[0972] • JUAN PABLO II (1978-2005) • VALORACIÓN DE LA DIGNIDAD DEL MATRIMONIO Y DE LA FAMILIA
Alocución Ci conviene ormai, en la Audiencia General, 8 abril 1981
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1. Nos conviene concluir ya las reflexiones y los análisis basados en las palabras pronunciadas por Cristo en el Sermón de la Montaña, con las cuales apeló al corazón humano exhortándole a la pureza: “Habéis oído que fue dicho: No adulterarás. Pero Yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt 5, 27-28). Hemos dicho repetidas veces que estas palabras pronunciadas una vez a los determinados oyentes de ese Sermón, se refieren al hombre de todo tiempo y lugar, y apelan al corazón humano, en el que se inscribe la más íntima y, en cierto sentido, la más esencial trama de la historia. Es la historia del bien y del mal (cuyo comienzo está unido, en el Libro del Génesis, con el misterioso árbol de la ciencia del bien y del mal) y, al mismo tiempo, es la historia de la salvación, cuya palabra es el Evangelio, y cuya fuerza es el Espíritu Santo, dado a los que acogen el Evangelio con corazón sincero.
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2. Si la llamada de Cristo al “corazón” humano y, antes aún, su referencia al “principio” nos permite construir o, al menos, delinear una antropología, que podemos llamar “teología del cuerpo”, esta teología es, a la vez, pedagogía. La pedagogía tiende a educar al hombre, poniendo ante él las exigencias, motivándolas e indicando los caminos que llevan a su realización. Los enunciados de Cristo también tienen este fin: se trata de enunciados “pedagógicos”. Contienen una pedagogía del cuerpo, expresada de modo conciso y, al mismo tiempo, muy completo. Tanto la respuesta dada a los fariseos con relación a la indisolubilidad del matrimonio como las palabras del Sermón de la Montaña que se refieren al dominio de la concupiscencia, demuestran –al menos indirectamente– que el Creador ha asignado al hombre como tarea el cuerpo, su masculinidad y feminidad; y que en la masculinidad y feminidad le ha asignado, en cierto sentido, como tarea su humanidad, la dignidad de la persona, y también el signo transparente de la “comunión” interpersonal, en la que el hombre se realiza a sí mismo a través del auténtico don de sí. Al poner ante el hombre las exigencias conformes a las tareas que le han sido confiadas, el Creador, indica, a la vez, al hombre, varón y mujer, los caminos que llevan a asumirlas y a realizarlas.
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3. Analizando estos textos-clave de la Biblia hasta la raíz misma de los significados que encierran, descubrimos precisamente esa antropología que puede llamarse “teología del cuerpo”. Y esta teología del cuerpo funda después el método más apropiado de la pedagogía del cuerpo, es decir, de la educación (más aún, de la autoeducación) del hombre. Esto adquiere una actualidad particular para el hombre contemporáneo, cuyos conocimientos en el campo de la biofisiología y de la biomedicina han progresado mucho. Sin embargo, esta ciencia trata al hombre desde un determinado “aspecto” y, por tanto, es más bien parcial que global. Conocemos bien las funciones del cuerpo como organismo, las funciones vinculadas a la masculinidad y a la feminidad de la persona humana. Pero esta ciencia, de por sí, no desarrolla todavía la conciencia del cuerpo como signo de la persona, como manifestación del espíritu. Todo el desarrollo de la ciencia contemporánea que se refiere al cuerpo como organismo tiene más bien carácter de conocimiento biológico, porque está basado sobre la separación en el hombre, entre lo que en él es corpóreo y lo que es espiritual. Al servirse de un conocimiento tan unilateral de las funciones del cuerpo como organismo, no es difícil llegar a tratar el cuerpo, de manera más o menos sistemática, como objeto de manipulación; en este caso, el hombre deja, por así decirlo, de identificarse subjetivamente con el propio cuerpo, porque se le priva del significado y de la dignidad que se derivan del hecho de que este cuerpo es precisamente de la persona. Nos hallamos aquí en la frontera de problemas que frecuentemente exigen soluciones fundamentales, imposibles sin una visión integral del hombre.
