[0965] • JUAN PABLO II (1978-2005) • CADA FAMILIA CRISTIANA, UNA “IGLESIA DOMÉSTICA”
De la Homilía en la Misa de la ordenación de sacerdotes en la Catedral de Nagasaki (Japón), 25 febrero 1981
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4. Quisiera decir ahora unas palabras a las familias de los nuevos sacerdotes y también a todas las familias cristianas de Japón.
Recuerdo con profunda emoción el encuentro que tuvo lugar aquí en Nagasaki entre un misionero que acababa de llegar y un grupo de personas que, una vez convencidas de que era un sacerdote católico, le dijeron: “Hemos estado esperándote durante siglos”. Habían estado sin sacerdote, sin iglesias y sin culto durante más de doscientos años. Y, sin embargo, a pesar de las circunstancias adversas, la fe cristiana no había desaparecido; se había transmitido dentro de la familia de generación en generación. De esta manera, la familia cristiana demuestra la inmensa importancia que ella tiene en lo que se refiere a la vocación a ser cristiano.
La familia cristiana es también en grado supremo, algo vital para las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. La mayoría de estas vocaciones brotan y se desarrollan en familias profundamente cristianas. Por eso el Concilio Vaticano II llama a la familia el primer seminario (cf. Optatam totius, n. 2)[1]. Estoy convencido de que numerosas vocaciones del “pequeño rebaño” de la comunidad católica en Japón han nacido y han crecido en el seno de la familia animadas por un espíritu de fe, de caridad y de piedad.
En el momento en que me dispongo, como Sucesor de Pedro, a ordenar nuevos sacerdotes para vuestra nación, quiero exhortar a cada familia cristiana de Japón a ser verdaderamente una “Iglesia doméstica”: un lugar donde se dé gracias y alabanza a Dios, un lugar donde su palabra sea escuchada y su ley obedecida, un lugar donde se eduque para la fe y donde la fe se alimente y se fortalezca, un lugar de caridad fraterna y de mutuo servicio, un lugar de apertura a los demás, especialmente a los pobres y necesitados.
Estad abiertos a las vocaciones que surjan entre vosotros. Orad para que, como señal de su amor especial, el Señor se digne llamar a uno o a más miembros de vuestras familias a servirle. Vivid vuestra fe con una alegría y un fervor que sean capaces de alentar dichas vocaciones. Sed generosos cuando vuestro hijo o vuestra hija, vuestro hermano o vuestra hermana decida seguir a Cristo por este camino especial. Dejad que su vocación vaya creciendo y fortaleciéndose. Prestad todo vuestro apoyo a una elección hecha con libertad.
Prosigamos ahora con fe y devoción cuantos estamos aquí reunidos esta celebración eucarística del Sacrificio de Cristo Sacerdote. Recordando a los sacerdotes, religiosos y seglares japoneses que en este mismo lugar dieron el supremo testimonio de sus vidas por amor a Jesucristo, oremos por las familias cristianas de esta tierra, para que sepan vivir con intensidad su vocación cristiana. Pidamos al Señor se digne conceder que surjan de entre ellas muchos sacerdotes, como éstos que van a comenzar hoy su vida sacerdotal y su ministerio, y que surjan también muchos religiosos, para gloria de Jesucristo y para la salvación del mundo. Amén.
[Enseñanzas 9, 232-233]
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4. I would now say a few words to the families of the new priests, and to all the Christian families of Japan.
It is with deep emotion that I recall the meeting that took place here in Nagasaki between a recently arrived missionary and a group of people who, after making sure that he was a Catholic priest, told him: “We have been waiting for you for centuries”. They had been without priests or churches or public worship for well over two hundred years. And yet, in spite of adverse circumstances, the Christian faith had not been extinguished; it had been handed down in the family from generation to generation. Thus the Christian family showed its immense importance for the vocation to being a Christian.
The Christian family is also supremely vital for vocations to the priesthood and the religious life. The majority of such vocations spring to life and develop in deeply Christian families. That is why the Second Vatican Council called the family the first seminary (cf. Optatam Totius, 2)[1]. I am certain too that the numerous vocations within the “little flock” of the Catholic community in Japan are born and grow within families animated by a spirit of faith, chariti and piety.
As I, the Successor of Peter, ordain new priests for your country, I exhort every Christian family in Japan to be truly a “church of the home”: a place where God is given thanks and praise, a place where his word is listened to and his law obeyed, a place where education is given for faith and where faith is fostered and strengthened, a place of fraternal charity and mutual service, a place of openness to others, especially the poor and the needy.
Be open to vocations from among you. Pray that, as a sing of his special love, the Lord will call one or more of your members to serve him. Live your faith with the joy and fervour that encourage such vocations. Be generous when your son or daughter, your brother or sister, decides to follow Christ in this special way. Allow his or her vocation to grow and be strengthened. Give your full support to a choice freely made.
Let all of us who are gathered here continue now with faith and devotion this Eucharistic celebration of the Sacrifice of Christ the Priest. Recalling the Japanese priests, religious and lay people who in this very area gave the supreme witness of their lives for love of Jesus Christ, let us pray for the Christian families of this country, that they may live their Christian vocation with intensity. We ask the Lord to grant that from among them there may come many priests, like those who are today beginning their priestly life and ministry, as well as many Religious, for the glory of Jesus Christ and for the salvation of the world. Amen.
[OR, 26-II-1981, 4]
[1]. [1965 10 28a/2].