[0968] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL MODELO CRISTIANO DE LA FAMILIA
De la Homilía en la Misa en el día de San José, en Terni (Italia), 19 marzo 1981
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4. Nosotros, reunidos aquí, escuchamos estas palabras y veneramos a José, hombre justo. A José, que amó más profundamente a María, de la casa de David, porque aceptó todo su misterio. Veneramos a José, en quien se reflejó más plenamente que en todos los padres terrenos la paternidad de Dios mismo. Veneramos a José, que construyó la casa familiar en la tierra al Verbo Eterno, así como María le había dado el cuerpo humano. “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14).
Desde este gran misterio de la fe dirigimos nuestros pensamientos a nuestras casas, a tanta parejas y familias. ¡José de Nazaret es una revelación particular de la dignidad de la paternidad humana! José de Nazaret, el carpintero, el hombre del trabajo. Pensad en esto vosotros, precisamente vosotros, hombres del trabajo de Terni, Narni y Amelia, y de toda Italia y de toda Europa y de todo el mundo. La familia se apoya sobre la dignidad de la paternidad humana, sobre la responsabilidad del hombre, marido y padre, así como también sobre su trabajo. José de Nazaret es un testimonio de ello.
Las palabras que Dios le dirige: “José hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer” (Mt 1, 20), ¿acaso no se dirigen a cada uno de vosotros? ¡Queridos hermanos, maridos y padres de familia! “No tengáis miedo de llevar...” ¡No abandonéis! Fue dicho al principio: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer” (Gén 2, 24). Y Cristo añade: “Lo que Dios juntó no lo separe el hombre” (Mc 10, 9). La unidad de la familia, su estabilidad, es uno de los bienes fundamentales del hombre y de la sociedad. La unidad de la familia constituye la base de la indisolubilidad del matrimonio; si el hombre, si la sociedad buscan los caminos que privan al matrimonio de su indisolubilidad y a la familia de su cohesión y de su estabilidad, entonces cortan como la raíz misma de su fuerza moral y de su salud, se privan de uno de los bienes fundamentales sobre los que está construida la vida humana.
Hermanos queridos: Esa voz que escuchó José de Nazaret aquella noche decisiva de su vida llegue siempre a vosotros, en particular cuando amenaza el peligro de la destrucción de la familia. “No tengas miedo de perseverar”. “¡No abandones!” Comportaos como lo hizo ese hombre justo.
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5. José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María y al que ha sido engendrado en ella (cf. Mt 1, 20). Así dice Dios-Padre al hombre con el que, en cierto modo, ha compartido su paternidad. Queridos hermanos: Dios comparte, en cierto sentido, su paternidad con cada uno de vosotros. No del modo misterioso y sobrenatural con que lo hizo con José de Nazaret... Y, sin embargo toda paternidad en la tierra, toda paternidad humana, toma de Él su origen y en Él encuentra su modelo. Vuestra paternidad humana, queridos hermanos, se une siempre con la maternidad. Y el que ha sido concebido en el seno de la mujer-madre os une a vosotros, esposos, marido y mujer, con un vínculo particular que Dios-Creador del hombre ha bendecido desde “el principio”. Éste es el vínculo de la paternidad y de la maternidad, que se forma desde el momento en que el hombre, el marido, encuentra en la maternidad de la mujer la expresión y la confirmación de su paternidad humana.
La paternidad es responsabilidad por la vida: por la vida, primero concebida en el seno de la mujer, luego dada a luz, para que se revele en ella un nuevo hombre, que es sangre de vuestra sangre y carne de vuestra carne. Dios, que dice: “no abandones a la mujer, tu esposa”, dice al mismo tiempo: “¡acoge la vida concebida en ella!” Como le dijo a José de Nazaret, aunque José no fuese el padre carnal de Aquel que fue concebido por obra del Espíritu Santo en María Virgen.
Dios dice al hombre: “¡Acoge la vida concebida por obra tuya! ¡No permitas que se suprima!” Dios habla así con la voz de sus mandamientos, con la voz de la Iglesia. Pero habla así sobre todo con la voz de la conciencia. La voz de la conciencia humana. Esta voz es unívoca, a pesar de cuanto se haga para impedir que se la escuche y para sofocarla, esto es, para que el hombre no escuche y la mujer no escuche esta voz sencilla y clara de la conciencia.
Los hombres del trabajo, los hombres del trabajo duro, conocen esta voz sencilla de la conciencia. Lo que ellos sienten del modo más profundo es precisamente ese vínculo que une el trabajo y la familia. El trabajo es para la familia, porque el trabajo es para el hombre (y no viceversa), y precisamente la familia y ante todo la familia es el lugar específico del hombre. Es el ambiente donde es concebido, nace y madura; el ambiente en favor del cual asume la responsabilidad más seria, en el cual se realiza cotidianamente, el ambiente de su felicidad terrena y de la esperanza humana. Y por esto, hoy día de San José, conociendo los corazones de los hombres del trabajo, su honestidad y responsabilidad, manifiesto la convicción de que precisamente ellos asegurarán y consolidarán estos dos bienes fundamentales del hombre y de la sociedad: la unidad de la familia y el respeto a la vida concebida bajo el corazón de la madre.