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4. Precisamente aquí aparece claro que la teología del cuerpo, cual nace de esos textos-clave de las palabras de Cristo, se convierte en el método fundamental de la pedagogía, o sea, de la educación del hombre, desde el punto de vista del cuerpo, en la plena consideración de su masculinidad y feminidad. Esa pedagogía puede ser entendida bajo el aspecto de una específica “espiritualidad del cuerpo”; efectivamente, el cuerpo, en su masculinidad o feminidad, es dado al espíritu humano (lo que de modo estupendo ha sido expresado por San Pablo en el lenguaje que le es propio), y por medio de una adecuada madurez del espíritu se convierte también él en signo de la persona, de lo que la persona es consciente, y auténtica “materia” en la comunión de las personas. En otros términos: el hombre, a través de su madurez espiritual, descubre el significado esponsalicio del propio cuerpo. Las palabras de Cristo en el Sermón de la Montaña indican que la concupiscencia, de por sí, no revela al hombre ese significado, sino que, al contrario, lo ofusca y oscurece. El conocimiento puramente “biológico” de las funciones del cuerpo como organismo, unidas con la masculinidad y feminidad de la persona humana, es capaz de ayudar a descubrir el auténtico significado esponsalicio del cuerpo, solamente si va unido a una adecuada madurez espiritual de la persona humana. Sin esto, ese conocimiento puede tener efectos incluso opuestos; y esto lo confirman múltiples experiencias de nuestro tiempo.
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5. Desde este punto de vista es necesario considerar con perspicacia las enunciaciones de la Iglesia contemporánea. Su adecuada comprensión e interpretación, como también su aplicación práctica (esto es, precisamente, la pedagogía), requiere esa profunda teología del cuerpo que, en definitiva, ponemos de relieve sobre todo con las palabras-clave de Cristo. En cuanto a las enunciaciones contemporáneas de la Iglesia, es necesario conocer el capítulo titulado “Dignidad del matrimonio y de la familia y su valoración”, de la Constitución pastoral del Concilio Vaticano II (Gaudium et spes, parte II c. 1) y, sucesivamente, de la Encíclica de Pablo VI Humanae vitae. Sin duda alguna, las palabras de Cristo, a cuyo análisis hemos dedicado mucho espacio, no tenían otro fin que la valoración de la dignidad del matrimonio y de la familia, de donde se deduce la convergencia fundamental entre ellas y el contenido de los dos mencionados documentos de la Iglesia contemporánea. Cristo hablaba al hombre de todo tiempo y lugar; las enunciaciones de la Iglesia tienden a actualizar las palabras de Cristo y, por esto, deben interpretarse según la clave de esa teología y de esa pedagogía, que encuentran raíz y apoyo en las palabras de Cristo.
Es difícil realizar un análisis global de los citados documentos del Magisterio supremo de la Iglesia. Nos limitaremos a entresacar algunos pasajes de ellos. He aquí de qué modo el Vaticano II –al poner entre los problemas más urgentes de la Iglesia en el mundo contemporáneo “la valoración de la dignidad del matrimonio y de la familia”– caracteriza la situación existente en este ámbito: “La dignidad de esta institución (es decir, del matrimonio y de la familia) no brilla en todas partes con el mismo esplendor, puesto que está oscurecida por la poligamia, la epidemia del divorcio, el llamado amor libre y otras deformaciones; es más, el amor matrimonial queda frecuentemente profanado por el egoísmo, el hedonismo y los usos ilícitos contra la generación” (Gaudium et spes, 47). Pablo VI, al exponer en la Encíclica Humanae vitae este último problema, escribe entre otras cosas: “Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y [...] llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoísta y no como a compañera, respetada y amada” (Humanae vitae, 17).
¿Acaso nos encontramos ahora en la órbita de la misma urgencia, que en otra ocasión provocó las palabras de Cristo sobre la unidad e indisolubilidad del matrimonio, como también las del Sermón de la Montaña relativas a la pureza de corazón y al dominio de la concupiscencia de la carne, palabras que desarrolló más tarde con tanta perspicacia el apóstol Pablo?
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6. En la misma línea, el autor de la Encíclica Humanae vitae, al hablar de las exigencias propias de la moral cristiana, presenta al mismo tiempo la posibilidad de cumplirlas cuando escribe: “El dominio del instinto mediante la razón y la voluntad libre impone sin ningún género de duda una ascética –Pablo VI utiliza este término– para que las manifestaciones afectivas de la vida conyugal estén en conformidad con el orden recto y particularmente para observar la continencia periódica. Pero esta disciplina, propia de la pureza de los esposos, lejos de perjudicar el amor conyugal, le confiere un valor humano más sublime. Exige un esfuerzo continuo (precisamente este esfuerzo ha sido llamado antes ‘ascesis’), pero, gracias a su influjo beneficioso, los cónyuges desarrollan íntegramente su personalidad, enriqueciéndose de valores espirituales... Favorece la atención hacia el otro cónyuge, ayuda a superar el egoísmo, enemigo del verdadero amor, y hacer profundizar más su sentido de responsabilidad...” (Humanae vitae, 21).
