiamare l’attenzione sul fatto che, secondo l’Autore della Lettera, quel particolare sforzo che tende a rispettare il corpo umano e specialmente le sue membra più “deboli” o “indecorose”, corrisponde al disegno originario del Creatore ovvero a quella visione, di cui parla il Libro della Genesi: “Dio vide quanto aveva fatto, ed ecco, era cosa molto buona” (5). Paolo scrive: “Dio ha composto il corpo, conferendo maggior onore a ciò che ne mancava, perchè non vi fosse disunione nel corpo, ma anzi le varie membra avessero cura le une delle altre” (6). La “disunione nel corpo”, il cui risultato è che alcune membra sono ritenute “più deboli”, “meno onorevoli”, quindi “indecorose”, è una ulteriore espressione della visione dello stato interiore dell’uomo dopo il peccato originale, cioè dell’uomo “storico”. L’uomo dell’innocenza originaria, maschio e femmina, di cui leggiamo in Genesi 2, 25 che “erano nudi... ma non provavano vergogna”, non provava nemmeno quella “disunione nel corpo”. All’oggettiva armonia, di cui il Creatore ha dotato il corpo e che Paolo precisa come reciproca cura delle varie membra (7), corrispondeva un’analoga armonia nell’intimo dell’uomo: l’armonia del “cuore”. Quest’armonia, ossia precisamente la “purezza di cuore”, consentiva all’uomo e alla donna nello stato dell’innocenza originaria di sperimentare semplicemente (e in un modo che originariamente li rendeva felici entrambi) la forza unitiva dei loro corpi, che era, per così dire, l’“insospettabile” substrato della loro unione personale o communio personarum.
5. Gen. 1, 31.
6. 1 Cor. 12, 24-25.
7. Cfr. ibid. 12, 25.
1981 02 04 0007
7. Come si vede, l’Apostolo nella prima Lettera ai Corinzi (8) collega la sua descrizione del corpo umano allo stato dell’uomo “storico”. Alla soglia della storia di quest’uomo sta l’esperienza della vergogna connessa con la “disunione nel corpo”, col senso di pudore per quel corpo (e in specie per quelle sue membra che somaticamente determinano la mascolinità e la femminilità). Tuttavia, nella stessa “descrizione”, Paolo indica anche la via che (appunto sulla base del senso di vergogna) conduce alla trasformazione di tale stato fino alla graduale vittoria su quella “disunione nel corpo”, vittoria che può e deve attuarsi nel cuore dell’uomo. Questa è appunto la via della purezza, ossia del “mantenere il proprio corpo con santità e rispetto”. Al “rispetto”, di cui tratta la prima Lettera ai Tessalonicesi (9), Paolo si riallaccia nella prima Lettera ai Corinzi (10) usando alcune locuzioni equivalenti, quando parla del “rispetto” ossia della stima verso le membra “meno onorevoli”, “più deboli” del corpo, e quando raccomanda maggior “decenza” nei riguardi di ciò che nell’uomo è ritenuto “indecoroso”. Queste locuzioni caratterizzano più da vicino quel “rispetto” soprattutto nell’ambito dei rapporti e comportamenti umani nei confronti del corpo; il che è importante sia riguardo al “proprio” corpo, sia evidentemente anche nei rapporti reciproci (specialmente tra l’uomo e la donna, sebbene non limitatamente ad essi).
Non abbiamo alcun dubbio che la “descrizione” del corpo umano nella prima Lettera ai Corinzi abbia un significato fondamentale per l’insieme della dottrina paolina sulla purezza.
[Insegnamenti GP II, 4/1, 225-229]
8. Cfr. ibid. 12, 18-25.
9. Cfr. 1 Thess. 4, 3-5.
10. Cfr. 1 Cor. 12, 18-25.