[Enseñanzas 9, 254-256]
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4. Noi, qui riuniti, sentiamo queste parole e veneriamo Giuseppe, uomo giusto. Giuseppe che ha amato più profondamente Maria, della casa di Davide, perchè ha accettato tutto il suo mistero. Veneriamo Giuseppe, in cui si è rispecchiata più pienamente che non in tutti i padri terreni la Paternità di Dio stesso. Veneriamo Giuseppe che al Verbo Eterno ha costruito la casa familiare in terra, così come Maria Gli ha dato il corpo umano. “Il Verbo si fece carne e venne ad abitare in mezzo a noi” (9).
Da questo grande mistero della fede dirigiamo i nostri pensieri alle nostre case, a tante coppie e famiglie. Giuseppe di Nazaret è una particolare rivelazione della dignità della paternità umana! Giuseppe di Nazaret, il carpentiere, l’uomo del lavoro. Pensate a ciò voi, proprio voi, uomini del lavoro di Terni, di Narni, di Amelia e di tutta l’Italia e di tutta l’Europa e di tutto il mondo. Sulla dignità della paternità umana –sulla responsabilità dell’uomo, marito e padre, così come pure sul suo lavoro– poggia la famiglia. Giuseppe di Nazaret ce ne dà testimonianza.
Le parole che Dio dirige a Lui: “Giuseppe, figlio di Davide, non temere di prendere con te Maria, tua sposa” (10) non sono forse rivolte a ciascuno di voi? Cari Fratelli, mariti e padri di famiglia! “Non temere di prendere...” Non abbandonare! È stato detto all’inizio: “Per questo l’uomo abbandonerà suo padre e sua madre e si unirà a sua moglie” (11). E Cristo aggiunge: “L’uomo dunque non separi ciò che Dio ha congiunto” (12). La compattezza della famiglia, la sua stabilità è uno dei beni fondamentali dell’uomo e della società. Alla base della compattezza della famiglia vi è l’indissolubilità del matrimonio; se l’uomo, se la società cercano le vie che privano il matrimonio della sua indissolubilità e la famiglia della sua compattezza e della sua stabilità, allora recidono quasi la radice stessa della sua forza morale e della sua salute, si privano di uno dei beni fondamentali, sui quali è costruita la vita umana.
Fratelli cari! Quella voce, che ha sentito Giuseppe di Nazaret in quella notte decisiva della sua vita, giunga a voi sempre, in particolare quando incombe il pericolo della distruzione della famiglia. “Non temere di perseverare”! “Non abbandonare”! Comportatevi così come ha fatto quell’Uomo giusto.
9. Io. 1, 14.
10. Matth. 1, 20.
11. Gen. 2, 24.
12. Marc. 10, 9.
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5. Giuseppe, figlio di Davide, non temere di prendere con te Maria e quel che è generato in lei (13). Così dice Dio-Padre all’uomo, col quale, in un certo modo, ha condiviso la sua paternità. Dio, cari Fratelli, condivide in un certo senso la sua paternità con ciascuno di voi. Non nel modo misterioso e soprannaturale, in cui lo fece con Giuseppe di Nazaret... E tuttavia ogni paternità sulla terra, ogni paternità umana da Lui prende il suo inizio, e in Lui trova il suo modello. La vostra paternità umana, cari Fratelli, si collega sempre con la maternità. E quel che è concepito nel seno della donna-madre unisce voi sposi, marito e moglie, con un particolare legame che Dio-Creatore dell’uomo ha benedetto sin “dal principio”. Questo è il vincolo della paternità e della maternità, che si forma dal momento in cui l’uomo, il marito, trova nella maternità della donna l’espressione e la conferma della sua paternità umana.
La paternità è responsabilità per la vita: per la vita prima concepita nel seno della donna, poi data alla luce, perchè si riveli in essa un nuovo uomo, che è sangue del vostro sangue e carne della vostra carne. Dio che dice: “Non abbandonare la donna, tua sposa”, dice contemporaneamente: “Accogli la vita concepita in essa”! Così come lo disse a Giuseppe di Nazaret, benchè Giuseppe non fosse il padre carnale di Colui, che fu concepito per opera dello Spirito Santo in Maria Vergine.
Dio dice a ogni uomo: “Accogli la vita concepita per tua opera! Non permetterti di sopprimerla!”. Dio dice così con la voce dei suoi comandamenti, con la voce della Chiesa. Ma Egli dice così soprattutto con la voce della coscienza. La voce della coscienza umana. Questa voce è univoca, nonostante quanto si faccia per impedirne l’ascolto e per soffocarla, cioè perchè l’uomo non ascolti e la donna non ascolti questa voce semplice e chiara della coscienza.
Gli uomini del lavoro, gli uomini del lavoro duro conoscono questa voce semplice della coscienza. Ciò che essi sentono nel modo più profondo è appunto quel legame che unisce il lavoro e la famiglia. Il lavoro è per la famiglia, poichè il lavoro è per l’uomo (e non viceversa), e proprio la famiglia e prima di tutto la famiglia è il luogo specifico dell’uomo. È l’ambiente in cui egli viene concepito, nasce e matura; l’ambiente per il quale egli assume la responsabilità più seria, nel quale egli si realizza quotidianamente; l’ambiente della sua felicità terrena e dell’umana speranza. E perciò oggi, nel giorno di San Giuseppe, conoscendo i cuori degli uomini del lavoro, la loro onestà e responsabilità, esprimo la convinzione che appunto essi assicureranno e consolideranno questi due beni fondamentali dell’uomo e della società: la compattezza della famiglia e il rispetto della vita concepita sotto il cuore della madre.
[Insegnamenti GP II, 4/1, 718-720]
13. Cfr. Matth. 1, 20.