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7. Detengámonos en estos pocos pasajes. Ellos –especialmente el último– demuestran de manera clara cuán indispensable es, para una comprensión adecuada de las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia contemporánea, esa teología del cuerpo, cuyas bases hemos buscado sobre todo en las palabras de Cristo mismo. Precisamente la teología del cuerpo –como ya hemos dicho– se convierte en el método fundamental de toda la pedagogía cristiana del cuerpo. Haciendo referencia a las palabras citadas, se puede afirmar que el fin de la pedagogía del cuerpo está precisamente en hacer, ciertamente, que “las manifestaciones afectivas” –sobre todo las “propias de la vida conyugal”– estén en conformidad con el orden moral, o sea, en definitiva, con la dignidad de las personas. En estas palabras retorna el problema de la relación recíproca entre el eros y el ethos, de los que ya hemos tratado. La teología, entendida como método de la pedagogía del cuerpo, nos prepara también a las reflexiones ulteriores sobre la sacramentalidad de la vida humana y, en particular, de la vida matrimonial.
El Evangelio de la pureza de corazón, ayer y hoy: al conducir con esta frase el presente ciclo de nuestras consideraciones –antes de pasar al ciclo sucesivo, en el que la base de los análisis serán las palabras de Cristo sobre la resurrección del cuerpo–, deseamos dedicar todavía un poco de atención a la “necesidad de crear un clima favorable a la educación de la castidad”, de la que trata la Encíclica de Pablo VI (cf. Humanae vitae, 22), y queremos centrar estas observaciones sobre el problema del ethos del cuerpo en las obras de la cultura artística, con referencia especial a las situaciones que encontramos en la vida contemporánea.
[Enseñanzas 9, 103-106]
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1. Ci conviene ormai concludere le riflessioni e le analisi basate sulle parole pronunziate da Cristo nel Discorso della Montagna, con le quali Egli si richiamò al cuore umano, esortandolo alla purezza: “Avete inteso che fu detto: Non commettere adulterio; ma io vi dico: chiunque guarda una donna per desiderarla, ha già commesso adulterio con lei nel suo cuore” (1). Abbiamo detto a più riprese che queste parole, pronunziate una volta ai delimitati ascoltatori di quel Discorso, si riferiscono all’uomo di tutti i tempi e luoghi, e fanno appello al cuore umano, in cui si iscrive la più interiore e, in certo senso, la più essenziale trama della storia. È la storia del bene e del male (il cui inizio e collegato, nel Libro della Genesi, col misterioso albero della conoscenza del bene e del male) e, ad un tempo, è la storia della salvezza, la cui parola è il Vangelo, e la cui forza è lo Spirito Santo, dado a coloro che accolgono il Vangelo con cuore sincero.
1. Matth. 5, 27-28.
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2. Se l’appello di Cristo al “cuore” umano e, ancor prima, il suo richiamo al “principio” ci consente di costruire o almeno di delineare un’antropologia, che possiamo chiamare “teologia del corpo”, una tale teologia è, nello stesso tempo, pedagogia. La pedagogia tende ad educare l’uomo, ponendo davanti a lui le esigenze, motivandole, ed indicando le vie che conducono alla loro realizzazione. Gli enunciati di Cristo hanno anche questo fine; sono enunciati “pedagogici”. Essi contengono una pedagogia del corpo, espressa in modo conciso e, in pari tempo, quanto mai completo. Sia la risposta data ai Farisei in merito all’indissolubilità del matrimonio, sia le parole del Discorso della Montagna riguardanti il dominio della concupiscenza, dimostrano –almeno indirettamente– che il Creatore ha assegnato come compito all’uomo il corpo, la sua mascolinità e femminilità; e che nella mascolinità e femminilità gli ha assegnato in certo senso come compito la sua umanità, la dignità della persona, ed anche il segno trasparente della “comunione” interpersonale, in cui l’uomo realizza se stesso attraverso l’autentico dono di sè. Ponendo davanti all’uomo le esigenze conformi ai compiti affidatigli, il Creatore indica nello stesso tempo all’uomo, maschio e femmina, le vie che portano ad assumerli e ad eseguirli.
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3. Analizzando questi testi-chiave della Bibbia, fino alla radice stessa dei significati che racchiudono, scopriamo appunto quell’antropologia che può essere denominata “teologia del corpo”. Ed è questa teologia del corpo che fonda poi il più appropriato metodo della pedagogia del corpo, cioè dell’educazione (anzi dell’autoeducazione) dell’uomo. Ciò acquista una particolare attualità per l’uomo contemporaneo, la cui scienza nel campo della biofisiologia e della biomedicina è molto progredita. Tuttavia questa scienza tratta l’uomo sotto un determinato “aspetto” e quindi è piuttosto parziale, anzichè globale. Conosciamo bene le funzioni del corpo come organismo, le funzioni collegate alla mascolinità e alla femminilità della persona umana. Ma tale scienza, di per sè, non sviluppa ancora la coscienza del corpo come segno della persona, come manifestazione dello spirito. Tutto lo sviluppo della scienza contemporanea, riguardante il corpo come organismo, ha piuttosto il carattere della conoscenza biologica, perchè è basato sulla disgiunzione, nell’uomo, di ciò che in lui è corporeo da ciò che è spirituale. Servendosi di una conoscenza così unilaterale delle funzioni del corpo come organismo, non è difficile giungere a trattare il corpo, in modo più o meno sistematico, come oggetto di manipolazioni; in tal caso l’uomo cessa, per così dire, di identificarsi soggettivamente col proprio corpo, perchè privato del significato e della dignità derivanti dal fatto che questo corpo è proprio della persona. Ci troviamo qui al limite di problemi, che spesso esigono soluzioni fondamentali, le quali sono impossibili senza una visione integrale dell’uomo.
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4. Proprio qui appare chiaro che la teologia del corpo, quale ricaviamo da quei testi-chiave delle parole di Cristo, diventa il metodo fondamentale della pedagogia, ossia dell’educazione dell’uomo dal punto di vista del corpo, nella piena considerazione della sua mascolinità e femminilità. Quella pedagogia può essere intesa sotto l’aspetto di una specifica “spiritualità del corpo”; il corpo, infatti, nella sua mascolinità o femminilità è dato come compito allo spirito umano (ciò che in modo stupendo è stato espresso da San Paolo nel linguaggio che gli è proprio) e per mezzo di una adeguata maturità dello spirito diventa anch’esso segno della persona, di cui la persona è conscia, ed autentica “materia” nella comunione delle persone. In altri termini: l’uomo, attraverso la sua maturità spirituale, scopre il significato sponsale proprio del corpo.
Le parole di Cristo nel Discorso della Montagna indicano che la concupiscenza di per sè non svela all’uomo quel significato, anzi, al contrario, lo offusca ed oscura. La conoscenza puramente “biologica” delle funzioni del corpo come organismo, connesse con la mascolinità e femminilità della persona umana, è capace di aitutare a scoprire l’autentico significato sponsale del corpo, soltanto se va di pari passo con un’adeguata maturità spirituale della persona umana. Senza di ciò, tale conoscenza può avere effetti addirittura opposti; e ciò viene confermato da molteplici esperienze del nostro tempo.
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5. Da questo punto di vista bisogna considerare con perspicacia le enunciazioni della Chiesa contemporanea. Una loro adeguata comprensione ed interpretazione, come pure la loro applicazione pratica (cioè, appunto, la pedagogia) richiede quella approfondita teologia del corpo che, in definitiva, rileviamo soprattutto dalle parole-chiave di Cristo. Quanto alle enunciazioni contemporanee della Chiesa, bi sogna prendere conoscenza del capitolo intitolato “Dignità del matrimonio e della famiglia e sua valorizzazione”, della Costituzione pastorale del Concilio Vaticano Secondo (2) e, successivamente, dell’Enciclica “Humanae Vitae” di Paolo VI. Senza alcun dubbio, le parole di Cristo, all’analisi delle quali abbiamo dedicato molto spazio, non avevano altro fine che la valorizzazione della dignità del matrimonio e della famiglia; donde la fondamentale convergenza tra esse e il contenuto di entrambe le enunciazioni menzionate della Chiesa contemporanea. Cristo parlava all’uomo di tutti i tempi e luoghi; le enunciazioni della Chiesa tendono ad attualizzare le parole di Cristo, e perciò debbono essere rilette secondo la chiave di quella teologia e di quella pedagogia, che nelle parole di Cristo trovano radice e sostegno.
È difficile compiere qui un’analisi globale delle citate enunciazioni del magistero supremo della Chiesa. Ci limiteremo a riportarne alcuni passi. Ecco in qual modo il Vaticano Secondo –ponendo tra i più urgenti problemi della Chiesa nel mondo contemporaneo “la valorizzazione della dignità del matrimonio e della famiglia”– caratterizza la situazione esistente in questo ambito: “Non dappertutto la dignità di questa istituzione (cioè del matrimonio e della famiglia) brilla con identica chiarezza poichè è oscurata dalla poligamia, dalla piaga del divorzio, dal cosiddetto libero amore e da altre deformazioni. Per di più l’amore coniugale è molto spesso profanato dall’egoismo, dall’edonismo e da usi illeciti contro la generazione” (3). Paolo VI, esponendo nella enciclica “Humanae Vitae” quest’ultimo problema, scrive tra l’altro: “Si può anche temere che l’uomo, abituandosi all’uso delle pratiche anticoncezionali, finisca per perdere il rispetto della donna e ...arrivi a considerarla come semplice strumento di godimento egoistico e non più come la sua compagna, rispettata e amata” (4).
Non ci troviamo forse qui nell’orbita della stessa premura, che una volta aveva dettato le parole di Cristo sull’unità e l’indissolubilità del matrimonio, come anche quelle del Discorso della Montagna, relative alla purezza di cuore e al dominio della concupiscenza della carne, parole sviluppate più tardi con tanta perspicacia dall’apostolo Paolo?
2. Gaudium et spes, pars II, cap. I [1965 12 07c/47-52].
3. Ibid. 47 [1965 12 07c/47].
4. PAULI VI, Humanae vitae, 17 [1968 07 25/17].
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6. Nello stesso spirito l’Autore dell’enciclica “Humanae Vitae”, parlando delle esigenze proprie della morale cristiana, presenta, al tempo steso, la possibilità di adempierle, quando scrive: “Il dominio dell’istinto, mediante la ragione e la libera volontà, impone indubbiamente una ascesi –Paolo VI usa questo termine– affinchè le manifestazioni affettive della vita coniugale siano secondo il retto ordine e in particolare per l’osservanza della continenza periodica. Ma questa disciplina, propria della purezza degli sposi, ben lungi dal nuocere all’amore coniugale, gli conferisce invece un più alto valore umano. Esige un continuo sforzo (appunto tale sforzo è stato sopra chiamato ‘ascesi’), ma grazie al suo benefico influsso i coniugi sviluppano integralmente la loro personalità arricchendosi di valori spirituali. Essa... favorisce l’attenzione verso l’altro coniuge, aiuta gli sposi a bandire l’egoismo, nemico del vero amore, ed approfondisce il loro senso di responsabilità...” (5).
5. PAULI VI, Humanae vitae, 21 [1968 07 25/21].
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7. Fermiamoci su questi pochi brani. Essi –particolarmente l’ultimo– dimostrano in modo chiaro quanto indispensabile sia, per un’adeguata comprensione dell’enunciato del magistero della Chiesa contemporanea, quella teologia del corpo, le cui basi abbiamo cercato soprattutto nelle parole di Cristo stesso. È proprio essa –come già abbiamo detto– che diventa il metodo fondamentale di tutta la pedagogia cristiana del corpo. Facendo riferimento alle parole citate, si può affermare che il fine della pedagogia del corpo sta proprio nel far sì che “le manifestazioni affettive” –soprattutto quelle “proprie della vita coniugale”– siano conformi all’ordine morale, ossia, in definitiva, alla dignità delle persone. In queste parole ritorna il problema del reciproco rapporto tra l’“eros” e l’“ethos”, di cui già abbiamo trattato. La teologia, intesa come metodo della pedagogia del corpo, ci prepara anche alle ulteriori riflessioni sulla sacramentalità della vita umana e, in particolare, della vita matrimoniale.
Il Vangelo della purezza di cuore, ieri ed oggi: concludendo con questa frase il presente ciclo delle nostre considerazioni –prima di passare al ciclo successivo, in cui la base delle analisi saranno le parole di Cristo sulla risurrezione del corpo– desideriamo ancora dedicare un po’di attenzione alla “necessità di creare un clima favorevole all’educazione della castità”, di cui tratta l’Enciclica di Paolo VI (6), e vogliamo incentrare queste osservazioni sul problema dell’ethos del corpo nelle opere della cultura artistica, con particolare riferimento alle situazioni che incontriamo nella vita contemporanea.
[Insegnamenti GP II, 4/1, 903-908]
6. Cfr. Humanae vitae, 22 [1968 07 25/22].